misma minucia con que esta lo hacia, adentrandose en los progresos de la restauracion como si tambien el adivinara en ellos la paulatina resurreccion de la escena. Despues, durante la cena y, la mayor parte de las noches, durante la sobremesa, escuchaba atentamente las explicaciones acerca de Orfeo y Euridice. Angela era su guia, y el docilmente se dejaba guiar con la seguridad de emprender, cada vez, un trayecto estimulante.
Era, desde luego, o asi lo parecia, una historia ilimitada en la que cada rama desarrollaba innumerables brotes, de modo que el ramaje, nunca ultimado por entero, envolvia vistosamente el secreto del tronco. Angela, ademas de retornar a menudo a su relato favorito, reflejado en la obra que estaba reparando, se complacia en las multiples narraciones que le proporcionaban sus lecturas acerca del mito de Orfeo. Veia a Orfeo como una singular mezcla de encantador de serpientes oriental y de San Francisco de Asis, capaz de doblegar los arboles y reverdecer las cumbres heladas de los montes y, simultaneamente, como el depositario de una melodia ancestral cuyo poder de fascinacion afectaba por igual a hombres y animales. Las hazanas de Orfeo calmando los mares, hechizando los acantilados o durmiendo los dragones eran evidentemente hermosas, pero a Angela todavia le agradaba mas todo aquello que relacionaba a su heroe con la musica y el canto.
– Lo que mas me gusta de el -decia, para justificar su preferencia- es esa extrana combinacion de fuerza y delicadeza. Orfeo no es un bruto, como Hercules y todos esos, sino alguien que ejerce su poder a traves de otros recursos, digamos, mas elegantes.
Un dia descubrio que uno de los oficios de Orfeo en su juventud habia sido el de entonar la cantinela que daba el ritmo a los remeros. Para Angela era un descubrimiento de importancia por cuanto le parecia que ponia de relieve, una parte al menos, del secreto del heroe: el barco se desplazaba y los remeros, con el esfuerzo de su musculo, lograban este desplazamiento pero, para que la nave mantuviera el equilibrio y pudiera seguir el rumbo previsto, era imprescindible que la navegacion estuviera presidida por el ritmo. Orfeo, segun ella, era sobre todo el poseedor mas exquisito de la esencia del ritmo en esta posesion se hallaba la clave de su influencia sobre la naturaleza y sobre los hombres.
– Nos haria falta que Orfeo estuviera aqui -concluia, en ocasiones, Angela.
Victor asentia. Puede que Angela tuviera razon. Desconocia la eficacia que podian tener los poderes del musico, aunque, de todos modos, la ciudad no era un mal sitio para los encantadores de serpientes.
VIII
Una noche del mes de mayo la violencia que venia siendo alentada por muchos consiguio sus primeros triunfos. La sordidez de los hechos quedo velada por su confusion y, a pesar de que el Consejo de Gobierno prometio aclarar las responsabilidades, nunca llego a establecerse la identidad de los culpables. Por otra parte la poblacion, curiosa ante las noticias aunque impasible ante las consecuencias, tampoco parecio interesada en senalar y acusar. Solo se alzaron algunas voces, avergonzadas pero impotentes. El resto prefirio el silencio a la condena.
Esa noche, a lo largo de varias horas, algunos hospitales y centros de acogida fueron atacados por grupos armados causando un numero indeterminado de victimas. Nadie, empezando por las autoridades ciudadanas, pudo explicarse la facilidad con que se desarrollo la operacion. Las versiones eran contradictorias. Se hablo de improvisacion, espontaneidad y rapidez, haciendose hincapie en la circunstancia de que los escasos policias que resguardaban los recintos, sorprendidos e inmovilizados por los atacantes, nada pudieron hacer para evitar los sucesos. Todo habia sido demasiado inesperado.
Sin embargo, algunos testigos directos opinaron lo contrario, apuntando la posibilidad de que se hubiera tratado de acciones con una organizacion perfectamente premeditada. Segun estos testigos las bandas atacantes aparecieron al filo de la medianoche, traspasando comodamente los cordones policiales. Los hombres, enmascarados algunos aunque la mayoria a cara descubierta, iban armados con cuchillos y bastones. Unos pocos llevaban pistolas. Nadie daba ordenes pero todos sabian como actuar, distribuyendose por las distintas salas y repartiendose las funciones. Siempre de acuerdo con los testigos no demostraron tener demasiada prisa para concluir su tarea.
La tarea fue facil, pues consistia en destruir, y se desarrollo de manera similar en todas partes, lo cual alimento las sospechas de aquellos pocos que, en tal ocasion, se sintieron obligados a sospechar. Tras penetrar en los centros los atacantes encerraron en una habitacion al personal sanitario que estaba de guardia, exigiendole obediencia bajo amenazas. A continuacion dio comienzo la masacre de la que, ya sin testigos, solo se pudo trazar el terrible balance cuando desaparecieron los agresores. Las salas ocupadas por los exanimes ofrecian un panorama devastador, con camas y paredes regadas de sangre y bultos humanos arrastrandose por el suelo. No se oian gritos, unicamente gemidos que llenaban el espacio con su eco. Aquella noche hubo decenas de muertos. Los heridos, para los que no hubo contabilidad alguna, superaron con mucho el numero de muertos. Nadie reclamo los cadaveres.
Para David Aldrey, con el que Victor hablo poco despues de estos hechos, lo ocurrido ponia de manifiesto el desvario general que se habia apoderado de la ciudad. Fue el doctor Aldrey quien le puso al corriente de los testimonios. El Hospital General no habia sido atacado, probablemente por su situacion centrica y su importancia, pero, entre los medicos, los detalles de la masacre fueron comunicandose con prontitud. Era una accion que, para muchos de ellos, probaba definitivamente que el problema de los exanimes superaba, con creces, cualquier idea de enfermedad, por amplia que esta fuera. David era ya de los escasos medicos que consideraba necesario resaltar, por encima de todo, que los exanimes eran unicamente enfermos, si bien reconocia que su presencia habia roto los diques tradicionales erigidos por la salud contra la enfermedad.
– Lo que sucede es que ya nos es imposible saber quien esta sano y quien no. Cuando se producen horrores como los que se han producido nadie es inocente. No se quienes lo han hecho pero es probable que, de un modo u otro, toda la ciudad este implicada. La gente esta tan obsesionada con la posibilidad de contraer la enfermedad que cada vez estoy mas convencido que aprobaria cualquier metodo que asegura la desaparicion de los enfermos. Cree que los enfermos son la autentica amenaza y que sin ellos, la amenaza finalizaria. Este es el tremendo error en el que estamos cayendo.
Siguiendo la direccion contraria a la que se estaba imponiendo entre sus propios companeros de profesion el doctor Aldrey era partidario de defender, por todos los medios, la prioridad que la dimension medica tenia sobre cualquier otra consideracion. El que se trabajara a ciegas en el seno de una poblacion que ansiaba cerrar los ojos no justificaba, en su opinion, el cariz que estaban tomando las cosas. Para el todo estaria definitivamente perdido si llegaba a aceptarse que los afectados por el mal eran, como muchos ya pensaban, el mal mismo. Le indignaba la brutalidad que habia sido cometida pero aun le indignaba mas el sentimiento de que la razon estuviera siendo violentada. Su posicion continuaba inalterable:
– Desconocemos las causas, es cierto. Pero eso no cambia nada. Ha sucedido muchas veces en el pasado y volvera a suceder. Es una enfermedad y, aunque permanezcamos durante mucho tiempo en la mas completa ignorancia, debemos tratarla como lo que es: una enfermedad para la que hay que buscar un remedio. Si olvidamos esto y nos dejamos conducir por las fabulas, nos hundiremos.
Era dificil saber si la confianza en la ciencia, a la que David Aldrey se aferraba, tenia porvenir, pero era indudable que sus temores eran fundamentados o, al menos, Victor asi lo percibio tras la noche de la masacre. Hasta aquel dia la relacion de la ciudad con el mal habia sufrido continuas oscilaciones. A la incredulidad le habia sucedido el panico y el panico se habia convertido en un territorio propicio para las mayores fantasias. La poblacion las habia aceptado con fervor creciente, dejandose llevar hacia una bruma henchida de revelaciones y promesas. Predicadores y adivinos se habian erigido en sus valedores frente al mal. Sin embargo, en sus portavoces oficiales, la ciudad se habia mantenido fiel a los principios de la civilizacion moderna. Aunque no habian hecho nada para frenar las acometidas de la fantasia popular, ni habian denunciado a sus instigadores, las autoridades ciudadanas habian proclamado, en todas sus declaraciones, su seguridad con respecto a que las armas de la razon y de la ciencia acabarian doblegando al mal. A pesar de su situacion excepcional, la ciudad continuaba siendo libre, civilizada y moderna.
No obstante, despues de la matanza de los hospitales, se apreciaron indicios de que la opinion oficial de la ciudad queria aproximarse a lo que la ciudad, de modo no oficial aunque cada vez con voz mas perentoria, estaba dispuesta a imponer. Es cierto que el Consejo de Gobierno, al lamentar las agresiones, reforzo la vigilancia policiaca en torno a hospitales y centros de acogida para evitar que los hechos pudieran volverse a repetir.