mi peticion a esa hora temprana.

No tome el gin-tonic, mas bien habria querido echarmelo por encima para apagar el fuego que me abrasaba. Pero el frescor de las gruesas paredes del cafe me devolvio poco a poco a la temperatura ambiente y comence a meditar sobre las vueltas que estaban dando las cosas, y yo entre ellas atrapada como una mosca en una tela de arana. Pero, me decia a medida que me iba calmando, ?como puedo denunciar unos hechos que solo conozco de palabra? No tengo ni pruebas ni testigos, porque no creo que Felix y Segundo se prestaran a declarar. Bastante hicieron con contarmelo. Y nada, no tengo nada que pueda aportar como evidencia de lo ocurrido.

?Como he sido tan estupida? Ademas, seguia mi razonamiento, si alguna vez lograra encontrar un indicio, incluso un testimonio, y los pusiera en manos de un policia competente, que a la fuerza tiene que haber alguno en algun lugar, comenzaria a tirar del hilo y acabaria imputando no solo a joyeros y policias, que siempre serian los ultimos en pagar, sino, sobre todo, a los vendedores de las maquinas de coser, a Adelita y el primero, reconocia en voz baja, al hombre del sombrero.

Era como si mi voz los estuviera acusando ya, como si la flecha que yo intentaba lanzar contra los que consideraba los verdaderos culpables se desviara como disparada por una mano que no era la mia, y llevada de una voluntad que tampoco lo era, acababa hiriendo exactamente a quien yo no queria herir. Tal vez en mi interior mas profundo, ena el nucleo mas oscuro de mi conciencia, no solo los consideraba culpables de todos los descalabros, sino que ademas los acusaba de haber arrastrado con su dinero y su poder a los demas, por decirlo asi, a los mios. Y a medida que pasaba el rato y que mi mente se tranquilizaba, fui dando paso a un sentimiento de generosidad desmedida como si me hubiera sido posible denunciar los hechos y hubiera optado por dejar las cosas como estaban en callada ofrenda a quienes habia desgajado del ejercito de corruptos que me rodeaba.

Pero la inicial irritacion que me cego en la comisaria no habia remitido totalmente, sino que como un rio profundo que emerge solo de vez en cuando para mostrar su intensidad y potencia, afloraba para recordarme, a pesar de todo, quien era el perdedor o la perdedora de esta historia. Tal vez por esto y aun habiendo tomado la inutil decision de no seguir la lucha que habia de hacer florecer la verdad costara lo que costara, pero impelida aun por una brutal curiosidad y por un deseo de que apareciera algun culpable en esta historia, aunque solo fuera para mi satisfaccion, saque la agenda donde habia anotado la direccion de la joyeria, me levante, pague la consumicion y alli dirigi mis pasos.

La joyeria La Reina era una tienda pequena ubicada en la entrada de una minuscula galeria, casi una porteria, en una calle ancha de uno de los barrios nuevos construidos en la periferia de la ciudad.

Tenia los escaparates estrechos pero bien surtidos y bien iluminados y desde el exterior pude ver al joyero, que dentro de la tienda alineaba una serie de pulseras, o de cadenas o de collares en unas bandejas forradas de terciopelo con una meticulosidad de artesano. Aun sin haberlo visto jamas, me parecio reconocer al 'atildado caballero de gafas de oro sin montura siempre vestido con americana y corbata que se negaba a desnudarse delante de los demas', como lo habian descrito los vendedores.

Era delgado, tal vez por eso no queria desnudarse, porque se encontraria demasiado huesudo y extrano entre el ejercito de grasientos y gordos companeros, o tal vez no queria compartir tanta familiaridad con aquellos vocingleros nuevos ricos que organizaban tan vastas orgias, porque atildado era, su traje de color gris estaba impecable, tal vez su propia mujer se lo habia planchado esta misma manana, y le habia elegido la corbata discreta y elegante, e incluso le habria hecho el nudo antes de darle ese beso de despedida con que tantas veces el cine nos da cuenta de la sumision, la fidelidad y la felicidad de una pareja. Llevaba aguja de corbata, de oro debia de ser, pense, siendo el joyero, y gemelos en las mangas de la impoluta camisa celeste. Tenia cabello blanco que le daba un aire majestuoso y nadie diria, viendolo aqui, que era un estafador. ?O no era el el pudibundo que no queria desnudarse? No podia asegurarlo, es cierto, aunque que importaba, nadie iba a enterarse jamas de lo que alimentaba la parte oscura de su vida, y podria seguir vendiendo joyas de primera calidad, seguir llevando los trajes planchados, contar con el beneplacito de su esposa y, seguramente, de la sociedad ciudadana que posiblemente lo consideraria, ademas de un hombre mayor aun de buen ver, un tipo elegante, buena persona, discreto y una persona de las que mas habia hecho por el progreso y el buen gusto de la ciudad. Estuve tanto rato tras los cristales haciendo consideraciones sobre su vida y su persona que alguna fibra de su anatomia debio de acusar el aguijon de mi mirada y de mi censura y se sintio aludido y observado, y en un momento determinado, sin soltar el collar que estaba colocando en paralelo con los que habia puesto antes, levanto la vista pasandola sobre los cristales sin montura de sus gafas de oro y me vio.

Se quedo mirandome casi con la sonrisa puesta, pero queriendo adivinar que me tenia inmovil tras el escaparate sin prestar atencion a las preciosas joyas que tenia expuestas, sino precisamente a el y, al ver que yo no me movia ni cambiaba la expresion de la cara, hizo un gesto con la mandibula en el que afloro, como escapada de la capsula donde debia de tenerla encerrada, una dosis tan espectacular de violencia y de groseria que distorsiono en un instante la escena casi decimononica de joyero artesano cuidando de sus cadenas de oro. Tampoco me movi y mantuve fijos en el mis ojos. Entonces, dejo la joya en la bandeja, la puso en el lugar que le correspondia en la comoda, cerro con llave, echo un vistazo a las vitrinas para asegurarse, posiblemente, de que estaban cerradas, y se dirigio a la puerta. La abrio sin precipitarse y, dirigiendose a mi, dijo: 'Lleva usted un buen rato mirando el escaparate, mejor dicho, el interior de la joyeria. ?Puedo ayudarla en algo?' Me di cuenta de que no se habia atrevido a decirme que a quien miraba era a el y esto me dio seguridad para darle una respuesta clara y precisa, rotunda casi: 'Quisiera hablar un momento con usted sobre el robo de una sortija que tuvo lugar a finales del ano pasado. La persona que la robo se la vendio a usted.' No me hizo pasar. Se mantenia en la puerta y yo frente al escaparate. No cambio la expresion de formalidad contenida de la cara ni de los gestos. Dijo solamente: 'Esto no es un negocio de compraventa, es una joyeria que solo vende al publico.' 'Entonces, ?por que compro usted una sortija a mi guarda, Adelita Flores, y le pidio el carnet de identidad, que presento luego en la comisaria?' '?Quien le ha dicho tal cosa?' '?Lo niega?' Se puso digno: 'No tengo por que mantener esta conversacion con usted. Si necesita un consejo o informacion, o quiere mirar o comprar, muy gustosamente la atendere. De lo contrario, permitame que vuelva a mi trabajo.' Sin esperar a que yo hablara, entro en la tienda, y cerro tras el la puerta con llave. Lo vi volver al mismo lugar que ocupaba cuando llegue, coger una bandeja de debajo de la vitrina y, sin mirarme una sola vez, ordenar con meticulosidad las cadenillas.

No podia hacer otra cosa, asi que me fui por donde habia venido.

Podria haber… no, no podria haber roto los cristales del escaparate, aunque no me faltaron ganas, pero ni habria tenido la fuerza suficiente ni, de haberla tenido, el cristal habria acusado mis golpes, ni, sobre todo, me habria servido de nada.

Camine despacio hacia el lugar donde habia dejado el coche, arrastrando el desaliento de esa nueva derrota que se unia a las anteriores como un rosario de desgracias.

Pero el desaliento no me impidio detenerme, ya camino de casa con las manos vacias, en el juzgado de Toldra. Estaban a punto de cerrar y no logre enterarme de lo que tenia que hacer para conocer el paradero de la notificacion que el joyero habia hecho a la policia en noviembre del ano pasado. Tendria que volver, me dijeron, al cabo de unos dias, porque la persona que se ocupaba de estas cosas no vendria hasta principios de la semana entrante.

De todas maneras, me previno la mujer que atendia al publico y al mismo tiempo se cuidaba del archivo, si se habia sobreseido un caso por falta de pruebas, tal vez alguna persona implicada podria recurrir, habria que ver como se habia producido, que son cosas delicadas, anadio, pero si no tenia nada nuevo, no hacia falta que volviera porque poco sentido tendria recurrir.

'?Recurrir para que?', pregunto, desafiandome.

'Entonces', quise saber, 'si yo puse la denuncia, y se ha sobreseido el caso porque no hay pruebas contra la persona que yo acuse, ?que pasa con la notificacion del joyero, que es lo que yo busco?

No entiendo nada.' 'Tal vez se ha confundido con las informaciones que le han dado.

El lenguaje de los abogados y de los jueces, el de la judicatura, me refiero, es complicado para un profano. Se lo digo yo, que trabajo aqui y sigo sin entender la mitad de las gestiones que hago.

A veces', anadio con amargura que escondia cierta humillacion, 'lo que me dicen que tengo que hacer me parece que esta en flagrante contradiccion con lo que yo habia entendido. Sera que no es este mi camino, porque a ellos les parece lo mas natural.' Y dando por acabada la confidencia, anadio: 'Asi que cada cual a su trabajo, y yo al mio', y volvio a sumirse en una gran pila de papeles que pedian a voces su organizacion y archivo.

Cuando llegue a casa me deje caer en el sofa del salon y alli me quede durante horas, adormilada por el cansancio y por un extrano sentimiento de no querer enterarme del sin sentido de mis pobres investigaciones.

Вы читаете La Cancion De Dorotea
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату