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El Ejercito me solto en julio. Obtuve una licencia general «en condiciones honorables». Era libre, blanco, y tenia diecisiete anos. Me dieron de baja justo cuando los que irian a Vietnam empezaban a prepararse.
Mis companeros reclutas seguirian una instruccion especial y lo mas probable era que despues los enviasen a Vietnam. Esquive sus balas con el aplomo de un actor del Metodo. Pase el ultimo mes en Fort Polk engullendo novelas policiacas. Segui tartamudeando y vagando por el dormitorio de la Compania A. Engane a todo el Ejercito de Estados Unidos.
Vole de nuevo a Los Angeles y fui directamente a mi antiguo barrio. Encontre un apartamento de una sola habitacion en el cruce de Beverly con Wilton. El Ejercito me habia mandado de regreso a casa con quinientos dolares. Falsifique la firma de mi padre en sus tres ultimos cheques de la Seguridad Social y los cambie en una tienda de licores. Mi cuenta bancaria engordo hasta alcanzar los mil dolares.
Mi tia Leoda prometio enviarme cien dolares cada mes. Me advirtio de que el dinero del seguro no iba a durarme siempre. Me inscribio para que obtuviera las ayudas de la Seguridad Social y de la Asociacion de Veteranos, una especie de pension minima de orfandad que terminaria cuando cumpliese dieciocho anos. Insistio en que volviera a la escuela. Los chicos que estudiaban con plena dedicacion seguian cobrando la pasta hasta los veintiun anos.
Tambien me dijo que se alegraba de que mi padre hubiese muerto. Seguramente la ayudaba a mitigar la pena que sentia por mi madre.
La escuela era para pelotilleros y espasticos. Mi lema era «Vive libre o muere».
Minna habia acabado en la perrera. Mi antiguo apartamento estaba cerrado a cal y canto. El propietario se habia quedado las pertenencias de mi padre a cambio de los alquileres atrasados. Mi nuevo cubil era una maravilla. Tenia cuarto de bano, una pequena cocina americana y una sala de tres metros y medio por uno y medio, con una cama empotrada. Llene las paredes con pegatinas derechistas y con varios desplegables de las
Durante una semana sali de casa con el uniforme. Pise la tumba de mi padre y alardee con mi traje verde del Ejercito cubierto de insignias inmerecidas. Me hice con un nuevo vestuario de Silverwoods y Desmond. Era puro estilo Hancock Park: camisas de algodon, jerseis de cuello redondo y pantalones de hilo.
Los Angeles estaba resplandeciente y hermoso. Sabia que justo alli, en mi ciudad natal, perseguia cierto destino jodido y cambiante.
Fui tirando con el dinero que tenia en el banco y empece a buscar trabajo. Encontre uno que consistia en repartir propaganda por la calle, pero lo deje, muerto de aburrimiento, al cabo de una semana. Luego estuve limpiando mesas en la parrilla Sizzler, una de las mas conocidas de Los Angeles, pero me despidieron porque se me caian los platos a montones. Despues encontre trabajo en la cocina de un Kentucky Fried Chicken, de donde me largaron por hurgarme la nariz delante de los clientes.
Tuve tres empleos diferentes en dos semanas. Reste importancia a mis fracasos y decidi pasar el verano sin trabajar.
Lloyd, Fritz y Daryl me redescubrieron. Yo tenia piso propio, lo cual me convertia en un lacayo viable.
Permitieron que entrase de nuevo en su pandilla, que se convirtio en quinteto con la aparicion de un chico brillante llamado George. Fritz y George iban a ingresar respectivamente en la USC y en la Cal-Tech. A Lloyd y a Daryl les quedaba por delante otro ano de instituto.
La pandilla se reunia en mi casa y en la de George. El padre de George, que se llamaba Rudy, era guardia jurado en las autopistas y un reconocido lider derechista. Se emborrachaba cada noche e insultaba a los liberales y a Martin Luther King, «ese mamon». Le encantaba lo de los «pasajes de barco para Africa» y desde el principio demostro un interes paternal por mi.
Tener amigos era estupendo. Dilapide los mil dolares invitandolos a parrilladas y al cine. Nos desplazabamos con el Fairlane del 64 de Fritz. Los paseos en bicicleta eran agua pasada.
Robaba casi todo lo que comia. Mi dieta se componia de filetes y chuletas que mangaba en los supermercados de las cercanias. A principios de agosto dos dependientes me saltaron encima cuando salia del Liquor & Food Mart. Me inmovilizaron contra el suelo, me sacaron un filete de los pantalones y llamaron a la pasma.
Llego la policia. Dos agentes me llevaron a la comisaria de Hollywood, me acusaron de hurto en tiendas y me pasaron a un tribunal de menores. El tipo queria ponerse en contacto con mis padres. Le dije que estaban muertos. Me solto que a los menores de dieciocho anos no les estaba permitido vivir solos.
Un poli me llevo a la prision de menores de Georgia Street. Llame a Randy y le dije donde estaba. El poli tramito los papeles de mi arresto y me metio en un dormitorio lleno de chicos con antecedentes muy duros.
Yo estaba asustado. Era el mayor del dormitorio y, sin duda, el mas indefenso. Me faltaban seis meses para la mayoria de edad. Hablaban el argot de los gangsters, se reian de mi y me ridiculizaban porque no sabia ese lenguaje. Llegue a imaginar que me quedaria alli para siempre.
Pero los chicos negros y mexicanos se enrollaron bien conmigo. Quisieron saber cual era mi «marron» y mis respuestas les parecieron divertidas.
Estuve tranquilo hasta que se apagaron las luces. La oscuridad disparo mi imaginacion. Me vi envuelto en una sarta de horrores carcelarios y llore hasta que el sueno me vencio.
Rudy me saco al dia siguiente. De algun modo se las ingenio para conseguir que me pusiesen en libertad bajo fianza de seis meses y me concedieran el estatus de «menor emancipado». Podia vivir solo, y Rudy seria mi guardian informal.
Fue un pacto magnifico. Yo necesitaba salir de la carcel y Rudy necesitaba publico para sus peroratas. Lloyd, Fritz y Daryl lo escuchaban a desgana. Yo me tragaba sus palabras de mierda.
Rudy era amigo de un grupo de polis chiflados, militantes de extrema derecha, que distribuian copias mimeografiadas del
Los Angeles ardia. Desee matar a los amotinados y reducir aquella ciudad a cenizas. El motin me excitaba. Aquello si que era delincuencia a lo grande, a escala extrapolable, incluso.
Rudy fue convocado para que cumpliese con su deber. Lloyd, Fritz y yo recorrimos los limites de la zona amotinada. Llevabamos pistolas de pequeno calibre. Proferimos burlas racistas y nos internamos hacia el sur hasta que la poli nos obligo a volver a casa.
A la noche siguiente lo hicimos de nuevo. La historia en directo era algo estupendo. Contemplamos los disturbios desde los telescopios de Griffith Park y vimos zonas de Los Angeles en llamas. Nos acercamos al valle, donde unos cuantos blancos palurdos y pobres quemaban una cruz en un solar sembrado de arboles de Navidad.
El motin se apago. Volvio a estallar en mi mente y domino mis pensamientos durante semanas.
Me montaba historias desde diversas perspectivas. A veces era un amotinado y a veces un poli antidisturbios. Vivi vidas que la historia habia jodido. Difundi empatia en torno a mi. Distribui proteccion moral de manera equitativa. Nunca analice la causa del motin ni profetice sus ramificaciones. Mi actitud publica consistia en «joder a los negros». Mis fantasias literarias concurrentes subrayaban la culpa de los polis blancos.
Nunca me plantee la contradiccion que esto suponia. Ignoraba que contar historias era mi unica voz verdadera.
La narrativa era mi lenguaje moral. En el verano de 1965 aun no lo sabia.
A Rudy le tenia sin cuidado lo que yo hiciera. El funcionario que controlaba mi libertad condicional se despreocupaba de mi. Continue robando y eludiendo el trabajo.
Deseaba tener tiempo libre. Tiempo libre significaba tiempo para sonar y cultivar mi percepcion de un destino importante. Tiempo libre significaba tiempo para ser presa del impulso.
Era un caluroso dia de mediados de septiembre. Me entraron ganas de emborracharme.
Camine hasta el Liquor & Food Mat y robe una botella de champan. Me la lleve al parque Robert Burns, la descorche y me la bebi entera.
Me puse en extasis. Estaba hiperefusivo. Me encontre con un grupo de chicas de Hancock Park y les conte