la mas remota esperanza de que aquel cachivache estropeado que era su matrimonio pudiera recomponerse? ?Por que estaba ella en Mexico, con que intencion habia aceptado ir? ?Y a quien cono le importaba una resurreccion amorosa cuando lo que apestaba a podredumbre era la propia vida en su totalidad? A veces pensaba que se habia quedado tantos anos junto a su marido porque necesitaba un testigo de la culminacion de su fracaso. Pero ?y si decidia intentarlo; no salvar su matrimonio sino salvarse a si misma? Alli, en aquella tierra, en aquel alejamiento de su habitat geografico, radicaba su oportunidad. En Mexico podia librarse de sus fantasmas, olvidarse de ellos, quedarse trabajando en una ONG o como camarera en alguna cantina. Cierto que habia adquirido la costumbre de beber y que le costaria un poco dejarlo y volver a la sobriedad total, pero si trabajaba duro por su rehabilitacion moral, ni siquiera una copa de vez en cuando le haria dano. Pasarse la tarde del domingo durmiendo a resultas de una borrachera no tenia sentido. Cambiaria a partir de aquel mismo momento. Tampoco debia de ser tan complicado si el cambio no comportaba asumir el pasado. Olvidaria su anterior personalidad, renaceria. En Mexico quiza habia un lugar para ella en el que no habia reparado. La mayor dificultad seria no dejarse arrastrar por la voz interna del pasado: las vivencias, los recuerdos, la desesperacion, las preguntas, las respuestas, los remordimientos, el rencor, la sensacion de que la vida era solo una y ya habia acabado.

Luz Eneida le sonrio. Habia decidido pasar el aspirador aunque no fuera estrictamente necesario. Tenia los ojos bonitos. Siempre llevaba ropa de colores vistosos. Sintio deseos de proponerle que intercambiaran sus vidas durante un mes, solo para probar. Pero estaba el pasado, el pasado, el pasado y todas sus secuelas, deformantes como las de una enfermedad. Recuerdos agazapados que saltan sobre ti cuando menos lo esperas, como tigres resabiados que solo comen entranas de principes. Susy, muerta de curiosidad, preguntando: «?Lo has hecho alguna vez, alguna vez has comprado a un hombre?» No, Susy, ?vaya decepcion si te lo dijera! No lo he hecho, pero ahora me siento muy capaz de hacerlo. Un nativo servira. ?Por que andaba tan preocupada por cambiar? De hecho, ya estaba cambiando: ahora jugaba en serio, las borracheras eran autenticas, nada de pequenas cogorzas puntuales como sucedia en Espana. Ahora su humor era verdaderamente caustico. Ahora ya no le importaba organizar un buen escandalo. Ahora iba a comprar a un hermoso muchacho mexicano para darle un poco de uso genital. Y no estaba pensando en el guia; al guia lo reservaria para una ocasion especial. Su paralizacion animica debia terminar: o regenerarse o degenerar.

Luz Eneida no la miraba con recelo. Probablemente habia asumido que las mujeres extranjeras hacian cuanto se les antojaba, y lo hacian porque a sus maridos les eran indiferentes. Santiago. Un testigo mudo. Despues de haberlo hablado todo, y discutido, y peleado, a falta solo de pronunciar la frase que nunca nadie se atreve a pronunciar: «Ya no te quiero.» Y, sin embargo, seguian el uno junto al otro en una patologica continuidad.

– Luz Eneida, me voy a dar una vuelta.

– Bien, senora, ?quiere que le prepare la comida para cuando vuelva encontrarsela calentita?

– No se cuando llegare. A lo mejor no vuelvo mas.

– ?Vaya cosas que dice! ?Adonde va?

– No pienso salir de la colonia, tranquilizate.

Se quedo renegando con bondad, preocupada por la salud y las excentricidades de su senora. Paula estaba nerviosa, pero no queria empezar a beber aun. Se dirigio al despacho de Dario, y pudo ver con claridad que el ponia cara de horror nada mas verla. ?Por que aquel maldito chico le tenia tanto miedo? ?Que temia exactamente: que le montara una escena embarazosa, que se echara en sus brazos?

– Dario, muchacho, ?se te ha ocurrido ya un bar que puedas recomendarme?

– No, ya le dije que en cuestion de bares este pueblo esta muy mal. Puede que los haya, pero yo no los conozco.

– Me prometiste que preguntarias a alguien.

– Bueno, usted ya sabe como es la gente de aqui, no contestan, no te hacen caso. Se callan, sonrien y en paz. Pero creo que dentro de una semana toda la colonia asistiremos a una guelaguetza invitados por el gobernador de la region.

– ?Y que demonios es una guelaguetza?

– Una fiesta mexicana tipica de esta zona. Se celebrara en un convento en ruinas que…

– ?No me lo cuentes, me lo puedo imaginar! Un convento de los franciscanos, de los agustinos, de los abades virgenes, de…

– Me han dicho que es algo muy animado, muy especial.

– Si, estoy convencida, espectacular, pero tu no te has enterado de donde hay un buen bar.

– Yo…

– ?No titubees, un hombre no debe titubear nunca, antes morir!

Sudaba, sudaba como si estuviera en una sauna, como si hubiera oido dictar su sentencia de muerte. Estaba atractivo asi, casi un muchacho, en tension y asustado. Se acerco a el, lo tomo con fuerza de la pechera de su camisa y le dio un beso intenso en la boca, un beso sexual, sin ninguna otra interpretacion que no fuera el calor, la humedad, el nervio de la lengua. Luego se separo de el y camino hacia la puerta, dandole la espalda. Antes de salir se volvio para mirarlo. Estaba blanco, con los ojos agrandados por la sorpresa.

– Acuerdate de preguntar por un bar.

Tuvo ganas de reir, pero no lo hizo. Se sentia mejor. Lo ventajoso de vivir en una pequena comunidad era que liberarse de las ansiedades resultaba facil. Nada de vagar sin rumbo por la ciudad ni de forzar la charla con un camarero. Bastaba con acercarse a la persona idonea y obrar sin impedimentos. Y ahora iria en busca de Susy, tomarian una buena cerveza en la plaza del ayuntamiento y descansarian un rato. Mexico era una tregua que la vida le brindaba, una tregua que merecia ser vivida con paz y confianza, con amor y alcohol.

A Dario le costo un buen rato reponerse del susto. Incluso cerro la puerta con pestillo. Corrio al lavabo y se enjuago la cara con agua fria. Aquello empezaba a no tener la mas minima gracia. Paula sin duda se habia enterado de que su marido se la pegaba con otra mujer. No solo eso, sino que probablemente se maliciaba que el habia actuado la noche anterior como una especie de complice y se proponia martirizarlo a placer. ?O estaba viendo fantasmas donde en realidad no habia nada? Simplemente la mujer del ingeniero le daba a la botella y en paz. Igual que habia ido a provocarlo, podria haber hecho cualquier otra cosa, besar a cualquier otra persona. Estaba poniendose histerico. Intento serenarse. Alla se las compusiera cada cual, no podia permitir que lo llevaran de un lado a otro como una pelota, ni tenia por que sentirse responsable de las acciones de todos aquellos tipos. Penso que quiza seria una buena idea contarle a Santiago la visita que habia recibido de su esposa, por si el sacaba conclusiones sospechosas que pudieran ponerlo sobre aviso. Aunque en seguida se dio cuenta de que seria un error mayusculo. ?Como iba a plantarse frente a el y soltarle: «Su mujer me ha pegado un morreo salvaje, ?no sospechara algo?»? A lo mejor el ingeniero le daba las gracias, pero no era descartable que lo que le diera fuera un punetazo en plena cara. Y era un hombre alto y corpulento. Ni hablar, su divisa a partir de aquel instante seria la de los tres monos de la sabiduria: ver, oir y callar. Esa seria una estrategia prudente, porque cualquier dia alli se iba a organizar un jaleo considerable y lo mas conveniente para el seria mantenerse alejado de la linea de fuego. ?Quien seria la mujer de la que Santiago estaba enamorandose?, ?la americana, alguna de las esposas de los jovenes tecnicos con ninos y todo? Era inutil interrogarse sobre eso, el no sabia que hacian los ingenieros durante la semana. A lo mejor no todo el tiempo estaban trabajando en la obra, quiza visitaban Oaxaca y alli era donde el ingeniero se habia encontrado con una bella mujer, o al menos con una que no bebiera tanto ni estuviera tan loca como la suya.

Sono el telefono, y por Dios que debia de estar desquiciandose a marchas forzadas, porque tardo un rato en comprender quien era Yolanda. Ella lo noto; por mas kilometros que lo separen a uno de una mujer, ella se da cuenta de todo como si estuviera en la habitacion de al lado.

– ?Aun sabes quien soy, no?

– ?Yolanda, que tonterias dices!

– No digo tonterias. Me quedo levantada hasta las tantas para llamarte a una hora que sea decente en Mexico y me contestas como si no me conocieras.

– Joder, no esperaba tu llamada; estaba descolocado!

– Claro, como tu nunca me llamas…

– Dijimos que dejariamos el telefono quieto para ahorrar, ?o no?

– Una cosa es dejarlo quieto y otra muerto.

– Vamos a ver, Yolanda, ?no te escribo cartas puntualmente, no te mando e-mails?

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