– Pero, hija…

– ?Pepe!

El grito surgio de un portal donde varios hombres bebian cerveza.

– Es el maestro -susurro Mercedes a su marido, que parecia mas atontado que ella.

– ?Donde? No lo veo…

– ?Don Ernesto! -lo saludo ella con un gesto, mientras iba hacia el.

Solo entonces lo vio. Amalia siguio a sus padres, contrariada ante aquel encuentro que la alejaba de su meta.

– ?Sabes quien me ha escrito desde Paris? -pregunto el musico, despues de un efusivo apreton de manos.

– ?Quien?

– Mi antiguo profesor de piano.

– ?Joaquin Nin?

– Parece que piensa regresar el ano que viene.

La mirada de Amalia se perdio entre la multitud, buscando esos ojos rasgados y oscuros que no la habian abandonado desde aquella noche en el umbral de su puerta. Vio a su dueno, absorto en la contemplacion de los autos descapotados que se sumarian al desfile de carrozas unas calles mas abajo. Aprovechando la distraccion de sus padres, y antes de que nadie pudiera darse cuenta, corrio junto a Pablo.

– Hola -lo saludo, tocandolo ligeramente en el hombro.

La sorpresa en el rostro del muchacho se transformo en un regocijo que no pudo ocultar.

– Pense que ya no vendrias -dijo, sin atreverse a anadir mas.

Los tres adultos que lo acompanaban se volvieron.

– Buena talde -dijo uno de los hombres con un tono que pretendia ser amable, pero que no oculto su desconfianza hacia aquella damita blanca.

– Papi, mami, akun, esta es Amalia, la hija del grabador de discos.

– ?Ah! -dijo el hombre.

La mujer exclamo algo que sono como «?uju!» y el mas viejo se limito a estudiarla con aire de disgusto.

– ?Con quien viniste? -pregunto Pablo.

– Con papi y mami. Estan por alli con unos amigos.

– ?Y dejan nina sola? -pregunto la mujer.

– Bueno, ellos no saben que estoy aqui.

– Malo peol -dijo la china en su terrible castellano-. Pale y male tiene que eta atento su nina.

– ?Ma! -susurro el joven.

– Vinimos a ver la Comparsa del Dragon -dijo ella, con la esperanza de hacerles olvidar su evidente desagrado.

– ?Que es eso? -pregunto el muchacho.

– ?No lo sabes? -se extrano ella, y como todos la observaran con expresion vacia, insistio-: Varias personas mueven un dragon anaranjado… asi. -Y trato de imitar el vaiven de la criatura de papel.

– No sel diagon, sel leon -replico la mujer.

– Y non sel compalsa, sel danza -refunfuno el viejo, mas molesto aun.

– ?Amalia!

El llamado llego muy oportuno.

– Me voy -susurro ella.

Y escapo angustiada hacia el portal donde se hallaban sus padres.

– Ya ves lo que son estas jovencitas cubanas -dijo su madre en cantones, cuando Amalia se perdio entre la multitud-. No las educan como es debido.

– Bueno, nosotros no tenemos por que preocuparnos -repuso el bisabuelo Yuang en su idioma-. Pag Li se casara con una muchacha hija de cantoneses legitimos… ?Verdad, hijo?

– No hay muchas en la isla -se atrevio a decir el muchacho.

– La mandare a traer de China. Todavia me quedan algunos conocidos por alla.

Pablito noto que se le hacia un nudo en la garganta.

– Estoy cansada -se quejo Kui-fa- Abuelo, ?no quisiera irse a casa?

– Si, tengo hambre.

Lejos de disminuir, la multitud parecio aumentar a lo largo del camino. La ciudad bullia durante esos dias en que el aire se llenaba de comparsas, y el Barrio Chino no era una excepcion. La llegada del Ano Nuevo Lunar, que casi siempre ocurria en febrero, habia contribuido a que los chinos se sumaran a los festejos habaneros mientras organizaban su propia fiesta.

A punto de terminar otro Ano del Tigre, casi todos habian concluido los preparativos. Mas que en anos anteriores, la madre de Pablo se habia esmerado en cada detalle. Los trajes nuevos colgaban de las perchas, listos para estrenarse. Sobre las paredes se mecian las tiras de papel rojo y crujiente, con letras que invocaban la buena suerte, la riqueza y la felicidad. Y dias antes habia untado los labios del Dios del Hogar con abundante melado de azucar, mas dulce que la miel, para que sus palabras llegaran bien empalagosas al cielo.

En todo el barrio, los farolitos de colores se agitaban en la brisa invernal. Se los veia por doquier: en el umbral de los comercios, en las tendederas que cruzaban de una acera a otra, en los postes solitarios… Rosa tambien habia colocado algunos, que ahora se balanceaban desde dos estacas sobre el dintel de la puerta.

El anciano sonrio al contemplar las lamparas, respiro los familiares olores del barrio donde viviera durante tantos anos y recordo sus correrias por los campos de la isla donde se habia jugado el pellejo en compania de otros mambises, que se lanzaban sobre el enemigo llevando los machetes desnudos en alto.

– Buenas noches, abuelo -dijo Siu Mend, esperando a que el viejo entrara.

– Buenas…

El chirrido de unos neumaticos sobre el asfalto interrumpio la despedida. Los Wong se volvieron para ver un auto negro que se detenia en la esquina. Desde las ventanillas abiertas, dos hombres blancos comenzaron a disparar contra tres asiaticos que conversaban bajo un farol. Uno de los chinos cayo al asfalto. Los otros consiguieron parapetarse tras un puesto de frutas y dispararon contra los agresores.

Siu Mend agarro a su mujer e hijo, obligandolos a tenderse sobre la acera. El anciano ya se habia acurrucado en un rincon de su puerta. El griterio del barrio podia sentirse por encima de la balacera. Algunos transeuntes, demasiado aterrados para pensar, corrian de un lado a otro, buscando donde guarecerse.

Por fin el auto hizo chillar sus neumaticos y desaparecio tras la esquina. Poco a poco, la gente volvio a asomarse de los sitios donde se refugiara. Siu Mend ayudo a su mujer a ponerse de pie. Pablito se acerco para ayudar a su bisabuelo.

– Ya se fueron, akun…

– Diosa de la Misericordia -exclamo la mujer en su lengua-. Esos gangsters van a terminar desgraciando el barrio.

– ?Akun?

Rosa y Manuel Wong se volvieron a mirar a su hijo.

– ?Akun!

El anciano continuaba acurrucado sobre la acera. Manuel se acerco para alzarlo, pero su intento lo hizo gemir. Wong Yuang, que tantas veces desafiara el peligro a lomos de un caballo, acababa de ser alcanzado por una bala que ahora ni siquiera iba dirigida a el.

El Ano Nuevo Lunar llego sin celebraciones para los Wong. Mientras el anciano agonizaba en el hospital, el barrio desfilo por la casa con regalos y remedios milagrosos. Pese a tanta ayuda, los gastos de hospital eran excesivos. Dos medicos ofrecieron sus servicios gratuitos, pero tampoco fueron suficientes. Entonces Siu Mend, alias Manuel, penso que necesitaban otro sueldo en casa. Recordo la cocina de El Pacifico, un restaurante colmado de los olores mas sabrosos del mundo, y fue a pedir humildemente el mas miserable de los trabajos para su hijo, pero ya toda la comunidad sabia de su desgracia y las preguntas sobre la seriedad del muchacho fueron casi una formalidad. Comenzaria a trabajar al dia siguiente.

– Date prisa, Pag Li -le regano su madre esa manana-. No puedes llegar tarde en tu primera semana.

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