bromas y ocuparon sus puestos en la cabina.
Amalia adoraba esas grabaciones. De su padre habia heredado la pasion por la musica. O mejor dicho, de su abuelo Juanco, el verdadero fundador del negocio que luego pasara a su hijo. Jose no dudo un segundo en abandonar su carrera de medico por aquel mundo lleno de sorpresas.
A padre e hija tambien les fascinaban las tertulias que surgian despues de las grabaciones, donde se enteraban de los chismes de aquella Habana bohemia de principios de siglo. Asi escucharon del historico despiste de Sarah Bernhardt que, furiosa porque el publico cubano cuchicheaba en medio de su funcion, quiso insultarlos gritandoles que eran unos indios con levitas, pero como en la isla ya no quedaban indios, nadie se dio por aludido y todos siguieron hablando como si tal cosa. O se reian de las locuras de los periodistas locales, que cada noche sacaban un microfono a la azotea para transmitir a toda la isla el canonazo de las nueve, disparado en La Habana desde la epoca de los piratas… Eran jornadas gozosas que, anos despues, atesorarian en sus recuerdos.
A Amalia le gustaba salir con dona Rita, y a dona Rita con ella; y ultimamente, cuando queria irse de tiendas, la mujer pasaba por el local donde la nina ayudaba a clasificar las grabaciones, despues de clases.
– Prestemela un ratico, don Jose -rogaba la actriz con aire tragico-. Es la unica persona que no me atormenta y que me ayuda a encontrar lo que quiero.
– No faltaba mas -aceptaba el padre.
Y las dos se iban muy juntitas, como colegialas, a recorrer las lujosas tiendas y a admirar esas vitrinas que hasta los europeos envidiaban. Entre chismes y risas, se probaban montones de ropas. La actriz se aprovechaba de la adoracion que despertaba en cualquier sitio para pedir a las empleadas que trajeran mas y mas cajas de sombreros y zapatos, chales, abrigos de pieles y todo tipo de accesorios. Al regreso, merendaban helados y dulces empapados en almibar, y algunas veces terminaban en el cine.
Una tarde, despues de comprar algunas cosas -incluidos un par de primorosos zapatos para la jovencita-, Rita propuso algo nuevo.
– ?Alguna vez te han leido las cartas?
– ?Las cartas?
– Si, los naipes. Como hacen las gitanas.
– ?Ah! Eso de la suerte.
– Y el futuro, mi nina.
Amalia no sabia lo que eran las gitanas, pero estaba segura de que nadie le habia leido su futuro.
– Por aqui vive una persona que puede hacerlo -dijo dona Rita-. Se llama Dinorah, y es amiga mia. ?Te gustaria acompanarme?
Por supuesto. ?A que muchacha no le hubiera encantado?
Caminaron tres cuadras, atravesaron un parque, subieron unas estrechas escaleras y, dos puertas despues del ultimo escalon, tocaron el timbre.
– Hola, mi negra -saludo Rita a la mujer que salio a recibirla: una rubia bajita, enteramente vestida de blanco como si fuera un angel.
– Llegaste a buena hora. No hay nadie.
Amalia comprendio que la actriz la visitaba a menudo.
– Esperame aqui, carino -le dijo Rita, antes de seguir a la mujer.
Veinte minutos despues, se asomo a la sala.
– Vamos, te toca a ti.
Una vela alumbraba la habitacion en penumbras. La mujer estaba sentada ante una mesita donde habia un vaso lleno de agua. Antes de barajar las cartas, las salpico con el liquido y murmuro una oracion.
– Corta -le dijo, pero Amalia no entendio a que se referia.
– Escoge un monton -le soplo Rita.
La mujer comenzo a colocar los naipes de arriba abajo y de derecha a izquierda.
– Mmm… Naciste de milagro, criatura. Y tu madre se libro de una buena… A ver… Aqui hay un hombre… No, un nino… Espera… -Saco otra carta y otra-. Esto es raro. Hay alguien en tu vida. No es un amante, ni tu padre… ?Tienes algun amigo especial?
La joven nego.
– Pues hay una presencia que vela por ti, como si fuera un espiritu.
– Ya sabia yo -exclamo Rita-. Esta nina siempre me parecio distinta.
Amalia no dijo nada. Sabia a quien se referia, pero sus padres le habian advertido que no debia hablar de esas cosas con nadie, ni siquiera con dona Rita.
– Si, tienes un guardian muy poderoso.
«Y muy fastidioso», penso la joven, recordando los alborotos del Martinico.
– ?Ah! Vienen amores…
– ?Si? -se entusiasmo Rita como si el anuncio fuera para ella-. A ver, cuenta.
– No voy a enganarte -revelo la cartomantica con aire sombrio-. Seran amores muy dificiles.
– Todos los grandes amores son asi -sentencio la actriz con optimismo-. Alegrate, chiquita. Se acercan tiempos buenos.
Pero Amalia no queria ningun amor, por grande que fuera, si eso iba a complicar su vida. Mentalmente se juro que siempre permaneceria en la tienda de su padre, ayudandolo a ordenar sus discos y escuchando las historias de los musicos que iban a grabar.
– Mmm… A ver, tendras hijos. Tres… -Miro a la muchacha como si dudara en hablar-. No, uno… y sera hembra. -Saco tres cartas mas-. Anda con cuidado. Tu hombre se metera en lios.
– ?Con otra mujer? -indago Rita. -No creo…
Amalia ahogo un bostezo, poco interesada en alguien con quien jamas se casaria.
– ?Dios mio, que tarde se ha hecho! -exclamo de pronto Rita.
– ?Que hay con mis entradas? -pregunto la mujer, despues de acompanarlas hasta la puerta.
– No te preocupes -le dijo Rita-. Te prometo que iras al estreno.
Jose dio una fiesta «intima y acogedora», segun rezaba la nota, para los artistas y productores involucrados en la pelicula. Tambien envio invitaciones a algunos musicos que aun no habian grabado o visitado su tienda. Eso serviria para establecer nuevos contactos.
Por primera vez se alegraba de que su mujer le hubiera propuesto mudarse a una casa. Al principio, rechazo la idea. Siempre habia preferido los lugares altos; pero hasta su madre habia apoyado a Mercedes en su decision. La anciana tambien se agotaba subiendo aquellas escaleras interminables.
– Si a ustedes les cuesta trabajo subir -habia insistido Pepe-, lo mismo le pasara a los ladrones. Este apartamento es mas seguro.
– Pamplinas -dijo Angela-. Es tu herencia serrana la que te pide vivir en las alturas, pero no estamos en Cuenca.
– Hablo por razones de seguridad -respondio el.
– Lo llevas en la sangre -insistio Angela.
Sin embargo, Mercedes estaba harta de escaleras y el termino cediendo. Ahora se alegraba del cambio. Se dio cuenta de que contaba con un gran espacio para fiestas: un patio que su esposa habia adornado con tinajones cuajados de jazmines.
Bajo la frialdad de las estrellas colocaron una mesa repleta de licores. Un gramofono llenaba el aire de melodias. El aroma de los manjares -pasteles de carne, huevos rellenos, quesos, hors d'oeuvres con abundante caviar rojo y negro, rollitos de angula y mezclas condimentadas- habia avivado el apetito de los concurrentes. Pero la mas alborotada era Amalia, que consiguio permiso para quedarse hasta la medianoche; momento en que los adultos planeaban irse al Inferno, un cabaret insomne en el cruce de las calles Barcelona y Amistad. La nina se quedaria con su abuela, que ahora trajinaba en la cocina preparando el ponche para los invitados.
Casi todos habian llegado, ansiosos por compartir la velada con la gran Rita Montaner, que aun no aparecia, y con los maestros Lecuona y Roig, cuya entrada se esperaba de un momento a otro. El reloj dio nueve campanadas y, como si hubiera aguardado aquella senal, el timbre de la puerta sono. Cuando Amalia fue a abrir, se produjo un suspenso que muchos aprovecharon para tragar el ultimo sorbo de su bebida o terminar su emparedado.
La brisa de la noche soplo entre los jazmines. Hubo un cambio perceptible en el ambiente y algunos alzaron la