– ?Te has hecho dano?
El nino nego con la cabeza.
– ?Donde estan tus padres?
– No lo se -dijo casi imperceptiblemente.
Estaba a punto de llorar pero no lo hizo. Victor supuso que estaba perdido y miro a su alrededor, tratando de divisar a alguien que pudiera ser un familiar.
– ?Con quien has venido? -No lo se -repitio el nino.
Para contener el llanto mantenia los labios muy apretados, dibujandose en su boca una mueca de graciosa energia. Victor logro, tras algunos titubeos por parte del nino, que se sentara a su lado. Estuvieron jugando durante un rato con una lata vacia a la que golpeaban con la cuchara. Pero cuando aparentaba estar mas tranquilo el nino rompio a llorar sin que sirvieran de nada los intentos de Victor para distraerle. Por fortuna, al cabo de unos instantes, se aproximo un anciano que, por lo que el pudo deducir, era su abuelo. El nino, sin dejar de llorar, fue a su encuentro, abrazandose a sus piernas. Victor tambien se levanto:
– Temi que se hubiera perdido -le dijo al recien llegado.
– Fue una imprudencia por mi parte -admitio el anciano, disculpandose a continuacion-. Tenia que encontrar algo.
Mostro un hermoso reloj de madera, antiguo y medio carbonizado, que sostenia con mucho cuidado. Era un hombre fragil, probablemente cerca de los ochenta, cuyo aspecto fatigado no alcanzaba a desmentir una elegancia natural. Acompanando a su fragilidad los ojos azules y los cabellos blancos le otorgaban un aura de ligereza en el interior de una atmosfera aplastante. Con una mano acariciaba a su nieto mientras, con la otra, agarraba el reloj que habia recuperado de entre los escombros.
– Tenia que encontrarlo -se justifico de nuevo-. Es un objeto muy querido.
Le explico a Victor como la noche anterior unos individuos habian irrumpido en su vivienda, situada en la planta baja de un inmueble proximo, llevandose todo cuanto habian querido. Al parecer la unica falta cometida por el anciano habia sido recriminarles porque habian encendido demasiado cerca una hoguera, de modo que la humareda penetraba en su casa. Primero se burlaron de el, luego, al perseverar en sus reproches, derribaron la puerta. A pesar de todo se congratulaba por no haber recibido ningun dano.
– Destrozaron cuanto quisieron, pero a mi no me tocaron.
Esto le consolaba. Tampoco parecia muy afectado por el saqueo de sus pertenencias, a excepcion del reloj que, por otra parte, aunque en pesimo estado, habia recuperado. Mantenia una inusual dignidad en medio del desorden reinante. Quiza por ello Victor se atrevio a preguntarle su opinion sobre lo ocurrido. El anciano sonrio placidamente, y por un momento sus ojos azules adquirieron la luz infantil que poseian los de su nieto:
– Mire, tengo la impresion de que hemos entrado en unos tiempos en que estas cosas suceden con la misma naturalidad con que antes uno tropezaba con el peldano de una escalera. No creo que seamos mejores ni peores por eso. Simplemente debemos saber que todo esta trastornado y actuar en consecuencia. Esta noche, despues de que pasara lo que le he contado, me he quedado todo el rato despierto. Al principio no podia dormir de miedo y rabia, pero luego me he tranquilizado. Entonces me he dado cuenta de que no queria dormir. No porque tuviera panico, pues ya no lo tenia, sino porque era agradable pensar. He dado vueltas a muchos asuntos y he acabado dando gracias por estar vivo. Tambien he pensado en la muerte, que seguramente tengo cerca aunque no lo perciba. Le aseguro que no tengo un temor especial, pero me fastidia perderme el espectaculo de la vida. Sobre todo sus pequenos matices. A medida que me he hecho viejo los matices han sido importantes. Ayudan mucho. Tal vez por esto veo con cierta serenidad lo que nos esta pasando. Los matices pueden llegar a compensar un poco la parte mas negativa de las cosas. Ya se que podriamos vivir tiempos mejores, no lo niego. Yo me conformo con estos. Debe de ser porque soy viejo.
El nino le interrumpio, cogiendolo de la mano y dandole tirones.
– Vamonos -grito varias veces.
– Disculpeme -le dijo el anciano a Victor-. Ya ve que me arrastran. Muchas gracias por haber cuidado de este diablillo. Dile adios a este senor.
Cuando empezaban a alejarse Victor detuvo su marcha cruzandose en el camino.
– ?Por que es tan importante este reloj? -pregunto, apercibiendose inmediatamente de que no tenia ningun derecho a hacer una pregunta de este tipo.
Pero el viejo no se sorprendio. Volvio a sonreir con la misma timidez infantil con la que lo habia hecho antes:
– Desde luego no tiene mucho valor y menos tal como ha quedado. Me lo regalo mi padre. A el tambien se lo habia regalado su padre. Algo sentimental, ya sabe. Lo he visto siempre en mi casa y me gustaria continuar viendolo hasta que pueda.
Volvio a despedirse y, de la mano de su nieto, se puso a caminar sorteando algunos obstaculos que dificultaban el paso por la acera. Cuando ya se habian distanciado lo suficiente Victor saco su camara del estuche e hizo varias fotografias de la pareja. Despues, mientras la guardaba de nuevo, estuvo contemplandola. Por fin, abuelo y nieto desaparecieron doblando la esquina. Durante bastante tiempo Victor permanecio, hieratico, en el mismo punto desde el que habia tomado las fotografias. Tenia grabada en el oido la voz suave del anciano. Queria retenerla. De pronto constato que queria retenerla como un sedante que le confortaba extranamente. Le cautivaba el timbre de aquella voz que, desde su absoluta fragilidad, parecia contrarrestar los sonidos tenebrosos que la rodeaban. No sabia cual era la razon de aquel poder aunque, subitamente, imagino una posibilidad: aquel hombre, por las circunstancias que fuera, permanecia fiel a un lugar central contra el que nada podian hacer las fuerzas circundantes. No se oponia a tales fuerzas. Sencillamente, anclado en su centro, dejaba que se aniquilasen entre si.
Los dias posteriores a la noche de fuego fueron extremadamente confusos y, de acuerdo con lo que venia siendo norma habitual, a falta de otros responsables, se senalo como fuente de instigacion a los portadores del estigma. Nadie pudo acusar a los exanimes, recluidos en su total pasividad, de la autoria material de los disturbios, pero se hizo patente que su sola existencia se consideraba suficiente motivo de repulsa y tambien, sin excesivas deliberaciones, de condena. Se fue, por tanto, mas alla de aquellos, apuntando hacia los que supuestamente los toleraban, en un viraje significativo que ponia bajo sospecha, como protectores del mal, a los que eran tenidos por demasiado tibios o complacientes.
Se acuso asi, cada vez con mayor encono, a todos los que se resistian a identificar la enfermedad con el crimen. Pero como no bastaban las dudas con respecto a individuos muy pronto el descontento alcanzo a las instituciones publicas, culpables, segun los acusadores, por no haber cortado el problema en su raiz. Se pidieron destituciones y, entre los mas exaltados, cabezas. Hubo concentraciones de protesta, con airados oradores surgidos del anonimato que reclamaban medidas taxativas. Por primera vez parecia que el Consejo de Gobierno habia perdido el control de la situacion. Hasta entonces su mandato, pertrechado en la provisionalidad, habia sobrellevado con discrecion las circunstancias adversas. La maquina legislativa, funcionando a buen ritmo, proporcionaba una sensacion de eficacia. Ahora, no obstante, las vacilaciones eran continuas, recurriendo a decretos tan contradictorios que, con frecuencia, se anulaban mutuamente. Un dia el Consejo de Gobierno podia alardear de razones humanitarias, pidiendo solidaridad con los exanimes, y, al dia siguiente, sumarse a las voces de alarma, acariciando proyectos fulminantes para erradicar el mal. El desconcierto se habia erigido en el fiel de una balanza que oscilaba bajo el peso de veleidades que, en cualquier otro momento, hubieran sido tenidas por delictivas cuando no por directamente ridiculas.
Examinado desde otro angulo habia que aceptar, sin embargo, que las dudas del Consejo de Gobierno, fatales para su credibilidad, reflejaban cabalmente las dudas que escindian la conciencia de la poblacion en dos percepciones antagonicas que estaban obligadas a coexistir. Max Bertran, siempre amante de los diagnosticos ante los que creia estar excluido, lo habia resumido con perspicacia:
– Unos lo ven todo cada vez mas claro y otros lo sienten cada vez mas absurdo. No podemos esperar nada ni de unos ni de otros.
Pero nadie quedaba al margen de esta distincion, ni siquiera Max Bertran, pues todos, a su manera, tomaban partido. Los que se decantaban por la claridad, sin duda la mayoria, hacian continuos progresos en esta direccion. Claridad significaba, para estos, algo que equivalia a la posesion de una formula inminente que supondria la superacion de buena parte de las dificultades. Esto los unia, aun cuando procedieran de campos muy diversos de la vida social. Tal vez en periodos anteriores habian tenido una vision mas compleja de los fenomenos que los rodeaban. En el presente no podian permitirselo: en el presente su sentido de la existencia pendia de un hilo