microfono. Johnny Stompanato jugaba al rummy con Morris Jahelka. Entre una mano y otra discutian planes para la reunion cumbre Cohen-Dragna. Y Buzz entrevistaba a matones de los Transportistas de Mickey, recogiendo rumores, una precaucion de ultimo momento antes de que Mal Considine enviara a su hombre.

Hasta ahora, aburrida jerigonza comunista:

Claire de Haven y Mort Ziffkin intercambiaban cliches sobre el derrocamiento de la «autocracia de los estudios»; Fritzie «Picahielo» Kupferman habia identificado a un empleado de los Transportistas como un infiltrado de la UAES; durante semanas le habian dicho solo lo que querian que oyera, dejando que llevara las noticias al otro lado en su camion de alimentos. Mo Jahelka tenia una sensacion inquietante: los piquetes de la UAES no contraatacaban cuando los empujaban o los provocaban verbalmente. Se quedaban tranquilos como si estuvieran esperando el momento oportuno, y aun los izquierdistas mas pendencieros conservaban la calma. Mo pensaba que la UAES se guardaba un as en la manga. Buzz habia inflado las declaraciones para que Ellis Loew pensara que estaba trabajando con mas empeno del que en realidad ponia, sintiendose como un agradable y sabroso cristiano en el antro del leon, esperando a que el leon tuviera hambre y reparara en el.

Johnny Stompanato Leon.

Mickey Leon.

Johnny lo miraba con mal ceno desde que habia llegado. Hacia diez dias que Buzz habia terminado con la extorsion de Lucy Whitehall y habia comprado al maton con cinco billetes de cien. «Hola, Buzz», «Hola, Johnny», nada mas. Habia estado tres veces con Audrey, una noche entera en su apartamento, dos citas rapidas en la guarida de Howard en Hollywood Hills. Si Mickey hacia vigilar a Audrey, el espia era Johnny; si Johnny los descubria, tendria que hipotecarle la vida o matarlo, no habria solucion de compromiso. Si Mickey se enteraba, era el gran adios. Aquel hombrecito era cruel cuando se enfadaba: cuando descubrio al pistolero que habia despachado a Hooky Rothman, le metio dos balazos en las rotulas, una noche de agonia con un remate Fritzie Kupferman: un picahielo en el oido. Fritzie habia actuado como Toscanini dirigiendo Beethoven, agitando la batuta antes de perforar el cerebro del pobre diablo.

Mickey Leon, su antro: el bungalow de bambu.

Buzz guardo su libreta, echando un ultimo vistazo a los cuatro nombres que Dudley Smith le habia dado: rojos a quienes debia investigar, mas averiguaciones, quiza mas datos para sus informes. Mickey Leon y Johnny Leon charlaban ahora junto al hogar. En la pared habia una foto de Audrey Leona en bragas y sosten. Mick lo llamo con el dedo, Buzz se acerco.

El comediante tenia preparado su numero.

– Un tipo viene y me pregunta: «Mickey, ?como andan los negocios?» Le digo: «Amigo, es como el mundo del espectaculo: no hay negocio.» ?Entiendes? No hay negocio como el mundo del espectaculo, ?eh? Otra. Le hago una insinuacion a una tia y ella responde: «No me acuesto con cada Fulano y Mengano.» Yo digo: «?Que dices de mi? ?Yo soy Mickey!»

Buzz rio y senalo la foto de Audrey, mirando atentamente a Johnny Stompanato.

– Deberias incluirla en tu numero. La Bella y la Bestia. Tendrias un exito sensacional.

Johnny no reacciono. Mickey contrajo la cara como si la sugerencia le interesara realmente. Buzz hizo un nuevo sondeo.

– Consigue algun negro que haga un papel secundario, haz como que se acuesta con Audrey. Los negros siempre resultan graciosos.

De nuevo ninguna reaccion.

– No necesito shvartzes -rechazo Mickey-. No confio en los shvartzes. ?Que obtienes cuando cruzas un negro con un judio?

– No se. ?Que?-dijo Buzz haciendose el tonto.

– ?Un portero que es dueno del edificio! -exclamo Mickey desternillandose de risa.

Johnny rio entre dientes y se excuso. Buzz miro a la Chica Explosiva a los veinte e hizo una apuesta: cien contra uno a que Mick no sabia nada sobre ellos.

– Tendrias que reirte mas -comento Mickey-. No confio en la gente sin sentido del humor.

– Tu no confias en nadie, Mick.

– ?No? ?Pues que dices de esto? El ocho de febrero en mi merceria, mi trato con Jack D. Doce kilos de marihuana mexicana, reparto del dinero, comida y bebida. Todos mis hombres, todos los de Jack. Nadie va armado. Eso si es confianza.

– No lo creo -dijo Buzz.

– ?El trato?

– Que nadie vaya armado. ?Te has vuelto loco?

Mickey rodeo los hombros de Buzz con el brazo.

– Jack quiere cuatro hombres neutrales. El tiene dos polizontes de la ciudad, yo tengo a un detective del Departamento del sheriff que el ano pasado gano los Guantes de Oro, y todavia me falta uno. ?Quieres el trabajo? Quinientos dolares por el dia entero.

Gastaria el dinero en Audrey: cenidos sueters de cachemira, rojos y rosas y verdes y blancos, una talla mas pequena para que se le marcara el pecho.

– Claro, Mick.

Mickey lo abrazo con mas fuerza.

– Tengo unos negocios en el Southside. Juego, prestamos, apuestas. Media docena de cobradores. Audrey me lleva los libros, y dice que me estan comiendo vivo.

– ?Los cobradores?

– Las cuentas cuadran, pero la recaudacion diaria ha sido escasa. Yo les pago un sueldo y ellos hacen sus propios negocios. Si no los estrujo un poco, no tengo modo de saber nada.

Buzz se zafo del brazo de Mickey, pensando en un latrocinio leonino: Audrey con un lapiz afilado y un cerebro agudo.

– ?Quieres que pregunte discretamente? Puedo pedir al jefe de escuadron de Firestone que apriete a la gente del lugar para averiguar quien apuesta que.

– Confianza, Buzz. Si echas el guante al que me esta jodiendo, te hare algunos favores.

Buzz cogio la chaqueta.

– ?Una cita interesante?-pregunto Mickey.

– La mejor.

– ?Alguien que yo conozca?

– Rita Hayworth.

– ?De veras?

– De veras, confia en mi.

– ?Es pelirroja alli abajo?

– En realidad es morena, Mick. No hay negocio como el mundo del espectaculo.

Su cita era a las diez en la guarida de Howard, cerca del Hollywood Bowl; la falta de reaccion de Mickey y Johnny y el asunto del dinero le resultaron sospechosos. Era la hora de verse con Audrey, y no tenia ganas de matar el tiempo en cualquier parte. Buzz se dirigio a la guarida de la leona, aparco detras del Packard de Audrey y llamo al timbre.

Audrey abrio la puerta en pantalones holgados y sueter, sin maquillaje.

– Dijiste que ni siquiera querias saber donde vivia.

Buzz movio los pies como un adolescente enamorado.

– Vi tu permiso de conducir cuando dormias.

– Meeks, esto no se le hace a un companero de cama.

– Tu la compartes con Mickey, ?no?

– Si, ?pero que tiene que…?

Buzz entro en un vestibulo desnudo.

– ?Ahorras dinero en decoracion para financiar tu centro comercial?

– Pues ya que me lo preguntas, si.

– Encanto, ?sabes que hizo Mickey con el fulano que mato a Hooky Rothman?

Audrey cerro la puerta y se abrazo el cuerpo.

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