– Te recuerdo que me pagan, y muy bien.

– Por mucho que te paguen. Yo se lo que me digo. Empezamos a tener una edad en la que…

– Ya sabes que este sera mi ultimo trabajo en el extranjero.

– Desde luego, o eso o el divorcio. Estoy cansada de ir de aqui para alla.

Vio a su marido desnudo entrando en la banera. Se habia mantenido bien durante muchos anos, pero ahora el vientre habia desbordado ampliamente el conjunto de su cuerpo y tenia el pecho cubierto de vello blanco. Conocia aquel cuerpo a la perfeccion. No habia visto a ningun otro hombre desnudo. Le inspiraba ternura y carino. De aquel cuerpo habian salido sus hijos, ahora su nieta. Se acerco hasta el borde del agua.

– ?Quieres que te frote la espalda?

– No, da igual.

– Dejame, que ya se cuanto te gusta.

Empezo a masajearlo con una recia esponja vegetal. El se puso a ronronear como un gato.

– Adolfo, estoy un poco preocupada.

– ?Por que?

– Es ese chico, Dario, parece desanimado, triston. Le dices las cosas y tarda un rato en enterarse, se agobia ante cualquier novedad. Hasta yo diria que ha adelgazado mucho en los ultimos meses. Seguramente echa de menos a su novia.

El marido solto una risotada concreta y seca.

– ?Que pasa, por que te hace eso reir?

– Yo que tu no me preocuparia lo mas minimo.

– No te entiendo.

– Ya te he hablado de El Cielito.

– Si, la casa de mala vida a la que vais.

– Exacto. Bueno, pues el la usa talmente asi, como casa de putas.

– Si, y seguro que tus colegas tambien, incluso tu.

– ?Manuela, por favor…! Tu ya sabes como son los campamentos de obra.

– ?Desde luego que lo se, sitios muy poco recomendables!

– Pues ese chico se pasa la vida en El Cielito, le gusta, le va, hasta yo diria que muchas noches duerme con esas chicas.

– ?Que barbaridad, quien lo diria, con la cara de inocente que tiene!

– Por eso creo que seria mejor que no intentaras hacerle de mama.

– Desde luego, los hombres, ?como sois!

– A mi no me metas en ese saco. Y de El Cielito ni media palabra a nadie, ya sabes.

– La esposa del jefe debe callar.

– Y otorgar.

Tomo la mano de su esposa y la puso sobre sus genitales. Ella fingio escandalizarse:

– ?Sueltame, sera posible…!

Se alejo aparentando un enfado infantil. El se quedo riendo en la banera, mientras su abdomen se agitaba en el agua jabonosa. «Callar y otorgar», penso Manuela. Como broma podia ser divertida, pero no le gusto.

Tardo en salir. Era una prueba. ?Que haria si el no estaba a la hora de siempre? Quiza estaba levantando un castillo de arena que se derrumbaria antes de tener forma. Se propuso dar cabida a un poco de prudencia en la riada de pensamientos que anegaba su mente. Por eso tardo en salir a pasear. Pero el no estaba en la puerta. Fue una pequena desilusion, aunque, al fin y al cabo, ?que esperaba? No podia estar en la verja aguardando a que la dama apareciera. ?Quien le garantizaba que ella tuviera intencion de estar alli a una hora que nadie habia convenido? Echo a andar. ?En que direccion? Se sintio completamente estupida. Ya no tenia edad para aquellos juegos, ni para autoinfundirse ilusiones amorosas. Realizo el mismo trayecto que ambos habian hecho las dos veces anteriores. Desemboco en la plaza del ayuntamiento, y alli estaba el, sentado exactamente a la mesa que habian ocupado los dos. Le sonrio. Ella sintio una timidez tan violenta que casi le impedia caminar. Penso en lo que debia decirle, pero no fue capaz de elaborar ninguna idea. Se planto junto a el, que, poniendose en pie, dijo:

– Estaba esperandote.

No era necesario decir mucho mas. El juego quedaba destapado, ahora si. Victoria se sintio subitamente atemorizada. La acometio el deseo infantil de marcharse a casa para disfrutar de aquella frase en la intimidad: «Estaba esperandote.» Notaba la cara congestionada, no sabia hacia adonde mirar. «Estaba esperandote», podia pasar horas rumiando algo asi, sacandole matices y luminosidades. Pero no podia marcharse, Santiago no era un hombre con el que practicar juegos adolescentes. Sin embargo, aquel dia no se sentia preparada para iniciar una aventura amorosa. Solo esperaba que el lo comprendiera, que la dejara disfrutar un poco mas de aquellas fases previas. Porque la aventura definitiva, que vendria sin duda, significaba pensar y, desde luego, sufrir. «Aun no - penso-, aun un poco de inconsciencia, de locura, de emocion.»

– He salido un poco tarde de la colonia.

– Pero finalmente estas aqui.

– Si.

– Y yo estaba esperandote.

– Si.

– Victoria, ?no crees que deberiamos…?

Le impidio que siguiera hablando.

– Hoy no, hoy vamos a disfrutar de esta manana de sol.

– Juntos.

– Si.

– Pero hablaremos otro dia.

– Creo que no tendremos otro remedio.

Santiago sonrio, asintiendo levemente. Sin duda la habia comprendido, y se habia tranquilizado. No hablarian aquella manana, gozarian de la que quiza seria su ultima manana inocente antes de adquirir un compromiso duro, doloroso, sangriento, una decision que podia acabar en cualquier cosa, que los devastaria o los haria renacer.

Tomaron cafe en silencio. A Victoria, el aire le parecia un velo acariciador. Lo notaba en la piel, suave, delicioso. Tambien oia una musica que venia de lejos, y el rumor de las voces de la gente, muy bajo, muy sutil. Todos sus sentidos estaban hipersensibilizados, como si hubiera tomado alguna droga que la dotara de una percepcion superior. Una vez dentro de ella, todas esas sensaciones se convertian en placer, un placer sin ansiedad, sin deseos, un placer envolvente, previo a todo, lento y prometedor.

Caminaron por San Miguel sin intercambiar ni una sola palabra. Ella percibia la figura de el a su lado, su volumen. Le llegaba el calor que emergia de su cuerpo. Aspiraba su olor con curiosidad, un olor nuevo, solo suyo. El hecho de estar callados no le generaba ninguna violencia ni sensacion de ridiculo. Se sentia bien dentro de aquella burbuja intensa. Penso que quiza era el mejor momento de su vida.

Una hora mas tarde se decian adios en los jardines de la colonia. Santiago, con la realidad de nuevo reflejada en los ojos, le dijo:

– Nos vemos el sabado que viene. A las nueve de la manana aqui. Y entonces hablaremos.

– Hablaremos.

Se dieron un par de besos en las mejillas, ligeros pero abrasadores. Victoria camino hacia su casa, rodeada aun de aquel vapor denso. En la cocina estaba Ramon, desayunando. Olia a cafe y a tostadas.

– ?Que tal el paseo?

– Bien.

– Supongo que nosotros no tenemos que ir esta tarde a esa fiesta infantil. No me apetece. Habia pensado enjugar un partido de tenis con Adolfo y luego quedarme en casa, leyendo.

– Puedes hacerlo tranquilamente. Manuela siempre espera que vayamos todos a cualquier fiesta, pero es un poco absurdo, nosotros no tenemos ninos pequenos. De todas maneras, lo mejor sera que yo aparezca un rato por alli. Hago acto de presencia, tomo una copa y me marcho.

– No es mala idea. ?Has comprado los periodicos?

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