– Es cierto -dijo Cecilia-, La Habana que anoras seguramente ya no existe.
– ?Mira quien habla! -gruno Freddy-. La que hace un mes suspiraba por las colas para entrar en la Cinemateca.
– A veces uno dice idioteces -admitio la muchacha, algo irritada-. En aquel momento tambien queria desaparecer de aqui.
– Pues cuando estabas en Cuba…
Cecilia lo dejo hablar. A diferencia de su amigo, ella no corria detras de cada suspiro de su isla. Aunque sintiera el mismo dolor, su animo estaba lejos de entregarse a ciegas.
Observo la brisa que azotaba la enredadera del muro cercano, los pajaros que se perseguian entre las ramas del cocotero… Recordo su antigua ciudad, su pais perdido. Lo odiaba. Oh Dios, cuanto lo odiaba. No importaba que su recuerdo la llenara de angustia. No importaba que esa angustia se pareciera al amor. Jamas lo admitiria, ni siquiera a su sombra. Pero desde algun sitio de su memoria, broto el bolero: «Si tantos suenos fueron mentiras, ?por que te quejas cuando suspira tan hondamente mi corazon?».
Dulce embeleso
– Buenos dias, vecina -saludo la mujer desde el jardin, sin dejar de revolver la mezcla-. Se me acabo el azucar. ?Podrias regalarme dos tazas?
Amalia no se inmuto ante la desconocida que se hallaba en el umbral de su casa, batiendo aquel merengue. Dos dias antes la habia observado tras las persianas, mientras revoloteaba alrededor de los hombres que trasladaban muebles y cajas desde un camion.
– Claro que si -respondio Amalia-. Pasa.
Sabia quien era la mujer porque la gorda Fredesvinda, que vivia cerca de la esquina, ya le habia hablado de ella.
– Aqui tienes.
– ?Como te llamas? -pregunto la recien llegada, dejando de batir por un instante.
– Amalia.
– Muchas gracias, Amalia. Te lo devolvere manana. Mi nombre es Delfina, para servirte.
Sus dedos rozaron la mano que le tendia el cartucho y casi dejo caer el azucar.
– ?Ay! Si estas embarazada…
Amalia se sobresalto. Nadie lo sabia, excepto Pablo.
– ?Quien te dijo?
Delfina titubeo.
– Se te nota.
– ?De veras? -pregunto Amalia-. Si solo tengo dos meses…
– No quise decir en el cuerpo, sino en la cara.
Amalia no replico, pero estaba segura de que la mujer no habia estado mirando su rostro cuando tomo el paquete de azucar. Solo sus manos.
– Bueno, hasta mas ver. Te mandare un pedazo de panetela. Asi la nina crecera mas golosa.
– ?La nina…? -comenzo a preguntar Amalia, pero ya la otra habia dado la espalda y se alejaba, batiendo su dulce con renovado vigor.
Amalia se habia quedado atonita. Con esa misma expresion se la encontro Fredesvinda unos minutos despues.
– ?Que te pasa?
– Delfina, la nueva vecina…
No termino el comentario porque no queria revelar su embarazo.
– No le hagas caso. Creo que esta un poquito chiflada, la pobre. Ayer mismo, cuando pasaba el periodiquero gritando algo sobre unos peruanos que se asilaron en la embajada cubana de Lima, ?que crees que hizo? Puso cara de esfinge y dijo que este pais estaba maldito, que dentro de diez anos se pondria patas arriba y que, en treinta anos, eso que habia sucedido en la embajada cubana de Peru ocurriria aqui en La Habana, pero al reves y multiplicado por miles…
– ?A que se referia? -pregunto Amalia.
– Ya te dije que esta un poco tocada del queso -aseguro la gorda y se llevo un dedo a la sien-. Me entere que se caso hace poco y que perdio su embarazo en un accidente de automovil. ?A que no pudo prever eso, eh?
– ?Esta casada? -pregunto Amalia, a punto de solidarizarse con la loca, despues de la noticia.
– Su esposo esta al llegar. Vivian en Sagua creo, pero ella se le adelanto para tener lista la casa mientras el cierra un negocio.
– ?Como esta, dona Frede? -saludo una voz detras de ellas.
Amalia corrio para besar a Pablo.
– Bueno, ahi dejo a los tortolitos -se despidio la gorda, bajando hacia el jardin.
Pablo cerro la puerta.
– ?Conseguiste algo?
– Consegui todo. Ya no tendre que regresar al puerto.
– ?Como…?
– Vi a mi madre.
Eso si que era una noticia. Desde que se fugaran, solo Rita les habia prestado apoyo; pero no era mucho lo que podia hacer, excepto ofrecerles consejos.
– ?Hablaste con ella?
– No solo eso.
Saco un envoltorio del bolsillo; y de este, dos objetos que relucian como perlas a la luz de la tarde. Amalia las tomo en sus manos. Eran perlas.
– ?Que es esto?
– Me las dio mama -respondio Pablo-. Fueron de mi abuela.
– ?Que dira tu padre cuando se entere?
– No lo sabra. Mama logro salvar algunas prendas al salir de China. En el barco se las robaron casi todas, pero ella habia escondido un collar que le entrego a mi padre cuando llegaron, y estos aretes que nunca le mostro porque pensaba guardarlos para alguna emergencia.
– Deben de valer mucho.
– Lo suficiente para que pensemos en abrir el negocio de que hablamos.
Amalia contemplo los pendientes. Su sueno era tener una tienda de partituras e instrumentos musicales. Habia pasado su infancia entre grabaciones y quienes las hacian, y esa pasion de su abuelo y su padre la habia contagiado.
– De todos modos, necesitamos un prestamo.
– Lo conseguiremos -le aseguro ella.
Abrio los ojos y, aun sin levantarse, vio al Martinico sobre el escaparate de cedro, balanceando sus piernitas que golpeaban la madera de aroma peculiar. Sintio el tiron y se llevo la mano al vientre. Su bebe se movia dentro de ella. Observo la expresion del duende y experimento una rara ternura.
Desde la cama escucho los rezos de Pablo, orando ante la estatua de San-Fan-Con. Aquella devocion por los antepasados era una muestra de amor que la hacia sentir mas segura. El aroma del incienso le hizo recordar el dia en que intercambiaron sus votos matrimoniales. Junto a Rita y otras amistades se dirigieron al cementerio donde reposaban los restos del bisabuelo mambi. Pablo encendio unas varillas que agito ante su rostro, murmurando frases donde se alternaban el espanol y el chino. Al final hinco las varillas en el suelo para que el humo se llevara las plegarias… Esa noche, los novios y sus amigos se reunieron en El Pacifico para cenar. La cerveza se mezclo con el cerdo en salsa agridulce, y el vino de arroz con el cafe cubano. Rita les regalo un