demasiado delgado como para abandonarse a arabescos. Los que no eran simples por vocacion lo eran por necesidad, pero, en cualquier caso, estaban de acuerdo en que esta simplicidad podia otorgarles la llave de la salvacion. Atribuirse claridad ante el futuro era descubrir que la situacion no era tan complicada como se decia y, sobre todo, que los remedios eran mucho mas sencillos.
Curiosamente, despues de los desastres del solsticio de verano, el bando de los que defendian esta perspectiva fue engrosando sus filas sin cesar. Tras meses de impotencia ante lo desconocido la poblacion parecio tomar aquella fecha como expresion de su propia saturacion, como si, harta de incertidumbres, exigiera, en adelante, una inmediata certeza. Habia llegado el momento de la accion, y la accion, naturalmente, tenia que estar dirigida a la erradicacion completa del mal. Para el sentir mayoritario la existencia de los exanimes, por invisible que fuera, era realmente el unico enemigo. Y este debia ser batido empleando todos los medios. Se trazaba, asi, una frontera de hierro, mas alla de la cual se abrian los campos del destierro a los que serian arrojados los adversarios del bienestar. Muchos dedos senalaban, sin ningun pudor ya, hacia este objetivo.
Los que estaban en el otro bando, oponiendose a esta excesiva claridad, se veian obligados, cada vez con mayor rigor, al secreto de los comentarios en voz baja. Sin embargo, mas decisivo que esto era constatar que se hallaban inmersos en el absurdo. Incluso hombres como David Aldrey que, desde el principio, habian combatido tenazmente para mantenerlo alejado, acababan sucumbiendo. Victor Ribera, a pesar de la admiracion que profesaba por su amigo, lo corroboraba cada vez que se encontraba con el. De nada servia su empecinamiento, si es que no era una actitud que hacia mas evidente su lenta caida. Aferrarse a los beneficios de la razon cuando esta, en las circunstancias que les habia tocado vivir, era un barco que hacia aguas por los cuatro costados, denotaba, de modo particularmente cruel, el triunfo del absurdo. Era dudoso que el doctor Aldrey no lo supiese. Victor intuia que su amigo lo sabia aunque estaba seguro de que lo negaria hasta el final. Era la baza por la que habia optado.
Para Victor era distinto: no oponia resistencia al absurdo. Al mismo tiempo era incapaz de adivinar si este era pernicioso. En ocasiones, cuando lo consideraba, no dejaba de constatar que habia, en ello, un cierto privilegio. A diferencia de David el se habia movido por los margenes pero, como contrapartida, tenia una mejor vision de conjunto. Eso le proporcionaba, asimismo, una mayor penetracion en los entresijos del absurdo. Su adiestramiento le habia conducido en rumbo opuesto a la claridad que ahora reclamaban sus conciudadanos. Le asombraba la determinacion con que estos fijaban sus coordenadas, como si la geografia moral tuviera tambien, perfectamente delimitados, sus continentes y paises. A el la crisis de la ciudad habia terminado por borrarle las lineas de los mapas, sugiriendole un mundo en que todos los territorios eran intercambiables. Facilmente esto se prestaba a la completa desorientacion pero asimismo a un estimulo inesperado: rotos los contornos afloraba un magma inedito que era semejante a una nueva sensacion de libertad.
Esto era inadmisible y Victor solo se lo confesaba a si mismo, como en un sueno. Al fin y al cabo, se decia, el absurdo y el sueno tenian mucho en comun al destruir las leyes que normalmente aceptamos. En ambos casos la pesadilla habia sido inevitable y tambien el, como la ciudad, experimentaba el dominio de los incubos, con sus ceremonias monstruosas y sus expediciones de terror. Pero en los intersticios de la pesadilla, cuando cesaban los vientos venenosos, brotaban suenos ligeros que modificaban abruptamente el sentido de las cosas, situandole en un horizonte que apenas hubiera podido entrever en tiempos anteriores. La mutacion, sin duda, habia sido terrible, desfigurando formas y aniquilando certezas. No obstante, tenia, paralelamente, una vertiente liberadora. Liberaba ataduras, dejando que los conceptos morales, arrancados de las tablas de la ley, flotaran en un aire de perplejidad, como si se tratara de un rompecabezas en el que nuestra imagen del hombre se hubiera descompuesto en mil pedazos. Recomponer esta imagen exigia un ejercicio de apabullante sinceridad que, aunque lo consideraba superior a sus fuerzas, no por ello resultaba menos excitante para Victor. Sabia, sin embargo, que tal excitacion quedaria circunscrita a su intimidad. Mientras los que pedian accion confesaban abiertamente sus propositos, al observador le correspondia preservar sus averiguaciones. Pues, evidentemente, eran inconfesables.
XI
La modificacion que se advirtio en el comportamiento de los ciudadanos vino a dar la razon a los que apostaban por un giro radical en el curso de los acontecimientos. A la etapa de retraimiento invernal, que los habia mantenido encerrados en sus casas, le sucedio otra, en la que, como si se siguiera unanimemente una consigna, la calle se hizo con todo el protagonismo. La poblacion buscaba en el tumulto lo que no habia podido encontrar durante los largos meses de reclusion. Pero aquella era una busqueda frenetica que en poco se asemejaba al tradicional gusto por los espacios exteriores propios de las epocas veraniegas. Bien al contrario, la multitud se movia de un lugar a otro, tensa, continuamente expectante, al igual que una jauria que ha olido la presa, sin haberla, todavia, localizado. Se daban los indicios suficientes como para saber que la caza habia comenzado. Abundaban los ojeadores y muchos se ofrecian para participar en la batida. Solo faltaba que alguien trazara el camino.
En tal situacion se multiplicaron los que afirmaban conocer el objetivo, y la estrategia para conseguirlo. Fueron dias propicios para los salvadores, cuyas ofertas prodigas se adecuaban a la perfeccion con el alud de demandas desmesuradas. Pronto la ciudad reprodujo a gran escala la imagen de una feria en la que los curiosos, avidos de soluciones rapidas, se agolpaban ante las casetas de los oficiantes mas prometedores. Todo ello constituia, sin duda, una estampa del pasado, si bien unicamente hasta cierto punto: la feria estaba dotada de los ultimos recursos tecnicos, de modo que los prodigios, en apariencia viejos que los feriantes vendian, quedaron revestidos por un aura atractivamente actual. Los conjuros magicos y los elixires de la felicidad, propuestos al publico en la retorta tecnologica, se transmutaban en manjares iluminadores del inmediato porvenir. Era facil deducir, a partir de esos sintomas, que la ciudad habia alcanzado una fase de fusion de los componentes que la venian integrando a traves de la cual sus distintas caras, yuxtaponiendose, formaban ya un extravagante conglomerado. El constante deterioro de los meses recientes habia facilitado el resurgimiento de un humus primitivo que acogia cualquier trayecto de retorno a los arcanos de la imaginacion. No obstante, esto no excluia que el contorno moderno de las cosas fuera preservado y acentuado, imponiendose, a fuerza de experimentarla cotidianamente, una sintesis de tendencias que, antes, hubieran sido consideradas antagonicas.
Los salvadores se movian con facilidad en este escenario hibrido, utilizando para sus propositos el estado febril que se habia apoderado de las calles. Los habia de todo tipo, compitiendo entre ellos por obtener mayores zonas de influencia, de manera que frecuentemente la naturaleza de sus arengas variaba segun los espectadores a los que querian convencer. Eso produjo tensiones entre los acolitos de unos y de otros, defensores de verdades que se negaban mutuamente. En estas circunstancias las autoridades intervenian solo en casos extremos, cuando el orden publico estaba comprometido o cuando convenian que una intervencion oportuna servia para recordar a los ciudadanos quien, a pesar de todo, detentaba el poder. Pero, en general, el Consejo de Gobierno se mantenia en una actitud pasiva, bien porque calibraba que las demostraciones callejeras eran todavia inofensivas, bien porque, como se opinaba a menudo, no estuviera ya en condiciones de sobreponerse a su impotencia.
A diferencia de los predicadores y augures, que habian hecho su formidable aparicion durante la primavera, los salvadores reclamaban acciones inmediatas. Respondian, en realidad, a tiempos distintos y a exigencias sucesivas. Los predicadores fueron idoneos cuando la ciudad, hundida en una difusa mala conciencia de si misma, necesito bocas condenadoras que hablaran el idioma de la culpa. Por su parte, los augures sirvieron para amortiguar tal idioma, interrogando al porvenir y adjudicando bienes venideros. Pero ni el pasado, en el que se auscultaba el origen de la culpa, ni el futuro, donde se acariciaba la redencion, eran buenos materiales para la accion. Los salvadores, en cambio, trabajaban la materia del presente, desde la seguridad de que unicamente esta, ciega ante todo lo que no fuera la vision de su propia potencia, era capaz de albergar los momentos mas punzantes de la pasion. Para ellos el presente tenia precio, y cada uno se tenia por el mejor postor.
Como no podia ser de otra manera no tardo en producirse entre los salvadores un proceso de seleccion natural en el que solo los que se adaptaban a las condiciones del medio tenian probabilidades de sobresalir. Y adaptarse a aquel medio era una tarea compleja, pese a las aparentes facilidades que sugerian las aguas revueltas que anegaban la ciudad. Se requeria habilidad, audacia y, en especial, una descomunal capacidad para la persuasion. Muchos demostraron ser centellas efimeras que se apagaban sin apenas haber iluminado. Otras brillaron durante semanas antes de sucumbir a la indiferencia. Las multitudes, convencidas de su nuevo