con la mirada perdida y ajena al collar de rubies que Onolorio le habia comprado… algo que el no dejo de notar.

Sin que ella lo supiera, ordeno a su escolta que montara guardia frente al lugar. Aunque no se habia tropezado con Leonardo, sospecho que la actitud de Mercedes se debia a aquel petimetre. Era un asunto que tendria que acabar de resolver. Una cosa era que el tipejo se acostara con ella, y otra que siguiera pensando en el cuando estaban juntos. Todo tenia un limite y Onolorio se lo habia advertido.

Dos veces se encontro con Leonardo, que nego saber de que le hablaba. Onolorio no se dio por vencido. Algo extrano estaba ocurriendo y decidio vigilar desde las cuatro de la tarde, cuando empezaban a llegar los clientes.

Por suerte, Jose no era uno de ellos. Habia decidido visitar a Mercedes durante los mediodias, cuando ella parecia mas descansada y apenas habia personas en el lugar; pero se propuso llenar las noches con su recuerdo.

No tardo en llegar a Onolorio la historia de las serenatas. Cada noche, algun trovador solitario, o un duo, o un trio, se acercaba a la ventana de Mercedes para entonar el bolero de ocasion. La primera semana, Onolorio intento averiguar quien era el perpetrador. La segunda, los matones la emprendieron a guitarrazos contra los infelices cantantes. La tercera, destrozo tres ramos de rosas -sin remitente, pero con destinataria- que un mensajero dejo en manos de dona Cecilia. La cuarta, amenazo con golpear a Mercedes si no le decia el nombre de su galan. La quinta, cuando Pepe llego despues del mediodia, Mercedes tenia un ojo amoratado.

– Recoge tus cosas -le dijo Jose-. Nos vamos de aqui.

– No -respondio la voz del demonio-. Yo no me marcho.

Su mirada le dolio tanto que, por primera vez, ella se justifico.

– Tus padres nunca me aceptaran.

– Si yo te acepto, ellos lo haran.

La joven lucho contra el espiritu que dominaba su voluntad.

– Onolorio no dejara de buscarnos -insistio ella- Nos matara.

Jose la beso brevemente en los labios y el demonio retrocedio aturdido.

– Confia en mi.

Ella asintio, sacudida por una angustia de muerte.

– Ve recogiendo tus cosas -propuso el-. Esperame en la puerta del fondo, pero no te preocupes si me demoro un poco.

Y eso lo decia porque, antes de buscar las maletas, debia ir a casa de sus padres.

Guabina le alcanzo un vaso de agua helada que Angela se bebio entre sollozos. Pepe le habia dado la noticia, y la pobre mujer no queria ni pensar en lo que ocurriria cuando su marido se enterara. Llevar una prostituta a su casa. ?Como habia sucedido semejante cosa? Un muchacho bien criado, que estudiaba una carrera… ?Como Dios permitia aquello?

Guabina se sento a su lado, incapaz de consolarla. No se atrevia. Sobre todo porque, junto al rincon donde reposaban sus santos, habia vuelto a aparecer aquel espiritu que le avisaba de cualquier peligro. La mujer se habia quedado muda del susto. Alli estaba, agachado en su habitual pose de espera. Algo sucederia si no tomaba cartas en el asunto.

Fue hasta la sopera blanca de Obba, una de las tres diosas «muerteras», la enemiga mortal de Oshun. Solo ella podria ayudarla a arrebatarle una victima a aquel fantasma.

Se enfrento a la sopera, hizo sonar las piedras y rezo una oracion ante las imagenes de los santos catolicos y africanos que llenaban el altar. Angela la miro por encima de su panuelo, esperanzada ante los poderes de la mulata vidente. El sonido de las piedras estallo en la habitacion y salto por las paredes como una risa cloqueante y enloquecida.

Ya habia pasado una hora desde que Pepe se marchara. Tal vez se habia arrepentido. ?A que hombre normal se le ocurriria llevar una prostituta a casa de sus padres? No, Jose era distinto. Mercedes estaba segura de que regresaria. Algun percance le habria retrasado. Demasiado inquieta para esperarlo en su habitacion, arrastro dos maletas a lo largo del pasillo en direccion a la salida del fondo. Ya regresaba por la tercera cuando una mano le doblo el brazo y la hizo ponerse de rodillas.

– No se adonde crees que vas. -Onolorio apuntaba a su rostro con una navaja abierta-. Ninguna mujer, oyeme bien, ninguna me ha abandonado. Y tu no vas a ser la primera.

La agarro por los cabellos y la sacudio con tanta fuerza que Mercedes grito, sintiendo que las vertebras del cuello se le quebraban.

– ?Dejala tranquila!

La voz surgio del patio. De reojo, porque la posicion de su cabeza le impedia hacer otra cosa, vio acercarse a Leonardo.

– Si no la dejas, llamo a la policia.

– ?Ahora todo esta claro! -dijo Onolorio sin soltarla, blandiendo la navaja cerca de su vientre-. Asi es que los tortolitos iban a fugarse.

Mercedes comenzo a rezar por que Jose no apareciera ahora.

– No se de que estas hablando -aseguro Leonardo-, pero ahora mismo vas a entregarme a esa mujer o terminas en la carcel.

– Te la voy a entregar… despues que acabe con ella.

Mercedes sintio un frio en su costado. Aterrada, sabiendo que ya nada podia perder, excepto la vida que comenzaba a escaparsele, clavo un codo con todas sus fuerzas en las costillas del hombre que, sorprendido, la solto.

Con un instinto mas cercano a la supervivencia que a la lucha por una hembra, Leonardo se lanzo contra el otro. Ambos se enredaron en una batalla feroz que Mercedes, demasiado mareada, no pudo seguir. Mientras trataba de contener la sangre, algo tiro de sus entranas como si tambien quisiera escapar por la herida. Algo, que no era su alma, la abandonaba a reganadientes. Su vista se nublo. Escucho gritos -unos gritos agudos y aterrados de mujer-, pero el mundo daba tantas vueltas que cayo al suelo, aliviada de haber hallado un sitio que la sostuviera.

Antes de que Jose llegara a la puerta, supo que habia ocurrido algo terrible. Varias mujeres gritaban histericas en la calle y habia policias por doquier.

Cuando entro, tuvo que apoyarse en una pared. Dos hombres se desangraban en medio del patio. Uno de ellos, cuyo rostro le resulto familiar, yacia inmovil en el cemento. El otro, un mulato de mal aspecto, se arrastraba aun sobre su vientre; pero Jose comprendio que no viviria mucho.

El patio habia quedado momentaneamente vacio. Las mujeres seguian gritando en la calle y la policia habia salido en busca de auxilio. Jose se acerco a la unica persona que le interesaba. Mercedes respiraba agitada, pero suavemente.

– Por Dios, ?que ha pasado? -murmuro sin esperar respuesta.

El aliento sibilante del mulato llego a el, desde el otro extremo del patio.

– Si me muero de esta, juro que me vengare de todas las putas desde el otro mundo -mascullo en direccion a Mercedes, aunque ella no parecia escucharlo-. No hallaran paz aqui, ni en el infierno.

El hombre bajo la cabeza, vomito un buche de sangre y quedo con la nariz clavada en el suelo.

– Jose -susurro Mercedes, sintiendo crecer una ola tibia en su pecho; y supo que esa frialdad que la habitara durante anos se marchaba definitivamente con la sangre que salia de su herida.

Guabina oraba, haciendo chocar las piedras de Obba. Angela se habia quedado dormida, como si la fuerza del hechizo hubiera agotado sus fuerzas. De pronto, Guabina dejo de rezar. Habia escuchado un ruido a sus espaldas, mas bien un sonido gutural, un crujido inconexo como la vibracion de un papel agitado por el viento. Se volvio para enfrentarse a aquel espiritu mensajero de desgracias. Alli estaba, acuclillado como siempre, el indio mudo y plagado de cicatrices, asesinado siglos atras, cuya alma continuaba aferrada a aquel trozo de ciudad por razones que ella desconocia. La imagen comenzo a temblar como si un huracan intentara deshacerla, y Guabina comprendio que seria la ultima vez que lo veria. El indio habia llegado para avisarle de un peligro enorme, pero el peligro ya habia pasado. La mujer respiro aliviada y se volvio para despertar a su amiga, tras decir adios a la

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