Eso era. Se habia empenado en darle vueltas a un asunto que debio haber terminado. Sin duda se habia equivocado, pero aquella comprension tardia no le sirvio de consuelo.

A partir de ese instante dejo de maquillarse, de comer, y hasta de salir, excepto para ir a la oficina. Asi la encontro Lisa, echada sobre el sofa y rodeada de tazas de tilo, una tarde en que fue a verla para llevarle otro testimonio que acababa de grabar. Contrario a lo que esperara, Cecilia no mostro ningun entusiasmo. Sus sentimientos hacia Roberto habian relegado a un segundo plano el asunto de la casa.

– Eso no es saludable -le dijo Lisa, tan pronto como se entero-. Vas a venir conmigo.

– No se me ha perdido nada afuera.

– Eso lo veremos. ?Vistete!

– ?Para que?

– Quiero que me acompanes a un sitio.

Solo a mitad de camino le dijo que la llevaba a ver una cartomantica que vivia en Hialeah. La mujer compraba productos en su tienda y, siempre que la recomendaba, los clientes le hablaban maravillas de ella.

– Y no se te ocurra quejarte -anadio Lisa-, que la consulta te sale gratis gracias a mi.

Molesta, pero decidida a sobrellevar el asunto lo mejor posible, Cecilia se reclino en el asiento del auto. Se haria la idea de que estaba en una funcion de teatro.

– Te esperare en la sala -susurro Lisa cuando tocaron a la puerta.

Cecilia no contesto; pero su escepticismo recibio una sacudida cuando la cartomantica, tras barajar el mazo de cartas y pedir que lo dividiera en tres, desplego el primero y pregunto:

– ?Quien es Roberto?

Cecilia brinco en su silla.

– Un novio que tuve -musito-. Una relacion pasada.

– Pero todavia estas en ella -afirmo la sibila-. Hay una mujer pelirroja que tambien tuvo que ver con ese hombre. Le ha hecho un amarre, porque sigue obsesionada con el. No deja de llamarlo, no lo suelta.

Cecilia no podia creer lo que escuchaba. Roberto le habia hablado de esa relacion que termino antes de que ellos se conocieran; y era cierto que la mujer lo habia seguido llamando porque el mismo se lo conto, pero eso del maleficio…

– No puede ser -se atrevio a contradecirla-. Esa muchacha nacio aqui y no creo que sepa nada de brujerias. Trabaja en una compania de…

– Ay, m’hijita, que inocente eres -le dijo la anciana- Las mujeres recurren a cualquier cosa con tal de recuperar a su hombre, no importa donde hayan nacido. Y esta -miro de nuevo sus cartas-, si no ha hecho el amarre con brujeria, lo ha hecho con su mente. Y creeme que los pensamientos, cuando estan llenos de rabia, son muy daninos.

La mujer hizo otra tirada de cartas.

– ?Que hombre tan raro! -dijo-. En el fondo, cree en el mas alla y en los hechizos, pero no le gusta admitirlo. Y si lo hace, enseguida trata de pensar en otra cosa… ?Muy extrano! -repitio y levanto la vista para mirarla-. Tu lo quieres mucho, pero no creo que ese sea el hombre para ti.

Cecilia la miro con tanto desconsuelo que la vieja, un tanto compadecida, anadio:

– Bueno, haz lo que quieras. Pero si quieres oir mi consejo, deberias esperar por algo distinto que aparecera en tu vida.

Volvio a recoger el mazo y le pidio que lo dividiera.

– ?Ves? Aqui sale de nuevo. -Y fue senalando las cartas a medida que las leia-. La pelirroja… El demonio… Ese es el trabajo que te dije… ?Jesus! -La mujer se persigno, antes de seguir mirando las cartas-. Y este es el hombre que aparecera, alguien que tiene que ver con papeles: alto, joven, quizas dos o tres anos mayor que tu… Si, definitivamente trabaja con papeles.

La mujer volvio a barajar las cartas.

– Escoge tres grupos. Cecilia obedecio.

– No te preocupes, m’hijita -anadio la pitonisa, mientras estudiaba el resultado-. Tu eres una persona muy noble. Te mereces al mejor hombre, y ese va a aparecer mas pronto de lo que te imaginas. Quien va a perderse a la gran mujer es ese otro por el que ahora lloras. A menos que sus guias lo iluminen a tiempo, quien saldra perjudicado sera el. -Levanto la vista-: Se que no va a gustarte esto, pero deberias esperar por el segundo hombre. Es lo mejor para ti.

Sin embargo, cuando Roberto la llamo, acepto su invitacion para cenar con otras dos parejas. Todavia se aferraba a el, tanto como el a ella… o eso le dijo: no habia podido sacarla de su mente en todos esos dias. ?Por que no salian juntos otra vez? Irian a aquel restaurante italiano que a Cecilia le gustaba tanto porque sus paredes recordaban las ruinas romanas de Caracalla. Pedirian ese vino oscuro y espeso, con un aroma a clavo que punzaba el olfato… Si, Roberto habia pensado en ella cuando escogio aquel lugar.

Todo fue bastante bien al inicio. Los amigos de Roberto trajeron a sus respectivas esposas, llenas de joyas y miradas inexpresivas. Cecilia termino su cena en medio de un aburrimiento mortal; pero estaba decidida a salvar la noche.

– ?Les gusta bailar? -pregunto.

– Un poco.

– Bueno, conozco un sitio donde se puede oir buena musica… si es que les gusta la musica cubana.

El bar era un manicomio esa noche. Quizas fuera culpa del calor, que trastocaba las hormonas, pero los asistentes al local parecian mas estrafalarios que de costumbre. Cuando entraron, una japonesa -solista de un grupo de salsa nipon- cantaba en perfecto espanol. Habia llegado alli despues de una funcion en la playa, pero termino subiendo al escenario con una banda de musicos que se habia ido formando desde el comienzo de la noche. Tres concertistas canadienses se unieron al jolgorio. En la pista y las mesas, el delirio era total. Gritaban los italianos en una mesa cercana, vociferaban los argentinos desde la barra, y hasta un grupo de irlandeses bailaba una especie de jota mezclada con algo que ella no pudo definir.

Roberto decidio que habia demasiada gente en la pista. Bailarian cuando hubiera mas espacio. Cecilia suspiro. Eso no ocurriria nunca. Mientras el seguia conversando con los hombres, la muchacha comenzo a replegarse. Se sentia fuera de lugar, sobre todo frente a esas mujeres que parecian estatuas de hielo. Trato de inmiscuirse en la conversacion de los hombres, pero estos hablaban de cosas que ella no conocia. Aburrida, recordo a su antigua amiga. Pero en la mesa donde solia sentarse, unos brasilenos gritaban como desquiciados. Una chica que servia tragos paso junto a Cecilia.

– Oye -murmuro, sujetandola por una manga-. ?No has visto a la senora que se sienta a aquella mesa?

– A las mesas se sientan muchas senoras.

– La que te digo siempre esta alli.

– No me he fijado -concluyo la muchacha y siguio su camino.

Roberto trataba de dividir su atencion entre Cecilia y sus amistades, pero ella se sentia perdida. Era como caminar a tientas por un territorio desconocido. Tres nuevos conocidos de Roberto se acercaron a la mesa, todos muy elegantes y rodeados de mujeres demasiado jovenes. A Cecilia no le gusto ese ambiente. Olia a falsedad y a interes.

La cancion termino y los animos se sosegaron un poco. Los musicos abandonaron el escenario para descansar, mientras la pista volvia a iluminarse. Por los altavoces se escucho una grabacion, famosa en la isla cuando ella era muy pequena: «Herido de sombras por tu ausencia estoy, solo la penumbra me acompana hoy…». Sintio algo en el ambiente, como una especie de impresion indefinida. No pudo entender que era. Y de pronto la vio, esta vez sentada al final de la barra.

– Voy a saludar a una amiga -se disculpo.

Mientras se abria paso entre los bailadores que regresaban a la pista, busco en la oscuridad. Alli estaba, agazapada como un animal solitario.

– Un Martini -pidio al barman, y enseguida rectifico-. No, mejor un mojito.

– Mal de amores -observo Amalia-. Lo unico que persiste en el corazon humano. Todo termina o cambia, menos el amor.

– Vine aqui porque deseo olvidar -explico Cecilia-. No quiero hablar de mi.

– Pense que deseabas compania.

– Si, pero para pensar en otras cosas -dijo la joven, probando un sorbo del coctel que acababan de dejar

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