recorria horoscopos y cabalas. Su posesion hacia que cada uno, en cierto modo, se erigiera en vaticinador de si mismo. Muchos se convirtieron en buscadores cotidianos de signos. Los habia por todas partes. En el cielo, en el vuelo de los pajaros, en la disposicion de las nubes, en los rotulos de los establecimientos e, incluso, en el numero de latidos del corazon. Se investigaban los suenos vividos durante la noche y se estudiaban las circunstancias en que transcurria el estado de vigilia. Cualquier signo, por irrelevante que fuera, adquiria singular importancia, de manera que lo que anteriormente se juzgaba como producto de la casualidad ahora era contemplado como expresion de un sentido que, no por oculto, era menos decisivo. Cada dia que pasaba contenia la suficiente materia prima para tejer y destejer numerosas veces el futuro.
Max Bertran se burlaba de sus conciudadanos mientras sorbia con fruicion su vermut. La terraza en la que se habian sentado seguia casi solitaria a pesar del agradable calor que proporcionaba el sol primaveral. Unicamente otras dos mesas estaban ocupadas por parejas que hablaban en voz baja.
– No esta nada mal: hemos vuelto a la Edad Media. Las iglesias llenas y nigromantes en cada esquina. Nunca habia oido tantas tonterias juntas. Antes de que te des cuenta ya te han cogido la mano para leerte la fortuna. Estoy hasta las narices de los astros. ?De donde habran salido tantos quiromantes y astrologos? Y no creas que es cosa de analfabetos. Conozco nombres ilustres que hacen cola para visitar a sus brujos.
Bertran, como buen ocioso, disponia del tiempo suficiente para fisgonear en los entresijos de la ciudad. Su especialidad eran los ambientes poderosos, a los que decia pertenecer, pero frente a los que presumia mantener una displicente distancia. Nadie, como el, era capaz de vincular los apellidos que detentaban el poder elaborando complicados arboles genealogicos que se ramificaban a traves del comercio, la politica y las finanzas. Gracias a su memoria, y a su malicia, era un cronista ironico que mezclaba despiadadamente lo publico y lo privado reduciendo las grandes palabras que regian la vida social a meras intrigas de familia. Bajo su sarcasmo la ciudad era unicamente un conglomerado de tribus entre las cuales la mas adinerada era su objeto predilecto de analisis.
– Por la manana van a la iglesia y por la tarde organizan sus aquelarres -continuo Bertran-. Yo naturalmente me hice invitar a uno de ellos. Gente distinguida que se reunia a media tarde para tomar el te. Habia, entre nosotros, una pitonisa. Era una mujer ridicula cargada de bisuteria. Se paso el rato diciendo estupideces pero, puedes creerme, todos la reverenciaban como si estuvieran en Delfos. Le reian las gracias y cuando se ponia seria todos se ponian tambien serios. Entre galletita y galletita nos preguntaba a cada uno nuestra fecha y hora de nacimiento. Luego hacia calculos maravillosos mediante tremendos galimatias de orbitas y ascendientes. Todas las conclusiones, por una cosa o por otra, eran siempre positivas. Yo, como puedes imaginarte, le menti en todo. Le cambie el dia y el mes. Por supuesto dio lo mismo: como los otros tengo un gran porvenir.
Victor se rio.
– Entonces ya no hay problema si todos se quedan tan tranquilos.
– Pues no -le dijo Max Bertran, chocando los nudillos con la superficie de la mesa-. Esto es lo bueno. No se quedan tranquilos y al cabo de dos o tres dias organizan otra velada para que cualquier otro brujo les vuelva a tranquilizar. Hay una autentica caza del brujo, cuanto mas extravagante mejor. Nada es mas elegante que contratar a un embaucador con clase con el que admirar a los amigos. Por lo que me han contado se consiguen magos de todo tipo pero lo mas selecto es poder presentar a alguien con profundos conocimientos de la antigua sabiduria egipcia. Estos son los que van mas buscados.
– No deja de ser divertido que estafadores de poca monta se rian en su cara y, encima, les saquen el dinero -comento Victor.
– Si, es verdad -acepto Bertran-. Son estafadores inofensivos para tontos a los que les ha entrado la furia de dejarse estafar. Pero puede que haya otros mas peligrosos que no van a tomar el te. Tipos que tienen audiencias mas amplias. ?Has oido hablar de un tal Ruben?
– No, ?quien es?
– Un individuo que, al parecer, sabe lo que hace. Mitad brujo, mitad predicador. No se mucho mas. Pero he oido decir que empieza a tener muchos adictos.
Victor Ribera tenia la sensacion de habitar en el seno de una perpetua fantasmagoria, en la que los distintos personajes, mutando continuamente de forma, se deslizaban por senderos que no llevaban a ninguna parte. Todo era irreal pero, bajo el peso del temor, adquiria consistencia e identidad haciendo aparecer lo grotesco como natural y lo absurdo como evidente. El, dia a dia, fotografiaba este paisaje irreal, tratando de captar el animo y las conductas de sus pobladores. Se movia conscientemente en la irrealidad deshojando sus sucesivas escenas sin la esperanza de llegar nunca a su nucleo secreto. De hecho, dudaba de que tal nucleo existiera, aceptando como probable que lo que se le presentaba ante los ojos no fueran mas que circunvalaciones alrededor del vacio. Sin embargo, esto no le redimia pues tambien el, como los otros, rendia su cotidiano sacrificio en el altar del absurdo, depositando centenares de negativos en aquel arcon sin fondo donde el tiempo quedaria fosilizado para siempre.
Tan solo algo, en el pensamiento de Victor, escapaba milagrosamente a la fantasmagoria. El Orfeo de Angela. Primero como vago presentimiento, luego como paulatina certeza, desprovista de cualquier justificacion, el cuadro que Angela estaba restaurando se convirtio en el unico islote firme que quedaba a resguardo del naufragio. Era esta una sugestion singular que solo actuaba con eficiencia cuando contemplaba la pintura en compania de Angela, sintiendose, entonces, el tercer vertice de un triangulo que parecia formar un mundo propio. Fuera de este triangulo la sugestion se perdia, Mostrandose Victor incapaz de retenerla una vez entraba en contacto, de nuevo, con aquellos mundos exteriores que aguardaban su salida. No obstante, conocedor de esta transitoriedad, gozaba todo lo que podia del balsamo que se le ofrecia.
Sabia logicamente que Angela era el vertice decisivo del triangulo y que, sin ella, su relacion con el cuadro no hubiera existido ni, de existir, hubiera tenido la menor relevancia. Orfeo y Euridice no eran nada sin aquella. A lo sumo, una leyenda vagamente conocida a la que nunca habia prestado mayor atencion. Tampoco ahora, por ellos mismos, despertaban su interes. Solo vivian en cuanto que Angela les habia insuflado vida. Eso habia obrado su efecto, arrancandolos de la pasividad y, al mismo tiempo, obligandolos a seguir la ruta que ella les marcaba. Angela era la inductora. Victor, por su parte, habia aprendido a dejarse guiar.
No se le escapaba, de otro lado, que la actitud de Angela era, en algun modo, premeditada, habiendose apoderado de aquel territorio como contraposicion al malestar que le producian los demas. Lo que estaba ocurriendo en la ciudad originaba, con frecuencia, movimientos de repliegue, fijaciones de una retaguardia, mas o menos visible, desde la que resistir las circunstancias adversas. A este respecto, Angela habia actuado con prontitud, construyendo su trinchera sin estridencias. Quiza su temperamento le ayudaba. Como quiera que fuese lo cierto es que fue ensimismandose cada vez mas en su trabajo y, aunque ella no tenia este hecho como una respuesta a lo que acontecia en derredor suyo, no habia duda de que ambas circunstancias acabaron por estar estrechamente relacionadas.
Orfeo cayo en manos de Angela como un talisman descubierto en el momento propicio. Fue posponiendo sus demas encargos para dedicarse plenamente al cuadro y desde el principio identifico la restauracion con una autentica reconstruccion de la historia representada en la pintura. Primero fue una percepcion enteramente fisica, como si cada pigmento insertado en las partes danadas contribuyera a recuperar un fragmento de vida de aquella escena. Angela avanzaba lentamente, con una paciencia escrupulosa que, sin embargo, a cada paso, le compensaba. A medida que repoblaba pequenas zonas del cuadro, cubriendo manchas o raspaduras, tenia la sensacion de que las imagenes, antes congeladas, adquirian movimiento. Gracias a esto, a pesar de que se veia obligada a seguir trabajando en espacios minusculos, empezo a tener un vinculo global con el cuadro: la historia que tenia delante cada dia durante horas se convirtio, sin proponerselo siquiera, en una historia familiar que le despertaba, junto con el sentimiento de intimidad, el deseo de ahondar en sus raices y en sus secretos. Eso hizo que Angela se sumergiera en las informaciones sobre Orfeo y Euridice con el mismo talante, curioso y apasionado, con que podia rastrear documentos acerca de su familia.
Angela le contaba a Victor sus conquistas, cuando este la pasaba a recoger por el estudio o cuando cenaban en su casa. Casi nunca hablaban extensamente de los acontecimientos que marcaban la ciudad. Por lo general Victor le confiaba sus andanzas fotograficas y ambos se intercambiaban las noticias que poseian. Durante las primeras semanas de la crisis Angela expresaba, a menudo, su preocupacion, pero luego escuchaba las informaciones que Victor le comunicaba, o le trasladaba a este las suyas sin sacar nunca ninguna conclusion. Pronto entre ellos parecio llegarse al acuerdo implicito de mantener alejadas de su conversacion las vicisitudes externas. En esta tesitura, con el presente amordazado y el futuro aplazado, inclusive el viaje que con frecuencia Angela evocaba sonadoramente, Orfeo reaparecia siempre como el gran auxiliador.
Victor termino por contagiarse de la actitud de Angela. Cuando iba al estudio contemplaba el cuadro con la
