depresion, ?yo? Si no tengo motivo alguno.' 'Si, tu, no hace falta tener motivo para estar deprimido. De hecho, se esta deprimido al margen del motivo.' Me llevaba a dar largos paseos que yo apenas disfrutaba, pendiente solo de volver, de meterme en el estudio, con las persianas bajadas, las puertas cerradas.
'Acabaras debajo de la cama, ya veras. Si, debes de tener una depresion, estoy seguro.' Pero se fue, solo estuvo aquellos pocos dias de un largo puente y se fue. A mi me daba igual que se fuera o que se quedara. Gerardo era paciente conmigo, bueno y amable, y hasta inteligente. Pero ni el ni nadie podria sacarme de ese pozo en el que me encontraba.
'Pero ?que quieres?, ?que deseas?, ?di algo!', repetia, aun furioso, antes de irse.
Y alli continue sin querer moverme durante todo aquel mes de julio y hasta por lo menos la primera semana de setiembre. Cuando salia del despacho, vagaba por el piso alto mirando sin ver los objetos, los libros, las lamparas, sin reparar que se iban llenando de polvo, un polvo leve que parecia haberse incrustado tenuemente en la madera, impermeable a los plumeros y las gamuzas que Marina pasaba con extremo carino sobre ellos. El calor no me afectaba, ni el viento que a veces soplaba ardiente y hacia batir las persianas contra los marcos de las ventanas. Ni el sopor de los dias de calma, la inmovilidad, el canto lejano de las cigarras. Es la muerte, es la muerte que me acecha, es la desolacion, me decia, que como una mancha de aceite se extiende a mi alrededor y mancilla no solo mis pensamientos y mis actos, sino el paisaje y la casa, los recuerdos y las esperanzas, como la capa de polvo, que no existe mas que en el laberinto de mi conciencia torturada por una obsesion que ni siquiera soy capaz de definir.
Y cuando caia la noche, envuelta en el vaho de una casa deshabitada, sin animo de prender las luces, como habria hecho Adelita, entraba en el ambito de la desolacion y de la inquietud que me trastornaba y me enfurecia. Un yogur tomaba, desechando la tortilla de patata y cebolla que me aguardaba en el horno, e incapaz de vencer la pereza que me producia la sola idea de lavarme los dientes, una pastilla y a dormir, y me metia en la cama con el ansia de alcanzar el estado de somnolencia que habria de liberarme de la inquietud, ?era inquietud? No, era apatia, una profunda apatia que me impedia reaccionar, largarme a otro lugar, llamar por telefono a Gerardo, ir al cine, volver al trabajo o pasearme por la ciudad, llamar a los amigos. Y sin embargo, ahora tenia la sensacion de que todos me habian abandonado a mi suerte. Y no es que no pudiera llamarlos y volver a la vida, sino que no sabia como hacerlo, no me habria atrevido a confiar a nadie, ni siquiera a mi misma -pensaba en los raros accesos de lucidez que se abrian paso en mi entendimiento-, lo que me estaba ocurriendo. Como si me hubiera ido tan lejos que ya no pudiera retroceder, aminorar el paso para encontrarme con el de ellos, como si ya no hubiera camino de regreso.
Lo que habia ocurrido, habia ocurrido y no habia vuelta atras.
Asi lo veia al levantarme, asi me lo habia dicho Gerardo. Tal vez lo que me torturaba era mi propio y absurdo comportamiento, antes y ahora. Esa forma de proteger a Adelita cuando se descubrio el robo, esa forma de aceptarla en contra de la opinion de Gerardo, que no hacia mas que decirme: 'Desprendete de ella, que se vaya.
Que te importa a ti que haya sido enganada. Tambien ella te engano a ti. Que se vaya.' Pero no lo habia hecho, es mas, la habia aceptado y reconducido como emulando al padre de familia que recibe con jubilo al hijo prodigo, organiza un banquete en su honor, y mata un cordero para celebrar su vuelta.
?En que estaria pensando? ?Era la humillacion de haber sido enganada por dos veces, era el sentido del ridiculo lo que me horadaba el pecho con ese dolor que me impedia respirar cada vez que volvia a pensar en todo esto? Todo el mundo riendose de mi, los de las tiendas del pueblo que debian de saber lo que habia ocurrido, los abogados que habian desaparecido, la policia que me habia recibido con la media sonrisa de quien sabe que lo tiene todo ganado. La suficiencia, el ridiculo, yo habia sido la victima.
Eso es lo que yo le decia a Gerardo, pero mi dolor era mas profundo y ni yo misma alcanzaba a conformarme con la explicacion de que la higuera seguia vacia. No puede ser que sea esta la razon de tanto desanimo.
'Y ?que mas te da? Te han estafado, pero no es cierto que el mundo entero este en contra de ti.
?Por que no dejas de torturarte?
No recuperaras la joya.' 'Me da igual la joya, nunca la usaba.' 'Entonces quedate tranquila, aprovecha las semanas que te quedan de vacaciones, vayamonos de viaje, hagamos algo, no te quedes quieta como si ya estuvieras muerta.' Esto lo dijo por telefono y, tal vez con la intencion de que la herida lograra lo que no habian logrado sus palabras, anadio a gritos: 'Estoy harto, no hay quien te aguante, ni siquiera tu misma sabes lo que tienes, lo que quieres, lo que necesitas, lo que te esta pasando, asi que aqui acaba mi papel.
Cuando quieras me llamas. Adios.' Asi estaban las cosas cuando, a mediados de agosto, Marina, la silenciosa Marina que acariciaba los muebles con el plumero, me comunico que no podia venir mas porque le habia salido un trabajo en un hotel a jornada completa y que usted lo comprendera, senora, usted en mi lugar haria lo mismo, ya se que le dije que cuidaria de su casa pero comprendalo, senora. Decidi, pues, arreglarmelas sola, al fin y al cabo tambien en Madrid vivia sola y nunca habia tenido esta sensacion de desamparo. Tal vez lo que me ocurre, pense, es que tengo poco que hacer, tal vez ir a la compra, arreglar mi habitacion, hacerme la cama, llenarian mi tiempo y dejaria de obsesionarme, me dije una manana, convencida como estoy siempre de que cualquier plan, por vago y absurdo que sea, trae consigo la solucion de buena parte del problema. El problema, si es que lo habia, estaba en mi, no en Adelita, ni en los supuestos misterios que la envolvian.
El problema era yo y ese nudo de angustia y celos que me envolvia.
Lo demas no era sino un cumulo de casualidades que se habian producido, de efectos en cadena que podian confundir y dar la impresion de que efectivamente habia un misterio que descifrar. Eso pense para animarme. Pero aun asi no logre desprenderme de la apatia y seguia deambulando por la casa con cierta esperanza de que el tiempo pasara y no tuviera mas remedio que volver al trabajo. 'Tal vez tengan razon los dias laborables', recorde. 'No estoy hecha para la fiesta, no estoy hecha para el ocio, no se que hacer con el.' A veces, en los peores momentos, miraba los anos que me quedaban de vida, como si tuviera poder para verlos en toda su exigua extension, veinte, treinta, cuarenta, y encontraba placer y solaz en la recomendacion que me hacia a mi misma: aguanta un poco mas, te alcanzara la muerte, y ya no tendras que lamentarte de haber sido o de no haber sido, de haber actuado o no, ni te morderan los celos y la envidia que no quieres reconocer, ni el menosprecio por tu pasado, ni te fundiras de angustia ante los vacios bajo la higuera, en las mesas de los bares, en los restaurantes. No habra entonces ni pasado ni presente ni menos aun futuro, todo se disolvera en el olvido. Aguanta un poco mas. Del mismo modo que pasaron los anos que has vivido, pasaran los que quedan, aguanta un poco mas. La muerte te redimira, la muerte te liberara. Y me dejaba mecer por el consuelo de la muerte.
Un consuelo que se desvanecia, como todos los consuelos, en la mera repeticion, en su propio envejecimiento.
Por la pereza que me producia la sola idea de hacerme la comida, me acostumbre a las latas de atun y a las de guisantes cocidos y al pan que me traia el jardinero por la manana con el periodico, los tres dias de la semana que seguia viniendo. Dormitaba a todas horas para sofocar el desanimo, no paseaba ni apenas me cambiaba de ropa. Llevaba siempre el mismo pantalon gastado y una camiseta, hiciera sol o comenzara a llover.
Nadie me llamaba, nadie se acordaba de mi, ni yo me acordaba de nadie. Como cabia esperar, algunos amigos habian llamado al principio del verano y yo, efectivamente, los habia despedido con evasivas. Y no habian vuelto a llamar, porque, ya se sabe, a los amigos hay que cuidarlos y yo no lo habia hecho. No pensaba en ellos. De hecho, no pensaba en nadie ni me daba cuenta de nada. Ni siquiera habia reparado en que los dias iban siendo mas cortos, que el verano se agotaba y que un velo se esparcia por el campo y el cielo que no dejaba adivinar si haria buen tiempo al dia siguiente o si comenzaria a llover.
En cuanto oscurecia me atrancaba en la casa, ajena a la luna y las estrellas que tanto me habia gustado contemplar. En otra vida, me parecia ahora. Miraba durante horas la higuera, por mirar, porque habia perdido la esperanza, del mismo modo que alguna vez, muy de tarde en tarde, iba al mercado o al pequeno restaurante pero no en busca de lo que ya sabia que no podia llegar. Pasaban los dias con el unico anhelo de que llegara la noche y sumergirme en aquellos suenos que yo habia comenzado a convocar y a inventar, movida por el deseo apenas reconocido de un cuerpo largo y dorado como una espiga para repetir el sutil contacto de su pie contra el mio o de su mano sobre la mia que daban pabulo a infinitas variaciones y combinaciones, pero que, al cabo de tanta repeticion, de tanta confusion, se habian convertido en pesadillas que se sucedian implacables cada vez que cerraba los ojos, como si fueran la oculta secuencia una vida mas profunda que tenia su propia logica y su propio devenir.
Cualquier ruido del exterior, el ladrido de un perro, el canto de una cigarra, un bocinazo lejano o la sirena de una ambulancia que se perdia en el horizonte, me desvelaba y suponia el fin de un terrorifico ensueno donde se