vaso de whisky. 'Pero ?que le ocurre? ?Que le ha ocurrido?' 'No puedo ahora, no puedo hablar. Es todo tan triste. Cosas de familias, que siempre me toca cargar a mi con todo.' Y comenzo a llorar de nuevo con tal desconsuelo que, excusandose entre hipos, desaparecio por la puerta del salon y se dejo sentir todavia en la cocina antes de que la puerta trasera apagara sus sollozos.
Aquella misma semana, de nuevo volvio tarde y llorando porque se le habia extraviado el talon que le habia dado hacia una semana para que pagara la cuenta de la carniceria.
'?Cuando ha sido?', pregunte.
'No se, esta manana he ido a pagar y por mas que lo he buscado no he podido encontrarlo.' 'No se preocupe', le dije, 'manana llamaremos al banco, no lo pagaran y en paz.' Adelita se seco los ojos, aliviada, y se fue a trajinar por la casa. Me levante para llamar. Pero antes de que llegara al aparato, sono el telefono.
'Diga, diga', me impaciente.
'No, aqui no hay ninguna Dorotea.
Se habra confundido.' Adelita no me dio tiempo a colgar.
'?Ah!, vaya', dijo, muy animada, olvidando el asunto del dinero.
'Es una pesadez. Llaman constantemente preguntando por Dorotea, no se lo que esta ocurriendo con el telefono.' Llame al banco para que anularan el talon que habia perdido Adelita. Sin embargo, a la media hora el director en persona me comunico que debia haber un error, porque el talon con el numero que yo le habia dado y por ese mismo importe habia sido cobrado en Barcelona precisamente el dia antes.
'?Que raro!', dije a Gerardo, 'tal vez la persona que lo ha encontrado era de Barcelona.' 'O la persona que lo ha robado', puntualizo Gerardo.
2
Me fui a Madrid una vez mas, pase las Navidades con Gerardo en Barcelona y no volvi a la casa del molino hasta un par de dias antes de fin de ano. La encontre, como siempre, en perfectas condiciones y a Adelita dispuesta, amable, diligente. Habia dos coches bajo el canizo de la entrada trasera, ademas del mio.
Yo lo dejaba siempre en la casa porque llegaba de Madrid en tren o en avion, y desde la estacion o el aeropuerto tomaba un taxi hasta la casa.
'?De quien son esos coches, Adelita?', le pregunte a la hora del almuerzo.
'Uno es de mi hijo el mayor, se lo acaba de comprar, el otro es de un amigo suyo.' 'Caramba', me dije, porque eran dos coches muy grandes y parecian bastante nuevos, 'caramba con esos chicos.' '?Asi que ya trabaja y se ha comprado un coche?', anadi, mas para mostrar interes que por curiosidad.
'Bueno, si, eso… el trabajo que tenia ya no lo tiene, pero hoy o manana comienza en otra empresa, de construccion, como su padre.' Al dia siguiente, al ir a poner el dinero que habia sacado del banco para pagar una serie de facturas en la pequena caja fuerte empotrada en la pared del fondo del cuarto de armarios, que yo usaba como vestidor, vi que la puerta estaba cerrada con llave pero no tenia puesta la combinacion. La habre dejado abierta antes de irme, pense, porque de hecho habia ingresado entonces todo el dinero sobrante en el banco y habia dejado la caja vacia, exceptuando el viejo joyero y unos pocos documentos. Pero una sombra de inquietud, esa misma sombra que nos hace dudar de una situacion cuando no es exactamente igual que la que dejamos, me hizo sacar el joyero y abrirlo. Sabia lo que contenia. La sortija con un brillante que me habia regalado Samuel, mi marido, el dia que nos casamos, medallas de mi madre, cadenas de oro rotas esperando desde hacia anos a ser reparadas, y un broche de flores y diamantes que habia recibido de mi suegra el primer dia que pase con ella, ademas de unas pocas pulseras sin demasiado valor. El estuche estaba un poco deteriorado, no por el uso, sino por los anos y los traslados, y habia encontrado su lugar definitivo en la caja fuerte empotrada en el muro de ese cuarto de armarios que mi padre habia hecho construir junto a su estudio, y que conservaba aun las humedades de aquella obra antigua. Tenia las esquinas raidas y la solapa del cierre rota.
Y sin saber que impulso me obligaba ni entender por que lo hacia, lo abri buscando en la hendidura forrada de seda la sortija que habia permanecido alli durante veinte anos o mas. Y no estaba en su sitio. Me di cuenta entonces de que no me sorprendia, que lo habia sabido desde el momento que habia sentido un atisbo de inquietud al ver la puerta abierta de la caja fuerte. Y lo habia sabido con ese conocimiento vago pero firme que solo reconocemos como tal una vez se ha comprobado que era cierto lo que pronosticaba aquella inicial alarma. Como si una vez mas se confirmara esa sensacion que me acompana cuando voy a buscar algun objeto que he dejado en su sitio mucho tiempo atras, con el recurrente temor a que algo imprevisto, ajeno al objeto y a mi misma, magico casi, haya ocurrido y aquello ya no este donde tenia que estar. Como si hubiera un orden oculto pero inmutable segun el cual, si no se les presta atencion, las cosas se esconden, desaparecen.
Levante las tapas de la bandejita superior, busque entre las cadenillas y las viejas medallas, convencida sin embargo de que no habria de encontrarla y por un momento no supe que pensar. Estaba tan acostumbrada a no encontrar las cosas en su sitio y tenia tan poca confianza en mi memoria que hurgue en ella sin esperanza como hacia tantas veces en busca de las gafas, el bolso, o el libro que estaba leyendo. ?Cuando habia visto la sortija por ultima vez? Si, lo recordaba muy bien, habia sido el dia antes de irme a Madrid, la ultima vez, seria en octubre o noviembre, porque me llego nitida la imagen de mi misma sentada en la cama, rodeada de una pila de blusas, las bolsas de las medias y las bufandas, mientras una lluvia sonora, monotona, tamborileaba en los cristales. Y alli estaba tambien el joyero, pero ?por que? Adelita iba y venia poniendo ropa en la maleta. 'No, Adelita, no ponga nada en la maleta hasta que este todo sobre la cama, ya sabe, asi no me olvido nada.' Pero el joyero ?que hacia alli? En un momento determinado lo habia abierto yo misma, lo recuerdo. ?Buscando algo?
Es evidente que lo habia sacado de la caja fuerte, pero ?para que?
?Tal vez para poner algo dentro?
?Se me habia roto alguna cadena?
En cualquier caso, alli estaba la sortija entonces. De eso estaba segura. La habia sacado de su hendidura, y por uno de esos juegos de la memoria que nos sorprende a veces con una escena del pasado en la que no habiamos vuelto a pensar, habia aparecido en la pantalla de mis ojos la ultima vez que me la habia puesto, muchos anos antes.
Siempre me han molestado las sortijas, por eso casi nunca la usaba, pero si aquella noche lejana en que Samuel y yo teniamos una cena fuera de la ciudad. A la vuelta nos habiamos detenido a tomar un cafe.
Y una vez de nuevo en la carretera, al tocarme la mano en un gesto automatico, habia encontrado vacio el anular y habia comprendido en seguida que me la habia dejado en el lavabo al quitarmela para lavarme las manos. 'Eres un desastre', habia dicho Samuel, 'un dia perderas las manos.' Volvimos por volver, porque estabamos seguros de no encontrarla. Sin embargo, alli estaba, en un charco de agua jabonosa junto al grifo. Yo me habia llevado tal susto y era tan grande el malhumor que la perdida habia provocado en Samuel, por haber tenido que salir de la autovia en busca de la cafeteria que, a pesar del alivio, ni el ni yo conseguimos alegrarnos. Tal vez por este mal recuerdo y el miedo a perderla otra vez, nunca mas me la habia vuelto a poner. 'Date prisa, habia dicho el al verme llegar, sin cambiar la expresion de malhumor, vamos a llegar a casa tardisimo por esta tonteria.' ?Como son los hombres!, habia pensado yo entonces, incapaces de cambiar de cara por bien que vayan las cosas una vez se les ha torcido el gesto, sin reconocer que lo mismo me ocurria a mi. Y durante el resto del viaje habiamos permanecido los dos enfurrunados y en silencio. Habia ocurrido hacia tantos anos que las imagenes aparecian en mi mente con el color tostado de los recuerdos de infancia, aunque para entonces yo ya tendria veintinueve o treinta anos.
Levante la vista, frente a mi, Adelita debia de esperar a que volviera de mi ensimismamiento.
'?Que bonita!', habia dicho, mientras se ponia a doblar una blusa sin dejar de mirar la sortija. ?O me miraba a mi? No lo recuerdo.
Yo no sabia si era bonita. No tenia ni tengo elementos, ni tal vez buen gusto o pasion para juzgar la belleza de las joyas. Podia valorar la riqueza o la labor, el cincelado, el brillo y el tamano de la piedra, el montaje en forma de petalos de platino y brillantes minusculos que rodeaban la pieza central, pero en su calidad de joya no habria sabido como catalogarla.
Si, era bonita, pero este tipo de joyas no se habian hecho para mi, eran sobre todo un alarde, un trabajo bello, sin duda, pero casi siempre excesivo. 'Es valiosa', le habia respondido yo, resumiendo mis propios pensamientos. 'Es la unica joya realmente de valor que tengo.' Reconstrui la escena en todos sus detalles. Si, asi