empezaban y terminaban en mi madre. Bill y yo eramos coacusados procesables. Estabamos encausados por el tribunal de Preferencias en las Victimas de Asesinato. Nos sentiamos inclinados hacia las victimas femeninas. ?Por que sublimar el deseo cuando este puede utilizarse como instrumento de percepcion? La mayoria de las mujeres morian a causa del sexo. Se trataba de la justificacion de un miron. Bill era un detective profesional. Sabia mirar, o cribar, o distanciarse de sus descubrimientos y conservar la compostura profesional. Yo podia evadirme de tales limitaciones. No tenia que consolidar pruebas demostrables ante un tribunal. No tenia que establecer unos motivos coherentes y explicables. Podia revolcarme en la vida sexual de mi madre o de otras mujeres muertas. Podia ordenarlas por categorias y reverenciarlas como a hermanas en el horror. Podia mirar y cribar y comparar y analizar y construir mi propio surtido de vinculos sexuales y no sexuales. Podia declararlos validos para todo el genero y atribuir un amplio abanico de detalles a la vida y la muerte de mi madre. No andaba tras los pasos de sospechosos activos. No intentaba que los hechos se adecuaran a ninguna tesis preestablecida. Lo que intentaba era saber. Andaba tras mi madre como elemento de verdad. Ella me habia ensenado algunas verdades en una alcoba a oscuras. Queria devolverle el gesto. Queria honrar en ella a todas las mujeres asesinadas. Aquello sonaba rotundamente ampuloso y egoista. Me decia que estaba contemplando la vida en la Autopista de los Cuerpos Abandonados. Hacia que reviviese, en una reposicion perfecta, aquel momento en el merendero. En ese preciso instante me senalaba un camino.
Yo tenia que conocer su vida igual que conocia su muerte.
Me aferre a la idea. La abrigue en privado. Volvimos al trabajo.
Nos reunimos con los periodistas de
Llamo una mujer joven. Delato a una anciana. Dijo que esta vivia en El Monte. La anciana trabajaba en la Packard-Bell hacia 1950. Era rubia y llevaba cola de caballo.
Encontramos a la mujer. Su conducta no despertaba sospechas. No recordaba a mi madre ni que hubiese sido companera suya en Packard-Bell Electronics.
Aparecio
Aparecio el
Nos reunimos con el hombre. Obtuvimos algunos nombres. Los repasamos con Dave Wire y el jefe Clayton, quienes recordaban a algunos habituales de los bares en esa epoca. Ninguno de ellos se parecia a nuestro Hombre Moreno. Introdujimos los nombres en nuestros tres ordenadores y no encontramos datos acerca de ellos.
Llamo un periodista de Associated Press. Queria escribir un articulo sobre la investigacion que estabamos llevando a cabo. Se publicaria en todo el pais. El reportero aseguro que incluiria nuestro numero de telefono 1- 800. Acepte la propuesta.
Lo llevamos a El Monte. El reportero escribio su articulo. Aparecio publicado en numerosos periodicos. Los editores lo destrozaron. La mayoria de ellos suprimio el numero 1-800. Tuvimos muy pocas llamadas. Telefonearon tres videntes. Telefoneo la dama de la Dalia Negra. No telefoneo nadie para decir que conocia a la Rubia, ni nadie que afirmase haber conocido a mi madre.
Repasamos otra vez los nombres que considerabamos clave. Queriamos asegurarnos. Pensabamos que podiamos encontrar algo nuevo en los bancos de datos. No fue asi. Ruth Schienle y Greene
Bill tuvo un presentimiento y llamo a Duane Rasure. Este encontro sus notas sobre Will Lenard Miller y nos las envio. Las leimos y descubrimos seis nombres relacionados con Airtek. Dos de los mencionados aun vivian. Ambos recordaban a mi madre. Dijeron que trabajaba en Packard-Bell antes de incorporarse a Airtek. El nombre de Nikola Zaha no les sonaba. Tampoco fueron capaces de identificar a ninguno de los novios de mi madre. En cambio, nos proporcionaron mas nombres de Airtek. Comentaron que Ruth Schienle se habia divorciado de su marido y se habia casado con un hombre llamado Rolf Wire. Al parecer, Rolf habia muerto. Buscamos los nombres de Rolf y Ruth Wire en nuestros tres ordenadores y no obtuvimos informacion alguna. Buscamos los nuevos nombres de Airtek y tampoco encontramos nada. Nos acercamos a la oficina central de Pachmyer Group. Bill dijo que no nos permitirian husmear en sus expedientes personales. Yo propuse que lo intentasemos, de todos modos. Ya no estaba buscando pistas sobre el Hombre Moreno. Ahora, seguia pistas acerca de mi madre.
La gente de Pachmyer se mostro sumamente cortes. Nos dijo que la division Airtek habia cerrado en el 59 o el 60 y que todos los ficheros de la empresa habian sido destruidos.
La perdida de esta informacion me supo muy mal. Mi madre habia trabajado en Airtek desde septiembre del 56 y yo queria saber como era entonces. La nueva investigacion sobre Jean Ellroy duraba ya trece meses.
O.J. Simpson fue absuelto. Los Angeles rezumaba apocalipsis. Los medios de comunicacion se volvian locos tras las palabras «posibles ramificaciones». Todos los asesinatos las tenian. Que se lo preguntaran a Gloria Stewart o a Irv Kupcinet. El caso Simpson crisparia a los supervivientes inmediatos de los muertos. Los Angeles lo encajaria.
Tarde o temprano, un hombre muy famoso tenia que matar a una mujer muy hermosa. El caso dejaria a la vista, microscopicamente, un estilo de vida aun mas sexual y absurdo. Los medios de comunicacion machacarian a O.J. y convertirian el caso en un suceso aun mas extraordinario.
Yo queria volver a casa. Queria ver a Helen. Queria escribir este recuerdo. Las mujeres muertas me retenian y me impedian hacerlo. Habian muerto en Los Angeles y me decian que me quedara por alli un tiempo, todavia. Yo estaba quemado como detective. Estaba frito hasta las pestanas de tantas consultas negativas en los bancos de datos y de tanta informacion imprecisa y erronea. Tenia a la pelirroja dentro de mi. Podia llevarmela donde fuese. En mi ausencia, Bill seguiria las pistas y hurgaria en los detalles de su vida.
Me quede para probar suerte con unos nuevos fantasmas recien aparecidos.
Fui cuatro veces a la central, por mi cuenta. Consulte antiguos Libros Azules. Relei de cabo a rabo varios casos cerrados. No disponia de fotos de la escena del crimen, pero me la imagine. Lei informes sobre cadaveres encontrados, sobre autopsias y sobre antecedentes y repase mentalmente mi propia historia de mujeres viviseccionadas. Mire. Filtre. Me sumergi. No compare ni analice como creia que haria. Las mujeres aparecian como individuos. No me devolvian a mi madre. No me ensenaban nada. Yo no podia protegerlas ni vengar su muerte. No podia honrarlas en el nombre de mi madre porque, en realidad, no sabia quienes eran. Ni siquiera sabia quien era ella. Solo tenia algunos indicios y unos deseos enormes de saber mas.
Empece a sentirme una especie de ladron de tumbas. Sabia que ya no me quedaba nada por hurgar acerca de la muerte. Pero aun deseaba atar ciertos cabos respecto a la pelirroja. Queria recoger mas informacion, guardarla y llevarmela a casa. Me invente unas justificaciones de ultimo momento para seguir en Los Angeles. Idee anuncios para periodicos y publirreportajes y campanas por via informatica. Bill dijo que nada de todo aquello tenia sentido. Lo que debiamos hacer, segun el, era interrogar a los Wagner de Wisconsin. Decia que me veia asustado. Bill no reflexionaba. No tenia que hacerlo. Sabia que mi madre me habia hecho unico. Sabia que yo la abrazaba con egoismo. Los Wagner tenian sus opiniones, que podian contraponerse a las mias. Podian darme una buena acogida e intentar convertirme en un tipo docil con una familia extensa. Tenian una opinion de mi madre, sin duda, pero yo no queria compartir la mia. No queria romper el hechizo de nosotros dos y de lo que me habia hecho.
Bill estaba en lo cierto. Comprendi que era momento de regresar a casa.