Paso a vivir de la Seguridad Social. Redujimos nuestro tren de vida el grado correspondiente. La mayor parte de las veces nos alimentabamos de lo que yo robaba y comiamos lo que yo cocinaba, casi siempre algo con alto contenido en sal y colesterol. Me saltaba las clases la mayoria de los dias y suspendi el undecimo grado.

Sabia que mi padre era hombre muerto. Queria cuidarlo y, al mismo tiempo, queria verlo muerto. No queria que sufriese. Queria quedarme solo en mi mundo de fantasia, que todo lo impregnaba.

El viejo comenzo a resultar sofocantemente posesivo. Estaba convencido de que mi mera presencia podia desviar las apoplejias y otros designios del Senor. Yo me burlaba de sus demandas. Ridiculizaba su hablar arrastrado. Me quedaba hasta tarde por las calles de Los Angeles sin ningun destino concreto.

No conseguia rehuir su mirada. No encontraba el modo de negarme a su jodido poder.

En mayo del 64 me detuvieron por robar en una tienda. Un vigilante de incognito me pillo cuando me llevaba seis banadores. Me detuvo y me abronco durante horas. Me pego en el pecho y me obligo a firmar un documento de reconocimiento de culpa. Me solto a las diez de la noche, mucho despues de la hora en que debia estar en casa.

Cuando llegue en bici al edificio en que viviamos vi una ambulancia. Mi padre estaba en la parte trasera, sujeto en una camilla. El conductor me dijo que acababa de sufrir un ligero ataque cardiaco.

Mi padre me fulmino con la mirada. «?Donde estabas?», preguntaban sus ojos.

Se recupero y regreso a casa. Volvio a fumar y a tomar Alka-Seltzer. Estaba condenado a morir. Yo estaba condenado a vivir, a mi modo. La vida se habia convertido en el show de Lee Ellroy. Se representaba ante publicos furiosos y nada impresionados de la escuela y de fuera de ella.

Provoque peleas con chicos mas pequenos. Force la entrada en el cobertizo situado detras de la autovia de Larchmont y robe botellas de refresco vacias por valor de sesenta dolares. Hice llamadas telefonicas obscenas. Llame con amenazas de bomba a institutos de toda la zona de Los Angeles. Revente un tenderete de perritos calientes, robe una cantidad de carne congelada y la arroje a la cloaca. Emprendi misiones cleptomanas y repeti undecimo grado con animo enfurrunado, holgazan y nazificado.

Cumpli los diecisiete en marzo del 65. Para entonces ya media un metro ochenta y cinco y las perneras de mis pantalones terminaban varios dedos por encima de los tobillos. Mis camisas estaban salpicadas de sangre y de pus debido a explosiones de acne. Yo queria que todo aquello terminara.

El viejo tambien se merecia un final rapido. Igual que la pelirroja. Pero yo sabia que mi padre resistiria y moriria lentamente, y sabia tambien que no queria presenciarlo.

En clase de lengua lance una proclama en favor de los nazis, debido a lo cual me expulsaron del instituto durante una semana. Cuando regrese, volvi a hacerlo. Esta vez la expulsion fue definitiva.

Me atraian lugares lejanos. El Paraiso asomaba justo mas alla del condado de Los Angeles. Le dije al viejo que queria alistarme en el Ejercito. El me dio permiso.

El Ejercito fue un grave error. Lo supe en el instante en que preste juramento.

Llame a mi padre desde el centro de reclutamiento y le dije que ya me habia alistado. El empezo a sollozar. Una vocecilla en la cabeza me decia: «Con esto lo has matado.»

Tome un avion con una docena de reclutas. Volamos a Houston, Texas e hicimos transbordo a Fort Polk, Luisiana.

Corrian los primeros dias de mayo. Fort Polk era un lugar caluroso, humedo y plagado de insectos, tanto voladores como rastreros. Unos sargentos de expresion severa nos pusieron en formacion y nos soltaron la primera arenga.

Entonces supe que mi vida bohemia habia terminado. Y quise largarme de alli de inmediato.

Un sargento nos envio al centro de recepcion de reclutas. «He cambiado de idea. Por favor, dejenme ir a casa», quise decir. Estaba seguro de que no podria soportar la disciplina y el trabajo duro que se avecinaba. Sabia que debia salir de aquella como fuera.

Llame a casa. El viejo respondio con incoherencias. El panico se apodero de mi y empece a suplicarle a un oficial, quien, tras escucharme y comprobar mi nombre, me envio a la enfermeria.

Me examino un doctor. Yo temblaba como una hoja y estaba en condiciones de ofrecer una buena representacion. Tenia miedo por mi padre y temia al Ejercito. Me encontre calculando ventajas en medio de un ataque de pavor.

El doctor me inyecto un potente tranquilizante. Regrese a mi dormitorio dando tumbos y cai redondo sobre mi litera.

Desperte despues de la merienda. Me sentia aturdido y arrastraba las palabras al hablar. Una idea fue tomando cuerpo en mi mente: lo unico que tenia que hacer era exagerar un poco mas mi expresion de temor por la seguridad de mi padre.

A la manana siguiente comence a tartamudear; resulte convincente desde la primera silaba. Como los actores del Metodo, sabia aprovechar los recursos que me ofrecia la vida real.

El sargento de mi peloton se trago la actuacion, aun cuando yo no era un autentico actor, sino un mero comicastro. Escribi una nota en la que expresaba mi grave preocupacion por mi padre. El sargento lo llamo y me dijo que por el modo en que hablaba no le parecia que estuviese muy bien.

Fui asignado a una unidad: Compania A, 2.° Batallon, 5.a Brigada de Instruccion. Desde el momento en que recibi el uniforme me calificaron de posible pirado. El comandante de la compania escucho mi torturado discurso y dijo que no era un elemento adecuado para aquel ejercito.

Un miedo real, autentico, dio forma a mi actuacion. Un sentido dramatico innato acabo de pulirla. En un instante de acaloramiento habria sido capaz de estallar de verdad. Mi cuerpo, largo y crispado, fue la herramienta de un gran actor.

Empece la instruccion basica. Soporte dos dias de marchas y de los acostumbrados ejercicios militares. Mis companeros de instruccion destacaban a mi lado; yo era un payaso tambaleante llegado de Marte.

El comandante de la compania me llamo a su despacho. Dijo que se me concedia un permiso de dos semanas y que la Cruz Roja me llevaria a casa. Mi padre acababa de sufrir otro ataque.

El viejo tenia un aspecto sorprendentemente bueno. Compartia habitacion con otro apoplejico, quien me hizo saber que todas las enfermeras estaban asombradas de la enorme cachiporra de mi padre. Lo comentaban entre risas y se la miraban mientras el dormia.

Durante dos semanas visite a mi padre cada dia. Le dije que volvia a casa para ocuparme de el. Hablaba en serio. El mundo exterior, el real, me impulsaba, por miedo, a querer al viejo una vez mas.

El permiso fue toda una descarga. Adorne mi uniforme con insignias sobrantes de guerra y me pasee por Los Angeles como si fuera todo un personaje. Llevaba alas de paracaidista, la insignia de infanteria de combate y cuatro galones de meritos en campana. Era el soldado raso mas autocondecorado de la historia militar.

A finales de mayo vole de regreso a Fort Polk. Volvi a mi fingido tartamudeo y actue ante un psiquiatra militar. El hombre recomendo que me licenciaran de inmediato. Su informe senalaba «dependencia extrema de figuras de apoyo», «bajo rendimiento en situaciones de estres» y «marcada incompetencia para el servicio militar».

La licencia fue concedida. El papeleo tardaria un mes en completarse.

Lo habia conseguido. Habia conseguido enganarlos. Los habia obligado a creerme.

La Cruz Roja llamo unos dias mas tarde. Mi padre acababa de sufrir otro ataque.

La Cruz Roja me llevo hasta el, de modo que pude verlo antes de que expirara.

Estaba demacrado, lleno de agujeros y manchado de desinfectante rojo; tenia tubos conectados a su nariz y a sus brazos.

Sostuve su mano derecha junto a la barandilla de la cama y le dije que se pondria bien. Sus ultimas palabras inteligibles fueron: «Trata de ligarte a todas las camareras que te sirvan.»

Una enfermera me condujo hacia una sala de espera. Al cabo de unos minutos, un medico entro para informarme de que mi padre habia muerto.

Era el 4 de junio de 1965. Habia sobrevivido a mi madre menos de siete anos.

Camine hasta Wilshire y alli tome un autobus de regreso al motel. Me force a llorar, igual que un dia habia hecho a causa de la pelirroja.

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