llenaran de gorjeos. Le habian robado su vida.

Amalia miro a su padre, que tenia una palidez nueva en el rostro.

– Papa.

Pero el no la oyo; su corazon le dolia como si un puno se lo apretara.

Cerro los ojos para no ver mas aquel destrozo.

Cerro los ojos para no ver mas aquel pais.

Cerro los ojos para no ver mas.

Cerro los ojos.

Cada manana Mercedes creia descubrir un ramo de rosas ante su puerta. O una caja con bombones rellenos de licor de fresas. O una cesta de frutas sellada con un lazo rojo. O una carta que alguien tenia que leerle despues, porque ella aun no sabia hacerlo. Y no solo una carta de amor, sino el recuento de atardeceres que palidecian ante el resplandor de su piel, siempre firmadas por un mismo nombre, el unico importante para ella… Porque Mercedes no podia recordar que Jose estaba muerto. Su mente vagaba ahora por aquella epoca en que su enamorado la rondara mientras ella, sumida en una bruma diferente, apenas percibia sus esfuerzos para llegar hasta su corazon nublado de embrujos.

Tambien recordaba otras cosas: habia vivido en un lupanar, se habia dejado poseer por incontables hombres, su madre habia muerto en un incendio que casi destruyo el negocio de dona Ceci, su padre habia sido asesinado por un negociante rival… Pero ya no era necesario ocultarlo porque nadie sabia lo que se escondia en su cabeza. El unico conocedor de su secreto habia muerto… ?No! ?Que estaba pensando? Jose vendria a verla como cada mediodia mientras dona Ceci reganaba a la mujer de la limpieza. Le cantaria alguna serenata y ella atisbaria de reojo hacia la esquina, temiendo que los matones de Onolorio llegaran mas temprano.

Pero Jose no venia. Ella se levantaba de la cama y se asomaba con impaciencia a la calle por donde pasaban a toda hora unos transeuntes sospechosos: hombres con armas largas que blandian incluso ante el rostro de los ninos. Solo ella se daba cuenta de que eran los matones de Onolorio, aunque ahora se vistieran diferente. Tenia que hacer algo para avisar a Jose o lo matarian apenas se asomara por la esquina. Sintio que el panico se apoderaba de ella.

«?Asesinos!»

La palabra se agazapo en su pecho, asomandose poco a poco detras de cada latido. Deseaba decirla, aunque fuera en susurros, pero la pesadilla la habia dejado sin voz.

«?Asesinos!»

Hubo una conmocion cerca de la esquina. El miedo anulo esa paralisis que no la dejaba gritar. «?Asesinos!», murmuro.

El tumulto crecio en la esquina. Varias personas corrian detras de un individuo. Mercedes no pudo distinguir su rostro, pero no necesitaba verlo para saber quien era.

Como un fantasma desolado, como una banshee que clamara por la muerte del proximo condenado, salio a la calle dando alaridos.

– ?Asesinos! ?Asesinos!

Y sus reclamos se sumaron a los de la muchedumbre, que tambien acusaba de algun crimen al hombre que huia.

Pero Mercedes no vio ni supo nada de esto. Se abalanzo sobre los perseguidores que intentaban detener a su Jose. En la confusion oyo un disparo y sintio de nuevo aquel adormecimiento en su costado, en el mismo sitio donde Onolorio le clavara un punal siglos atras. Esta vez la sangre manaba a raudales, mucho mas caliente y abundante. Movio un poco la cabeza para observar a quienes se acercaban y pedian a gritos un medico o una ambulancia. Hubiera querido tranquilizarlos, advertirles que Jose andaba cerca.

Busco entre todos los rostros el unico que sonreia, el unico que podria reconfortarla.

«?Lo ven?», trato de decir. «Les dije que vendria.»

Pero no pudo hablar, solo suspirar cuando el le tendio los brazos y la levanto. ?Cuanta ternura habia en su mirada! Como en aquellos atardeceres de antano…

Se alejaron de la multitud, todavia aglomerada en plena calle. Atras quedaron los clamores y la voz adolorida de una sirena que buscaba el sitio donde yacia una mujer agonizante. Pero Mercedes no se volvio para mirar atras. Jose habia venido a cuidar de ella, y esta vez seria para siempre.

Como habia cambiado su mundo. «Nadie esta preparado para perder a sus padres», se decia Amalia. ?Por que no le habian advertido? ?Por que nunca le aconsejaron como lidiar con esa perdida?

Se mecio nerviosamente frente al televisor. Por fuera intentaba ser la misma de siempre, por su hija y por esa otra criatura que pronto estaria alli, pero algo se habia roto para siempre en su pecho. Ya nunca mas seria «la hija de», ya nunca mas diria «mama» o «papa» para llamar a alguien, ya no existirian dos personas que correrian a su lado, ignorando al resto del mundo para abrazarla, para mimarla, para socorrerla.

Por si fuera poco, Pablo tambien habia cambiado. No con ella. A ella la amaba con locura. Pero una nueva amargura parecia roerle el alma despues del arresto de su padre, a quien le hicieron un juicio sumario para condenarlo a un ano de prision. Pablo intento mover influencias. Incluso hablo con varios funcionarios que lo conocian desde su epoca en el clandestinaje; pero cada solicitud suya chocaba contra un muro insalvable. Solo tras cumplir su sentencia, Siu Mend regreso a casa maltratado y mortalmente enfermo; tanto que muchos creian que no viviria mucho. Amalia sospechaba que Pablo no se quedaria con los brazos cruzados. Ya habia visto aquella misma expresion cuando conspiraba contra el gobierno anterior. Y no era el unico. Muchos amigos -que antes celebraran el advenimiento del cambio- venian a visitarlo ahora con actitudes igualmente sombrias. Amalia los habia visto susurrar cuando ella volvia la espalda y callarse cuando regresaba con el cafe.

Intento pensar en otra cosa, por ejemplo, en la masa de refugiados que huia de la incomprensible ola de cambios. Cientos habian escapado. Hasta la gorda Freddy se habia marchado a Puerto Rico…

– ?Isabel! -llamo a su hija para alejar aquellos pensamientos-. ?Por que no vas a banarte?

Su vientre pesaba una barbaridad, aunque solo tenia cinco meses.

– Papi esta en la ducha.

– En cuanto salga, te banas.

Isabel ya tenia diez anos, pero actuaba como si tuviera quince, tal vez porque habia visto y escuchado demasiadas cosas.

Amalia cambio el canal y se mecio en su sillon, casi ahogandose por el esfuerzo. Todo le molestaba, hasta respirar.

– Y ahora… ?La Lupe! -anuncio un presentador invisible, con aquella voz engolada que era habitual a principios de los anos sesenta.

Procuro olvidar el dolor de su cintura y se preparo para oir a la cantante de la que tanto se hablaba: una mulata santiaguera, con ojos de fuego y caderas de odalisca, que salio al escenario con andares de potra en celo. Era hermosa, reconocio Amalia. Aunque pensandolo bien, las mulatas feas eran una excepcion en su isla.

– «Igual que en un escenario, finges tu dolor barato. Tu drama no es necesario. Ya conozco ese teatro…»

Demasiado histrionica, decidio Amalia. O histerica. No quedaba nada de la gracia zalamera de Rita en esa nueva generacion… ?Que estaba pensando! El olmo nunca daria peras. Jamas habria otra como ella.

– «Mintiendo: que bien te queda el papel. Despues de todo, parece que esa es tu forma de ser.»

Hubo un leve cambio en el tono de la musica, que subitamente se hizo mas dramatica. Y de pronto, La Lupe parecio enloquecer: se zafo el mono, sus cabellos se desparramaron sobre el rostro, comenzo a aranarse el pecho y a darse punetazos en el vientre.

– «Teatro, lo tuyo es puro teatro: falsedad bien ensayada, estudiado simulacro…»

Amalia no pudo creer lo que veia cuando la mujer se quito un zapato y ataco el piano con el afilado estilete de su tacon. Tres segundos despues parecio cambiar de idea, arrojo el zapato fuera de escena y se dedico a golpear con los punos la espalda del pianista, que siguio tocando como si nada.

Aguanto la respiracion, esperando que alguien entrara con una camisa de fuerza para llevarse a la cantante, pero no ocurrio nada. Por el contrario, cada vez que La Lupe iniciaba otro de aquellos desatinos el publico gritaba y aplaudia al borde del paroxismo.

«Este pais se ha vuelto loco», penso Amalia.

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