con todo lo que te guste, con todas las cosas por las cuales, si no sacrificarias tu vida, estarias dispuesto a sacrificar unas cuantas de los demas; y aun asi, ?que te quedaria? ?Que puedes decir a su favor excepto que hace que haya menos gente en la calle, o que el indice de robos, incestos y atracos a mano armada dentro del museo sea bajisimo?

– ?No estas siendo demasiado literal? Hablas como un alto comisario sovietico para las artes: «Toda obra de arte debe realizar un bien inmediato.»

– No, porque eso es tambien, obviamente, una tonteria.

– Asi pues, ?que ha cambiado? El arte no, querido. Te lo puedo asegurar. Parece que estes de liquidacion.

– Eso si que es una estupidez.

– Entonces, ?que te ha pasado? Incluso cuando estabas en Paris…

– De eso hace una decada. Es decir, la totalidad de mi vida adulta.

– Ah… una nueva definicion de «adulto»: el tiempo durante el cual uno ha ido haciendo liquidacion.

– Te dije en el jardin la semana pasada que no veo que sirva para nada. Para nosotros esta muy bien que hubiera un Renacimiento y demas; pero en realidad todo es ego y acumulacion, ?no?

Toni adopto de nuevo su tono pedagogico.

– ?No crees que el efecto puede ser acumulativo?

– Puede serlo. Pero eso no hace que el asunto sea menos especulativo. En todo caso, depende de un acto de fe… y de momento la he perdido.

– Otro triunfo de la maquinaria burguesa -anadio Toni tristemente, casi para sus adentros-. Seguro que viajas con tus pantoufles.

– Te equivocas.

– Esposa, bebe, buen trabajo, hipoteca, jardin de flores -(lo enfatizo despectivamente)-: no me puedes enganar.

?Que prueba todo eso? Tu no eres Rimbaud precisamente, ?eh?

?Y cuales son los planes para esta anoche? -Toni se estaba mosqueando-. ?De regreso al antiguo colegio? Una visita rapida a unos cabrones que murieron en el Quattrocento y luego al cole. Me parece otra concesion a los burgueses, si quieres saber mi opinion.

– Pues no es asi. Estoy seguro de que ahora soy feliz. ?Quien es el que no lo es?

– Pues la evidencia esta en tu contra.

– Conociendome como me conoces tendrias que estar mejor enterado.

– ?Y quien esta pidiendo ahora un acto de fe?

Los escalones de la entrada del colegio estaban flanqueados por una hilera ascendente de postes de luz, coronados por dos anguilas de hierro entralazadas en espiral. Automaticamente, mire hacia arriba, a las ventanas del despacho del director, desde donde espiaba con aspecto severo a los chicos que llegaban tarde. El coronel Barker, antiguo jefe de instruccion militar de los alumnos, un hombre corpulento y temido por su caracter impredecible, nos dio formalmente la bienvenida en la biblioteca a Toni y a mi. Colgada al cuello por una cinta escarlata, una enorme medalla en forma de estrella ocupaba el area entre el segundo y tercer boton de su chaleco. ?Seria esta, me dije, su famosa Orden del Imperio Britanico, anunciada en su dia en la escuela con un tono mas propio de una conquista en el extranjero? Parecia demasiado grande y resplandeciente para ser inglesa. Quiza la recibio de un gobierno en el exilio durante la guerra.

– Bienvenido, Lloyd -gruno, y el hecho de que utilizara el apellido, a pesar del tono amistoso de la voz, me trajo a la memoria antiguos miedos, miedos que tenian que ver con desfiles, grasa de rifles, la humedad del monte bajo, y que te volaran los huevos-. Bienvenido de nuevo al rebano. Mas placer proporciona el retorno del descarriado, y todo eso. Eh, Penny, ?y tu mujer, bien? ?Como estan todos tus cachorritos? Bien, bien.

La biblioteca, escenario de tantas «horas de estudio» (juegos de barcos y crucigramas y ejemplares gastados de la revista Spick), era gris y blanca, los colores con que vestian los ejecutivos, los hombres de negocios. Uno o dos rostros morenos hablaban de viajes al extranjero por cuenta de la empresa, pero la mayoria eran de ese color ajado e indefinible propio del que esta rodeado de edificios altos, enterrado como un esparrago. Aquel de alli tenia que ser Bradshaw. Y ese, Voss. Y aquel chico que todo el mundo creia que era extraordinariamente torpe pero que fue designado delegado de curso, ?Gurley? ?Gowley? ?Gurney? Y -oh, Dios- Renton, con -oh, Dios, otra vez- cuello duro, y un aspecto tan escandalosamente entusiasta como siempre; maliciosos ojillos chispeantes, dandote a entender que deberias estar haciendo otra cosa. Por toda la sala resonaban los gritos festejando el reencuentro. Se recordaban cosas tan remotas como los juegos escolares y los campamentos militares.

Bajamos las escaleras en tropel hacia el comedor del sotano donde el tiempo y la comida derramada habian oscurecido el fragil pino de mi juventud; donde los cuadros de honor se habian encaramado a las paredes como enredaderas; donde las largas mesas me recordaron almuerzos que pasamos doblando cubiertos y empujando saleros de punta a punta para que se deslizaran como las copas sobre el mostrador de un western. De la habitacion contigua llegaba el pegajoso hedor de las cocinas comunitarias y el ruido de mil cuchillos y tenedores cayendo en el interior de una cuba metalica.

Me sente entre Penny y Simmons mientras el coronel Barker, que presidia la mesa, nos daba otra vez oficialmente la bienvenida. Luego grito, «Bon appetit», como si estuviera dirigiendo un desfile. El aspecto de Simmons, despues de todos esos anos, era bastante normal: incluso sus orejas parecian mas pegadas a su cabeza. Resulto que sabia muchisimo sobre los secretos del ferrocarril: estaciones abandonadas; tuneles que la gente habia olvidado por completo, como en los libros de Conan Doyle; historias de las noches en el metro durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Penny y yo nos ibamos entendiendo bien, y manteniamos una de esas conversaciones alcoholicas sobre distintas personas y lugares. Al otro lado de la mesa estaban los rostros que, proyectados a un pasado de mejillas imberbes y llenas de granos, eran reconocibles como Lowkes, Leigh, Evans y Pook. Se iba uno enterando de las novedades, Gilchrist negociaba en vinos; Hilton era especialista en vidrio; y Lennox habia vuelto al colegio como profesor. Thorne habia desaparecido por completo; Waterfield cumplia una condena de seis meses en una carcel francesa por macarra.

Al principio, mi desden salio a relucir instantaneamente: como un bateador, me echaba hacia atras para parar todas las pelotas, sin importarme que fueran cortas. Pero a medida que transcurria la cena, adverti que casi me estaba divirtiendo. Despues de haber conseguido escapar del colegio y sus influencias -gracias a esfuerzos que uno consideraba heroicos-, es dificil reconocer en los demas la misma tenacidad, la misma firmeza de caracter para lograr, igual de esforzadamente, la autonomia. La idea de que alguno de ellos hubiera podido encontrar una via mas facil, menos heroica que la tuya, era aun mas inaceptable.

– Me han dicho que estas en una editorial, ?no? -me grito Leigh (conocido anos atras como «?Uf!»), desde el otro lado de la mesa, al tiempo que yo iniciaba una exploracion geologica en mi postre en busca de cuerpos solidos. Tenia una voz quejumbrosa e imprecisa que nunca me habia gustado. Lo que en principio parecia un acento regional no era sino una pronunciacion descuidada,

– Algo asi; tenemos un departamento de documentacion. La compania se llama Harlow Tewson.

– Ah, claro, claro. Me compre vuestro libro de jardineria. Es muy bueno, de verdad. El unico problema es que es tan grande que necesitas una carretilla para bajarlo al jardin.

Conteste su dudosa pulla arrabalera con una sonrisa de ya-lo-he- oido-antes. El libro al que se referia realmente estaba encuadernado imitando madera y era bastante pesado, pero solo a un majadero se le ocurriria consultarlo fuera de casa.

– Si, si -continuo con cara de espera-que-todavia-hay-mas-; una tarde

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