que levantarme, recoger las mantas y trasladarme a un lugar seco.
Vivir al aire libre era una mierda. Fui al Instituto Estatal del Empleo de California y consegui una lista de posibles trabajos. Una medium serbocroata me contrato para repartir publicidad en la calle.
Era la hermana Ramona. Elegia sus presas entre los negros y mexicanos pobres y transmitia su mensaje a traves de pasquines mimeografiados. Curaba a los enfermos y daba consejos financieros. Los pobres se agolpaban a su puerta. Ella les comia el coco a esos estupidos mamones todo lo que se merecian.
La hermana Ramona era una racista y fanatica derechista. Su marido me acercaba a los barrios de los pobres con bolsas de papel llenas de pasquines. Yo los metia por debajo de las puertas y en los buzones. Ninos y perros me seguian a todas partes. Los adolescentes se reian de mi y me trataban como a un papanatas.
El marido me daba dos dolares, lo que costaba el almuerzo del dia. Yo me lo gastaba todo en vino barato y moscatel. Flame-O tenia razon: me habia convertido en un borracho con todas las letras.
Junte algo de pasta y recupere el apartamento. Deje el trabajo de la hermana Ramona.
Un conocido del instituto me presento a una mujer que necesitaba un lugar donde alojarse. La tia prometio desvirgarme a cambio de un techo. Yo acepte la oferta, ansioso.
Se mudo al apartamento. Me desvirgo bajo coaccion. No se mostro encandilada por mi y mi espalda cubierta de acne la horrorizo. Me follo cuatro veces y me dijo que eso era todo lo que iba a darme. Yo estaba loco por ella, asi que le permiti que se quedara.
Me tenia hechizado. Me dominaba por completo. Se quedo conmigo tres meses, y entonces se declaro lesbiana. Acababa de conocer a una mujer y se iba a vivir con ella.
Aquello me destrozo por completo. Segui dandole al vodka y me patee el dinero del alquiler. El casero me desahucio de nuevo.
Volvi al Robert Burns Park y encontre un sitio siempre seco junto a un cobertizo de herramientas. Comence a pensar que la vida al aire libre no era tan dura al fin y al cabo. Tenia un lugar seguro donde dormir y podia merodear con Lloyd y pasarme el dia leyendo en bibliotecas publicas. Tambien podia afeitarme en los lavabos publicos y ducharme de vez en cuando en casa de Lloyd. Recupere cierta sensatez y segui por ese camino. Cambie de dieta, deje los filetes por la carne enlatada y visite las bibliotecas de todos los barrios de Los Angeles, en cuyos lavabos de hombres le daba al frasco. Durante las primeras semanas de vivir en la calle me lei la obra completa de Ross MacDonald. En el cuarto de Lloyd tenia una muda de ropa y de vez en cuando me daba un bano alli.
Corria otono del 68. En la Biblioteca Publica de Hollywood conoci a un chalado. Me hablo de los inhaladores Benzedrex. Se trataba de un descongestivo nasal que se vendia sin receta en pequenos tubos de plastico. Los tubos tenian un algodon empapado en una sustancia llamada profilexedrina. Se suponia que tenias que meterte el tubo en la nariz y esnifar unas cuantas veces, pero no debias tragarte los algodones, porque el subidon podia durarte diez horas. Los inhaladores de Benzedrex eran legales. Costaban sesenta y nueve centavos. Podias comprarlos y fardar de ellos en todo Los Angeles.
El chalado me sugirio que robase unos cuantos. Me gusto la idea; te permitia tener tu suministro de anfetas sin necesidad de contactos en el mundo de la droga o de receta medica. Robe tres inhaladores en una tienda Save-On y me los tome con un refresco.
Los algodones median cinco centimetros de largo y tenian el diametro de un cigarrillo. Estaban empapados de una solucion que olia a demonios. Inhale uno y contuve la reaccion de expulsarlo. Se quedo en su sitio y su efecto duro media hora.
El coloque fue feten. Se subia al cerebro y te tensaba los rinones. Era tan bueno como cualquier estimulante de los que vendian en las farmacias.
Regrese al Robert Burns Park y me pase la noche inhalando. El cuelgue me duro ocho horas y me dejo machacado y esquizofrenico. El vino barato me quito el malestar y me puso nuevamente euforico.
Habia encontrado algo que siempre podria tener.
Me aplique a ello con ahinco. Cada tres o cuatro dias robaba inhaladores y desaparecia. Me colocaba en los lavabos de hombres de la biblioteca y volvia al Robert Burns Park flotando. El impulso de la anfeta me proporciono las fantasias sexuales y delictivas mas elaboradas. Robe una linterna y algunas revistas porno y las integre en mi mundo privado.
La vida al aire libre no estaba nada mal. Le dije a la tia Leoda que me mandara los cien pavos a casa de Lloyd. Penso que vivia con un colega. Omiti explicarle que me habia convertido en un campista permanente.
Me olvide de integrar el factor lluvia en mi ecuacion de vida al aire libre, lo que me obligo a buscar un refugio. Encontre una casa abandonada en la Octava y Ardmore y me instale en ella.
Era un edificio de dos plantas sin luz ni agua corriente. En la sala habia un sofa con tapizado imitacion cuero. En el se dormia bien, y era comodo para masturbarse.
Tome posesion del lugar. Deje abierta la puerta delantera y cada vez que salia escondia mis cosas en un armario. Pensaba que estaba siendo discreto, pero me equivocaba.
Ocurrio a finales de noviembre. Cuatro polis tiraron la puerta a patadas y me apuntaron con sus pistolas.
Me arrojaron al suelo y me esposaron. Me clavaron esas grandes cacharras del calibre doce en la cara, me metieron en un coche, me llevaron a la comisaria de Wilshire y me empapelaron por allanamiento de morada.
Mi companero de celda era un chico negro acusado de robo a mano armada. Habia atracado una tienda de licores. Todo habia ido perfecto, pero advirtio que se le habia caido el peine afro en la escena del delito. Cuando volvio para recuperarlo el propietario lo reconocio. La pasma lo arresto alli mismo.
Yo estaba asustado. Aquello era peor que la prision de menores de Georgia Street.
Me interrogo un detective. Le dije que no habia entrado en la casa a robar, sino que dormia en ella. Me creyo y dejo los cargos en intrusion.
Un carcelero me llevo al ala en que estaban los reclusos que habian cometido delitos leves.
Se me paso un poco el miedo. Mis companeros de celda dijeron que nadie iba a parar a la carcel por intrusion y que lo mas probable era que me soltaran pronto.
Pase el sabado y el domingo en las celdas de la comisaria de Wilshire. Nos daban de comer dos veces al dia y un par de tazas de cafe. Los otros estaban alli por borrachos o por pegar a sus mujeres. Todos mentiamos sobre los beneficios que habiamos obtenido con nuestro delito y las mujeres a las que nos habiamos tirado.
El lunes por la manana, a primera hora, un autobus de la Oficina del Sheriff nos llevo al Palacio de Justicia. Fuimos conducidos a la Lincoln Heights Division, famosa por su calabozo para borrachos. Alli esperamos a que nos enviaran ante el juez. El calabozo tenia unos cuarenta metros cuadrados y estaba lleno de hombres de los bajos fondos. Los agentes nos lanzaban bolsas de comida, por las que habia que pelearse. Yo era alto y logre agarrar mi racion en el aire.
Pasaban las horas. Unos cuantos borrachos comenzaron a padecer el sindrome de abstinencia. Pasariamos ante el juez de diez en diez.
El juez resulto ser una mujer llamada Mary Waters. Los tipos del calabozo decian que era una vieja puta y antipatica.
Cuando estuve ante ella me declare culpable. Me espeto que parecia un profugo de la mili. Conteste que no. Decreto detencion sin fianza, pendiente de libertad condicional. Debia presentarme de nuevo en el juzgado el 23 de diciembre.
Estabamos a 2 de diciembre. Tenia por delante tres semanas movidas. Recobre la compostura. Un agente me esposo a una cadena de doce hombres. Otro nos llevo a un gran autobus blanco y negro.
El autobus nos condujo a la Prision Central del Condado. Era un edificio enorme, a dos kilometros al noroeste del centro de Los Angeles. Los tramites de admision duraron doce horas.
Los vigilantes nos registraron hasta las orejas y nos rociaron con una solucion antiparasitaria antes de que cambiaramos nuestra ropa por el uniforme de la prision. Nos hicieron analisis de sangre y nos pusieron varias vacunas. Nos pasamos horas yendo de un funcionario a otro. Cuando al fin me adjudicaron una celda ya eran casi las tres de la madrugada.
Eramos seis alli dentro, aunque el lugar estaba proyectado para cuatro. Un funcionario me indico que pusiera el colchon debajo de la litera inferior de la izquierda. Estaba tan cansado que me quede dormido en cuanto me acoste.