manivela.
– Una llamada de la comisaria de Tapalque -dijo.
– Aha -dijo Croce-. Bien. -Se levanto y se acerco al mostrador.
Renzi lo miro afirmar con la cabeza, serio, y luego mover la mano en el aire como si el otro lo pudiera ver.
– ?Y cuando fue?… ?Hay alguien con el? Voy para alla. Gracias, Leoni. -Se acerco al mostrador-. Anotame la comida en la cuenta, Vasco -dijo, y se movio hacia la salida. Se detuvo frente a la mesa donde Renzi seguia sentado.
– Hay novedades. Si quiere, venga conmigo.
– Perfecto -dijo Renzi-. Me lo llevo. -Y levanto el papel con el dibujo.
Habria de empezar a caer por fin la noche para que Sofia le terminara de aclarar -«es un decir»- la historia de su familia, entre las idas y venidas a la sala donde estaba el espejo con las lineas blancas que les daban a los dos unos largos minutos de exaltacion y de lucidez, de felicidad instantanea y luego una suerte de oscura pesadumbre que ella habia terminado por defender al decir que solo en esos momentos de depresion -«en el bajon» era posible ser sincero y decir la verdad, mientras se inclinaban sobre la mesa de vidrio con el billete enrollado para aspirar la blancura incierta de la sal de la vida.
– Mi padre -dijo Sofia- siempre penso que sus hijos varones se iban a casar con muchachas del pueblo, de familia acomodada, de apellido, y mando a mi hermano Lucio a estudiar ingenieria en La Plata, para que hiciera lo mismo que el habia hecho. Lucio alquilo una pieza en una pension de la Diagonal 80 regenteada por un estudiante cronico, un tal Guerra. Los viernes hacian venir a una chica a la pension, llegaba con una motoneta. La chica de la Vespa, la llamaban, muy simpatica, estudiante de Arquitectura, segun decia, que se mantenia de ese modo, haciendo la vida, como quien dice. Bimba, se hacia llamar. Muy divertida, llegaba los viernes y se quedaba hasta el domingo y se acostaba con los seis estudiantes que ocupaban la casa, uno por vez, y a veces les hacia la comida o se sentaba con ellos a tomar mate y jugar a las barajas despues de haberselos pasado a todos.
Una tarde Lucio se quemo las dos manos en una explosion en el laboratorio de la Facultad y estaba vendado como un boxeador y Bimba se ocupo de el, lo cuido, y a la semana siguiente cuando volvio fue derecho a la pieza de mi hermano, le cambio las vendas, lo afeito, lo bano, le daba de comer en la boca, charlaban, se divertian juntos, y una tarde Lucio le pidio que se quedara con el, le ofrecia pagar lo que le pagaban todos para que por favor no fuera con los otros, pero Bimba se reia, lo acariciaba, le escuchaba las historias y los planes y despues se iba a encamar con los muchachos a las otras piezas, mientras Lucio penaba, tirado en la cama, con las manos heridas y la cabeza cruzada por imagenes atroces. Salia al patio, escuchaba risas, voces felices. A Lucio le dicen el Oso porque es enorme y parece siempre triste o un poco boleado. Su problema fue desde chico la inocencia, era muy credulo, muy confiado, demasiado bueno, y esa noche cuando Bimba estaba en la cama con Guerra -que empezaba la ronda-, mi hermano desde su pieza los escuchaba reirse y moverse en la cama, y le dio un ataque, se levanto, enfurecido, con las manos vendadas y tiro abajo la puerta, pateo el velador y Guerra se levanto y empezo a pegarle, a machacarlo, porque mi hermano, debil como estaba y con las manos inutilizadas, se fue al suelo enseguida y no se defendia mientras Guerra lo pisaba, lo insultaba, queria matarlo, Bimba desnuda se le tiro encima a Guerra, lo aranaba, le gritaba y tuvo que soltar a Lucio y al final llamaron a la policia. -Hizo una pausa-. Pero lo extraordinario -dijo despues- es que mi hermano dejo la Facultad, dejo todo, se volvio al pueblo y se caso con Bimba. La trajo a casa y la impuso en la familia y tuvo hijos con ella y todos saben que la chica fue un yiro y solo mi madre se nego a hablarle y siempre hizo de cuenta que era invisible, que no existia, pero a nadie le importaba porque Bimba es divina y divertida y nosotras la adoramos y fue la que nos enseno a vivir, y fue ella la que en todos estos anos de malaria se ocupo de cuidar a Lucio y de sostener la casa con los pocos ahorros que habian sobrado de la epoca de esplendor. Mi padre la queria tambien porque seguro que le hacia acordar a la irlandesa, pero estaba decepcionado, queria que sus hijos y los hijos de sus hijos fueran -como decia hombres de campo, estancieros, gente de posicion y de fortuna, con peso en la politica local. Habria llegado a gobernador, mi padre, si hubiera querido, pero no le interesaba participar en politica, solo queria manejar la politica y quiza imagino para sus hijos varones un destino de patrones de estancia, de senadores o caudillos, pero sus hijos se fueron para otro lado y Luca, despues que se enfrentaron por la fabrica, no quiso verlo nunca mas ni pisar esta casa.
Los dos habian heredado de su abuelo Bruno la desconfianza del campo y el gusto por las maquinas y enseguida empezaron a trabajar en su empresa. Mi abuelo, -dijo Sofia- cuando se retiro del ferrocarril, fue representante de Massey Harris y ellos ampliaron el taller en los fondos de su casa -en la calle Mitra- y asi empezo todo. Ya te habran contado la leyenda de gallinero del vecino…
– Si -dijo Renzi-, soldaban de noche con la autogena, y las gallinas del vecino miraban todo el tiempo la luz, deslumbradas, enloquecidas y borrachas, con los ojos como el dos de oros, saltaban cacareando, alucinadas por la blancura de la soldadora como si un sol electrico hubiera salido de noche…
– Drogadas -dijo ella-. Cloc-cloc. Las gallinas droguetas por el resplandor, y cuando levantaron una empalizada de chapa para aislar el brillo de la autogena las gallinas se desesperaban y se subian al alambre del gallinero para buscar esa blancura, tenian sindrome de abstinencia… Me acuerdo yo tambien de haber visto de chica esa luz nitida como un cristal. Ibamos siempre al taller. Viviamos entre las maquinas, Ada y yo. Mis hermanos nos hicieron los juguetes mas extraordinarios que ninguna chica tuvo nunca. Munecas que andaban solas, que bailaban, munecas que parecian vivas, con engranajes y alambres conectadas a un magnetofono, hablaban en lunfardo las munecas, las hacian con pinta de bataclana para enfurecer a mi madre; una vez me hicieron una Mujer Maravilla que volaba, daba vueltas por todo el patio, como un pajaro, y yo la sostenia con un reel de pesca, la hacia girar en el aire, roja y blanca, con las estrellas y las barras, tan hermosa, no podia respirar de la emocion. Nosotras adorabamos a mis hermanos, estabamos siempre atras de ellos, nos empezaron a llevar a los bailes (mi hermana con Lucio y yo con Luca), las dos con tacos y los labios pintados jugando a ser dos milonguitas de pueblo, con sus novios, ibamos a los bailes vecinos, a los clubes de los barrios, la pista habilitada en la cancha de paleta, con las lamparitas de colores y la orquesta que tocaba musica tropical en la tarima hasta que mi madre intervino y se termino la farra, al menos esa farra.
Salieron en el auto, a medianoche, hacia Tapalque, por una ruta lateral que cruzaba el borde del partido. Iban en medio del campo, esquivando los alambrados y los animales quietos. La luna se escondia de a ratos y Croce usaba el buscahuellas, que estaba en el costado, un foco fuerte con una manija que se podia mover con la mano. De pronto vieron una liebre, paralizada de terror, blanca, quieta, en el circulo iluminado, como una aparicion en medio de la oscuridad, bajo el haz de luz, un blanco en la noche [21] que de pronto quedo atras. Anduvieron varias horas, sacudidos por los pozos del camino, mirando el hilo plateado de los alambrados bajo el cielo estrellado. Por fin, al salir a una senda arbolada, vieron al fondo, lejos, el brillo de la ventana iluminada de un rancho. Cuando llegaron a la huella y enfilaron hacia el rancho ya empezaba a clarear en el horizonte y todo se volvio de un color rosado. Renzi se bajo y abrio la tranquera y el auto entro por un sendero entre los yuyos. En la puerta, bajo el alero, un paisano tomaba mate sentado en un banquito. Un policia de consigna dormitaba junto a un arbol.
En el potrero del costado estaba el alazan, tapado con una manta escocesa, la mano izquierda vendada. El paisano era el cuidador del caballo, un ex domador, de nombre Huergo o Uergo, Hilario Huergo. Era un gaucho oscuro, alto y flaco que fumaba y fumaba y los miro llegar.
– Que dice, don Croce.
– Salud, Hilario -dijo Croce-. ?Que fue lo que paso?
– Una desgracia. -Fumaba-. Me pidio que viniera -dijo-. Cuando llegue ya lo habia hecho. -Fumaba-. Si -dijo, pensativo-. En su religion esta permitido.
– Permitido matar no esta -dijo Croce.
– Tengale respeto, comisario. Era una buena persona. Tuvo esa desgracia. Nadie le tiene compasion a los culpables -sentencio al rato.