aquella noche, en aquella musica inspirada, en las faldas de colores de las chicas que bailaban. Hasta Paula, en cuya formalidad no confiaba demasiado, daba esa noche muestras de moderacion. Claro que a lo mejor estaba bajo el influjo de alguna resaca anterior. ?Con aquel marido tan atractivo que tenia! Hay quien no sabe valorar los dones que le han sido concedidos, y de ese modo dificilmente puede mantenerlos intactos a lo largo de los anos. Observo a Paula intentando que no se notara. Comia desganadamente y lanzaba miradas alrededor con identica apatia. Parecia pensar. «La mujer libre piensa», se dijo, y hubiera dado algo por saber en que.

No sabia que pintaba alli. Su animo no estaba para fiestas. Desconocia el motivo, pero estar en compania de gente le apetecia menos de lo habitual. Ni siquiera la bebida le parecia una ayuda para poder aguantar. Santiago le habia pedido expresamente que lo acompanara. Habia pensado que ya no contaba con ella para que oficiara como esposa, pero por lo visto no era asi. ?Aun no estaba desenganado por completo, no temia que ella montara un buen numero en publico, que se emborrachara como una cuba a ojos de todos, que vomitara sobre el ponche o algo peor? No, su marido era una especie de monje budista, un resistente pasivo de la condicion matrimonial. Nada la afectaba, y lo que pudiera afectarla quedaba encerrado bajo la mascara de su estoicismo. Tenia un marido que era como una estatua de la isla de Pascua. Si por lo menos despues de la fiesta hubiera podido largarse a tomar algo sola… pero nunca se habia atrevido a dejar a Santiago asi. Quedaba un ultimo respeto. En cualquier caso, hacia anos que pasaban tanto tiempo separados, que hubiera sido una absurda provocacion largarse en los momentos de mutua compania. Era lo ultimo que le faltaba por hacer; no habia dudado en molestarlo de otras maneras. A veces se habia preguntado por que el nunca reaccionaba en su contra. Tenia razones suficientes para haber sacado a la luz que su matrimonio se habia convertido en una via muerta. Tambien ella podria haberlo planteado razonablemente en una conversacion, pero no lo habia hecho, tampoco el. Tenian miedo de las palabras, quiza porque recordaban el ultimo resto del antiguo amor. Alguna vez uno de los dos debia tomar una decision, era estupido que ambos estuvieran velando un cadaver. Se llevo un cacahuete a la boca y empezo a renegar: ?por que los mexicanos tenian que echarle picante absolutamente a todo?

Cuando llego el momento de los postres, los bailarines empezaron a requerir a personas del publico para que se integraran durante unos pasos en la coreografia. Hubo aplausos y algarabia general. Al comienzo de la fiesta, Santiago habia deseado que no se acabara nunca; mientras aquello durara, al menos podia verla. Pero desde que habian formalizado su cita miraba el reloj con impaciencia, ahora solo le interesaba que el tiempo pasara de prisa para llegar cuanto antes al lunes. Seria duro esperar. Su relacion con el tiempo se habia convertido en algo conflictivo desde que estaba enamorado de Victoria. Durante la semana, las horas pasaban arrastrandose y lo encaminaban hacia un destino incierto. Volveria a la colonia, si, pero eso no significaba gran cosa: ?la veria?, ?cuando, en que circunstancias, fugazmente, mucho rato, quien estaria presente?, ?dispondrian de un instante para encontrarse a solas, aunque fueran tan solo cinco minutos? Le resultaba muy dificil vivir con esas incertidumbres angustiosas. Era un hombre acostumbrado a vivir de acuerdo a un programa, y trabajaba con elementos tan solidos como el hierro o el hormigon. Su tarea consistia en planificar lo que sucederia en los meses siguientes. Sin embargo, temia asustarla si intentaba concretar demasiado el futuro de ambos. Aunque no habia mas remedio que hacerlo; las cosas tienen una inercia hacia adelante, pero hay que empujarlas, siempre empujarlas. El verla tan segura aquella noche le habia proporcionado una cierta serenidad. Levanto la mirada y alli estaba: respiraba el mismo aire que respiraba el, habia comido la misma comida, tendria en la boca el mismo sabor. A algunas personas el amor los llenaba de dudas, a el lo llenaba de certezas. No dejaria marchar a aquella mujer, no renunciaria a ella jamas. Si la perdia, ?como iba a continuar mirandose en el espejo todas las mananas? Algunos hombres se refugian en el trabajo cuando no tienen amor, en sus ilusiones, en sus aficiones. Pero el nunca habia perdido la esperanza, sabia que alguna vez apareceria aquella mujer que le devolveria la logica a su vida. Sin esa esperanza era dificil vivir, solo los imbeciles lo conseguian, solo los cobardes. Habia sido un hombre duro, con aguante, con calma. Habia huido de la desesperacion, pero ahora estaba seguro de que despues de Victoria la tierra se acababa para el. Bebio vino, suspiro, sonrio. Era un hombre afortunado. Habia tenido suerte en muchas cosas, ahora la tenia en todo.

Susy agrando los ojos con sorpresa cuando un bailarin se puso frente a ella y la cubrio con su sombrero charro. La arrastro hasta la pista. Una chica del grupo le dio al pasar un panuelo de seda. La danza consistia en moverse frente a su pareja pasandole el panuelo primero por la cintura, despues por el cuello. Debia atraerlo hacia su cara y, en el ultimo momento, negarle un beso. Mirando a los demas, en seguida comprendio cual era su papel y lo ejecuto con gracia y entusiasmo. La musica tenia un ritmo vivo, palpitante. Se estaba divirtiendo, realmente lo pasaba bien. Aquello era justo lo que necesitaba: estar alegre, reir, no pensar demasiado. En la pirueta final, el intento de beso robado se convertia en un beso autentico. El bailarin acerco los labios a los suyos y apenas la rozo con su bigotazo negro. Luego la acompano hasta su lugar en la mesa y le beso la mano. Todos aplaudieron, ella tambien, se sentia feliz como una nina. Henry le palmeo la espalda:

– Lo has hecho muy bien, te felicito.

– ?Dios, estoy tan cansada! Aunque parezca mentira, hacer eso cansa.

– Parecia que hubieras estado toda la vida tomando clase de folclore mexicano.

– ?Siempre me ha gustado bailar! Creo que es lo que deberia hacer, bailar todo el dia, bailar.

– ?Y por que no, querida?, ?puedes hacerlo si quieres!

Miro a su marido, congelando la sonrisa. Insistia en tratarla como a una nina. ?La pequena Susy quiere bailar?, ?musica para ella! En ningun momento habia pensado que tras aquellos deseos de felicidad momentanea podia existir algo mas, una pena enterrada, un antiguo dolor, un deseo de atolondrarse, de enajenarse. De repente advirtio que alguien se acercaba a su silla por detras. Era Paula. Hizo ademan de felicitarla y le dijo al oido:

– Has hecho el ridiculo muy bien, querida. Parecias una turista histerica de gozo. Yo que tu me hubiera follado al bailarin delante de todo el mundo.

Le dio un besito y continuo su camino hacia el lavabo. Susy sintio ganas de llorar. La odiaba, odiaba a aquella borracha.

Los lavabos estaban junto a la cocina, en pabellones anadidos a la iglesia derruida. Paula lo vio en seguida, entre las sombras. Alli estaba el guia, con los ojos semiocultos por el ala del sombrero. Se dirigio directamente a el:

– ?Que haces aqui, estas en todas partes?

– He venido conduciendo uno de los vehiculos que trajeron a los invitados, senora.

– ?Tambien trabajas como chofer?

– Todo el mundo me conoce y conozco a todo el mundo. Trabajo un poco en todo. Ya ve.

– Ya veo, si.

Se aparto, dejandolo con una sonrisa ironica en el rostro moreno, imperturbable.

El alcalde de San Miguel les dirigio una alocucion. Estaba encantado de que la colonia estuviera tan cercana a su poblacion. La presencia de los ingenieros, sus distinguidas esposas y todos los demas miembros de la empresa de construccion habian traido animacion y progreso al lugar. Constituia un honor para el pueblo recibirlos alli. Los aplausos subieron hasta las bovedas del techo, donde anidaban muchos pajaros. Despues hablo Adolfo. Adolfo era tan severo como paternal. En sus largos anos como jefe habia acunado una autoridad que se dejaba sentir desde las primeras palabras. Todos los miembros de su organizacion se sentian honrados por estar en aquel gran pais. Los pajaros se movieron inquietos con la nueva ovacion. Paula, que volvia del lavabo, dijo entonces en voz alta y clara:

– ?Como nos llaman a los espanoles en Mexico? Creo que gachupines, ?verdad?

En la iglesia solo habia una vieja que barria el suelo junto al altar mayor. Sobre ella caia la unica luz potente del recinto, el resto estaba en penumbra. Se sento en un banco de la ultima fila. Oia el ruido de la escoba rascando sobre las losas de piedra. Citarse en una iglesia resultaba un tanto blasfemo. Ella no tenia fe religiosa. ?La habia tenido alguna vez? Ni siquiera estaba segura. Ahora se percataba de que existian muchas cosas sobre las que no habia pensado. Habia pasado su vida afanandose en los problemas inmediatos: sus hijos, las clases en la universidad, su marido… Y de repente surgian muchas preguntas nuevas a las que debia responder. ?Estaba asustada, se sentia culpable? Alguna vez habia llegado a creer que la infidelidad la hubiera hecho sentir como una especie de asesina tras cometer su delito. Pero no era asi. No sentia culpa; al contrario, veia las cosas con una claridad que nunca antes habia experimentado. Su vida anterior habia transcurrido dentro de un cubiculo comodo,

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