publicacion de Clandestine estaba prevista para algun momento del ano 82. Tenia un tercer libro terminado. Queria volver a empezar en algun nuevo local sexy.

Me traslade a Eastchester, Nueva York, a treinta kilometros al norte de la Gran Manzana. Alquile un apartamento en un sotano y consegui un trabajo de cadi en el Wykagyl Country Club. Tenia treinta y tres anos y me creia un autentico valor en alza. Queria probarme en Nueva York. Queria entrar a saco con la Dalia y encontrar a la mujer trascendental de la vida real que, estaba seguro, nunca encontraria en Los Angeles.

Nueva York era puro cristal de metadona. Se enredaba con mi vida en un mundo dual. Escribia en mi apartamento y cargaba bolsas de golf a cambio de un sueldo de subsistencia. Manhattan estaba a un latido de distancia. Manhattan estaba lleno de mujeres provocativas.

Mis amigos varones desdenaban mis gustos en cuestion de mujeres. Las estrellas de cine y las modelos me aburrian. Me gustaban las mujeres de negocios con trajes de chaqueta. Me gustaba la costura de una falda a punto de reventar a causa de los siete kilos de mas. Me atraian las personalidades serias. Me interesaban las visiones del mundo radicales y no programaticas. Desdenaba a diletantes, envidiosos, incompetentes, roqueros, seguidores de extranas terapias, ideologos chiflados y a todas las mujeres que no eran ejemplo del equilibrio entre el protestantismo del Medio Oeste y el libertinaje que habia heredado de Jean Ellroy. Me gustaban las mujeres atractivas mas que las que otros hombres consideraban guapas. Admiraba la puntualidad y la pasion y consideraba ambas como virtudes iguales. Era un fanatico moralista y sentencioso que actuaba en una dinamica tiempo perdido / vida recuperada. Esperaba de mis mujeres que observasen las reglas mas estrictas, se sometieran a la fuerza carismatica que yo pensaba poseer, me follaran hasta ponerme en coma y me sometieran a su carisma y a su rectitud moral sobre una base equitativa.

Todo eso era lo que deseaba. No lo que consegui. Mis aspiraciones eran ligeramente irrazonables. Las revisaba cada vez que conocia a una mujer con la que deseaba acostarme.

Rehacia a esas mujeres a la imagen de Jean Ellroy, salvo el alcohol, la promiscuidad y el asesinato. Yo era un tornado que pasaba por sus vidas. Tomaba el sexo y escuchaba sus historias. Les contaba la mia. Intente que funcionara una serie de emparejamientos, breves y mas prolongados, pero nunca me esforce tanto como las mujeres con quienes estaba.

Mientras lo hacia, aprendi cosas. Nunca rebaje mis expectativas romanticas. Era un tipo falso e imprevisible y un rompecorazones con una fachada convincentemente suave. En la mayor parte de mis asuntos de faldas yo llevaba la iniciativa cuando de poner fin a la relacion se trataba. Me encantaba cuando alguna mujer me veia las intenciones y me daba puertas primero. Yo nunca di puertas a mis expectativas romanticas. Nunca acepte un comentario tierno de amor. Me sentia mal por las mujeres con quienes follaba. Con el tiempo, me acerque a las mujeres con menos ferocidad. Aprendi a disimular mi ansia, que pasaba directamente a mis libros, cada vez mas obsesivos.

Yo era una antorcha perpetua con tres llamas.

Mi madre. La Dalia. La mujer que yo sabia que Dios me daria.

Escribi cuatro novelas en cuatro anos. Mantuve separados mis dos mundos, Eastchester y Manhattan. Me sentia cada vez mejor. Desencadene una especie de fenomeno de culto y elabore un album de recortes de revistas de cuatro estrellas. Los anticipos que me daban por mis libros se incrementaron. Jubile mis zapatos de cadi. Me encerre durante un ano y escribi La dalia negra. El ano paso volando. Vivi con una mujer muerta y con una docena de hombres malos. Betty Short me guio. Construi el personaje a partir de diversos aspectos del deseo masculino e intente describir el mundo de hombres que habia sancionado su muerte. Cuando acabe la ultima pagina, llore. Dedique el libro a mi madre. Sabia que podia unir a Jean con Betty y encontrar oro de veinticuatro quilates. Financie mi propia gira de promocion. Hice publico el vinculo. Converti La dalia negra en un best-seller nacional.

Conte una docena de veces la historia de Jean Ellroy y la Dalia. Reduje la narracion a fragmentos de sonido y la vulgarice en aras de la accesibilidad. Procedi a contarla con desapasionamiento minucioso. Me retrate como un hombre formado por dos mujeres asesinadas y por un hombre que ahora vivia en un plano por encima de tales cuestiones. Mis actuaciones en los medios eran convincentes a primera vista y faltas de sinceridad cuando se reflexionaba sobre ellas. Explotaban la desacralizacion de mi madre y me permitian trocear su recuerdo en porciones manejables.

La dalia negra fue mi libro decisivo. Era pura pasion obsesiva y una elegia a la patria chica. Queria seguir en los anos cuarenta y en los cincuenta. Queria escribir novelas mas ambiciosas. Sentia la llamada de unos hombres malvados que hacian cosas perversas en nombre de la autoridad. Deseaba mearme en el mito del noble solitario y exaltar a policias dedicados a joder a los privados de derechos civiles. Queria canonizar el Los Angeles secreto que habia vislumbrado, por primera vez, el dia en que murio la pelirroja.

La dalia negra quedaba atras. Mi gira promocional cerraba un transito de veintiocho anos. Comprendi que debia dejar atras el libro. Supe que podia volver al Los Angeles de los anos cincuenta y reescribir esa antigua pesadilla segun mis propias especificaciones. Era mi primer mundo separado. Supe que podia extraerle sus secretos y contextualizarlos, reclamar el tiempo y el lugar, cerrar el paso a aquella pesadilla y forzarme a encontrar otra nueva.

Escribi tres secuelas de La dalia negra y denomine a esa obra colectiva «El cuarteto de Los Angeles». Mi reputacion y mi imagen publica se agrandaron como una bola de nieve. Conoci a una mujer, me case y me divorcie de ella en el plazo de tres anos. Rara vez pensaba en mi madre.

Deje de centrarme en el Los Angeles de los anos cincuenta y me pase a la Norteamerica de la era de Jack Kennedy. El salto modifico mi ambito geografico y tematico y me impulso hasta la mitad de una nueva novela negrisima. El Los Angeles de los anos cincuenta quedaba atras. Jean Ellroy, no. Conoci a una mujer y ella me empujo hacia mi madre.

El nombre de la mujer era Helen Knode. Escribia para un periodico izquierdoso llamado L.A. Weekly. Nos conocimos. Nos emparejamos. Nos casamos. Fue un amor extravagante. Fue un reconocimiento mutuo con el motor a seis mil revoluciones por minuto.

Progresamos. Las cosas fueron cada vez mejor. Helen era hiperbrillante. Era todo elevada rectitud y risas profanas. Dos imaginaciones desatadas se combinaron y colisionaron.

Helen estaba obsesionada con el siempre desconcertante asunto de la relacion entre hombres y mujeres. Lo disecaba, lo satirizaba, lo desmontaba y volvia a montarlo. Se lo tomaba a broma y se burlaba de mi enfoque melodramatico del tema.

Se concentro en mi madre. La llamaba «Geneva». Imaginabamos escenas en las que aparecian mi madre y algunos hombres famosos de su epoca. Nos partiamos de risa. Metimos a Geneva en la cama con Porfirio Robirosa y criticamos la misoginia americana. Geneva volvia heterosexual a Rock Hudson, Geneva le daba unos meneos a JFK y lo volvia monogamo. Hablamos una y otra vez de Geneva y de la polla monolitica de mi padre. Nos preguntabamos por que cono no me habria casado con una pelirroja.

Helen encontro la foto. Me insto a estudiarla. Era la abogada de mi madre y su agente provocadora.

Me conocia. Cito a un autor teatral muerto y me llamo bala perdida sin otra cosa que un futuro. Comprendia mi falta de autocompasion. Sabia la razon de mi desprecio a todo lo que pudiese limitar mi impulso hacia delante. Sabia que las balas no tienen conciencia. Pasan ante las cosas a toda velocidad y fallan el blanco tan a menudo como aciertan en el.

Helen queria que conociera a mi madre. Queria que descubriese quien era y por que habia muerto.

15

Aparque delante de la Brigada de Homicidios. Bebi un trago de cafe en el coche e hice un poco de tiempo. Pense en las fotos de la escena del crimen.

La habia visto muerta. La habia visto por primera vez desde que aun estaba viva. No guardaba ninguna foto de ella. Lo unico que tenia eran retratos mentales, vestida y desnuda.

Los dos eramos altos. Yo tenia sus facciones y la tez de mi padre. Estaba volviendome gris y calvo. Ella habia muerto con la cabeza cubierta de brillantes cabellos rojizos.

Subi y llame al timbre. Me respondio el crepitar de un altavoz situado sobre la puerta. Pedi por el sargento Stoner.

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