los gemelos estan en el meollo de otro crimen…, aunque ahora como victimas.

Sus naturalezas son conflictivas. Enganaron, alborotaron. Al fin, alguien se canso de ellos.

Hay una cerca de alambre de espino rodeando la propiedad, guardada tambien por dos perrazos que vienen a mi encuentro ladrando. Espero ante la puerta de tubo y espino. Veo salir del hangar a un sujeto pequeno, que se acerca. Amansa a los perros con una orden desfallecida, y se detiene al otro lado de la puerta. Le ha costado mover piernas y brazos, como si estuviera cansado, y eso que es joven, no mas de veinticinco anos. Lleva un sucio buzo azul que huele a excrementos de gallina y no solo no me hace la pregunta que cualquiera esperaria sino que sus ojos no me miran, no me estudia, se dirigen a un punto por encima de uno de mis hombros.

?Es Eladio Altube? Me cercioro antes de hablar: es mas joven, el gemelo tendra ahora unos cuarenta y cinco.

– ?Esta el amo?

– Ocupado.

– Necesito hablar con el.

– Cuando esta con las gallinas no se le puede molestar.

– Dile que es para hablar de su difunto hermano.

– ?Que pase! -El grito procede del hangar. No veo a nadie en el exterior. El enclenque empleado me abre la puerta-. ?Por el otro camino! -suena la misma voz. Son dos senderos sin cuidar abiertos en el cesped y yo elegi el equivocado. Aunque no veo a Eladio Altube, el a mi si. El empleado me sigue a un metro. Pronto me asalta un mas intenso olor a excrementos. En la puerta de madera del hangar solo esta abierta la mitad de arriba. El empleado me sobrepasa en un movimiento torpe y me abre la de abajo-. Espabila, que ya has perdido mucho tiempo. -El dueno de esta voz surge del hangar con una cesta llena

hasta el borde de huevos blancos, se cruza con el bulto que entra y cierra la media puerta a su espalda, quedando fuera. Asi que no tengo ocasion de ver el interior del recinto, las celdas industriales de las gallinas, de las que solo me llega un espeso grrg-grrg de multitud.

– Soy… -empiezo.

– Ya se quien eres -me corta secamente.

Viste pantalon de trabajo y camisa de cuadros, ambos arrugados y mas bien sucios. La enganosa quietud de su cuerpo parece no pertenecer a unos ojillos inquietos en continua busqueda de algo. La explicacion de que me haya reconocido se encuentra en esos ojos puntiagudos que cazan y conservan las mas viejas informaciones aprovechables, y yo, un vecino de Getxo, soy parte de esa informacion. Me molesta descubrir que tiene mi nombre en su agenda sin mi permiso.

– ?Estas seguro de que sabes quien soy? -le reto.

Su mueca quiere ser una sonrisa mientras me guia hacia una caseta de ladrillo con tejado de chapa.

– Sancho Bordaberri, el de la libreria Beltza.

– Ahora no soy ese sino Samuel Esparta, investigador privado.

Eladio Altube se para y yo con el.

– ?Que has dicho? -inquiere, cerrando aun mas sus ojillos-. ?Eres las dos cosas?, ?te llamas de dos maneras?, ?lo sabe la policia?

– Olvidate de la policia. Es cosa personal.

Me escruta a la defensiva.

– Investigador privado -repite-. ?Y que investigas?

– La muerte de tu hermano.

Es tal su sorpresa que varios huevos de su cesta se estrellan contra la tierra. Por un momento, parece que no quiere perder la tortilla a sus pies, de tanto que la mira -le creo capaz de recoger esa sopa con una cuchara y aprovecharla para la cena, al menos para la de su empleado-. Pero desiste. Reanuda la marcha, entra en la caseta y me indica por senas que yo haga lo mismo. Es una especie de almacen de herramientas grandes apoyadas en las paredes; hay una estanteria con cuatro archivadores y una pequena mesa con una silla; me la acerca con el pie para que me siente; aunque hubiera otra, el seguiria en pie, tal es la tension que le envara. La cesta sigue en sus manos, olvidada.

– Aun se ignora quien lo mato -digo-. Es algo pendiente, sobre todo para ti, supongo.

Su mirada es incolora. Mueve friamente los labios.

– Y tu te has puesto a investigar. Para eso has venido. ?Quien te paga?, ?a quien le interesa este asunto?

– Te repito: es cosa mia. Aunque los investigadores privados cobran una cantidad mas gastos, esta vez nadie me ha contratado.

– Nadie te ha contratado, te has contratado a ti mismo… Se que haces libros, quieres contar esta historia para venderla.

Me quedo de piedra. Crei que solo los de casa y Koldobike conocian mi debilidad. Una ocupacion, por otra parte, secreta sin necesidad de ocultarla y del todo intrascendente en Getxo. Sin embargo, en cierta agenda, alguien tenia registrado: «Sancho Bordaberri, escritor».

Eladio Altube se relaja y deposita la cesta en el suelo.

– Tendras una lista de nombres para sacarles lo que sepan. Yo te puedo contar mas que ninguno.

Es lo que me aseguro Koldobike y estoy de acuerdo: nadie sabra mas que quien convivio con la victima hasta las ultimas y dramaticas horas sobre la pena.

– No he leido muchos libros -anade-. A lo mejor no he leido ninguno como el que tu quieres hacer. No hay que ser muy leido para saber que un libro se vendera mas si tiene noticias que nadie sabe.

– Las noticias son para los periodicos, y lo mio no…

– Llamalo como quieras, pero lo que importa es que tendriamos un libro con mas compradores.

– ?Tendriamos?

– Al cincuenta por ciento, ni para ti ni para mi.

Ningun cambio en su expresion incolora al termino de esta oferta de asociacion en toda regla. ?Por que me asombro viniendo de un tipo tan mercachifle como el? Aunque se merece un no tajante, soy un investigador en busca de informes y por fuerza este hombre ha de poseer un tesoro de ellos… seguramente sin ser consciente.

– Creo que tu aportacion no seria relevante -me limito a senalar-. ?Que revelaciones me harias que no fueran de conocimiento general? ?O que lo fueron hace diez anos para los debiles de memoria? El pueblo sabe, yo mismo se todo sobre este asunto. Corrio de boca en boca. Todo, claro, excepto el gran secreto, el que solo conoce el asesino. Mis preguntas ya no buscan hechos sino sombras, reflejos de esos hechos que puedan ser interpretados a la nueva luz que aporte un investigador recien surgido.

?Descubri en los finos labios de Eladio Altube algo semejante a una sonrisa?

– Tengo noticias, hechos nuevos. Noticias nuevas que nadie conoce y que tienen un precio.

– ?El nombre del asesino? Esta si que seria una noticia. Pero incluso con ella no conseguirias nada. Es mas: reventarias mi libro. Lo empece a escribir hace un par de dias y seria de mal gusto descubrir tan pronto al asesino. No quiero romper los esquemas tradicionales de estas historias. El asesino solo ha de ser descubierto al final de unas doscientas cincuenta paginas. Si yo resolviera el misterio en las primeras treinta o cuarenta, ?que mierda de libro seria? ?Es que ni siquiera habria libro!

– Pon que no hablas conmigo hasta el final de esas doscientas cincuenta paginas.

Es un sujeto con mil trampas en su cabeza, incluso trampas literarias.

– Una solucion igualmente desastrosa -le aseguro, aun admitiendo que en otro tipo de libro habria sido una buena solucion-. ?Que investigador no empieza su investigacion visitando al hermano del muerto, que no solo es su hermano, sino que se libro de milagro de morir con el? Samuel Esparta no puede traicionar leyes de la noble profesion de investigador, no puede acabar con su carrera apenas empezada… Pero ?es eso realmente lo que me quieres vender, el nombre del asesino?

Contengo mi respiracion esperando la respuesta.

– No -suspira Eladio Altube, supongo que lamentando la inutilidad, por partida doble, de su oferta-. Pero queda lo otro, lo que tampoco nadie sabe y yo si, lo que te costara el mismo precio.

– ?Ese cincuenta por ciento? -Eladio Altube asiente con la cabeza. Me parece estar en un regateo de feria-. Te advierto que quiza no acabe el libro, que quiza nadie quiera publicarlo o no se venda un solo ejemplar. Nunca te metas en asuntos economicos con un escritor.

– Pondriamos en el contrato una clausula para compensarme. De tu bolsillo.

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