de palabra ni con la mirada, la mas leve insinuacion. Y Adelita, baja y gorda, con pinta de pelotari, cara ancha y el triste peinado de ricitos que le cubre las orejas participa en orgias y es deseada por todos los hombres, mientras que a mi, ellos, los vendedores y, al parecer, los demas hombres del mundo, cuando les abruma el deseo y la pasion, ni siquiera me ven, soy transparente, no existo.
Asi dormi hasta la madrugada, pero habia de ser una noche sin reposo, porque cuando, vencida aun por el sopor, reanude el sueno pesado y angustioso con los berridos y los lamentos de tantas agonias eroticas ardiendo en la corteza de mi cerebro, emergio de la conciencia suspendida la figura de un anciano inmovilizado en la silla de ruedas, cubiertas las afiladas rodillas con una manta de cuadros, vidriosos los ojos de pavor como si se diera cuenta de que estaba condenado a contemplar ese espectaculo de procacidades durante toda la eternidad.
Un leve sobresalto al caer por la acera donde me encontre de pronto caminando me hizo cambiar de postura. Desaparecio la imagen, pero un interrogante amargo habia quedado colgado de su estatica brutalidad como un hilo en la tenebrosa conciencia que de nuevo se abria paso entre los jirones del sueno: ?Habria sido mi padre en su inercia fisica y emocional, en su condicion de vegetal, un testigo recurrente de aquellos descalabros, un aliciente morboso para los orgiasticos?
Se fundian y confundian en mi mente tantas imagenes, deseos, inquietudes y desvelos que, agotada por ese torbellino, cuando el amanecer se abria paso en el cielo fatigado de la noche, me dormi sumida esta vez en el silencio y la tiniebla.
8
Me desperto la luz del dia como un golpe de aversion. Con las puertas y ventanas abiertas, tenia la impresion de haber dormido al raso. Hacia viento y, como una senal de mal aguero aprendida en el cine, ondeaban amenazadoras las cortinas y el cielo vagamente encapotado tenia la luz fria y blanca que precede a la tormenta. Mi cabeza pesaba de tal modo que los parpados se negaban a incorporarse y cada musculo de mi cuerpo transmitia su movimiento al cerebro, dibujando insoportables lineas de dolor.
No estaba acostumbrada a beber, ni siquiera en los ultimos tiempos con Gerardo, que no sabia prescindir del vino en las comidas y tomaba siempre una o dos copas antes de cenar. Yo aceptaba la mia, mas por acompanarlo que por gusto, pero casi siempre la dejaba a la mitad.
'No sabes encontrarle placer a la copa de la tarde, me recriminaba.' No sabre, pensaba yo. Nunca habia bebido, y menos en las cantidades del dia anterior, una copa y otra y otra, ellos hablaban y yo los oia o preguntaba al tiempo que iba apareciendo el panorama del desenfreno que tenia lugar en mi propia casa y en ella se repetia y se multiplicaba. Y ahora, ese malestar, esos dolores repentinos que perseguian cualquier gesto, unidos a la desgana, a la insoportable resaca, me atenazaban el pensamiento con tanta insistencia que, contrariamente a la sorpresa y a la repugnancia que me habian provocado la tarde anterior y a las recurrentes pesadillas de la noche, no lograba que las confidencias de aquellos dos vendedores me impresionaran.
Aquella larga conversacion se me presentaba ahora como una vaga y lejana memoria despojada de la inapelable rotundidad de entonces, del dramatismo con que yo creia haberla oido. Como si no fuera capaz de percibir sentimientos ni emociones o hubiera perdido la capacidad de analizarlos. Ni siquiera, echandome atras en el tiempo, me era facil rememorar el estado de animo que me habia sumido en la apatia y el decaimiento durante tantas semanas.
?Sera cierto lo que defienden los bebedores, que una buena borrachera limpia el alma como un viento del norte, y que la resaca nos envuelve y esconde lo mas doloroso, como si el pensamiento inmerso en ella perdiera toda capacidad que no fuera la de la conciencia de su propio malestar, invalidando asi los demas contratiempos del alma?
Sentada en el sofa, apenas tenia animo para levantarme, temerosa como estaba de que cualquier movimiento trajera consigo un dolor nuevo, un quebranto de cualquier musculo agazapado y desconocido.
Yo sola con esa inmovilidad y ese temor, y a mi alrededor un inmenso campo desierto.
Solo hacia el mediodia, despues de una larga ducha de agua fria, de haber adecentado mi aspecto, de haber procurado recomponer el salon, despacio, no fuera a torcerse la linea de dolor en el occipital, cuando ya el sol habia abierto un boquete entre las nubes, y aquel viento de la manana apenas habia quedado en una brisa leve que se empenaba en limpiar el aire, solo entonces comence a darme cuenta cabal de la informacion que habia recibido. Sin embargo, mi entendimiento se resistia aun a aceptarla, no porque le costara creer lo que habian contado los dos vendedores desconocidos con los que habia pasado la tarde y buena parte de la noche en aquella impensable francachela, sino porque seguia sin lograr darle el contenido preciso, como si lo viera sin relieves ni protuberancias, un mero dictado gramatical de los hechos.
No es posible, no puede ser verdad que todo esto haya ocurrido durante meses o anos en mi propia casa sin alterar el orden de mi vida. No tengo por que hacer caso a esos locos a los que nunca habia visto y que tal vez no han hecho mas que inventar y fabular para reirse de mi. Quiza me enganaron y eran simples clientes de la agencia que venian en busca de Adelita o de Dorotea, y que con las copas construyeron una historia. No tengo por que creerlos, no puede ser cierto.
Sin embargo, cuando poco a poco se fue aclarando la confusion que me obnubilaba, cuando comence a calibrar de que podian conocer tantos datos, de donde habian sacado tanta informacion que se acoplaba perfectamente a los espacios en blanco de la historia, conclui que tal vez hubieran exagerado, pero del mismo modo podia aceptar que, por consideracion a mi, habian minimizado o incluso eludido detalles infinitamente mas escabrosos que la escueta mencion de aquella red de prostitucion y negocios sucios, segun dieron a entender, evitando en todo momento descripciones y anecdotas que habrian dado mas verosimilitud a los hechos. Si, alguna imagen concreta llegue a arrancar de sus palabras, pero muy pocas: el desnudo de Adelita que compararon a un Rubens, aquel caballero de gafas sin montura que se negaba a desnudarse delante de los demas, la mancha roja en la cara del hombre gordo… Sentada a la mesa de la cocina, con una segunda taza de cafe y una aspirina que habian de acabar de borrar la jaqueca, fui pasando revista a esos personajes que recuperaba la memoria, desgajandolos de aquel zafarrancho de cuerpos que esa misma manana, antes de entrar en la ducha, habian aparecido en mi cama.
Subi a la habitacion otra vez: alli estaba, mi cama ahora tan impoluta, tan blanca, con su colcha de algodon, de flores y lazos en relieve como dibujos repujados en su textura, que hacia anos habia comprado en Portugal, una colcha casera y domestica a la que no le faltaba mas que el aroma del espliego que Adelita guardaba en bolsitas de organdi y ponia en los armarios de la ropa blanca. La habitacion entera a la luz de la manana irradiaba paz y sosiego, la ventana bordeada de flores de buganvilla se abria al paisaje bucolico del campo recien arado, las moreras tras ella comenzaban a dorarse y a lo lejos las vinas rojas sobre las lomas reclamarian a mediodia el tanido de las campanas.
Volvi la vista al interior: las dos mesitas de noche, una a cada lado de la cama, antiguas, de madera pulida, la comoda con las fotografias de mi padre y de mi madre, mias incluso en la infancia, las cajitas de porcelana, las palmatorias, los cuencos de ebano, todos esos objetos tan familiares, ?donde los ponian?, o ?ni siquiera los veian? ?No se habria llevado Adelita algun objeto o un marco de plata que yo ni habia echado de menos? Deje vagar el pensamiento recreandome en el aspecto apacible de mi dormitorio como si contemplando la verdad de su presente pudiera desvelar el cumulo de historias que guardaban las sabanas, las alfombras y las paredes, o las agazapadas imagenes que en algun rincon esperaban mi propio convencimiento para mostrarse en todo el esplendor de su perturbadora groseria.
Recorria las habitaciones de la casa como una sonambula, buscando indicios que de alguna manera me remitieran al uso que de ellas habia dado Adelita mientras yo daba mis clases en Madrid, como si quisiera horadar la realidad y penetrar en otra mas profunda que se me habia escamoteado y que sin embargo alli estaba, alli tenia que estar si es que de verdad habia ocurrido lo que me habian contado.
Esta casa, sus habitaciones, el salon, la cocina, todo habia sido invadido muchas veces por un ejercito de desenfrenados vividores que debian de conocerse de sus negocios, ?por que no de las mafias que controlaban o a las que pertenecian?, que venian a mi propia casa, con una serie de mujeres que les proporcionaba la agencia. ?Por que en mi casa? ?No habia otro lugar en toda la provincia? No solo aqui, me habia dicho Felix, hay otros muchos lugares, en la provincia, en el pais, en el mundo entero, hay una malla gigantesca de cuevas tan ignoradas como esta que cubre todo el territorio. Que no se vean no quiere decir que no esten.