marcha. -Asiente sombriamente con la cabeza-. Aunque tarde, te transmito mi condolencia. Yo, entonces, era un crio. Si desentierro ahora el asunto… Te podria mentir diciendote que es por haberte encontrado, pero la verdad es que… ?Recuerdas lo que te dije antes, que estoy de servicio?
– De servicio -repite sin apenas voz, mirandome con un parpadeo de desconcierto.
– Me he impuesto la tarea de dar con el asesino… Si, ya se, a estas alturas. Es dificil de comprender desde fuera… Se que, en algun momento, os tendria que dar explicaciones, y este puede ser el momento. Y, seguramente, tu eres la persona que mas merece oirlas, pues fuiste la novia del hermano del difunto, y ahora su mujer… Y si te he dicho que estoy de servicio es porque quiero escribir acerca de lo ocurrido. Y te preguntaras por que lo escribo. -Parece aguardar mi confesion con un interes sorprendente-. Quiza resulte demasiado simple contestar que porque asi lo quiero, o lo necesito. Asi fue al principio. Nunca sospeche que la escritura ayudaria a la investigacion, y no solo al reves. Sera como ir poniendo en orden los hechos, darles mas sentido, mas verosimilitud, porque, ?sabes?, la escritura es capaz de mostrarnos otra realidad. Cuando escriba todo esto que te estoy diciendo, tu y yo en esta ferreteria y ellos ahi dentro, dispondre de otra realidad, incluso de otro investigador privado… Porque si me ves haciendo esto es porque esta manana he visitado a tu marido en la granja para hacerle muchas preguntas, que es lo que hace un investigador privado.
– Eres de la policia, de la policia de Franco.
– ?No, no! Es cosa exclusivamente mia. Hay un criminal entre nosotros y Getxo merece que le libren de el. Y tu y Eladio lo mereceis mas que ninguno.
Estamos de pie, a dos metros el uno del otro, junto al mostrador, aunque ninguno apoyado en el. Bidane Zumalabe extrae un panuelo azul, mas bien grande, del bolsillo de la especie de bata que viste, y se lo lleva a los ojos.
– La guerra lo tapo todo -dice, y su voz no es rota-. Debemos olvidar aquella pena que solo fue de una familia, porque seria una soberbia a los ojos de Dios poner ese dolor por encima de una guerra interminable que cayo sobre muchos, sobre todos. Debemos olvidar, olvidar…
– ?Pero hay alguien que no olvida! -exclamo-. Eladio sufrio tambien el atentado… ?y sigue estando en peligro!
El viaje de vuelta del panuelo no alcanza el bolsillo. La expresion de Bidane es toda ella perplejidad.
– ?En peligro? -murmura.
Su hombre no se lo ha contado, y creo que dice mucho a favor de Eladio. ?Como salgo del bache?
– Quien ataco una vez puede repetirlo -se me ocurre enviarle. Y poco me falta para anadir: «Sobre todo, si fracaso en un cincuenta por ciento».
– El tambien habra olvidado. Diez anos no pasan en balde. Todos debemos olvidar, todos hemos olvidado - pronuncia roncamente.
– ?Tambien Eladio Altube?
– Mi marido no habla nunca de eso.
– A veces, no podemos hablar si lo que llevamos dentro es demasiado terrible.
– Mi marido ha olvidado.
Comprendo que, para su equilibrio, deba creerlo. Si una esposa oye roncar a su esposo, tambien le oye sonar esas frases quebradas que emergen de la mas honda verdad irreductible. Pero ella ha dicho: «Eladio Altube ha olvidado». Mas exactamente: «Mi marido ha olvidado». Yo tengo prueba de que es falso, de que alguien se empena en que no olvide.
Han dejado de oirse las voces de los dos hombres y temo que la puerta se abra en cualquier momento y se cierre nuestro dialogo, porque pienso que Bidane Zumalabe aun puede contarme muchas cosas.
– ?Como y cuando te enteraste de la tragedia?
Estoy seguro de que no le ha sorprendido la pregunta.
– La novedad me la trajo Lucio Etxe a Zumalabena a las cuatro de la madrugada: «El me ha pedido que te lleve corriendo. Te espera uno de los gemelos. Al otro lo han matado». No me atrevi a preguntarle quien era el vivo. Ademas, no lo sabria entonces.
– ?Por que? ?Acaso no estuvo presente aquella noche en todo lo que alli se vivio?
No sigo adelante, no lo pudo saber, los gemelos eran demasiado parecidos, habria de esperar a que llegaran las identificaciones o el propio Eladio lo aclarara, cosa que ocurriria mas tarde. Aunque pienso que pasaron por alto un indicio: Leonardo Altube no habria pedido a Lucio Etxe que sacara a Bidane de su casa en aquellos momentos y a aquellas horas «porque no era su novio» y carecia de fuerza moral para hacerlo.
– Deje a los padres a medio vestir en el portal y fui tras Etxe -continua Bidane. Es natural que no se preste con agrado a mi requerimiento que, a su entender, no conduce a ninguna parte, «porque todos han olvidado o les conviene hacerlo»-. Yo nunca habia pisado la casa en la que ellos vivian en Berango, aunque llevabamos cinco anos de relaciones, ya sabes como son los pueblos. Encontre a Eladio en la cocina, sentado en una banqueta, encogido bajo una manta, junto al fuego que Lucio Etxe habia encendido en la chapa con carbon antes de salir a buscarme. Lloraba y temblaba tanto que no podia ni levantarse. Me arrodille para abrazarlo. «?Se ahogo a mi lado y no pude hacer nada por el!», repetia sin parar. Yo no sabia entonces lo que habia pasado, solo que su hermano habia muerto. No podia dejar de abrazarle ni de llorar con el. Nunca le quise mas que entonces. Le amaba. Le bese, le bese en la boca. Lucio Etxe lo miro con los ojos muy abiertos, pero enseguida se puso a echar mas carbon a la chapa. Asi paso mucho tiempo, hasta que lo acostamos entre los dos, despues de ponerle camiseta interior y calzoncillo, pues Lucio Etxe le habia quitado las ropas mojadas al llegar. Aun tarde horas en saber por que se habia mojado tanto.
Continuabamos los dos de pie, junto al mostrador. Tan penosos recuerdos no habian alterado su expresion apacible, mas bien ausente, como si todo ello no le incumbiera.
Se oye un roce, aquella puerta se entreabre, quedandose asi, y aumenta el volumen de las voces. He de terminar…
– Una vez repuestos del golpe, ?en que nombre pensasteis? Quiero decir, ?de quien sospechasteis?
– De nadie y de todos. Prefiero no decir mas.
No puedo quedarme asi, no se a que viene su silencio, despues de cuanto me ha confesado.
– ?Quiza demasiados sospechosos? Los gemelos conocian a mucha gente, negociaban con unos y con otros, era conocida su vocacion comercial, y no siempre sus socios quedaban satisfechos. Algunos despotricaban contra ellos. Los gemelos sembraban rencores, deseos de venganza. -Miro fijamente a unos ojos que no se abren-. Y no debemos limitarnos a los socios, a cualquier vecino se le puede enfurecer, bien con causa o sin ella. Todos sabemos que Felix Apraiz los acusaba de atar el palangre a su argolla.
– Ese hierro no tenia puertas, cualquiera lo podia usar -expone la mujer.
No sigo, no le pregunto, por ejemplo: «Pero ?lo usaban?».
Se abre del todo la puerta y salen los dos socios. Joseba Ermo echa un vistazo al mostrador, luego a la mujer y a mi, y abre un cajon, por si hay dinero que no se le entrego. Cruza la tienda y sale sin ni siquiera un gesto de despedida. Supongo que Eladio Altube le habra informado de mi insignificancia, de que los libros dejan escasas ganancias; y Bidane Zumalabe parece acostumbrada a semejante trato.
Eladio Altube abre la cesta, huele el contenido, acerca una silla al mostrador y se sienta. Su mujer saca de la cesta una servilleta de cuadros y la extiende sobre el mostrador a modo de mantel y deposita encima una tartera, que abre, y lleva una cuchara hasta la mano del hombre, quien se pone a comer afanosamente las alubias rojas. Afanosamente, sin masticar apenas, la boca llena en todo momento, y, con la lengua asi impedida, me dice a borbotones:
– Vamos a escape.
Unicamente los obreros se llevan una tartera de casa para comer a mediodia en el andamio o sobre un lingote. Pero el no es un obrero, sus negocios han de proporcionarle beneficios que sumar a los conseguidos en una carrera crematistica de veinticinco anos. ?No le permite su actividad siquiera tomarse un par de horas para comer en casa -en Zumalabena, no demasiado lejos-, sobre mesa decente, los platos que le guisa su mujercita con amor? ?No le demuestra amor viajando con la cesta a la cita del mediodia? Seguro que no siempre en este local sino en la granja, la playa, el bosque o cualquier insolito lugar del que extraer rentas. Siempre tendria a mano una simple tasca, por no hablar de restaurante.
Eladio y Leonardo empezaron a tomarle gusto al dinero muy pronto, creo que con dieciseis anos; Efren Baskardo los empleo en su funeraria y hubo de despedirlos porque le robaban; fue el inicio de una frenetica carrera de un cuarto de siglo, hasta hoy: de pequeno trafago mercantil, no interrumpido por el asesinato de