Rojo donde todos esperaban escuchar a la popular contralto… Pero la antigua cocinera no se mostraba feliz.
– Esta gente no respeta, Amalita -le habia dicho confidencialmente a su amiga en el camerino-. Y sin respeto, no hay derechos.
Amalia, feliz por haber recuperado a su marido cuando los rebeldes abrieron las carceles a los antiguos opositores, no le daba importancia a esas quejas. Tras meses de separacion agonica, habian vuelto a reunirse. Pablo estaba libre: era su unico pensamiento. Y -lo mas importante- ya no se meteria en asuntos de conspiradera.
– Son rumores inventados por el enemigo -le aseguraba.
Desde hacia algunas semanas, la cantante se mostraba cada vez mas inquieta, y en secreto daba rienda suelta a su angustia cuando cantaba:
– «Debi llorar y, ya ves, casi siento placer. Debi llorar de dolor, de verguenza tal vez…»
Sentada frente a su mesa, Amalia apreto la mano de Pablo. Ah, la fortuna de saborear un bolero cantado con sabiduria, el placer de un coctel donde el ron se mezcla con las guindas borrachas, el privilegio de morder las frutas de pulpa relajada como el tropico…
Un rumor la saco de su embeleso. Alguien discutia con el portero, intentando penetrar al cabaret.
– Es tu padre.
La advertencia de Pablo la sobresalto. Oh, Dios: Isabelita. La habia dejado con ellos. Nunca supo como llego hasta el, pero de pronto ya estaba en la acera preguntandole que le habia pasado a su nina.
– Isa esta bien -dijo Jose, cuando logro calmarla-. No estoy aqui por ella, sino por Manuel.
– ?Mi padre?
Pablo se habia quedado de una pieza. Despues de aquella «traicion» con la que deshonrara a su familia, su padre nunca habia vuelto a hablarle; solo Rosa se comunicaba en secreto con ellos.
– Tu mama llamo -le dijo Jose-. Los rebeldes estan en el restaurante.
– ?Los rebeldes? ?Por que?
– Manuel estaba ayudando a unos conspiradores.
– Eso es imposible. Mi padre nunca se metio en politica.
– Parece que escondio a un amigo en la trastienda por unos dias. El hombre ya se fue, pero estan registrando el negocio con la idea de encontrar algo.
Sin pedir mas explicaciones, Pablo y Amalia se subieron al auto de Jose. Nadie hablo durante el trayecto que los llevo a la parte antigua de la ciudad. Cuando llegaron, el vecindario parecia desierto: nada inusual en el Barrio Chino donde los inquilinos preferian observar los acontecimientos detras de las persianas. El temor flotaba en el ambiente como una niebla palpable, quizas porque muchos recordaban escenas similares en su patria de antano, de la cual huyeran una vida atras. Ahora, como si algun pertinaz demonio los persiguiera, de nuevo se enfrentaban a la misma pesadilla en aquella ciudad que los acogiera con aire despreocupado y alegre.
Pablo salto del auto antes de que Jose frenara del todo. Habia visto la caja contadora destrozada en plena acera, las puertas del local abiertas de par en par, la oscuridad de su interior… Rosa corrio hacia su hijo.
– Se lo llevaron -le dijo en cantones, con la voz quebrada de angustia.
Y siguio hablando de una manera demasiado atropellada para que Pablo pudiera entenderia. Por fin se entero de que Manuel se hallaba en una camioneta arrimada a la acera, dentro de una cabina con cristales ahumados que impedian ver su interior.
Pablo se enfrento al hombre de uniforme verde olivo que salia del restaurante con un monton de papeles en la mano.
– Companero, ?puedo preguntar que ocurre?
El miliciano lo miro de arriba abajo.
– ?Y tu quien eres?
– El hijo del dueno. ?Que paso?
– Tenemos informes de que aqui se conspiraba.
– Para nosotros, el tiempo de conspirar ya paso -explico Pablo, tratando de parecer afable-. Mi padre es un anciano pacifico. Ese restaurante es el trabajo de toda su vida.
– Si, eso dicen todos.
Pablo se pregunto si podria mantener la calma.
– No pueden destruir el negocio de una persona inocente.
– Si es inocente, tendra que probarlo. Por ahora, vendra con nosotros.
Rosa se echo a los pies del hombre, hablandole en una jerigonza confusa donde se mezclaban el cantones y el espanol. El miliciano intento zafarse, pero ella se aferro a sus rodillas. Otro hombre que salia del restaurante aparto a la mujer con violencia.
Pablo arremetio contra el. Con un rapido gesto lo envio de cabeza contra la acera y enseguida inmovilizo al segundo, que ya lo agarraba por detras. Su ataque tomo por sorpresa a los milicianos, que jamas habian visto nada semejante. Aun tendrian que pasar dos decadas para que Occidente se familiarizara con ese arte guerrero que los chinos llaman wushu.
Los milicianos se levantaron del suelo mientras Jose y Amalia trataban de contener a Pablo. Uno de ellos se llevo la mano al revolver, pero fue atajado por el otro.
– Deja eso -susurro, senalando con un gesto los alrededores.
Comprendiendo la cantidad de testigos que habria del incidente, optaron por cerrar el restaurante, colocar el sello para indicar que habia sido intervenido por el gobierno revolucionario y subieron a la camioneta.
– ?Adonde se lo llevan?
– Por ahora, a la tercera estacion -dijeron-, pero no te molestes en ir hoy ni manana. Va a ser dificil que lo soltemos pronto. Antes habra que ver si no es un contrarrevolucionario.
– Yo conspire contra Batista -grito Pablo mientras el vehiculo arrancaba-. ?Y estuve preso!
– Entonces sabras que todo esto es por el bien del pueblo.
– ?Mi padre es el pueblo, estupido! Y las revoluciones no se defienden destrozando sus bienes.
– Tu padre dormira en la carcel para que le sirva de escarmiento -grito el chofer, poniendo el vehiculo en marcha- ?Y no sera el unico! En estos momentos hay ordenes de registro en los negocios de muchos conspiradores.
Pablo se lanzo contra la camioneta, pero Jose lo sujeto.
– ?Voy a reclamar en los tribunales! -bramo, rojo de rabia.
Le parecio escuchar las carcajadas de los hombres, mientras la camioneta se perdia en medio de una nube oscura y pestilente.
– Yo no luche para esta mierda -dijo Pablo, sintiendo que una furia nueva crecia en su pecho.
Amalia se mordio los labios, como si presintiera lo que se avecinaba tras aquella frase.
– Tengo que ir al estudio -susurro Jose, palideciendo.
– Usted no tiene por que preocuparse… -comenzo a decir Pablo, pero se detuvo al ver la mirada de su suegro-. ?Que ocurre?
– Yo… guarde unos papeles -tartamudeo Jose.
– ?Papa!
– Solo por una noche, para hacerle un favor a la senora de los altos. Se habian llevado preso al marido y temia un registro. Ya lo queme todo, pero si el hombre hablo y a ella la amenazaron…
Subieron al auto, tras convencer a Rosa que seria mas seguro dormir esa noche en casa de su hijo y su nuera.
Los diez minutos de viaje hasta «El duende» fueron agonicos y dificiles. Varias calles aledanas estaban bloqueadas por los escombros. Vitrolas, cajas contadoras, mesas y otros accesorios formaban lomas de basura en el asfalto. Cuando llegaron al estudio de grabaciones, la puerta habia sido tapiada con unos tablones y el temible sello de la intervencion revolucionaria cruzaba la cerradura. Desde la acera, Pablo, Jose, Amalia y Rosa vieron las vitrinas revueltas, los estantes destruidos, las partituras regadas por el suelo.
– Dios mio -exclamo Jose, a punto de desplomarse.
?Como habian podido? Aquel era el universo que creara su padre. Alli estaban los pasos del Benny, la sonrisa de La Unica, las danzas del maestro Lecuona, las guitarras de los Matamoros, las zarzuelas de Roig… Cuarenta anos de la mejor musica de su isla se desvanecian frente a una violencia incomprensible. Rozo con sus dedos las tablas claveteadas y sospecho que jamas podria recuperar los tesoros de aquel local que su hijita y su nieta