– Se nos muere -murmuro el hombre.
Su expresion llena de terror la paralizo.
– ?Quien?
– Dona Rita.
Amalia habia dejado a su hija en el suelo.
– ?Como? ?Que paso? -pregunto, sintiendo que sus rodillas no podian sostenerla.
– Tiene un tumor. ?Y en las cuerdas vocales! -dijo su padre con voz ahogada-. ?Santo cielo! Una mujer que canta como los dioses.
Por la mente de Amalia desfilaron confusamente las imagenes de aquella Rita que la habia acompanado desde su infancia, y le parecio que toda su vida se la debia a aquella mujer: una muneca de bucles dorados, el chal de plata con que la conocio Pablo, las cartas que llevaba y traia para su amado, el refugio que le brindo cuando ambos se fugaron, el prestamo para su primera tienda…
– Es como una venganza del infierno -sollozo su padre-. Como si el demonio sintiera tanta envidia de esa garganta que quisiera cerrarsela para siempre.
– No digas esas cosas, papi.
– La voz mas privilegiada que ha dado este pais… ?Nunca habra otra como ella!
Su padre tenia los ojos rojos, pero ella no queria llorar.
– Tengo que ir a verla -decidio.
– Entonces no te vayas; en cualquier momento entra por esa puerta. Me dijo que pasaria por aqui despues del ensayo.
– ?Va a cantar? ?Con ese problema?
– Ya la conoces.
Un estrepito detras del piano los hizo acudir a la carrera. Isabelita habia volcado varios estuches vacios de violin; no se habia hecho dano, pero el ruido la asusto y berreaba a mas no poder.
– Buenos dias, mi gente… ?Y que ha pasado aqui? ?Se acabo el mundo o que?
Aquella voz inconfundible: la voz que era como una risa espumosa y fresca.
– Rita.
– Nada de besuqueos ahora. Dejame ver a esa criaturita angelical que grita como los demonios.
Apenas la tomo en sus brazos, Isabel se callo.
– Toma el dinero, Pepe -le dijo, buscando en su bolso-. Cuentalo a ver si esta completo.
– Rita.
– Y dale con tanto «Rita… Rita…». Me van a gastar el nombre.
La actriz mantenia su expresion de siempre.
– Amalita -dijo su padre-, vete a tus asuntos que yo cuido a la nina.
– No, papa. Mejor me la llevo.
– Pero ?no venias a dejarla?
– Pensaba irme de tiendas, pero ya no tengo ganas.
– ?Por que no vamos las dos solitas, como en los buenos tiempos?
Amalia se volvio hacia Rita y noto el panuelo enrollado en su garganta. Cuando alzo los ojos, supo que Rita habia notado su mirada.
– Dejame a la nina -le rogo Pepe-, te la llevare por la noche.
Amalia comprendio que su padre no clamaba solo por su nieta, sino por un mundo que se desmoronaba con aquella noticia. Por primera vez noto que su figura comenzaba a encorvarse y descubrio una sombra de susto en sus ojos, una inseguridad que parecia el inicio de un temblor; pero no dijo nada. Le dio un beso a su hija, otro a el y salio con Rita a recorrer La Habana.
Terminaron sentadas en un cafe del Prado, contemplando a los transeuntes que se paseaban bajo los arboles donde se cobijaban los gorriones y las palomas. Hablaron de mil cosas sin importancia, soslayando el tema que ninguna se atrevia a mencionar. Recordaron sus antiguas escapadas, la primera visita a la cartomantica, el ataque de risa que tuvo Rita cuando se entero de que su pretendiente era chino… Varias palomas se acercaron a la mesa para picotear las migajas del suelo.
– Ay, mi nina -suspiro la actriz despues de un largo silencio-, a veces me parece que todo es una broma de mal gusto, como si alguien hubiera inventado esto para asustarme o hacerme sufrir.
– No diga eso, Rita.
– Es que no me veo encerrada en una caja, calladita y sin decir esta boca es mia. ?Te imaginas? Yo que nunca me he mordido la lengua para cantarle las verdades a la gente.
– Y se las seguira cantando, ya vera. Cuando se cure…
– Ojala, porque yo no creo que vaya a morirme.
– Claro que no, dona Rita. Usted no morira jamas.
Llego a su casa tan deprimida que decidio dormir un rato. Su padre le traeria a Isabelita mas tarde; asi es que aprovecharia esa tregua para olvidarse del mundo durante un par de horas.
Aquellos tacones la estaban matando. Entro a su apartamento y se los saco en la sala. Un estruendo en el dormitorio la detuvo. Por si acaso, calculo el espacio que habia entre la puerta del cuarto y la salida. Con el corazon en vilo, avanzo de puntillas hasta la habitacion.
– ?Pablo!
Su marido brinco del susto.
– ?Que es eso? -pregunto ella, senalando tres paquetes atados con un cordel que su marido habia dejado caer al suelo.
– Algunos ejemplares del Gunnun Hushen.
– ?Como?
– Del periodico de Huan Tao Pay.
– Me estas hablando en chino -dijo ella, pero enseguida comprendio que la frase era tan literal que resultaba poco afortunada-. ?A que te refieres?
– Huan Tao Pay fue un compatriota que murio en la carcel. Lo torturaron por comunista. Estos son ejemplares de su periodico, reliquias…
Amalia comenzo a recordar aquellas misteriosas reuniones de su esposo, sus regresos a casa en momentos inesperados.
– ?Era amigo tuyo?
– No, eso ocurrio hace anos.
– ?No me juraste que nunca volverias a meterte en estos asuntos?
– No queria preocuparte -le dijo y la abrazo-, pero tengo que darte una mala noticia. Es posible que vengan a hacer un registro.
– ?Que?
– No tenemos tiempo -replico el-. Hay que esconder los paquetes en otro sitio.
Fue hasta la ventana y se asomo.
– Todavia estan ahi -aseguro, volviendose hacia su mujer-; y no puedo irme de aqui porque ya me vieron subir. No seria bueno que tocaran a la puerta y yo no estuviera. Sospecharian de inmediato.
– ?Adonde los llevo?
– A la azotea -decidio Pablo, despues de un titubeo.
Amalia se puso los zapatos. Pablo le acomodo los paquetes en sus brazos y le abrio la puerta. Los numeros del elevador indicaron que alguien lo habia llamado desde el primer piso.
– Ve por la escalera y no te muevas de alli hasta que vaya a buscarte.
Amalia subio los cinco pisos en menos de dos minutos. ?Donde podria esconder aquellos panfletos? Recordo la conversacion que escuchara entre un vecino y el encargado del edificio. El tanque de agua que surtia al apartamento 34-B, vacio desde el divorcio de sus ocupantes, tenia un salidero y estaba clausurado. Comenzo a levantar las tapas de cemento hasta encontrarlo y lanzo alli los tres bultos antes de colocar la tapa de nuevo.
Aguardo unos minutos por Pablo, paseandose nerviosa por la azotea, hasta que la espera se hizo insoportable. Entonces se peino con los dedos, se estiro la falda y tomo el elevador para bajar a su piso.
Cuando vio la puerta abierta, sintio que sus piernas temblaban. Le basto una ojeada para descubrir la lampara rota, las gavetas vaciadas sobre el suelo, el