– ?Tomate un cafe!
Denego la sugerencia de Ramon.
– No, gracias, estoy muy cansado. Creo que me acostare hasta la hora del almuerzo.
– Como quieras.
Se despidio con un gesto general. Se dirigio hacia su habitacion presa de una gran incomodidad. Detestaba estar liado con la mujer de un companero. Ramon era un hombre placido, amable, que nunca sospecharia algo semejante. Luego enfrio sus pensamientos hasta el hielo. No debia seguir por ese camino. A causa del trabajo se veria obligado a convivir con Ramon hasta que la situacion se hiciera publica. Si empezaba a sentir remordimientos o a comportarse con culpabilidad, todo podia irse al traste, y eso era algo que no pensaba permitirse. El no habia previsto aquella situacion, la vida es como es.
Se dio una ducha y se metio desnudo en la cama. Recordo la piel de Victoria, la punzada de sus entranas al penetrarla, revivio sensaciones tan recientes que le llenaban aun de olores y roces. Comprobo que estaba excitado de nuevo, se dijo a si mismo que nunca tendria suficiente de aquella mujer. Sonrio. En sus oidos sonaban aun sus tenues lamentos de placer. Intento serenarse. Tomo un libro y empezo a leer. Solo el sueno apaciguo su deseo.
Tras la partida de Santiago, Victoria habia pasado por una primera fase de dulce ensonacion en la que los momentos vividos palpitaban aun sobre su piel. Pero desde que se habia levantado de la cama se encontraba en un estado de difusa inquietud. Recorrio varias veces el salon de su casa. Fue a la cocina, desayuno e intento comportarse como si aquel fuera un dia normal. Sin embargo, habia olvidado como era un dia normal. Se sento en su sillon habitual e intento leer; pero era incapaz de concentrarse. Paradojicamente, sus pensamientos no podian ser mas claros: estaba segura de lo que iba a hacer. Era plenamente consciente de lo que queria. De repente penso que debia llamar a sus hijos. Calculo que hora era en Madrid. En seguida desistio. Comprendio que llamarlos en aquel momento no era sino un modo de acallar sus remordimientos. Penso que, cuando empezara a vivir con Santiago, sus hijos quedarian desplazados de la primera linea de su interes. Luego se dio cuenta de que, con la edad que tenian, era absurdo plantearselo asi.
Volvio a la cocina y tuvo la idea de tomar una copa. Era muy temprano aun y no era amante de la bebida, pero los tiempos que se avecinaban serian duros; de modo que un poco de alcohol bien dosificado la ayudaria. Bebio un sorbo y agradecio el calor del licor como si fuera un balsamo. Si al menos todo aquello estuviera sucediendo en su ciudad, en su pais… pero alli, lejos del entorno en el que habia trascurrido su vida… era como si todo fuera menos real, como si obedeciera a una realidad distinta que solo estuviera vigente en Mexico. Si Santiago y ella se iban juntos, ?que harian, adonde se dirigirian, que pasaria con su vida en Espana, con sus hijos? Bebio un largo trago. Puso musica a bajo volumen. Mozart. Las notas vibrantes que saltaban en el aire le procuraron un consuelo inmediato para su inquietud. Mozart era alentador porque hablaba de alegria, lograba que en el mundo pareciera existir una armonia que dotaba a todas las cosas de sentido. Debia de estar loca, sin duda alguna; le habia sido concedido el magnifico don del amor. Un hombre atractivo y seguro de si mismo la queria hasta el punto de estar dispuesto a dejarlo todo por ella. Se le estaba brindando lo que tanto deseaba: la emocion, la compania intima y profunda que el amor comporta, y todo ello a una edad en la que nunca habria pensado que ese futuro existiria para ella. ?Y que hacia frente a todos aquellos regalos del destino?: temblar como una hoja pensando en las dificultades, en el dolor que vendria, en la reaccion de los demas. No, lo que procedia en aquel momento era gozar intensamente de lo que habia encontrado en su camino, sin ninguna otra consideracion.
Sintio el aire fresco que entraba por la ventana, el efecto turbador de la bebida. Recordo el contacto del cuerpo de Santiago y se estremecio. Sonrio al pensar que ella ocupaba un lugar claro y grande en la mente de el. Penso que todo era aun tan incipiente, tan reservado, tan misterioso. Podria haberse pasado horas y horas sin otra ocupacion mas que notar sus sensaciones.
Manuela colgo el telefono despues de haber hablado con su hija. Tenia la impresion de que si ella no estaba pendiente de todo muchas cosas saldrian mal. Por supuesto, sus hijos, mayores y casados, no necesitaban de ella para nada; pero las dudas sobre su solvencia persistian: ?resolvian bien los problemas cotidianos? ?Ah, cuando, estando en Espana, ella los visitaba de vez en cuando se daba cuenta de que todo distaba de ser perfecto! Faltaban detalles, algunos asuntos de la casa se resolvian precipitadamente y mal. No se trataba de cosas importantes, sus hijos eran trabajadores y cabales, pero ella los veia como temas que se podian perfeccionar. Estaba acostumbrada a apostar por la perfeccion. Su marido y ella habian suscrito un pacto desde los comienzos: el proveeria el dinero para vivir y ella se ocuparia de la organizacion de la casa y la educacion de los ninos. Todo habia funcionado de maravilla, como era previsible, porque cuando uno asume el papel que ha decidido no pierde el tiempo lamentandose por lo que nunca podra hacer. Su casa habia sido siempre un instrumento de precision; todo funcionaba como era adecuado, todo tenia unas reglas que obedecian a un orden logico y racional. Nadie salia por peteneras rebelandose contra su puesto en el entramado familiar. Los hijos resultaron responsables, amables, estudiosos y equilibrados. Algunas amigas solian decirle: «Has tenido una gran suerte con los chicos, Manuela.» Ella sonreia en senal de asentimiento, aunque en el fondo pensaba que la suerte nada tiene que ver con la educacion. Aquello no era como si te tocara un numero de la loteria, o como si el ultimo electrodomestico comprado diera buen resultado y no se estropeara jamas. No, nunca alardearia de ello, pero los hijos habian sido la gran obra de su vida, algo completamente personal. Sin embargo, era como si nadie se diera cuenta de que para llevar adelante una tarea como aquella era necesario un absoluto autocontrol, una disciplina ferrea para consigo misma. Nunca se habia permitido la menor flaqueza, la mas pequena debilidad. Ahi estaba el quid de su exito como madre. Jamas se mostro autocomplaciente, perezosa o negligente, jamas sintio pena por si misma. Los sacrificios que se hacen por los hijos tienen que estar enmarcados en un proyecto mas amplio, en un armazon donde deben ir colocandose las piezas del conjunto que alguna vez queremos ver completo. Si no habia podido desarrollar su vida profesional o no habia podido disfrutar de mas tiempo libre, nunca habia considerado que esos impedimentos fueran una carga pesada, ni le originaban la menor frustracion. La vida le habia encomendado un papel importante y lo habia cumplido. Ahora sus obligaciones eran menores, pero todavia no habian concluido: cuidaba de su esposo, lo acompanaba, y asumia los deberes como esposa del jefe. Asi procuraba ser alma y motor de la colonia sin entrar en las libertades personales de cada cual.
Por todo ello, cuando su hija mayor, casada y con una nina pequena, se empenaba en continuar con su trabajo de arquitecta, y ella comprobaba la cantidad de problemas que eso traia consigo, tenia que morderse la lengua para no decirle: «No abarques demasiado, querida, quedate con lo mas precioso que tienes: un marido estupendo que gana mucho dinero, una nina preciosa, un mundo a tu medida que puedes atender bien.» Pero de momento su hija no le habia hecho caso, y cuando la visitaba, veia cosas que no le gustaban lo mas minimo: una nina que se ponia a comer cuando le daba la gana y una casa llena de asistentas y
Penso en Adolfo. Habian tenido algunas crisis, nada serio, como cualquier pareja con una convivencia tan larga. Sabia que nunca le habia sido infiel, aunque no la atormentaba saber si eso era verdad. Se habia comportado como un buen marido, amable, complaciente, muy trabajador, un buen padre que nunca habia interferido en temas de educacion, dejandola obrar a ella con entera confianza. Haciendo un recuento que a alguien podia sonarle peculiar, hubiera afirmado que su marido era alguien que le habia solucionado mas problemas de los que le habia ocasionado. Un computo francamente favorable.
A veces se preguntaba que pensarian de todas estas cosas sus companeras de la colonia. Nunca se habia atrevido a hablar abiertamente con ellas sobre esos temas. Eran todas mas jovenes y sin duda tendrian otras ideas o habrian perdido la capacidad para disfrutar del orden armonico tradicional. ?Lastima, porque aquel era un regalo del que todas las mujeres podian disponer! Todas las que contaban con posibilidades economicas, naturalmente, asi eran las cosas. Al comienzo de su estancia en Mexico habia deseado que alguna otra de las esposas tuviera su edad; contar con coetaneos es importante. Desde luego, se trataba de chicas amables, ?pero a saber cuales eran sus autenticas preocupaciones! En principio, Victoria le habia parecido la mas cercana. Sus hijos