nos la cascabamos el uno al otro varias veces a la semana. Me encantaba y lo aborrecia. Aquello estaba volviendome jodidamente loco.
Tenia miedo de que mi padre nos sorprendiera. Tenia miedo de empezar a oler a marica. Tenia miedo de que Dios me convirtiese en un marica, para castigarme por todos mis anos de robos.
Mis temores fueron en aumento. Sentia que la gente penetraba en mi mente. Aumente la intensidad de mis fantasias heterosexuales (una estrategia para frustrar a la gente que intentaba sintonizar con mis ondas cerebrales).
Tenia miedo de hablar en suenos y alertar al viejo de mi posible condicion de marica. Sonaba con que me llevaban a juicio por invertido. Y aquellos suenos me aterrorizaban mas que mis peores pesadillas de la Dalia Negra.
Deje de ver a mi amigo. Al cabo de unas semanas me llamo y me pidio que el domingo por la manana le hiciera la ruta de reparto de periodicos, ya que el queria ir al lago Arrowhead con su familia. Accedi. El dia fijado dormi hasta tarde, fui en la bici hasta su casa y arroje sus ejemplares del
Acepte su desafio y propuse un combate a seis asaltos, con guantes de boxeo, arbitro y jueces. Mi amigo accedio a las condiciones.
Programamos la pelea para el domingo siguiente. Nuestra voluntad de machacarnos demostraba que no eramos maricas.
Reclute un arbitro, tres jueces y un cronometrador. El jardin delantero de la casa de Elliot Beers serviria de ring. Aparecieron unos cuantos espectadores. Seria el acontecimiento juvenil del barrio aquella primavera del 62.
Mi amigo y yo llevabamos guantes de doce onzas. Los dos eramos delgados y mediamos un metro ochenta. No teniamos ni idea de tecnica boxistica: nos empujamos, nos zarandeamos, nos lanzamos golpes desmanadamente y nos sacudimos de lo lindo durante seis asaltos de tres minutos. Terminamos deshidratados y mareados; apenas podiamos mantenernos en pie y eramos incapaces de levantar los brazos.
Perdi, pero el fallo fue dividido. La pelea tuvo lugar por la epoca del segundo combate entre Emile Griffith y Benny
Vivia de ideas, estupidas o no. Me empapaba de ideas desquiciadas. Revisaba desde una perspectiva perversa los argumentos que me proporcionaban los libros y las peliculas.
Mi mente era una esponja cultural. Carecia de dotes interpretativas y no poseia el menor don para la abstraccion. Engullia ficciones, hechos historicos y minucias en general, y pergene una vision alocada del mundo a partir de fragmentos de datos.
La musica clasica mantenia mi mente activa y alerta. Me perdia en Beethoven y en Brahms. Sinfonias y conciertos me producian el mismo efecto que complejas novelas. Crescendos y pasajes de calma formaban una narracion a traves de las notas. Los movimientos rapidos y lentos en alternancia me ponian en estado de caida libre mental.
Los noticiarios nocturnos me proporcionaban hechos que entretejia formando una trama general y contextualizaba para que se adecuaran a mi fantasia del momento. Relacionaba sucesos inconexos y ungia heroes a mi perverso antojo. Un asalto a una licoreria podia convertirse en una manifestacion nazi contra la pelicula
Saquee la cultura popular y con el botin que obtuve decore mi mundo interior. Hablaba en un lenguaje especializado de mi invencion y contemplaba el mundo exterior a traves de gafas de rayos X. Veia actos criminales por todas partes.
El CRIMEN unia mis dos mundos, el interior y el exterior. El sexo clandestino y la profanacion de mujeres eran actos criminales. El crimen se convirtio en algo tan banal y sutil como la mente de un joven en una potencia activa y siempre alerta.
Yo era anticomunista comprometido y, en un grado algo menor, racista. Judios y negros eran peones en la conspiracion comunista mundial. Vivia de acuerdo con la logica de la verdad secuestrada y de misiones ocultas. Mi mundo interior estaba fijado de manera obsesiva y resultaba tan curativo como debilitante. Transformaba en prosaico el mundo exterior y hacia que mi transito diario por el resultara soportable.
Mi viejo gobernaba ese mundo exterior. Lo regia de modo permisivo y me mantenia a raya con esporadicos estallidos de desprecio. Me consideraba debil, holgazan, indolente, falso, fantasioso y dolorosamente neurotico. No comprendia que yo era su viva imagen.
Yo lo tenia calado, y el a mi. Empece a excluirlo de mi vida. Era el mismo proceso de distanciamiento que habia utilizado con mi madre.
Algunos chicos del barrio apreciaron mi modo de ser y me dejaron entrar en su grupo. Eran marginados con buenas habilidades sociales. Se llamaban Lloyd, Fritz y Daryl.
Lloyd era un chico gordo procedente de una familia rota. Hijo de una fundamentalista cristiana, era tan mal hablado como yo y compartia mi aficion por los libros y la musica. Fritz vivia en Hancock Park y le gustaban las bandas sonoras de peliculas y las novelas de Ayn Rand. Daryl era un bruto, atleta y nazi al borde de la subnormalidad, de ascendencia medio judia.
Me dejaron entrar en su grupo y me converti en su subalterno, bufon de corte y actor comico. Me consideraban un elemento divertidisimo. Les complacia mi descontrolada vida hogarena, a la que no daban credito.
Ibamos en bici a los estudios de cine de Hollywood, yo siempre unos cientos de metros por detras, pues mi Schwinn Corvette resultaba muy pesada y dificil de impulsar. Escuchabamos musica y hablabamos de sexo, de politica, de libros y de nuestras ideas mas descabelladas.
Intelectualmente, no conseguia mantenerme firme. Mi discurso iba dirigido al interior y se canalizaba a traves de la narrativa. Mis amigos consideraban que no era tan inteligente como ellos; se burlaban de mi, me acosaban y me convertian en objeto de sus bromas.
Yo encajaba sus pullas y seguia volviendo por mas. Lloyd, Fritz y Daryl tenian un olfato muy agudo para la debilidad y eran duchos en el arte masculino de superar a otros. Su crueldad era hiriente, pero no hasta el punto de hacerme abandonar su amistad.
Yo era flexible y resistente. Los pequenos desprecios me hacian llorar y experimentar, durante diez minutos como maximo, una pena intensa. Las agresiones emocionales cauterizaban mis heridas y las dejaban listas para ser reabiertas.
Era un caso clinico de intransigencia adolescente. Yo tenia en mi poder un comodin blindado, acerado, de origen patologico y empiricamente valido: la capacidad de replegarme en mi mismo y habitar un mundo que solo a mi pertenecia, elaborado por mi mente.
La amistad conlleva algunas indignidades menores. Las risotadas que compartia con aquellos chicos significaban adoptar un papel subordinado. El coste resultaba insignificante. Yo era experto en sacar beneficio de las desavenencias.
Por entonces ignoraba que los costes se acumulan, que uno siempre paga por lo que reprime.
En junio del 62 termine la ensenanza secundaria. Durante el verano lei, robe, me masturbe y fantasee. En septiembre ingrese en el instituto Fairfax, por insistencia de mi viejo. Habia un noventa y tantos por ciento de judios y parecia mas seguro que el instituto Los Angeles, que era el que supuestamente me correspondia. El Los Angeles estaba lleno de chicos negros, muy duros. El viejo imaginaba que me matarian tan pronto abriera la boca. Alan Sues vivia a pocas calles de Fairfax. El viejo tomo prestada la direccion de Alan y solto a su hijo nazi en el corazon del barrio judio.
Fue una experiencia cultural dislocante.
En el John Burroughs me sentia seguro. Fairfax me resultaba peligroso. Lloyd, Fritz y Daryl se habian matriculado en otros institutos. Mis conocidos de Hancock Park estaban lejos, en academias preparatorias. Me