La conoci, siempre sonrio al recordarlo, como resultado de una de mis escasas visitas a la Bibliotheque Nationale. Llevaba casi una hora alli, hojeando unas cartas tempranas de Victor Hugo para averiguar si tenia algo que decir sobre actores ingleses que estuvieran actuando cuando el trabajaba en el Cromwell (si alguien le interesa saberlo, decia y no decia… apenas un par de frases casuales). Agotado por el espectaculo de la masa de eruditos en accion, me largue pronto en pos de un vin blanc cassis que servian en un bar de la Rue de Richelieu y que, de ordinario, se disputaba mi asiduidad con la biblioteca. No era inapropiado: la atmosfera me recordaba muchisimo a la de la Bib. Nat. La misma atencion, soporifera y sistematica para lo que se tenia delante; el apacible crujido de las hojas de periodico en vez del de las paginas del libro: los filosoficos asentimientos de cabeza; los dormilones profesionales. Solo la cafetera mecanica, rugiendo como una maquina de vapor, insistia en recordarte donde estabas.

Recorri con la mirada los reconfortantes estereotipos visuales del lugar: en un marco, la ley contra la embriaguez publica; la barra de acero inoxidable; la carta que ofrecia la austera eleccion entre sandwichy croque; la pared de los espejos deformantes; el arbol asesinado convertido en sombrerero oculto detras de la puerta; las polvorientas flores de plastico encima de una repisa alta. Esta vez, empero, mi vista tropezo de pronto con:

– ?Mountolive!

Alli estaba, sobre la silla de mimbre de plastico de la mesa de al lado. La edicion de Livre de Poche, con el punto lo bastante adelantado como para indicar, por lo menos, tenacidad y, probablemente, entusiasmo.

Ella se volvio al oirme. Yo pense inmediatamente: «Dios, esto no lo hago con frecuencia», y mis ojos se desenfocaron, como si se disociaran por si solos de mi voz. Tenia que decir algo.

– ?Estas leyendo Mountolive? -logre exclamar en el patois local, y, el esfuerzo de esta modesta actividad mental, persuadio a mi vista para que volviera a su estado normal. Ella era…

– Como puedes ver.

(Rapido, rapido, piensa algo.)

– ?Has leido los otros?

Era mas bien morena y…

– He leido los dos primeros. Naturalmente aun no he leido Clea.

Claro que no, que pregunta mas estupida. Su piel era algo amarillenta, pero sin tacha; por supuesto esto es normal, solo las pieles muy palidas…

– Oh, naturalmente. ?Te gusta?

?Por que seguia preguntando estupideces tan obvias? Claro que le gustaba. Si no, no se hubiera leido dos libros y medio. Por que no le explicaba que yo lo habia leido, que adoraba El Cuarteto de Alejandria, que leia todo lo de Durrell que caia en mis manos, que incluso conocia a alguien que escribia poemas al estilo de Pursewarden.

– Si, mucho, aunque no entiendo por que el estilo de este es mucho mas simple y convencional que el de los otros dos.

Iba vestida de gris y negro, aunque eso no la desfavorecia en absoluto, no, era elegante, los colores no se destacaban tanto como el conjunto…

– Estoy de acuerdo. Quiero decir que yo tampoco lo se. Si quieres otro cafe, me llamo Christopher Lloyd.

?Que dira? ?Lleva anillo de compromiso? ?Importa si dice que no? ?Merci quiere decir si gracias o no gracias? Mierda, no me acuerdo.

– Si.

Ah. Un respiro, por fin. Un minuto o dos en la barra. No, no corras, Gaspard, o como te llames, sirve antes a todos los demas. Eh, seguro que hay un monton de gente en la terraza que necesita ser atendida antes que yo. No, la verdad, pensandolo bien, es mejor que me sirvas ahora, ella podria creer que soy de esas personas tan educadas que nunca consiguen una copa en los intermedios del teatro. Pero que tomar, mejor que no pida lo mismo, son solo las cinco y media. No puedo pasarme a licores mas fuertes o va a pensar que soy un clocharden potencia, que tal una cerveza, la verdad no me apetece, oh, bien, espero no parecer demasiado servil:

– Deux express, s'il vous plait.

Mientras volvia con los cafes, me concentre en tratar de no derramarlos. A la vez, me concentre en no parecer concentrado. De acuerdo, ella estaba de espaldas a la barra, pero podia haber un espejo disimulado a su alcance; y, en cualquier caso, hay que tener estilo desde el principio: distante sin ser burgues, despreocupado pero sin pasarse. Uno de los cafes se derramo. Rapido, que hago: ?se lo doy a ella en nombre de la igualdad de sexos y veo como se lo toma, o me lo quedo yo en nombre de la caballerosidad y me arriesgo a que todo se venga abajo? Inmerso en estos malabarismos mentales me las arregle para derramar el otro cafe.

– Perdon, estaban demasiado llenos.

– Es igual.

– ?Azucar?

– No, gracias. ?No tomas lo mismo que antes?

– Hum, no. No queria que pensaras que soy un clo- clo.

Ella sonrio. Hasta yo sonrei. No hay nada como el argot para limar asperezas iniciales. Demuestra: (a) sentido del humor, (b) vivo interes por la adecuada jerga extranjera, (c) conocimiento de que una intimidad verbal amistosa puede lograrse con un ingles y que no va a ser necesario hablar con palabras altisonantes el resto del tiempo, sobre las Caracteristicas Nacionales y le chapeau melon.

Charlamos, sonreimos, nos bebimos el cafe, lo pasamos medianamente bien juntos e hicimos algunos tanteos. Sugeri lo interesante que seria echarle una mirada a la traduccion del Cuarteto para demostrar mi sutileza. Me pregunto cuanto tiempo me llevaria mi investigacion en Paris y yo pense «todavia no estamos casados, querida». Preguntas que no significan nada o significan mucho mas de lo que parece. Estaba demasiado nervioso para saber si me gustaba de verdad o no; el aplomo y el nerviosismo se sucedian alternativamente, sin seguir un esquema racional. Por ejemplo, fue una chapuceria preguntarle como se llamaba: la pregunta salio disparada, como si escupiese un trozo de comida, en un momento de la conversacion que exigia una pregunta sobre la reputacion de Graham Greene en Francia. En cambio el cuando-podemos-volver-a-vernos me salio bastante bien, para decirlo con honestidad, evite tanto ser hauteurcomo, lo mas probable y peligroso, rebajarme a mi mismo.

Conoci a Annick un martes, y quedamos en vernos en el mismo bar el viernes siguiente. Si ella no estaba alli (habia algun problema que tenia que ver con un primo o una prima suyos; ?por que siempre tienen primos los franceses? Los ingleses no tienen tantos), yo le telefonearia al numero que me habia dado. Considere no presentarme a la cita pero decidi finalmente que hablara el corazon, y me presente como si tal cosa. Despues de todo me habia pasado tres dias preguntandome como seria eso de estar casado con ella.

Lo cierto es que habia pensado tanto en Annick que no podia recordar su rostro. Fue como ir poniendo capa tras capa de papier mache sobre un objeto y ver, gradualmente, como desaparece la forma original. Solo faltaba que no fuera capaz de reconocer a la mujer con quien llevaba tres dias casado. Un estudiante amigo mio, que compartia fantasias y nervios similares, ideo una vez un buen truco para superar esta dificultad: tenia unas gafas expresamente rotas para jugar con ellas, con mucha ostentacion, mientras esperaba a la chica. Siempre funcionaba, decia el; y ademas, cuando mas tarde confesaba la estratagema, lograba indefectiblemente una

Вы читаете Metrolandia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату