Duarte aun tenian contactos alli y eso podia echar a perder la operacion. Las diversas divisiones de detectives quiza fueran buen terreno para encontrar un hombre que no estuviera definitivamente marcado.
Mal cogio la guia del Departamento de Policia y se puso a buscar mientras miraba las agujas del reloj, que se acercaban a las tres, la hora en que Stefan volvia de la escuela. Iba a empezar a llamar a los comandantes para concertar entrevistas cuando oyo pasos en el vestibulo; giro en la silla, bajo los brazos y se dispuso a recibir a su hijo.
Era Celeste. Ella miro los brazos abiertos de Mal hasta que el los bajo.
– Le pedi a Stefan que se quedara un rato mas en el colegio para poder hablarte -dijo.
– ?Si?
– Tu expresion no me facilita las cosas.
– Habla de una vez.
Celeste aferro su cartera con abalorios, su reliquia favorita de Praga, 1935.
– Voy a divorciarme de ti. He encontrado a un hombre agradable, un hombre culto que nos brindara un hogar mejor para Stefan y para mi.
Mal penso: calma perfecta, sabe como emplear sus recursos.
– No lo permitire -replico-. No hagas dano a mi muchacho o yo te lo hare a ti.
– No puedes. El hijo pertenece a la madre.
Destruyela, hazle saber quien es la ley.
– ?Es rico, Celeste? Si tienes que follar para sobrevivir, trata de follar con hombres ricos. ?De acuerdo, Fraulein? O con hombres poderosos como Kempflerr.
– Siempre vuelves a eso porque es muy desagradable y porque te excita.
En el blanco. Mal perdio interes en el juego limpio.
– Salve tu trasero de nina rica. Mate al hombre que te prostituyo. Te di un hogar.
Celeste sonrio como de costumbre, mostrando apenas los dientes perfectos entre los perfilados labios.
– Mataste a Kempflerr para probarte que no eras un cobarde. Querias ser un verdadero policia, y estabas dispuesto a destruirte para conseguirlo. Solo tu tonta suerte te salvo. Y no sabes guardar tus secretos.
Mal se levanto y sintio que le flaqueaban las fuerzas.
– Mate a alguien que merecia morir.
Celeste acaricio la cartera, pasando los dedos sobre el bordado y los abalarios. Mal noto que era un ademan histrionico, el prologo de un golpe contundente.
– ?No tienes replica para eso?
Celeste puso su sonrisa mas glacial.
– Herr Kempflerr fue muy amable conmigo, y yo solo invente sus perversiones sexuales para excitarte. Era un amante considerado, y cuando la guerra estaba a punto de terminar saboteo los hornos y salvo miles de vidas. Tuviste suerte de caerle bien al gobernador militar, Malcolm. Kempflerr iba a ayudar a los norteamericanos a buscar a otros nazis. Y solo me case contigo porque sentia remordimientos por las mentiras con que te seduje.
Mal iba a decir «No» pero no pudo articular la palabra; Celeste sonrio mas. Mal vio la sonrisa como un blanco y ataco. La aferro del cuello, la apoyo contra la puerta y la abofeteo con fuerza. Sintio dientes que se astillaban entre los labios de Celeste, cortandole los nudillos. Le pego una y otra vez; habria seguido pegando, pero se detuvo al oir «?Mutti!» y al sentir unos punos pequenos que le golpeaban las piernas. Salio corriendo de casa, asustado de un nino: su hijo.
12
El telefono sonaba sin cesar. Primero fue Leotis Dineen, que llamaba para avisarle que Art Aragon habia noqueado a Lupe Pimentel en el segundo round, con lo cual su deuda ascendia a dos mil cien, y al dia siguiente tenia un pago. Luego fue el agente de bienes raices del condado de Ventura. Sus noticias: la maxima oferta por el seco, desierto, pedregoso, arido, mal situado e inhospito terreno de Buzz era de catorce dolares por acre. La oferta provenia del pastor de la Primera Iglesia Pentecostal de la Divina Eminencia, que queria convertirlo en un cementerio para las santificadas mascotas de los miembros de su congregacion. Buzz pidio un minimo de veinte por acre; diez minutos despues el telefono sono de nuevo. Ningun saludo, solo:
– No se lo conte a Mickey porque no vale la pena ir a la camara de gas por ti.
Buzz sugirio un encuentro romantico en alguna parte.
– Vete al diablo -respondio Audrey Anders.
Recordar la estupidez mas estupida de su vida le resulto estimulante, a pesar de la tacita advertencia de Dineen: mi dinero o tus rotulas. Buzz penso en conseguir dinero a la fuerza: el contra ladrones y proveedores de droga a quienes habia exprimido cuando era policia; luego desecho la idea: habia envejecido y ya no estaba en forma, mientras que los demas quiza fueran mas listos y estuvieran mejor armados. Solo quedaba el contra Mal Considine, cincuenta por ciento, quien le miraba con mal ceno pero por lo demas parecia bastante marchito. Cogio el telefono y marco el numero privado de su jefe en el hotel Bel-Air.
– ?Si? ?Quien habla?
– Yo. Howard, quiero cazar tontos para el gran jurado. ?La oferta sigue en pie?
13
Danny se esforzaba en no exceder el limite de velocidad. Entro en Hollywood -jurisdiccion de la ciudad- rozando los sesenta kilometros por hora. Minutos antes un administrador del hospital Estatal de Lexington habia llamado a la oficina: una carta de Martin Goines, con matasellos de cuatro dias antes, acababa de llegar al hospital. Estaba dirigida a un paciente y solo contenia inocuos comentarios sobre jazz, pero tambien indicaba que Goines se habia mudado a un apartamento en Tamarind Norte 2307, encima de un garaje. Era una excelente pista; si el domicilio hubiera estado en el condado, habria cogido un coche con insignias y habria ido hasta alli con luces rojas y sirena.
El 2307 estaba un kilometro al norte del Boulevard, en un paraje poblado de edificios Tudor con marcos de madera. Danny aparco junto a la acera y vio que el frio de la tarde habia mantenido a los vecinos en el interior de las casas. Nadie estaba fuera tomando el fresco. Cogio su equipo, troto hasta la puerta de la casa y llamo al timbre.
Diez segundos, ninguna respuesta. Danny fue hasta el garaje y vio que arriba habia una improvisada construccion. Subio hasta la puerta por una escalera derruida. Llamo tres veces. Silencio. Saco su cortaplumas y lo inserto entre la jamba y la puerta a la altura del cerrojo. Tras unos segundos de forcejeo oyo un chasquido. Danny miro en torno, no vio testigos, empujo la puerta, entro y cerro.
Le sorprendio un olor entre acido y metalico. En camara lenta, Danny dejo el equipo en el suelo, desenfundo el arma y tanteo la pared buscando un interruptor. Su pulgar encendio uno de golpe, sin darle tiempo a prepararse para mirar. Vio un cuchitril transformado en matadero.
Sangre en las paredes. Estrias enormes, inequivocas, escupitajos espumarajos, salivando un liquido rojo entre los dientes, trazando pequenos dibujos en el empapelado barato con motivos florales. Cuatro paredes enteras: curvas, rizos, un trazo semejante a una complicada letra G. Pegotes de sangre en una alfombra deshilachada, sangre en charcos secos sobre el suelo de linoleo, sangre en un desvencijado sofa de color claro, salpicaduras de sangre sobre una pila de periodicos cerca de una mesa donde habia una bandeja, un platillo y una lata de sopa. Demasiada sangre para ser de un solo ser humano.
Danny respiro hondo; vio dos entradas sin puerta en la pared izquierda. Enfundo la 45, hundio las manos en los bolsillos para no dejar huellas y examino la mas cercana.
El cuarto de bano.
Paredes blancas cubiertas por lineas de sangre verticales y horizontales, perfectamente rectas, cortandose en angulo recto, el asesino entrando en calor. Una banera, los costados y el fondo embadurnados con una materia