– No, se lo compro -dijo el flaco, y le dio medio billete de un peso.

Enseguida el gordo le dio a Renzi la otra mitad del billete a cambio de otro cigarrillo. Entonces los dos se pararon en un costado y empezaron una operacion que parecian haber repetido muchas veces. Fumaban por turno el cigarrillo, cruzando los brazos para pasar la mano a la boca del otro, y cuando el flaco empezaba a exhalar el humo, el gordo esperaba hasta que terminara y entonces fumaba y lanzaba el humo haciendo volutas, de modo que los dos fumaban sin parar, en una cadena continua. Mano, boca, humo, boca, humo, mano, boca. Estaban parados en linea y levantaban el brazo hasta la boca del companero, que fumaba mirando al frente; la operacion se repitio hasta el final. Entonces volvieron con las colillas y se las vendieron a Renzi, que les devolvio a cada uno la mitad de su billete. Con unos pobres restos de harina que conservaban en una caja de galletitas hicieron engrudo y pegaron el billete hasta lograr armar de nuevo el peso entero. Entonces se acostaron cada uno en su camastro, inmoviles, boca arriba, con los brazos en el pecho y los ojos abiertos.

Croce empezo a hablar en voz baja con Renzi.

– Son hermanos, dicen que son hermanos -dijo, senalando a los internos-, vivo con ellos aca. Saben quien soy. Afuera me hubieran matado como lo mataron a Tony. Estoy esperando que me trasladen al Melchor Romero. Mi padre murio alli, iba a visitarlo y me hablaba de una radio que le habian conectado en la cabeza, en la mollera, decia, me parece que ahora estoy oyendo esa musica.

Renzi espero hasta que Croce volviera a sentarse, de cara a la ventana.

– Escuchame bien, Cueto queria desviar esa plata, el Viejo estuvo bien en eso… Pero Luca no quiso saber nada, no quiere ni ver al padre, una noche casi lo mata, lo culpa de la quiebra de la fabrica, el Viejo vendio las acciones y cuando Luca se entero, salio con un revolver… Lo culpa de la ruina… -De pronto se quedo callado-. Mejor andate ahora, que estoy cansado. Ayudame con esto. -Estiraron el colchon y Croce se acosto-. Se esta bien aqui, nadie te jode…

El flaco se acerco.

– Oiga, diga, ?me cambia el billete por uno nuevo? -dijo, y le extendio a Renzi el billete pegado con engrudo. Renzi le dio un peso y se guardo el billete que estaba pegado con media cara del general Mitre (?o era Belgrano?) del reves. El tipo miro el billete nuevo con satisfaccion.

– Le compro un cigarrillo -dijo.

Renzi tenia el paquete casi vacio, solo con tres cigarrillos. El gordo se acerco. Cada uno agarro un cigarrillo y el tercero lo partieron con mucho cuidado. Despues se dividieron el billete y empezaron a fumar y cambiar de mano la mitad del billete. Primero el billete, despues fumaban, despues el billete, despues fumaban. Todo lo hacian muy ordenadamente, sin alterarse, siguiendo un orden perfecto. Croce, tendido en la cama, se habia dormido.

Renzi salio al parque, ya habia empezado a anochecer, tenia que apurarse si queria alcanzar el ultimo colectivo que lo llevara al pueblo. Croce parecia haberle encomendado una mision, como si siempre necesitara a alguien para poder pensar claramente. Alguien neutro que se ocupara de ir a la realidad, de juntar datos y pistas, para que luego el pudiera sacar las conclusiones. Podria venir a verlo todas las tardes y discutir con el lo que habia descubierto en el pueblo mientras Croce, sin salir de ahi, extraia sus conclusiones. Renzi habia leido tantas novelas policiales que conocia muy bien el mecanismo. El investigador siempre tiene a alguien con quien discutir sus teorias. Ahora que ya no estaba Saldias, Croce habia entrado en crisis porque cuando estaba solo sus ideas lo perdian. Estaba siempre reconstruyendo una historia que no era la de el. No tiene vida privada y cuando tiene vida privada, pierde la cabeza. Se le va la cabeza, se oyo decir Renzi mientras subia al omnibus que lo llevaba de vuelta al pueblo.

Las casas de las afueras eran iguales a las casas de los barrios bajos de cualquier ciudad. Letreros escritos a mano, edificaciones a medio terminar, chicos jugando a la pelota, musica tropical sonando en las ventanas, autos viejisimos andando a paso de hombre, paisanos a caballo galopando en la banquina junto al camino empedrado, carros de botellero empujados por una mujer.

Cuando el colectivo entro en el pueblo, el paisaje cambio y se convirtio en una maqueta de la vida suburbana, una serie de casas con jardin al frente, ventanas con rejas, arboles en las veredas, callejones de tierra apisonada y por fin al entrar en la calle larga, primero empedrada y luego asfaltada, aparecieron las casas de dos pisos, los zaguanes de puerta alta, las antenas de television en los techos y en las terrazas. El centro del pueblo era tambien igual al de otros pueblos, con la plaza central, la iglesia y la municipalidad, la calle peatonal con las tiendas y las casas de musica y los bazares. Y esa monotonia, esa repeticion interminable, era lo que seguramente les gustaba a los que no vivian ahi.

Se imagino que tambien el podia retirarse a vivir en el campo y dedicarse a escribir. Pasear por el pueblo, ir al almacen de los Madariaga, esperar los diarios que llegaban en el tren de la tarde, dejar atras su vida inutil, convertirse en otro. Estaba a la espera, tenia la sensacion de que algo iba a cambiar. Quiza era su propia impresion, su ilusoria voluntad de no volver a la rutina de su vida en Buenos Aires, a la novela que redactaba desde hacia anos sin resultados, a su trabajo idiota de hacer resenas bibliograficas en El Mundo y salir cada tanto a la realidad a perpetrar cronicas especiales sobre crimenes o pestes.

La noche habia caido sobre la casa y ellos seguian en los sillones, en la galeria, con las luces apagadas, salvo un velador atras en la sala, mirando el jardin tranquilo y las luces del otro lado de la casa. Al rato, Sofia se levanto y puso un disco de los Moby Grape y se empezo a mover bailando en su lugar mientras sonaba «Changes».

– Me gusta Traffic, me gusta Cream, me gusta Love -dijo, y se volvio a sentar- . Me gustan los nombres de esas bandas y me gusta la musica que hacen.

– A mi me gusta Moby Dick.

– Si, me imagino… A vos te sacan los libros y quedas en bolas. Mi madre es igual, solo esta tranquila si esta leyendo… Cuando deja de leer, se pone neurastenica.

– Loca cuando no lee y no loca cuando lee

– ?La ves ahi…?, ?ves la luz prendida…?

Habia un pabellon del otro lado del jardin, con dos grandes ventanales iluminados en los que se veia una mujer con el pelo blanco atado, leyendo y fumando en un sillon de cuero. Parecia estar en otro mundo. De pronto se quito los anteojos, levanto la mano derecha y busco atras, a tientas, en un estante de la biblioteca que no se alcanzaba a ver, un libro azul, y luego de ponerse la pagina contra la cara, volvio a calzarse las gafas redondas, se arrellano en el alto sillon y siguio leyendo.

– Lee todo el tiempo -dijo Renzi.

– Ella es la lectora -dijo Sofia.

13

Renzi paso varios dias en el archivo municipal revisando documentos y periodicos viejos. Todas las tardes entraba en la sala, fresca y tranquila, mientras el pueblo entero dormia la siesta. Croce le habia dado algunos datos como si quisiera encomendarle un trabajo que el ya no podia hacer. La historia de los Belladona se fue desplegando desde el origen mismo del lugar y lo que mas impresiono a Renzi fueron las notas sobre la inauguracion de la fabrica, en octubre de 1961.

Fue la directora del archivo quien lo ayudo a encontrar lo que buscaba y lo atendio no bien supo que habia sido el comisario quien lo habia recomendado. Croce, segun ella, cada tanto se retiraba al manicomio y pasaba un tiempo descansando ahi, como si estuviera en un hotel en las montanas. La mujer se llamaba Rosa Echeverry y ocupaba un escritorio en el centro del salon siempre vacio; fue ella quien lo guio por los estantes, las cajas y los viejos catalogos. Era rubia y alta, usaba un vestido largo y se apoyaba con alegre displicencia en un baston. Habia sido muy bella y se movia con la confianza que la belleza le habia otorgado y por eso causaba una impresion de sorpresa verla renguear, parecia que su simpatia y su alegria no coincidian con la dureza de su cadera atormentada por el dolor. En el pueblo se decia que usaba morfina, unas ampollas de vidrio verde, que se hacia enviar desde La Plata y que retiraba todos los meses, con una receta del doctor Fuentes, en la farmacia de los Mantovani, y que ella misma se aplicaba luego de abrirlas con una sierrita y hacer hervir las agujas en la caja de metal donde guardaba la jeringa.

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