– ?Tu?

– Siempre aparece por las tardes, pero casi nadie lo nota.

– ?Que es?

Lolo se encogio de hombros.

– Algun tipo de energia. A mi me recuerda el aura de la difunta Delfina.

– ?Mi abuela tiene un halo?

– Como ese -senalo hacia la Fuente de la Luna-, bien fuerte. Porque el de Demetrio es mas clarito, yo diria que un poco aguado.

– Bueno -comento Cecilia, dudando de su propia cordura por tomar en serio a su tia-, no es raro que tu puedas verlo, pero ?yo? La mediumnidad en la familia termino contigo y con mi abuela.

– Esas cosas siempre se heredan.

– No en mi caso -le aseguro Cecilia-. Tal vez sean los ejercicios.

– ?Que ejercicios?

– Para ver el aura.

Cecilia penso que la anciana no sabria de que le hablaba porque se quedo en silencio por unos segundos.

– ?Y eso donde lo aprendiste? -pregunto finalmente, con un tono que no dejaba dudas de saber a que se referia.

– En Atlantis. ?Conoces el lugar?

– No sabia que te interesaran las librerias esotericas.

– Fui por casualidad. Estaba haciendo una investigacion.

Y mientras se acercaban a la Mesa Florida, la joven le conto sobre la casa fantasma.

Cuando Cecilia cruzo el umbral, haciendo sonar las campanillas de la puerta, un aroma a rosas se arrojo sobre ella. Detras del mostrador no estaba Lisa, sino Claudia, aquella joven con la que tropezara despues de la conferencia sobre Marti. Estuvo a punto de marcharse, pero recordo a lo que venia y se dirigio al estante donde habia visto los libros sobre casas embrujadas. Escogio dos y fue hasta la caja registradora. Quizas no se acordara de ella. Sin decir palabra, le tendio los libros y observo las manos de Claudia mientras esta los envolvia.

– Se que te asustaste la otra noche cuando te dije que andabas con muertos -le dijo Claudia sin levantar la vista-, pero no tienes por que preocuparte. Los tuyos no son como los mios.

– ?Y como son los tuyos? -se atrevio a preguntar Cecilia.

Claudia suspiro.

– Tuve uno especialmente terrible cuando vivia en Cuba: un mulato que odiaba a las mujeres. Parece que lo asesinaron en un prostibulo.

«Despues dicen que las casualidades no existen», se dijo Cecilia.

– Era un muerto desagradable -continuo Claudia-. Por suerte dejo de perseguirme en unos pocos meses. Cuando deje la isla, tampoco volvi a ver a un indio mudo que me avisaba de las desgracias.

Cecilia se quedo de una pieza. Guabina, la amiga de Angela, tambien veia un espiritu que le advertia de peligros, aunque no recordaba si era indio. Volvio a recordar el amante mulato de Mercedes, que la celaba tanto… Pero ?que estaba pensando? ?Como iba a tratarse de los mismos muertos?

– No te preocupes -insistio Claudia al notar su mirada-. No tienes nada que temer de los tuyos.

Pero a Cecilia no le gustaba la idea de andar con muertos, ni aunque fueran suyos, ni aunque fueran buenos. Y mucho menos si de pronto toda esa cuestion se convertia en algo mucho mas misterioso debido a la existencia de muertos parecidos, provenientes de mujeres que no se conocian. ?O si?

– ?Conoces a una senora que se llama Amalia?

– No, ?por que?

– Tus muertos… ?Alguien mas sabe de ellos?

– Solamente Ursula y yo podiamos verlos. Ursula es una monja que todavia esta en Cuba.

– ?Fuiste monja?

La otra se sonrojo.

– No.

Por primera vez, Claudia parecio perder los deseos de hablar y bruscamente le entrego los libros a Cecilia, perpleja ahora ante su actitud. ?Que le habria dicho para provocar aquel cambio? Quizas su pregunta habia despertado algun recuerdo. Muchas cronicas dolorosas habitaban en la isla.

A su mente acudieron esquinas de su infancia, la textura de la arena, el azote de la brisa sobre el malecon… Habia luchado por olvidar su ciudad, por desterrar ese recuerdo que era mitad pesadilla, mitad anoranza, pero el efecto producido por las palabras de Claudia le indico que no lo habia logrado. Le parecio que todos los caminos conducian a La Habana. No importa cuan lejos viajara, de algun modo su ciudad terminaba por alcanzarla.

?Dios! ?Seria masoquista y nunca se dio cuenta? ?Como podia odiar y anorar algo a la vez? Tantos anos en aquel infierno debieron fundirle las neuronas. Pero ?acaso la gente no se volvia loca cuando la aislaban? Ahora le habia dado por sentir nostalgia de su ciudad, ese sitio donde solo habia conocido un miedo agonico que no la abandonaba nunca. «Siempre tu estas conmigo, en mi tristeza. Estas en mi agonia, en mi sufrir…» Mira si estaba desquiciada que hasta pensaba en forma de boleros. Cualquier cosa que le sucediera, ya fuera buena o mala, llevaba musica. Hasta el recuerdo de Roberto. Asi vivia ultimamente, con el alma dividida en dos mitades que no lograba olvidar: su ciudad y su amante. Asi los llevaba ella, como decia el bolero, muy junto al corazon.

Quiereme mucho

El leon de papel se movia como una serpiente, intentando morder a un anciano que iba delante haciendole muecas. Era el segundo ano en que la tradicional Danza del Leon abandonaba el Barrio Chino para sumarse a los festejos del carnaval habanero. Pero los cubanos veian en aquel leon a una criatura diferente que se retorcia al son de cimbalos y cornetas, mientras avanzaba rumbo al mar.

– Mami, vamos a ver la Comparsa del Dragon -le rogo Amalia a su madre.

No era que le interesara mucho ver al gigantesco titere que a veces saltaba convulsivamente, cuando uno de los chinitos que lo manipulaba se contagiaba con el ritmo lejano de los tambores. Solo sabia que Pablo la aguardaba en la esquina de Prado y Virtudes.

– Podemos ir manana -dijo su padre-. Ya la comparsa debe haberse ido de Zanja.

– Dona Rita me dijo que era mas divertido verla en Prado -insistio Amalia-. Alli los chinos se olvidan de seguir las matracas cuando empiezan a oir las congas del malecon.

– No son matracas, nina -rectifico su padre, que no soportaba que le cambiaran el nombre a ningun instrumento musical.

– Da lo mismo, Pepe -lo interrumpio Mercedes-. De todos modos, esa musica china hace un ruido infernal.

– Si seguimos discutiendo, me quedare sin ver nada -chillo Amalia.

– Esta bien, esta bien… ?Vamos!

Bajaron por Prado, sudando copiosamente. Febrero es el mes mas fresco en Cuba, pero -a menos que haya llegado un frente frio- las muchedumbres de un carnaval pueden derretir un iceberg en segundos.

Se acercaron a Virtudes, rodeados por la multitud que bailaba y tocaba sus silbatos. Amalia arrastro a sus padres rumbo a la zona de la cual brotaba una senal audible para su corazon. Ella misma desconocia adonde se dirigia, pero su instinto parecia guiarla. No descanso hasta ver a Pablo, que se tomaba un helado en mitad de la calle.

– Podemos quedarnos aqui -decidio, soltando la mano de su madre.

– Hay mucha gente -se quejo Mercedes-. ?No seria mejor acercarnos a la bahia?

– Alli es peor -le aseguro la nina.

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