un gancho de la pared y se retira tras la silla-. Un momento y vamos.
Da por sentado que le voy a acompanar, es como si me estuviera advirtiendo que no debo perder la oportunidad que me brinda. Le veo en la mejor disposicion para hablarme de los dos viejos temas que parece deberme. ?Quien me garantiza que manana no habra cambiado de idea? Es un hombre de genio vivo e incierto, a merced de cualquier viento cambiante. No, no me transmite ninguna garantia; puedo decir, sencillamente, que no me fio de el.
Ya se ha puesto un pantalon mas limpio, aunque sigue con la camisa de cuadros de lechero. Me hace una sena con la mano y sale el primero, espera fuera a que salga yo y echa la llave, que guarda en el bolsillo de su camisa.
– Lo hago por mi hermano -dice, camino de la alambrada-. Me refiero a la puerta; siempre que dejaba una puerta atras, la cerraba.
– Las gallinas tambien se sentiran mas seguras si se las cierra. ?Tiene llave del gallinero tu empleado?
– Ni siquiera mis socios tienen un duplicado. Yo volvere por la tarde para abrir.
– Tu hermano dejo en buenas manos vuestros negocios.
– Este donde este Leonardo, me gustaria que lo supiera.
Aparece una sombra de emocion en su rostro colorado y con barba de tres dias.
– Tengo la impresion de que quedo algo pendiente entre vosotros, quiza no existio la ultima despedida, dadas aquellas terribles circunstancias.
Estamos ya en pleno viaje hacia Algorta, carretera de Sarrikobaso arriba. Eladio Altube se detiene un instante tan fugaz que no pierde el paso, pero si su mirada sobre mi. Creo que mi disparo a ciegas ha dado en un punto muy sensible. Yo solo pretendia llevar la conversacion a 1935 y a la pena de Felix Apraiz.
– ?Como lo sabes? -pregunta a media voz-. No eres tonto, Sancho Bordaberri. ?Como lo sabes? -Cruzamos nuestras miradas y rectifica-: ?Como lo sabes, Samuel Esparta?
– Me pongo en tu lugar, ahogandote junto al cadaver de tu hermano…
– Yo sabia que tambien se estaba ahogando y los dos tirabamos de las cadenas. Pero eso fue al principio… ?Por que no me despedi de el cuando aun era tiempo, cuando le oia pedir socorro? Creia que nos ahogariamos a la vez, pero el se ahogo antes, se ahogo cuando el miedo ya me habia agarrado por los huevos y luchaba por mi vida como si nadie mas hubiera en aquella maldita pena. ?Leonardo murio a mi lado y yo ni me entere, no pude despedirme de el! Desde entonces…
Enmudece y caminamos en silencio. Se me ocurre pensar que cualquier personaje en su circunstancia seria una perla para el investigador de un crimen: un par de gemelos sufre un atentado para acabar con sus vidas, el asesino tiene exito al 50 por ciento, un gemelo sobrevive y el otro no; si se hubiera tratado de una victima normal, es decir, una victima con un solo cuerpo y no con dos, ese 50 por ciento se referiria a una parte de su cuerpo, la que mas interesaba, es decir, la superviviente… siempre que esta contuviera el cerebro pensante, que fuera la de arriba, la de la cabeza. ?Un asesinado en condiciones de contar quien le asesino, un cadaver hablante! Pues eso es lo que es Eladio Altube.
– Los sendos golpes en las frentes parecen indicar que alguien se acerco a vosotros sin despertar sospechas -rompo el silencio de la marcha-, que le conociais. Me refiero a que le habriais conocido de haberle podido ver. ?Por que no le visteis?, ?estaba demasiado oscuro?
Vuelvo la cabeza y veo como Eladio Altube entrecierra los ojillos.
– Negro estaba, si. Los dos carburos los teniamos en la arena, a unos pasos, porque Leonardo y yo estabamos…, no recuerdo en que estabamos. La verdad es que no me acuerdo de nada antes de los golpes. Hay un salto y de pronto me encuentro con la cadena al cuello, tumbado largo en la pena, y Leonardo pegado a mi, tambien con collar. El agua ya la teniamos por la cintura.
– Hablariais.
– ?Que pasa?, ?que es esto?, gritaba Leonardo, ?quien nos ha puesto aqui?
– Tampoco habia visto al agresor.
– ?No te he dicho que todo estaba muy negro?
Su rostro regordete se petrifica, recordando, y le dejo tranquilo algunos pasos mas. Creo que este no es lugar para que trabaje un investigador: dos personajes viajando a pie por la calle y con prisa de una granja de gallinas a…, ?adonde?…, seguro que a otro negocio de los suyos. Y a plena luz del dia. Ni ellos se moverian a gusto en un escenario tan blando, echarian de menos el tono lobrego del genero: locales apenas iluminados por lamparas de mesa ahogadas por el humo de cigarros; gentes derrotadas intercambiandose secretos de amor o delictivos; una rubia de piernas y cuello largos esperando a que el dia acabe mejor que los anteriores; un barman frotando inutilmente el mostrador con un trapo mientras estudia los rostros impredecibles de individuos al borde del abismo; una conversacion entre dos tipos sombrios sentados a una pequena mesa de un antro que cerrara en cuanto se vayan, o lo haga solo uno de ellos dejando al otro con la cara aplastada contra la mesa y un estilete hundido en el cogote hasta la empunadura; un oscuro callejon del que alguien no saldra como entro… En este discurrir precipitado, Sarrikobaso arriba, a plena luz, refrescados por una brisa saludable, estoy seguro de que ellos se encontrarian encorsetados, tampoco obtendrian cosa aprovechable de un asesinado aun con vida, el imposible personaje con el que suena todo investigador. Sin embargo, yo he sacado algo en limpio, la revelacion de que a Eladio Altube intentaron liquidarle en dos ocasiones mas, secreto que, al parecer, nadie conoce en Getxo; ha sido un regalo.
Segun ascendemos, pasamos ante los primeros comercios y nos cruzamos con mas gente. «?Que hay?», me saludan. «?Que hay?», contesto. Y en ambos casos hay un poso de pesame. Pero a Eladio Altube ni siquiera le envian eso, ni el abre la boca; todo lo mas, dedica un desganado movimiento de cabeza por si algun saludo le incluia a el. Cruzamos las vias del ferrocarril y damos unos pasos por la ahora denominada Avenida del Ejercito; todos los pueblos y ciudades de Espana, todos, cuentan con una rebautizada Avenida del Ejercito, que es por donde entraron los conquistadores franquistas en la guerra: asi empezo el horror.
– Tu libreria -me senala Eladio Altube a la derecha.
Encajaria bien que yo le invitara a entrar -me huelo que en su vida ha pisado una- para sentarnos el y yo en mi oficina, con la mesita de por medio, y reproducir escenas imprescindibles. Pero tiene prisa y ni siquiera puedo abrir la boca. Se detiene ante un comercio frente a la estacion del ferrocarril, una pequena ferreteria que posee con dos de los Ermo de La Venta, Joseba y Zacarias; un negocio abierto hacia 1920 por un par de gemelos asociados a dos hermanos, cuatro pajaros de cuenta a quienes Getxo siempre se los imagino vigilandose mutuamente muy de cerca.
– Vengo todos los dias a echar un vistazo -dice-. Pasa. -Abre la puerta y suena una estruendosa campanilla. Me mira sonriendo-. Tengo a Joseba cada vez mas sordo.
Hay una mujer con sorki de aldeana junto a un mostrador de madera bastante sucio y atendido con desgana por un muchacho que me recuerda al que acabo de ver en la granja, un poco mas limpio. Al punto, descubro la razon: el aire igualmente desvalido bajo una camisa vieja que le viene muy ancha y una cara de hambre que incluso destaca entre las habituales que se ven en estos tiempos por ahi. Es de dominio publico que estos empleados les duran muy poco a los Ermo y al Altube, por maltrato y cobrar una miseria, y muchos de ellos no aguantan ni el mes y desaparecen sin recibir la primera paga. Sin embargo, este, con suaves palabras, consigue vencer la resistencia de la aldeana y que adquiera la guadana en litigio, que se la envuelve con destreza en papel y le cobra en metalico, y en ese preciso momento surge de la trastienda Joseba Ermo, se acerca a su empleado y el dinero de la aldeana no acaba en el cajon sino en la mano del jefe, y entonces se aleja de mi Eladio Altube, pasa al otro lado del mostrador y alarga el cuello para cerciorarse de si la anotacion que Joseba Ermo hace en una vieja libreta es la correcta.
– ?Que le sirvo? -se dirige a mi el empleado.
– Dejale en paz, que viene conmigo -grune Eladio Altube desapareciendo con Joseba en la trastienda.
Joseba Ermo posee el aire desalinado y al acecho de los Ermo. No le he sorprendido cruzando conmigo una sola mirada, pero apostaria fuerte a que me ha hecho la ficha. Uno se encuentra indefenso ante ciudadanos que van por el mundo tramando planes con fines exclusivamente personales mientras duermen.
Me llegan sus voces, discutiendo. Joseba Ermo no es mas sospechoso que otros de haber matado a Leonardo Altube, pero ahora esta alli dentro cruzando palabras airadas con su hermano, contra el que acaso sienta encono por no haberle hecho desaparecer tambien en el mismo intento y asi quedarse dueno absoluto de la ferreteria. No puedo evitar imaginarme a Eladio Altube pensando: «Esta cabreado porque no consiguio liquidarme». Y a Joseba Ermo: «No te des humos, que la proxima vez lo hare mejor». ?Cabe que sigan relacionandose como socios, como