– O con duende -replico el musico, provocando un sobresalto en Amalia-, como diria Lorca. Pero aqui, entre nosotros, Anais tiene un demonio.
– Con permiso -los interrumpio la joven, saliendo de las sombras.
– Ah, la hermosa Amalia -exclamo el pianista.
Ella sonrio levemente y paso entre los hombres rumbo al comedor, donde otros musicos fumaban frente a las ventanas abiertas… tan abiertas que de inmediato distinguio a Pablo, que se paseaba nerviosamente por la esquina.
– ?Adonde vas? -la atajo su madre cuando la vio abrir la puerta.
– Abuela me mando a comprar azucar.
Y salio sin darle tiempo a nada.
El la descubrio enseguida: una aparicion cuyos cabellos se encrespaban al menor soplo de brisa, ojos como centellas liquidas y piel de cobre palido. Para Pablo seguia siendo la reencarnacion de Kuan Yin, la diosa que se movia con la gracia de un pez dorado.
– Que bueno que pasaste por aqui -lo saludo ella-. El viernes no podremos vernos. Papi quiere llevarme al estreno de un ballet y no podre zafarme.
– Pensaremos en otra fecha. -La miro unos segundos antes de darle la noticia-. ?Sabes que mis padres van a vender la lavanderia?
– ?Pero si les va tan bien!
– Quieren abrir un restaurante. Es mejor que un tren de lavado.
– ?Dejaras El Pacifico?
– Tan pronto como se abra el negocio. Tendremos que buscar otra manera de comunicarnos…
– ?Amalia!
El grito atraveso las rejas de la ventana.
– Me voy -lo interrumpio-. Ya te dire cuando podemos vernos.
La expresion de su padre no dejaba dudas: estaba furioso. Su madre la miraba de igual forma. Solo su abuela parecia preocupada.
– Fui a comprar azucar…
– Vete a tu cuarto -susurro su padre-. Despues hablamos.
Durante media hora, Amalia se comio las unas elaborando su mentira. Diria que no habia encontrado azucar para el cafe y que habia ido por ella. De pura casualidad se habia tropezado con Pablo y…
Alguien toco.
– Tu padre quiere hablar contigo -dijo Mercedes, metiendo la cabeza por la puerta.
Cuando llego a la sala, los invitados se habian marchado, dejando cenizas y tazas vacias por doquier.
– ?Que estabas haciendo? -le pregunto su padre.
– Fui a buscar…
– No creas que no me he dado cuenta de que ese muchacho anda rondandote desde hace tiempo. Al principio me hice el sueco porque pense que eran ninerias, pero ya tienes casi diecisiete anos y no voy a permitir que mi hija se ande viendo con cualquier gentuza…
– ?Pablo no es ninguna gentuza!
– Amalita -intervino su madre-, ese muchacho esta muy por debajo de nosotros.
– ?Muy por debajo? -repitio la muchacha, sintiendose cada vez mas ofendida-. A ver, ?a que categoria pertenecemos que sea tan diferente de la suya?
– Nuestro negocio…
– Tu negocio es una tienda de grabaciones -lo interrumpio ella- y el de su padre es una lavanderia que, por cierto, va a vender para comprar un restaurante. A ver, ?cual es la diferencia?
La respiracion agitada de Amalia empanaba el silencio.
– Esa gente es… china -dijo finalmente el padre.
– ?Y?
– Nosotros somos blancos.
Un plato se estrello con estrepito en el fregadero. Todos, menos Amalia, volvieron sus rostros hacia la cocina vacia.
– No, papa -rectifico la joven, sintiendo que la sangre se le acumulaba en el rostro-. Tu eres blanco, pero mi madre es mulata y tu te casaste con ella. Eso me deja fuera de esa categoria tan exquisita de la que hablas. Y si un blanco pudo casarse con una mulata, no veo por que una mulata que pasa por blanca no podria casarse con un hijo de chinos.
Y abandono la sala rumbo a su cuarto. Al estrepito de su portazo le siguio el estallido de un jarron lleno de flores frescas. Sobre sus cabezas, la arana de cristal comenzo a oscilar con furia.
– Voy a tener que tomar medidas -repuso Pepe.
– Toma las que quieras, hijo -musito Angela suspirando-, pero la nina tiene razon. Y perdona que te lo diga, pero tu y Mercedes sois las personas menos indicadas para oponerse a ese noviazgo.
Y con pasitos cortos y trabajosos, la anciana marcho a su cuarto, dejando un rastro de rocio serrano sobre las losas de marmol.
La crema y nata de la sociedad habanera deambulaba por los pasillos del teatro. Toda clase de personajes - hacendados y marquesas, politicos y actrices- se codeaban esa noche en el estreno de La condesita, ballet con musica de Joaquin Nin, «hijo dilecto y gloria de Cuba, despues de su fructifero exilio artistico por Europa y Estados Unidos», segun lo saludara un diario de la capital. Y por si alguien dudara de su pedigri musical, la posdata de que habia sido maestro de piano del propio Ernesto Lecuona basto para atraer a los mas incredulos.
En medio del bullicio, solo Amalia, con su traje de tul rosa y el
– Dona Rita -susurro la joven, que se escurrio hasta ella en un descuido de sus padres.
– ?Pero que hermosura de nina! -exclamo la mujer al verla-. Caballeros -dijo al publico masculino que la rodeaba-, quiero presentarles a esta monada de criatura que, por cierto, esta soltera y sin compromisos.
Amalia tuvo que saludar, toda sonrisas, a los presentes.
– Rita -le rogo Amalia al oido-, tengo que hablarle con urgencia.
La mujer miro a la joven y, por primera vez, su expresion la alarmo.
– ?Que ocurre? -pregunto, apartandose del grupo. Amalia dudo unos segundos, sin saber por donde empezar.
– Estoy enamorada -pronuncio de sopeton.
– ?Santa Barbara bendita! -exclamo la diva a punto de persignarse-. Cualquiera diria que… ?No estaras embarazada, no?
– ?Dona Rita!
– Perdona, hija, pero cuando existe un amor como ese que aparentas, todo es posible.
– Lo que ocurre es que a mi papa no le gusta mi novio.
– ?Ah! Pero ?ya hay noviazgo por medio?
– Mis padres no quieren verlo ni en pintura.
– ?Por que?
– Es chino.
– ?Que?
– Es chino -repitio ella.
Por un momento la actriz contemplo a la muchacha con la boca abierta y, de pronto, sin poder contenerse, solto una carcajada que hizo volver los rostros de cuantos se hallaban cerca.
– Si eso le da tanta risa…
– Espera -le rogo Rita, aun riendo y agarrandola por un brazo para que no se fuera-. Dios mio, siempre me pregunte en que acabaria aquella prediccion de Dinorah…
– ?De quien?
– La cartomantica a la que te lleve hace unos anos, ?no recuerdas?