Pablito se apresuro a sentarse a la mesa. Hizo sus rezos brevemente y ataco con los palillos su tazon de arroz y pescado. El te hirviente le quemo la lengua, pero a el le gustaba esa sensacion por las madrugadas.
Siu Mend nunca habia sido especialmente religioso, pero ahora rezaba cada manana frente a la imagen de San-Fan-Con, aquel santo inexistente en China que era una figura omnipresente en la isla. Asi lo dejo Pag Li cuando se fue al cuarto a buscar sus zapatos. Mientras se los abrochaba, recordo la historia que su bisabuelo, ahora agonizante, le contara sobre el santo.
Ruan Kong habia sido un valiente guerrero que vivio durante la dinastia Han. Al morir, se transformo en un inmortal cuyo rostro rojizo era reflejo de su probada lealtad. Durante la epoca en que los primeros culies chinos llegaron a la isla, un inmigrante que vivia en la zona central aseguro que Kuan Kong se le habia aparecido para anunciar que protegeria a todo aquel que compartiera su comida con sus hermanos en desgracia. La noticia se extendio por el pais, pero ya en Cuba habitaba otro santo guerrero llamado Shango, que vestia de rojo y habia llegado en los barcos provenientes de Africa. Pronto los chinos pensaron que Shango debia de ser un avatar de Kuan Kong, una especie de hermano espiritual de otra raza. Pronto ambas figuras formaron el binomio Shango- Kuan Kong. Mas tarde, el santo se fue convirtiendo en San-Fan-Con, que protegia a todos por igual. Pablo tambien habia oido otra version, segun la cual San-Fan-Con era el nombre mal pronunciado de Shen Guan Kong («el ancestro Ruang a quien se venera en vida»), cuya memoria habian vulgarizado algunos compatriotas. El joven sospechaba que, a ese paso, podrian aparecer mas versiones sobre el origen del misterioso santo.
En todo esto pensaba mientras escuchaba los rezos de su padre. Cuando abandono la habitacion, su madre terminaba de desayunar. Siu Mend bebio un poco de te, y enseguida todos se pusieron sus chaquetas y salieron.
Sus padres caminaban en silencio, dejando escapar vapores de niebla por la boca. El muchacho intentaba sobreponerse al frio, curioseando a traves de las puertas que permitian ver los patios interiores. Al abrigo de las miradas, aquellos madrugadores se movian con los lentos movimientos de la gimnasia matinal que Pablo habia practicado tantas veces con su bisabuelo.
Cualquier otro dia, Pablo hubiera ido a la escuela en la manana y trabajado por la tarde. Pero ese sabado la familia se despidio frente al edificio y el muchacho subio para comenzar su faena. Deberia encender los hornos, limpiar y trozar verduras, lavar calderos, sacar la mercancia de las cajas, o cualquier otra cosa que fuera necesaria. A mitad de manana, sobre la cocina flotaba una nube con los aromas del arroz pegajoso y humeante, la carne de cerdo cocida con vino y azucar, los camarones salteados con decenas de vegetales, el te verde y claro que acentuaba los sabores del paladar… Seguramente asi seria el olor del cielo, penso Pablo; una mezcla alucinante y deliciosa que estrujaba las tripas y desataba un apetito descomunal. El joven observaba de reojo la pericia de los cocineros, que constantemente reganaban y azotaban a los mas morones. Pablo nunca tuvo problemas, excepto un dia, cuando ya llevaba algunos meses trabajando alli. Normalmente realizaba su labor con toda dedicacion, pero aquella manana parecia mas distraido que de costumbre. No era su culpa. Habia recibido una nota de Amalia, que leyo junto a los calderos donde se cocinaban las sopas:
Querido amigo Pablo:
(Pues ya puedo decirte amigo, ?no?) Me dio mucho gusto conocer a tu familia. Si tuvieras libre una de estas tardes, podriamos reunimos a conversar un rato, si es que quieres, pues me gustaria saber mas de ti. Hoy mismo, por ejemplo, mis padres no estaran en casa despues de las cinco de la tarde. No es que quiera recibir a nadie cuando ellos no estan (ya que no hay nada malo en conversar con un amigo), pero creo que podriamos hablar mejor si no hay personas mayores delante.
Afectuosamente,
AMALIA
La leyo tres veces antes de guardarla y seguir en su tarea, pero anduvo con su mente en las nubes hasta que, en el colmo de su ensonacion, dejo caer una carga de pescado en la cocina. El coscorron del capataz le quito las ganas de sonar.
Cuando llego a su casa, no habia nadie. Recordo que sus padres irian al hospital para saber del abuelo, quien habia vuelto a ingresar la noche antes debido a complicaciones en aquella herida que nunca terminaba de sanar; pero el no se quedaria esperando noticias. Se bano, se cambio de ropa y salio. No pudo evitar una ojeada al umbral donde solia sentarse el anciano y sintio un ardor en el corazon. Se alivio un poco ante la perspectiva de ver nuevamente a esa extrana muchacha que ocupaba sus pensamientos noche y dia.
Una vez mas, volvio a confundirse ante las puertas de aldabas parecidas; se detuvo indeciso, sin saber que hacer. La tercera de la izquierda se abrio en sus narices.
– Me imagine que ibas a perderte -lo saludo Amalia, que anadio con candidez-, por eso estaba vigilando.
Pablo entro cohibido, aunque sin demostrarlo.
– ?Y tus padres?
– Fueron a recibir a un musico que viene de Europa. Mi abuela tambien fue con ellos… Sientate. ?Quieres agua?
– No, gracias.
La cordialidad de la muchacha, en lugar de tranquilizarlo, lo puso mas nervioso.
– Vamos a la sala. Quiero ensenarte mi coleccion de musica.
Amalia se acerco a una caja de la cual salia una especie de cornetin gigante.
– ?Has oido a Rita Montaner?
– Claro -dijo Pablo, casi ofendido-. ?Tienes canciones suyas?
– Y del trio Matamoros, de Sindo Caray, del Sexteto Nacional…
Siguio recitando nombres, algunos conocidos y otros que el escuchaba por primera vez, hasta que la interrumpio:
– Pon lo que quieras.
Amalia coloco una placa redonda sobre la caja y levanto con cuidado un brazo mecanico.
– «Quiereme mucho, dulce amor mio, que amante siempre te adorare…» -surgio una voz clara y temblorosa del altavoz.
Durante unos instantes escucharon en silencio. Pablo observo a la muchacha, que por primera vez parecia retraida.
– ?Te gusta el cine? -aventuro el.
– Mucho -respondio ella, animandose.
Y comenzaron a comparar peliculas y actores. Dos horas despues, ninguno de los dos cesaba de maravillarse con ese otro ser que tenia delante. Cuando ella encendio la lampara, Pablo se dio cuenta de lo tarde que era.
– Tengo que irme.
Sus padres no sabian donde se hallaba.
– Podemos vernos otro dia -aventuro el, rozando el brazo de la muchacha.
Y de pronto ella sintio una ola de calor que se extendia por su cuerpo. Tambien el muchacho percibio aquella marejada… Ah, el primer beso. Ese miedo a perderse en tierras peligrosas, ese aroma del alma que podria morir si el destino tomara rumbos imprevistos… El primer beso puede ser tan temible como el ultimo.
Sobre sus cabezas la lampara comenzo a balancearse, pero Pablo no lo noto. Solo el estruendo de un objeto que se hacia anicos lo saco del ensueno. Junto a ellos yacian los restos de una porcelana destrozada.
– ?Ya llegaron? -susurro Pablo, aterrado ante la posibilidad de que el agresor fuera el padre de su amada.
– Es ese idiota del Martinico haciendo de las suyas.
– ?Quien?
– Otro dia te cuento.
– No, dimelo ahora -insistio el, contemplando el inexplicable destrozo-. ?Quien mas esta aqui?
Amalia dudo un instante. No queria que el principe de sus suenos se esfumara ante aquella historia de aparecidos, pero el rostro del muchacho no admitia excusas.
– En mi familia hay una maldicion.
– ?Una que?
– Un duende que nos persigue.
– ?Que es eso?
– Una especie de espiritu… un enano que aparece en los momentos mas inoportunos.