inquietante. Aunque Victor conocia, por experiencia, el aspecto y el hedor de un cuerpo en estado de descomposicion, nunca habia pensado que la podredumbre tuviera, asimismo, su musica. Y, no obstante, la tenia. El sonido de la ciudad ya no era el mismo que antes y quien aguzara el oido podia escuchar el tropel de ecos que, desde todos los rincones, anunciaba el paso del cortejo funebre.

El observador cazaba sus presas con escrupulosa tenacidad, aunque sabia, porque asi se lo habia propuesto, que solo servirian para engrosar su museo secreto. Estaba dispuesto a no exhibir sus trofeos. Cada dia, con la misma meticulosidad con que las capturaba, se deshacia de ellas, como si para el fuera suficiente conservarlas en su memoria. Carrete tras carrete, todos los negativos eran destinados a la caja metalica que, de acuerdo con el rotulo que le habia puesto, debia encerrar la memoria del tiempo de los exanimes. En ningun momento tuvo la tentacion de revelarlos. Sabia, desde luego, que como fotografo esto era una aberracion. No obstante, tal consideracion le era indiferente: en aquellos dias preferia poner la tecnica del fotografo al servicio del desinteres del observador.

David Aldrey sorprendio a Victor uno de los miercoles del Paris-Berlin cuando, tras finalizar el almuerzo, le propuso que fueran a pasear un rato junto al mar.

– Esta tarde no voy al hospital -dijo el doctor Aldrey.

Era la primera vez que sucedia. Durante anos unicamente se habian encontrado para comer en el restaurante. Por otro lado David, desde hacia meses, estaba mas ocupado que nunca. Victor puso cara de asombro.

– ?Tienes tiempo? -pregunto Aldrey.

– Claro -contesto Victor, mientras pensaba que, a diferencia de su amigo, lo que le sobraba a el era tiempo.

El Paseo Maritimo estaba poco concurrido. A pesar del fuerte sol de una primavera ya avanzada los transeuntes eran tan escasos que se podian recorrer centenares de metros sin cruzarse con ninguno. El bullicio habitual habia desaparecido dando lugar a una inmovilidad casi absoluta. Practicamente todos los bares y restaurantes estaban cerrados, y los pocos que permanecian abiertos tenian, como unica clientela, a sus propios camareros. Los barcos de recreo, sin turistas a los que transportar, estaban amarrados. Tampoco se divisaban los vendedores ambulantes: nadie estaba dispuesto a vender helados, golosinas o postales a compradores que no acudirian. Una multitud de gatos se deslizaba sigilosamente entre montones de basura.

El mar, ajeno a la desolacion que le acechaba, era lo unico que poseia vida. Cuando a su alrededor todo parecia haberse secado el mar, roturado por el sol, brillaba con especial fulgor, impasible a los desechos que flotaban en su superficie. Incluso hubiera podido afirmarse que con la intensidad de su color queria desafiar a los contornos sedientos que lo contemplaban. A lo lejos, mas alla de este desafio, la linea de horizonte mostraba, de vez en cuando, los neblinosos perfiles de buques que guardaban prudentemente la distancia. En otros tiempos, muy proximos, hubieran puesto la proa hacia un puerto considerado importante. A los marineros les gustaban las diversiones que alli siempre habian encontrado. Pero ahora preferian ignorarlas, siguiendo las directrices que aconsejaban evitar aquel territorio vedado. Solo escasos barcos se arriesgaban a entrar y, los que lo hacian, una vez descargadas las mercancias, zarpaban precipitadamente en direccion a objetivos mas recomendables. Como consecuencia, la actividad del puerto, notable por lo general, se habia reducido a su minima expresion. Los buques locales, algunos de gran tonelaje, permanecian adheridos a los diques como gigantes a los que se hubiera arrebatado el aliento. A su sombra, gruas y cabrestantes participaban de la misma pereza. La inactividad lo impregnaba todo de herrumbre.

Tras recorrer un largo tramo del Paseo Maritimo Victor y David se adentraron en los muelles, sin otra compania que la de un coche de la policia que patrullaba cansinamente junto a ellos. No les pidieron la documentacion. Se limitaron a seguirles durante un trecho de camino y luego, sin ninguna explicacion, el coche dio la vuelta, alejandose con igual lentitud. Libres ya de centinelas alcanzaron un sector del puerto donde usualmente se podian alquilar pequenas barcas de remos. Las barcas estaban en su sitio pero no los encargados de alquilarlas, a excepcion de uno que, sentado en un amarradero, se entretenia tirando piedras a unas gaviotas cercanas. Victor sugirio dar un paseo en barca. A David le parecio una buena idea. Quien hizo ademan de no compartirla fue el barquero, con un expresivo gesto de fastidio. Claramente se sentia mejor apedreando a las gaviotas.

– ?No la alquila? -pregunto Victor.

– Nadie alquila barcas desde hace tiempo -dijo, por toda respuesta, el barquero.

– Pues nosotros queremos alquilarla -insistio Victor, con cierta irritacion.

Solo entonces el barquero guardo sus proyectiles. Pero no se movio del asiento en el que se sentia comodo. Sin mediar palabra saco del bolsillo un mugriento talonario, arranco un billete y se lo tendio a Victor. Este pago el importe. El intercambio no surgio efecto pues el barquero no hizo el menor movimiento. Daba la impresion de que su cometido se habia acabado.

– ?Cual es la barca? -interrogo Victor, impacientandose.

El hombre no se inmuto.

– Aquella -contesto, senalando una de las barcas -. Si la quieren tendran que remar ustedes. Si no, les puedo devolver el dinero.

El doctor Aldrey cogio a su amigo por el brazo y lo arrastro nuevamente en direccion a la barca:

– Da lo mismo Victor. No vale la pena discutir.

Cuando ya se alejaban del muelle, con Aldrey a los remos, oyeron de nuevo la voz del barquero, esta vez condescendiente:

– Pueden tomarse el tiempo que deseen.

David Aldrey condujo la barca hacia el otro extremo del puerto. Visto de cerca el brillo del mar perdia fuerza mientras, simultaneamente, la alfombra de inmundicias que lo cubria cobraba densidad. Sin embargo, despues de unos minutos de esfuerzo, Aldrey logro acceder a una zona donde el agua estaba mas limpia. Continuo remando, distanciandose paulatinamente de la costa. En cualquier caso la boca del puerto, que les hubiera proporcionado la salida al mar abierto, seguia estando lo suficientemente lejos como para pensar en alcanzarla. Por fin se detuvo en un punto que, aproximadamente, coincidia con el centro del gran rectangulo de mar que permanecia atrapado por los brazos del puerto. Desde aquella posicion podian contemplar una parte considerable de la fachada maritima de la ciudad. A excepcion de los bruscos quejidos de las gaviotas el silencio era absoluto.

– Si no fuera porque el agua esta repugnante me banaria -comento Victor senalando las manchas aceitosas que sobresalian en aquel mar casi estatico.

Fue una idea que se le ocurrio de repente y que reprimio con igual celeridad. Durante unos segundos, luego, se quedo con la mirada fija en una de las manchas de aceite. Contenia, palidos, los colores del arco iris reflejando una sucia belleza. Habia visto, muchas veces, que esto sucedia pero nunca, hasta entonces, le habia prestado atencion. Aquella superficie pegajosa transportaba el mismo ramillete de colores que habian alabado tantos poetas. Hacia anos que no contemplaba el arco iris. Seguramente los habia habido con frecuencia pero el no los veia. Ahora, el primero que divisaba en tanto tiempo, no estaba en el cielo sino en una mancha de aceite.

– ?Por que no te vas? -le pregunto Aldrey a bocajarro.

– ?Irme? ?Adonde?

Victor, levantando la mirada de la mancha aceitosa, balbuceo estas interrogaciones sin entender la pregunta de su amigo.

– Fuera de la ciudad -indico David-. Tu puedes hacerlo cuando quieras. ?Que te lo impide?

– Nada.

Lo dijo sin pensarlo pero era verdad: nada se lo impedia.

– ?No se te ha ocurrido hacerlo? -musito David.

Victor se tomo unos instantes antes de contestar. Cuando lo hizo se sintio un poco avergonzado de su respuesta:

– Por lo visto ni a mi ni a nadie.

– Pero, ?por que? ?No sabes por que?

Aldrey no se daba por vencido.

– Tienes razon. No se por que. En todo este tiempo no lo he pensado ni por un momento.

Victor, subitamente, experimento una cierta animadversion hacia su amigo. Le molestaba la sensacion de estar acorralado por una pregunta tan logica como incontestable. Asimismo le molestaba que David tuviera una suprema justificacion que le hacia superfluo contestarse. A pesar de todo trato de agredirlo por este lado:

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