– Completamente en serio. Ya lo comprobaras.

Samper se deshizo en elogios acerca de las cualidades de Ruben. Su mujer le apoyo con gestos de asentimiento. Ella, ademas, segun dijo, lo encontraba atractivo. Ambos se despidieron precipitadamente porque habian sido invitados por el Maestro, junto a otros amigos, a una cena intima.

– No acabo de creermelo -dijo Victor, cuando Samper y su mujer se alejaban-, es increible en un hombre como el.

Max Bertran puso su mejor cara de fauno, aunque esta vez con un malhumor infrecuente en el.

– Querido Victor, me temo que ya no hay nada increible.

IX

La ciudad, aislada, creaba sus propias maravillas mientras se precipitaba en la indolencia. Sobre esta podian darse muchas muestras, aunque lo mas perceptible eran, sin duda, sus efectos. Paso a paso, al mismo ritmo en que se deterioraban los comportamientos, se deterioraba tambien la cosmetica ciudadana. Esta ultima habia sido mas resistente que el corazon moral, muy pronto alterado por las vicisitudes. Sin embargo, se habia llegado a un punto en que los afeites externos debian, en su desajuste, reflejar inexorablemente los graves desordenes interiores. Tras medio ano de profunda alteracion espiritual la materia misma de la ciudad ofrecia signos de descomposicion.

Muchos servicios publicos habian dejado de funcionar con la eficacia de los tiempos precedentes a la crisis y, pese a que el Consejo de Gobierno habia hecho denodados esfuerzos para que esto no sucediera, las consecuencias comenzaban a ser enojosas. La poblacion, acostumbrada a la regularidad y a la abundancia, soportaba penosamente la acumulacion de restricciones. El mecanismo no se habia detenido pero fallaba constantemente de modo que sus piezas estaban, cada dia, mas oxidadas. Bajo la custodia permanente de la censura nadie se sintio obligado a explicar si los fallos tenian su origen en el desabastecimiento o en la negligencia. Lo cierto, no obstante, era que las carencias aumentaban, llegandose a la reduccion del consumo de combustible, de electricidad e incluso, algunos dias, de agua.

La ciudad languidecia, incapaz de extirpar el tumor que se habia enquistado en sus entranas. Antes pletorica de salud, ahora se retorcia en la oscuridad y, segun comentaban muchos, olia a cadaver. No habia ninguna metafora en estas apreciaciones sino, mas bien, la cruda constatacion de una realidad fisica. El alumbrado publico habia sido la principal victima de las restricciones de energia. Cuando anochecia las calles quedaban sumergidas en la tiniebla, con solo unas pocas farolas brillando timidamente como minusculas velas en una llanura interminable. La luz se habia extinguido, arrastrando en su ocaso a aquellos potentes desafios contra la noche que la ciudad habia levantado en los margenes de sus anchas avenidas y en las cornisas de sus compactas arquitecturas. Para los ciudadanos quedaba el consuelo de hallarse en los dias, generosamente soleados, en que la primavera avanzaba hacia el verano.

Pero este consuelo se desvanecia cuando tenian que enfrentarse al aliado mas desagradable del creciente calor. Por una razon que tampoco nadie se dispuso a aclarar se produjo un paulatino colapso de todos los servicios de limpieza de la ciudad. Las medidas excepcionales, incluida la militarizacion de tales servicios, dieron pobres resultados. La ciudad se cubrio rapidamente de una patina de suciedad que, con el paso del tiempo, dio lugar a una autentica cordillera de desechos. En todas las aceras colinas de basura insinuaban un paisaje de podredumbre y desolacion que unicamente quedaba mitigado por la naturalidad con que los peatones sorteaban los desperdicios. Un aire nauseabundo recordaba cada manana a los ciudadanos que habian empezado a vivir en un enorme vertedero.

Este, sin embargo, fue tambien un periodo de prodigios y no seria aventurado deducir que la atmosfera de descomposicion favorecia tal circunstancia. Fermentada por el calor y los escombros la amenaza daba rienda suelta a las febriles criaturas de la imaginacion. Cuanto mas irrespirable era el ambiente mas propicio resultaba para la existencia oblicua de los monstruos. Surgieron monstruos de todo tipo, algunos efimeros como un dia y otros, persistentes, que se desbocaban con facilidad hasta dominar las calles y los pensamientos. Se divisaron ratas gigantescas que, segun indicaban los anonimos testigos, estaban aduenandose de las alcantarillas. Junto a las ratas, una amplia legion de animales invadio la fantasia, provocando violentas mutaciones. La mayoria de los animales urbanos sufrio transformaciones en su apariencia: perros, gatos, palomas, golondrinas, gaviotas e, incluso, hormigas quedaron sometidos a una metamorfosis por la que les era arrebatado su aspecto habitual, recibiendo otros cuyo moldeado mas o menos deforme dependia del grado de excitacion de la fantasia colectiva. Cuando el impetu de esta desbordaba cualquier contencion el alcance de la metamorfosis era todavia mas formidable, exigiendo no solo la mutacion de los animales sino, asimismo, el mestizaje de estos con los hombres. Algunos dias el poder de la fantasia popular llego a ser tal que la ciudad parecia habitada por monstruos escapados de la piedra donde, durante siglos, los habian retenido los capiteles medievales.

No habia censura para los monstruos. La escasez de otras noticias los erigio, en esta epoca, en los protagonistas favoritos de la prensa. Los periodicos, cuya esterilidad informativa les habia hecho entrar en un acentuado declive, experimentaron un renacimiento ante los lectores cuando convirtieron muchas de sus paginas en cronicas mitologicas que, a excepcion del escenario moderno, en nada se distinguian de las de los tiempos antiguos. La ductilidad de las historias, fruto de las numerosas variaciones con que se transmitian, reflejaban adecuadamente lo incierto del mundo que las acogia. Frente a la ausencia de seguridades la poblacion, antes acostumbrada a las coordenadas fijas de una vida cotidiana que transcurria sin brusquedades, habia optado por un relativismo que aceptaba la versatilidad de todo lo que la rodeaba. Lo que hubiera sido considerado, hasta hacia poco, imposible y antinatural, se asumia como una posibilidad que, al igual que cualquier otra, formaba parte de la naturaleza.

Una buena prueba de ello fueron los ecos despertados por el mas celebre de entre los monstruos surgidos aquellos dias. Se trataba de un pajaro negro. Fuera de esta constatacion, en la que todos estaban de acuerdo, el pajaro negro se prestaba a infinidad de variaciones. Cambiaba, segun cada uno de los informadores, de tamano, aspecto o especie. Para algunos era pequeno como un gorrion y para otros, mayor que cualquiera de los conocidos hasta entonces. Era, al unisono, violento y pacifico, amable y perturbador. En algunas versiones el pajaro negro era presentado como un ejemplar que, habiendo sobrevivido a las eras antediluvianas, tenia rasgos de ciertos grabados de enciclopedia. Es su maxima ebullicion la fantasia otorgaba a la misteriosa ave siluetas que la aproximaban a las arpias o a las esfinges. La prensa recogia puntualmente los diversos testimonios sobre el ubicuo pajaro mientras las emisoras de television organizaban, alrededor de el, apasionados debates en los que los ornitologos desfallecian ante el empuje de los expertos en ciencias ocultas. Se le atribuyeron poderes y simbolismos de la mayor importancia, llegandose a poner bajo su advocacion la suerte de la ciudad. Esta alcanzo el solsticio de verano pendiente de los vuelos de un pajaro.

Victor Ribera trataba de registrar, dia a dia, los rastros que la ciudad, caminando por un camino desconocido, iba dejando tras de si. Logicamente los prodigios no se dejaban capturar por su camara fotografica pero, como contrapartida, esta se mostraba apta para desvelar los gestos de un mundo atrapado por los prodigios. A Victor le interesaban las expresiones, a veces casi convulsas, de unos hombres que en tan solo unos meses parecian haber recorrido siglos, en un trayecto que era ocioso discernir si conducia hacia el pasado o hacia el futuro. Le interesaban las huellas dibujadas en el fango del desconcierto. Era, en realidad, un observador que se estaba desembarazando, cada vez con menos dificultad, del malestar que en un principio le habia producido el hecho de saberse, solamente, un mero observador.

Quiza a causa de ello tampoco le costaba adaptarse a la corriente de descomposicion que penetraba en las cosas. El observador se sumia en ella, grabando en su retina los azotes que desataba. En ocasiones, enfrentado a los retazos que se ofrecian al objetivo, echaba en falta que su camara fuera inutil para hacerse con los olores que desprendia la existencia. Hubiera deseado, en estos casos, una herramienta preparada para hurgar en todas las impresiones sensoriales. Sin embargo, otras veces sentia que su vision incorporaba los demas sentidos y que sus fotografias estaban en posesion de los ruidos, de los aromas, de los sabores, hasta hacerse, incluso, palpables. Cuando esto sucedia Victor creia percibir los matices mas intimos que descubrian la transformacion de la ciudad. Las imagenes eran las senales mas exteriores, y mas brutales, de los cambios acaecidos. Las formas y los colores habian variado. Pero tambien los sonidos lo habian hecho, acompanando a los olores en su reflejo de la descomposicion. La musica de la descomposicion: por casi imperceptible conseguia aparecer como la senal mas

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