Donde el contraste era mas agudo era en el propio auditorio. Si bien la estructura, pronunciadamente inclinada, sobre la que se apoyaban las filas de butacas, no habia sido modificada, el escenario habia sido transformado por completo, hasta el punto de que nada en el sugeria su anterior utilidad. Tras las drasticas reformas el nuevo escenario estaba presidido por una elevada plataforma de cristal a la que se accedia, desde atras, por una escalinata tambien de cristal, gracias a la cual lograba producirse una sensacion de transparencia. Al fondo del escenario el decorado estaba constituido por un enorme panel en el que se reproducia, con colores rojizos, la silueta de la ciudad. Era una de las imagenes que habitualmente se ofrecian de ella, pero distorsionada de modo que los perfiles arquitectonicos parecian romperse en abruptas perspectivas. El resto del escenario estaba ocupado por un vistoso despliegue de haces luminosos en continuo movimiento.
El Maestro no salio de inmediato. Antes aparecio un presentador que, situandose debajo de la plataforma, pidio al publico que dedicara un minuto a la meditacion. Victor miro a Max Bertran y este, guinandole el ojo, le susurro:
– Es el entremes. Meditemos.
Los haces luminosos se apagaron y durante un minuto el publico permanecio en absoluto silencio. Muchos de los asistentes tenian los ojos cerrados. Victor los dirigio todo el tiempo hacia el decorado que representaba la ciudad. Le parecio que la ciudad flotaba, ajena y distante. Era una ciudad vacia, descarnada, que tambien aparentaba observarle a el con mirada burlona. Penso que era una ciudad que, en realidad, jamas habia estado habitada por nadie. El codazo de Bertran le saco de su ensimismamiento.
– Hombre, tampoco exageres.
– Estaba meditando -se disculpo Victor, sonriendo.
– Ya lo he visto -sentencio Max Bertran con sorna-. Escucha lo que dice este tipo.
El presentador anunciaba la inminente entrada en el escenario de los que calificaba como suplicantes. Se trataba, segun indico, de hombres y mujeres que se habian presentado voluntariamente para preceder la intervencion del Maestro. Cuando se retiro el presentador irrumpieron en el escenario dos grupos, uno masculino y el otro femenino, cuyos componentes iban vestidos con unas singulares tunicas, completamente negras. Eran los que habian sido anunciados como suplicantes. Su mision era dificil de averiguar. Deambulaban de un lugar a otro profiriendo sonidos incomprensibles. Tan pronto parecian sollozar como entonar cantos indescifrables. Tambien ejecutaban extranos movimientos de una supuesta danza cuyo ritmo y significado era imposible establecer. De vez en cuando, espasmodicamente, levantaban los brazos, como solicitando algo a alguien que los contemplaba desde lo alto.
– Estan drogados -dijo Victor al oido de Bertran.
– Es todo comedia -replico este.
El publico seguia las evoluciones de los suplicantes con insolita atencion. Nadie parecia aburrirse, a pesar de la monotonia de una ceremonia que se prolongo bastante tiempo. Por fin los suplicantes interrumpieron su representacion, echandose en el suelo con los brazos en cruz. Hombres y mujeres se habian separado, colocandose cada uno de los grupos a ambos lados de la escalinata que subia hasta la plataforma. Tras un rato de silencio aparecio de nuevo el presentador, haciendo caso omiso de los cuerpos tendidos que le rodeaban. Proclamo la inmediata presencia de Ruben, al que en todo momento se refirio como el Maestro. Sin embargo, a diferencia del tono, mas bien lugubre, que habia empleado anteriormente, ahora estaba exaltado y queria exaltar a sus oyentes. No habia duda de que estaba convencido que, despues de su arenga, saldria a escena una gran estrella del espectaculo. El publico prorrumpio en aplausos, a los que Bertran se sumo con malevolo entusiasmo. Victor tuvo la sensacion de que era el unico que no aplaudia en todo el auditorio.
Resono otra vez la musica de organo, mas atronadora todavia que la que se escuchaba en las salas que conducian al auditorio. Entonces, desde el fondo del escenario, por un acceso imperceptible situado en la parte inferior del decorado, avanzo Ruben como si surgiera del esqueleto mismo de la ciudad. Iba vestido totalmente de blanco: traje, camisa, zapatos. Esto resaltaba su cara, morena y de rasgos angulosos, coronada por una abundante cabellera de color azabache. Por su aspecto se hubiera podido decir que era un cantante que, famoso en otro tiempo, ignoraba que tanto el como su indumentaria pertenecian a una moda agotada desde hacia anos. Pero la reaccion del publico demostraba lo contrario certificando con sus gritos de apoyo que Ruben era el hombre que, a sus ojos, encarnaba la actualidad. Ruben lo sabia y se movio por el escenario con desenfadada seguridad. Muy despacio, sin prestar atencion a los entusiasmos que desataba, subio la escalera de cristal hasta encaramarse en lo alto de la plataforma. Durante el corto ascenso parecia muy concentrado. Cuando se hubo afirmado en el extremo de la plataforma, con los pies a un palmo del vacio que se abria frente a el, cambio subitamente de actitud, saludando teatralmente a diestra y a siniestra. Sus gesticulaciones hicieron rugir a los espectadores. Luego, en un nuevo cambio, adopto un aire solemne, pidiendo calma a la audiencia. Victor penso que todos sus movimientos estaban toscamente calculados y que, a pesar de ello, conseguia sus objetivos. El Maestro, aposentado encima de la plataforma de cristal y con los focos concentrados sobre su figura, parecia suspendido en el espacio. A su espalda, la silueta de la ciudad habia quedado casi oscurecida.
Max Bertran, segun pudo constatar Victor, tenia razon: Ruben era el actor mas ductil y con mayor repertorio que habia visto en su vida. A lo largo de una hora, sin mostrar el menor sintoma de fatiga, interpreto los mas variados papeles, pasando de la pantomima burlesca a la entonacion tragica con pasmosa facilidad. Tenia los dones de la palabra y de la mimica, y los utilizaba sin cesar como una locomotora retorica que avasallaba velozmente cuanto le salia al paso. Lo que mas llamaba la atencion era el lenguaje, absolutamente peculiar, con que se expresaba. Resultaba sorprendente que lograra hacerse entender, como aparentemente ocurria, con aquella mezcolanza de formas en las que no se sabia donde encajaba la seriedad de lo que decia y donde la parodia. Pasaba sin transicion de una a otra, de la misma manera en que superponia los mas diversos recursos para comunicarse con sus admiradores. El Maestro controlaba con pericia lo que para cualquiera hubiera constituido un imposible rompecabezas expresivo: recitaba, cantaba, gritaba, hablaba con acentos altisonantes, susurraba frases inaudibles. Como el mas habilidoso de los ventrilocuos jugaba con varias voces al mismo tiempo, de modo que, en lugar de un solo individuo, parecia que fuera un coro el que estaba actuando. En consonancia con esta versatilidad verbal tambien conseguia multiplicarse como si reuniera bajo su apariencia varios personajes. Advertia, bromeaba, sentenciaba: al histrion de feria, que contaba chistes mientras vendia sus productos, le sucedia el fiscal implacable que prometia inminentes milagros. Al preocupado ciudadano que se expresaba con un lenguaje llano y expeditivo le acompanaba el sabio enigmatico que, con determinadas alusiones, mantenia en secreto la procedencia de su saber. Ruben no se concedia respiro.
Victor, pese a sus reservas, se reconocia atrapado por el torrente verbal que fluia desde el escenario. Le admiraba, por encima de todo, que ello sucediera, cuando, para el, se hacia evidente que aquel torrente no contenia nada en absoluto. El arte de Ruben consistia, precisamente, en que esto no tuviera la menor importancia. Era palabra pura, gesto totalizador y envolvente, desnudo de todo contenido. Desprovisto, por completo, de ideas. A este respecto la capacidad de Ruben era, posiblemente, inigualable, porque, por los caminos que fuera, y que tantas leyendas estaban levantando, habia perfilado su tecnica hasta el maximo refinamiento. El antiguo prestidigitador, si es que lo habia sido, como se rumoreaba, habia utilizado su magia para convertir la palabra en una formidable corteza vacia por dentro. En una casa sin moradores pero con una fachada rutilante de carton- piedra. Como un quimico del lenguaje Ruben habia experimentado en su retorta, agigantando las formas y diluyendo los significados.
Viendolo en lo alto de su plataforma de cristal era facil aceptar que durante una hora habia dicho cosas decisivas. Incluso podria aceptarse que, en lugar de una hora, habia estado hablando un dia entero. En realidad, habia hablado de casi todo: del amor, de la solidaridad, del mal, del bien, de la ciudad infeliz, de remotos episodios, de antidotos para el presente y de formulas para el porvenir. El Maestro habia bromeado y enardecido, declarandose filosofo y payaso, teologo y cientifico. Sin embargo, al hablar de todo, todo lo habia desmenuzado, troceando los conceptos de tal manera que, dueno de un caos de fragmentos, habia reordenado a su voluntad las cascaras huecas de las palabras. Y este universo de cascaras, ofrecido como si fuera un jardin de frutos primordiales, embelesaba a los espectadores.
El exito de Ruben fue incuestionable y el final de su intervencion fue saludado por una salva de aplausos atronadores mientras algunos coreaban su nombre con devoto entusiasmo. A la salida se encontraron con Jesus Samper, que iba acompanado de su mujer. El empresario estaba satisfecho:
– Me alegro de veros aqui. Este hombre sabe lo que dice. Es la cabeza mas lucida que tenemos y el unico que puede sacarnos de esta situacion.
– ?En serio? -le pregunto Victor.