conjeturas, eran escuchadas con morboso interes. Esto se puso de relieve cuando el Consejo de Gobierno hizo publico, a traves de una nota difundida por los periodicos, la creacion de unos centros de acogida destinados a subsanar la insuficiencia de los hospitales. De inmediato estos centros dieron pabulo a innumerables sospechas contradictorias. Unos pocos, invocando la piedad, denunciaban el hecho, alegando que habian oido hablar del hacinamiento en que se encontraban los internados y de la escasez de los medios empleados para cuidarles. La minoria piadosa creia que se les habia encerrado para someterles a una muerte lenta. Otros, los mas, suponian una situacion opuesta, manifestando su desagrado por la imprudencia de las autoridades. Para ellos los centros de acogida no garantizaban la seguridad de los ciudadanos. Contaban detalles macabros de lo que sucedia en su interior y exigian proteccion frente a eventuales agresiones. No obstante, unos y otros tenian algo en comun: todos se declaraban ajenos al mal. Ningun familiar, ningun amigo, ningun conocido habia sido afectado por este. El mal se iba extendiendo a traves de los demas.
Victor le comento a David estos rumores. Este se mostro, en parte, sorprendido. Paradojicamente el hecho de hallarse, de manera cotidiana, en el ojo del huracan, le hacia ignorar algunos de sus efectos devastadores. Aferrado a su condicion de medico no entendia que pudieran realizarse fantasiosas especulaciones. Para el una enfermedad era una enfermedad, por rara y desconocida que fuese. Cuando Victor le coloco ante la evidencia de admitir que el problema habia dejado de ser exclusivamente sanitario el doctor Aldrey expreso su desagrado.
– Lo reconozco. Era de prever, pero eso no quita que me fastidie todo lo que me dices. No ganaremos nada con leyendas siniestras. Nuestra obligacion es tratar de luchar contra el dolor que sufre esta gente. Esto no puede durar indefinidamente. Aunque continuara, nuestra obligacion seria la misma.
Era obvio que, en medio del seismo, Aldrey habia decidido no moverse ni un apice. Estaba seguro de cual era su deber y pensaba obedecerlo estrictamente. No le importaban las habladurias. Vivir en el constante fracaso de sus esfuerzos no le impedia considerar que, en aquellos momentos, su obligacion era ser util. Sus largas jornadas laborales, sostenidas con determinacion ascetica, habian grabado ya huellas en su rostro. Estaba demacrado y muy palido. Victor le pregunto que sabia de aquellos centros de acogida que daban tanto que hablar.
– No mucho. Estoy todo el dia en el hospital y por ahora permanecere alli. Conozco medicos que han sido destinados a estos centros. Aunque mejor seria decir que han sido movilizados. Tambien lo ha sido el personal sanitario. Se han dado indicaciones a los medicos para que abandonen sus despachos particulares y se ocupen de los centros. Ha habido muchos voluntarios. Los reticentes estan recibiendo ordenes terminantes. Por lo que se no son, desde luego, lugares ideales. Han sido improvisados a toda prisa. Escuelas, hoteles, algun cuartel. No lo se exactamente. Tampoco se cuantos hay. Falta de todo. Se dice que pronto llegara ayuda del extranjero. En cualquier caso no pienso que la situacion sea peor que en los hospitales.
Tras hablar con Aldrey, Victor llamo a Blasi. Estaba enfurecido:
– No sabes lo estupidamente dificil que se ha vuelto hacer un periodico. Nos rompemos la cabeza todos los dias tratando de explicar lo que no pasa. Es la absoluta miseria.
Se explayo cantandole las terribles dificultades impuestas por la censura. Todo eran informaciones oficiales. Se podia hablar de lo que pasaba en el exterior pero no de lo que ocurria en la ciudad. Se podia hablar del pasado y del futuro pero no del presente. Los periodistas se habian transformado en cronistas que rastreaban en epocas anteriores o en augures que pronosticaban tiempos prometedores. El presente no existia.
– ?Y el periodismo es el presente! -exclamo Blasi, entre abatido y orgulloso de su profesion.
Victor le interrogo por los centros de acogida. Dijo no saber nada mas de lo que decian los rumores. Seguia con su ataque de furia:
– ?Sabes quien dirige la censura?
– No -contento Victor.
– ?Te acuerdas de Penalba?
– ?El senador de la fiesta de Nochevieja?
– Si -concluyo Blasi -. Este inepto ha entrado en el Consejo de Gobierno y ahora dirige la censura. De vez en cuando viene a husmear por aqui y engorda de satisfaccion.
Volvio a marcar el numero de
– ?Que te pasa?, ?te han ascendido? -le pregunto este.
No lo habian ascendido. Simplemente estaba contento porque, segun sus previsiones, muy pronto se podria eliminar la cartelera. Confiaba en que se cerraran todas las salas de espectaculos, observando en ello la posibilidad de su pequena revancha personal contra el periodico que iba a jubilarle. Victor dejo que se extendiera en sus planes de desquite. Luego le pidio ayuda para visitar alguno de los centros de acogida. Arias mostro un aparente desinteres. Unicamente cuando le insistio, recordandole sus dotes de periodista a la vieja usanza, el perro callejero acepto su demanda:
– Vere lo que puedo hacer. No te aseguro nada.
Le cito, tres dias despues, en un escualido bar situado enfrente del edificio de la Bolsa. Victor llego con antelacion y, en lugar de esperar a Arias en el bar, opto por dirigirse al palacete neoclasico que albergaba el mercado de valores. Hacia anos habia hecho un reportaje fotografico en aquel sitio. La excitacion del dinero ofrecia abundante materia prima para un cazador de imagenes. Desde entonces no habia vuelto a entrar.
El escenario era el mismo pero el ambiente habia cambiado. Estaba medio vacio, sin aquella frenetica gimnasia de gestos que revelaba las fluctuaciones de la ambicion. Tenia nitidamente grabada en la memoria aquella gimnasia unica: los cuerpos contraidos en su maxima tension, las caras oscilantes y ansiosas, los dedos nerviosos apuntando hacia tesoros intangibles. Un coro denso de voces roncas que se perdian en el estruendo general. Todos contra todos en un combate aritmetico, sin sangre, en el que los vencedores sufrian el mismo desgaste que los vencidos y en el que el botin, por el que habian luchado con tanto ardor, se desvanecia bajo el alud aseptico de los numeros. Pero eso no importaba a aquellos adoradores de cifras. Parecia, mas bien, que los estimulaba como una droga secreta cuyo goce los profanos ignoraban.
Esta vez, sin embargo, la Bolsa estaba lejos de su esplendor. A Victor le paso por la cabeza que se asemejaba mucho a un casino que, fuera de temporada, intenta mantener su magnificencia, con la mayoria de las mesas cerradas y con los apostadores demasiado precavidos. Imperaba la discrecion. Todos los servicios funcionaban haciendo caso omiso de la escasez. Los paneles electronicos transmitian las operaciones mercantiles del mundo entero, empenados en mostrar la fraternidad del dinero. Pero los mercaderes locales se movian con la cautela de quienes, subitamente, habian sido arrastrados a la condicion de hermanos separados. Se negociaba sin alardes, se vendia mal y se compraba poco. Las voces, antes desafiantes, habian perdido energia y los ojos, depredadores hasta hacia muy poco, emitian destellos de anoranza.
A la salida de la Bolsa, Victor diviso a Arias mientras cruzaba el umbral del bar. Tomaron un cafe rapido y, a continuacion, se dispusieron andar sobre los restos de nieve ennegrecida. pese al frio Arias se empeno en ir caminando, ya no estaba de buen humor, y su delgada figura, enfundada en un abrigo demasiado grande, parecia que podia romperse en cualquier momento. Anduvieron en silencio hasta llegar a una construccion con apariencia de escuela. Estaba rodeada de un amplio patio, pobremente ajardinado, por donde deambulaban aburridos algunos policias. Por la inscripcion frontal Victor pudo comprobar que se trataba, en efecto, de una escuela.
Los tramites para entrar fueron breves. Arias tenia preparadas sus conexiones y estas demostraron ser asombrosamente fluidas. Un teniente de la policia les franqueo el paso. Ya en el interior Arias le informo:
– Somos funcionarios del departamento de sanidad y esta es una visita de inspeccion.
Pero nadie se intereso por ellos. Nadie vigilaba ni nadie preguntaba. El desorden y la improvisacion habian impuesto su propia logica de modo que, habituados ya a la confusion, los individuos que trabajaban alli se movian de un lado a otro con indiferente eficacia. Hombres y mujeres vestidos con el uniforme blanco que les distinguia como guardianes cotidianos de la enfermedad. Sin embargo, en sus caras no se apreciaba ninguna secuela del continuo roce con el mal. Simplemente convivian con el buena parte de su existencia diaria. Como conocedores intimos del dolor habian dejado atras, en el camino, su capacidad de sorprenderse ante sus veleidades.
Y, no obstante, aquel era un dolor refinado. Se participaba en su seno, sin alardes ni ostentaciones. No permitia la brillantez del desgarro ni la grandeza de la resistencia. Ni siquiera, combatido, dejaba vislumbrar el valor de una actitud o la dignidad de una conducta. Arrasaba, por contra, con brutalidad igualitaria, hundiendo a sus elegidos en un pantano de inanicion.
Victor, de nuevo, los contemplaba. En las aulas se habian sustituido los pupitres por literas. Los exanimes,