circunstancias, se le superponia otra, incomprensible, que reforzaba la hipotesis de Bertran: la ciudad no solo actuaba, en sus instancias interiores, de acuerdo con el espiritu de la fortaleza sino que ella misma era ya una fortaleza. Era una ciudad aislada del mundo exterior sin que, no obstante, nadie hubiera cerrado las puertas.

La paulatina disminucion del numero de forasteros, hasta llegar a su practica desaparicion, constituyo un hecho penoso por cuanto acrecento en los ciudadanos la idea de habitar una ciudad marcada. Nadie la visitaba por placer y los que lo hacian por obligacion, debido a los vinculos comerciales que mantenian, se limitaban a estancias precipitadas. El Consejo de Gobierno consiguio asegurar el intercambio mercantil pero, fuera de este aspecto fundamental para la poblacion, fracaso en sus intentos de restablecer una imagen de normalidad a los ojos exteriores. Excepto a algunos aventureros curiosos y a algunos voluntarios del humanitarismo, que se ofrecieron a colaborar, a nadie se le ocurria viajar a la ciudad marcada.

Aunque era un hecho dificil de aceptar con resignacion nada podia hacerse para evitarlo. El estigma, al propagarse mas alla de las fronteras, infundia temor y ahuyentaba a los visitantes. Sin disimular la rabia que esto producia hubo, sin embargo, que admitir la coherencia que entranaba. Lo realmente incoherente era que el espiritu de la fortaleza tambien actuara en sentido inverso: nadie salia de la ciudad. No hubo explicacion capaz de justificar esta actitud y, lo que resultaba mas asombroso, nadie la ponia en entredicho. Fue un proceso lento que fue afirmandose a medida que transcurria el invierno. En las primeras semanas, tras estallar la crisis de los exanimes, los habitos apenas se modificaron y la gente abandonaba la ciudad segun los ritos acostumbrados. Viajaba, como lo habia hecho siempre, o acudia a la casa de fin de semana. Luego se redujeron los ritmos, con salidas cada vez mas esporadicas. Finalmente, a no ser a causa de una urgencia, se produjo una renuncia drastica a emprender cualquier viaje. Cuando, debido al crecimiento del mal, parecia mas aconsejable la huida, la ciudad, concentrada en si misma, ejercia una atraccion insuperable sobre sus habitantes. Un muro, tan invisible como invulnerable, rodeaba ferreamente su perimetro, separandola del mundo exterior y recluyendola en el suyo propio.

En el interior de la fortaleza todo transcurria entre la oscuridad de la rutina y los relampagos de la agitacion. La vida, estrechando su silueta, se habia hecho minima, elemental, una sombra de su significado. Las normas excepcionales, con las que se habia tratado de contener la situacion excepcional, la habian despojado de ornamentos, mostrandola en su seca desnudez. Acabado abruptamente el banquete el convidado, antes seguro de su suerte, se habia visto transformado en un harapiento mendigo al que correspondia alimentarse con las migajas. Y el mendigo aprendia a serlo, adaptandose obedientemente a su recien inaugurada miseria, sin dejar de sonar en aquel banquete del que, en un tiempo muy proximo, creia participar.

La nueva miseria, sometida a la disciplina, conducia a la mansedumbre pero, simultaneamente, el sueno del mendigo excitaba las acusaciones y las esperanzas. Se buscaban febrilmente los origenes del mal que habia cercenado la opulencia de la vida y, cada vez con mayor desprecio, se rechazaban cuantas explicaciones razonables trataban de dar las autoridades. Los caminos de la ciencia, que hasta entonces no habian llevado a ninguna parte, extraviandose en la espesura de las promesas incumplidas, fueron juzgados abiertamente como callejones sin salida en los que cualquier posibilidad de salvacion quedaria atrapada sin remision. Como consecuencia, muy pronto parecio aconsejable recurrir a otros caminos.

Los templos se llenaron. Hacia tanto tiempo que esto no sucedia que la mayoria de los nuevos fieles tardo en familiarizarse con las ceremonias liturgicas. La religion no formaba parte de las necesidades anteriores y, si bien habia sido conservada como se conservan las antiguallas respetables, apenas tenia influjo alguno. Dios vagaba perezosamente entre vapores de incredulidad. No era negado pero tampoco tomado en consideracion, con la salvedad de breves momentos en que era invocado mas por costumbre que por conviccion. En aquellos dias, despertando del sopor al que habia sido destinado, resurgio como gran protagonista y arrastro a la multitud hacia sus dominios.

Dios era la palabra con que el renacido fervor trataba de conjurar el mal. Al principio esto desconcerto a los propios sacerdotes que, aunque veian con agrado el renacimiento de la fe vacilaban ante su mision. Tras largos anos al servicio de un jardin baldio les costaba apreciar el vigor de la inesperada floracion. Era como si hubieran olvidado el poder que, en otras epocas, habian detentado. Muchos sacerdotes, con sus liturgias repetitivas, decepcionaron a aquellos feligreses avidos de escuchar soflamas acusadoras y apologias de la esperanza. Otros, sin embargo, aprendieron con rapidez la alquimia que se les demandaba y, muy pronto, algunos templos gozaron de un prestigio especial.

Los predicadores competian entre si para ganarse el favor del publico. Y bajo el fragor de los pulpitos el pecado, despues de su dilatada caida en desuso, adquirio un auge extraordinario. En boca de los oradores se transformaba en el termino preciso para designar el origen del mal que corroia la existencia de la entera comunidad. El atrevimiento en el dibujo de sus contornos aumentaba en proporcion al deseo del publico de ser introducido en circulos cada vez mas tenebrosos. En los titubeos iniciales el pecado fue identificado timidamente con una falta de sensibilidad moral. Mas tarde, consolidada la idea de que la culpa estaba en la raiz de todo cuanto acontecia, el pecado se adorno con cualidades crecientemente abismales. Se hablo por parte de los mas cautos, de la ausencia de Dios. Pero eso parecio insuficiente a los mas osados que, primero con moderacion y luego con entusiasmo, apuntaron a la presencia del demonio.

Fue de este modo, con asombrosa facilidad, que el demonio fue rescatado del desvan de los trastos inservibles para ser presentado en publico como el gran maestro de ceremonias que dirigia sibilinamente toda la funcion. La ciudad recibio con beneplacito la irrupcion del gran instigador, preguntandose muchos por que habian tardado tanto en percibir su llegada. Por fin, gracias a el, era posible reconocer la causa de la desgracia. Los mejores predicadores, aquellos que conseguian llenar dia a dia sus iglesias, ofrecian detalles exuberantes sobre el poder del demonio, el cual, metamorfoseandose por obra de sus comentaristas, pasaba de ser un tentador sutil a ser un destructor pavoroso. Frente a el solo eran utiles el sacrificio y el rezo. Y consecuentemente la ciudad, aunque inexperta en estas practicas, se volco en la expiacion y la plegaria organizando demostraciones masivas de devocion.

Pero este fue unicamente el aspecto mas visible de la lucha contra el demonio. Hubo otros, subterraneos, donde se pugnaba con la amplia cohorte que el habia traido consigo. Ante la cercania intima del procreador de la desdicha se acrecento el ansia de saber quien caeria en sus garras y quien, por el contrario, lograria escapar. La tombola de la desgracia, que premiaba generosamente a la ciudad, empujaba a interrogar a la tombola de la fortuna, y la religion, que informaba en abundancia de aquella, se mostraba avara sobre esta. Los sacerdotes eran idoneos para demostrar que los males del presente estaban arraigados en el pasado pero se pronunciaban escasamente sobre el futuro. Para saber si el edificio de la culpa tenia fisuras por donde huir se necesitaban adivinos.

A la sombra prospera de los sacerdotes se multiplicaron los adivinos. Unos y otros se complementaban a la perfeccion pues si a los sermones se les pedia una solemne severidad, los vaticinios eran observados como una garantia de consuelo. La ciudad se lleno de senales premonitorias y de augures que interpretaban dichas senales. Para las mentes que permanecian apegadas a los beneficios de la ciencia moderna lo que resulto mas sorprendente fue la prontitud y vehemencia del fenomeno. Era como si el suelo firme de la razon, tenido por inalterable durante tanto tiempo, se hubiera resquebrajado sin defensas, dejando al descubierto concepciones que parecian sepultadas para siempre. Subitamente fragil, el suelo se abria supurando excrecencias que, al contacto con la atmosfera propia del miedo, se convertian en solidas realidades. El mundo, encharcado su presente en las aguas putridas de lo incomprensible, depositaba su futuro en las trayectorias de los astros, las lineas de la mano o las figuras de los naipes.

Los adivinos proliferaron por doquier pero, al igual que ocurria con los predicadores, se establecio una jerarquia entre ellos. Los mas frecuentados eran aquellos que demostraban mas pericia en aunar la sinuosidad de la prediccion con la complacencia en el pronostico. Es cierto que los ciudadanos mas humildes se contentaban con profetas expeditivos que no exigian demasiados informes para formular tajantes conjeturas. Por modicas cantidades siempre favorecian al cliente. Cuanto mas elevado era el estamento social de los solicitantes de augurios mayor era la sofisticacion del metodo que debia proporcionarlos. De este modo, los catadores mas refinados del porvenir procedian a intrincadas averiguaciones en remotos saberes esotericos. La complejidad del sendero era altamente valorada por los iniciados que pagaban respetables sumas de dinero por la adquisicion de enigmaticos oraculos.

Sin embargo, tanto los que recurrian a los modestos profetas de barrio como los que se confiaban a adivinos mas eruditos tenian en comun la fe en las secretas indicaciones que recibian. Para todos ellos se habia hecho decisivo aquello que antes carecia de significacion. En las conversaciones irrumpio un lenguaje enrevesado que

Вы читаете La razon del mal
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату