Volvia a mi cuarto forzando la imaginacion para ver en la vigilia lo que el sueno me mostraba de noche. Durante muchas horas no lo lograba, como si me faltaran elementos y mi fantasia se hubiera vuelto llana como un desierto, pero, poco a poco y solo muy de vez en cuando, aparecia borrosa aun la cara de Jeronimo, de mi hombre del sombrero negro, desprendidos de ella todos los inmundos calificativos que la inteligencia me proponia y yo me negaba aceptar. Como si sus actividades que a la fuerza escondian robos, extorsiones, fraudes, sobornos, prostitucion, segun yo misma podria haber reconocido de haber querido o de haber tenido el valor para ello, no hubieran sido mas que negocios, simples negocios sin valoracion de ningun tipo, ni siquiera moral, cosas de hombres, de la profesion a la que se dedicaban, como los otros participantes, seguramente honorables padres y maridos que en familia guardarian celosamente su secreto.
Aparecia con su sonrisa. El, al que apenas habia visto sonreir.
El, que precisamente nunca formaba parte del grupo aunque de el dependia y a el se remitian los demas en busca de informacion, de quejas, de programas y de fechas. Pero esa sonrisa y su talante de hombre eficaz, lejos de desentonar, se adecuaban al ambiente de placidez familiar y amorosa de aquel dormitorio celestial, tal vez porque asi, solo como estaba y envuelto en el aura de la memoria, adquiria el aire sensato de una estampa de devocionario. Aquella noche, sin embargo, en el interregno entre la vigilia y el sueno, cobro vida y se transformo, dejo de ser estatica y vestida su imagen, y en la amalgama de cuerpos que habia cubierto la cama impoluta, lo vi desprenderse de todas aquellas mujeres en las que estaba arropado -tambien de Adelita, que, en efecto, tenia las redondeces de un Rubens-, y acercarse al rincon donde yo me habia refugiado, y ante la mirada socarrona de las demas mujeres alargo una mano, tomo la mia, y me ayudo a levantarme. La fantasia, mi pobre fantasia, se deshacia en ese instante como si no hubiera final, ni continuacion, y por mas que yo insistia y me debatia en la pequena historia de nuestro encuentro, no sabia yo misma como continuar. Y de nuevo comenzaba desde el rincon del cuarto, mirando, cada vez mas fascinada, el espectaculo que ya no me sorprendia sino que me atraia casi tanto como el hombre que una vez mas se acercaba y me tomaba de la mano.
Fue al dia siguiente a esa hora en que el atardecer se hunde sobre la tierra y se apoderan de ella las sombras, cuando tras dar vueltas por la casa, decididamente ensimismada, me asome con nostalgia a la ventana del estudio y, como si fuera un elemento mas de mis quimeras, descubri la silueta de su cuerpo igualmente inaccesible plantada frente a la higuera, con las piernas separadas y los brazos caidos a lo largo del cuerpo. La luz, la poca luz que quedaba, le habia robado a la imagen su volumen, de tal modo que, en su inmovilidad, parecia un muneco de papel que pudiera volar al menor soplo de aire.
Estaba de frente, mirando hacia mi casa, y aunque no podia verme porque yo permanecia en el oscuro interior del estudio y la distanciaa no podia apaciguar el brillo del cristal, tenia un aire desafiante porque a la fuerza debia de saber que yo lo espiaba desde mi atalaya.
Me sonroje como si se encontrara a mi lado. ?Que me esta queriendo decir?, se preguntaban los latidos de mi corazon, reconociendo mi incompetencia para entender el mensaje que parecia enviarme con la inmovil postura de su cuerpo dirigido hacia la casa.
De pronto levanto el brazo como si saludara, o como si me hiciera una senal. ?Era a mi? Si no era a mi, ?a quien podia ser?, porque yo era la unica persona que habia en todo el valle hasta donde alcanzaba mi vista. ?A quien saludaba, pues?
Si, me saludaba a mi, me hacia una senal. O ?habria alguien mas que yo no veia? Quiza no era un saludo, sino el simple movimiento de alargar el brazo para coger un higo. Ya no quedan higos. ?O era un movimiento para retirar una chaqueta, un panuelo, una bolsa que hubiera dejado colgando de una rama? Lo mantuvo de todos modos en alto un buen rato, sin balancearlo ni gesticular, y luego se dio la vuelta y desaparecio tras la casa de los vecinos, que salian en aquel momento hacia el camino todos juntos, tres o cuatro personas. Debieron de mezclarse o saludarse porque si vi que se detenian un momento, pero la oscuridad me impedia distinguir unas sombras de otras y no pude saber si mi hombre se habia ido con ellos o por el contrario seguia tras la casa esperando el momento propicio para salir. ?Para salir, atravesar el valle y venir? Claro. ?Que se lo impide? ?Por que no viene, pues?
?Por que no se acerca?
Su desaparicion me sonaba ahora a indiferencia y a menosprecio, y el movimiento del brazo habia perdido la remota posibilidad de que fuera en efecto una senal, como la que yo le vi hacer a Adelita en ese mismo lugar. Debe de saber que Adelita ya no esta aqui, asi que no es a ella a quien hace senales.
Y si es en efecto a mi, si aunque no puede verme, sabe que yo en cambio si lo estoy mirando, ?por que no viene? No es el miedo lo que lo retiene, ni la timidez, ni la sensatez, ni el temor a encontrarse con alguien, sabe que estoy sola, lo ha sabido siempre. Sabe incluso que lo espero. No viene, pues, porque no me ve. Le ocurre lo mismo que a los vendedores; toda una tarde hablando, riendo, bebiendo, pero no me veian. Me vuelvo transparente, invisible para ellos, cuando entro en ese mundo suyo.
Tal vez Adelita tenia razon, con aquella teoria de la impenetrabilidad de nuestros mundos, aunque no debido a la riqueza y el poder de los unos respecto de los otros como ella creia, sino porque a ellos, los otros, los distingue la posesion de algo mas profundo, mas elemental tambien, pero infinitamente mas efervescente, cuyas reglas secretas desconozco.
La sombra de un ultraje planeaba sobre mi alma, una oscura tiniebla que fue aumentando como aumentan los miedos alimentados por si mismos, que me dejo vagando de nuevo por la casa, con las luces apagadas y acosada por los ruidos de la noche a los que por veces que creyera haber dominado y olvidado acababan siempre reapareciendo con una transparencia mayor. Y, sin embargo, ni esos ruidos, ni el ultraje, ni el reconocimiento de mi condicion me impedian asomarme a la ventana, a la negra noche, volcada a la esperanza, que no por improbable dejaba de mostrarse en toda su dolorosa intensidad. Eran mas de las tres de la madrugada cuando me deje caer en el sofa y me vencio el sueno.
Por un resto de lucidez que debia de quedarme en la conciencia sensual, u olfativa al menos, al dia siguiente fui al pueblo a encargar colchones nuevos para mie cama, y para las camas de las dos habitaciones de invitados que habia en la casa, una de las cuales habia sido la mia en vida de mi padre.
Dos chicos me los trajeron aquella misma tarde y se llevaron los colchones usados, contentos de poder aprovecharlos o venderlos porque parecian nuevos, ya que las orgias no habian dejado rastro en la pristina placidez del descanso que pregonaban, o Adelita lo habia borrado.
Una operacion, la de la sustitucion de los colchones tras la desaparicion de la resaca, que tal vez porque no estaba acostumbrada a ella, se prolongo mucho mas de lo previsto, y hasta despues de tres largos dias no pude considerarla terminada. Claro que habia iniciado una limpieza a fondo que no me dejaba libre mas que unos pocos minutos para prepararme algo de comer. Al cuarto dia ya volvia a dormir en mi cama con sus sabanas de hilo y su colcha blanca recien lavadas y planchadas. Tenia ese cansancio que dejan las grandes limpiezas porque habia pasado muchas horas fregoteando suelos y cristales, enviando al tinte cortinas y alfombras y lavando toda la ropa blanca que pude encontrar, con tal ahinco y tal ansia de que desaparecieran los ocultos vestigios de los descalabros que alli se habian cometido que me dolian ciertos musculos que, al parecer, no se activan mas que con el trabajo domestico.
Volvi a hacer todas las camas y deje a punto las habitaciones, un ejercicio completamente inutil porque nadie habia de venir ni tenia el menor interes en mantenerlas dispuestas como en otro tiempo, la casa preparada para recibir a mis amigos, pocos, es cierto, pero presentes ciertos fines de semana del verano cuando Gerardo se ocupaba de nuestra vida social, y que ahora al pensar en ellos me parecian lejanos e irreales. Igual que Gerardo, cuyo recuerdo apenas aparecia en mis pensamientos y que cuan-g do por azar lo veia asomarse porque lo convocaba una palabra o una imagen, lo rehuia y lo barria sin piedad como si fuera la memoria de un enemigo, la unica persona que podia interrumpir o desviar el camino que irremisiblemente y casi a ciegas habia emprendido. O quien sabe si guiada por una fuerza desconocida, que ella si sabia adonde me llevaba.
Al quinto dia me levante mas decidida. Cogi el coche y enfile la carretera de Gerona. La manana tenia esa languida luz que anuncia la llegada de temperaturas mas bajas. No habia nubes, pero el cielo desvaido tenia un aire de inconsistencia, casi de provisionalidad de los dias de setiembre, cuando ya nada parece asegurar la permanencia del buen tiempo. El campo habia perdido la uniformidad del verde poderoso del verano y se deshacia en tonos dorados, amarillos y granate, y el verde que quedaba estaba descolorido en espera de lluvias que no habian vuelto a caer desde hacia mas de un mes.
Cuando llegue a la comisaria de Gerona me salio al paso un policia. Le pregunte si podia ver al comisario y