Leonardo que, a estas alturas, obliga a preguntarnos: ?para que tanto dinero?, ?en que lo gastaban?, ?en que lo gasta ahora Eladio?

Bidane Zumalabe se ha retirado con su cesta despues de despedirse de mi con una mirada que, en todo caso, tenia que haber sido de antipatia o lo contrario, nunca de inquietud, que es la impresion que me ha dado. El matrimonio no ha cruzado una sola palabra.

– Tengo que salir y el chico aun no ha regresado -grune Eladio Altube, ya fuera de su banqueta. Tan escaso tiempo le concede para comer. Pero es justo: es el mismo que se concede el.

– Si me informas de como fue el segundo atentado, no te molesto mas.

– Te llevare al sitio, no me molestas.

– ?Al sitio?

– La playa.

– ?Tambien la playa?

– Pero con otra hostia.

Sale a la calle y yo con el, mira arriba y abajo, cierra la puerta con llave y echamos a andar, el mascullando, pero calla al cruzarnos con un hombre, y se vuelve para mirar la espalda que se aleja. «Este jodido me viene ahora…», le oigo. El hombre llega a la puerta de la ferreteria y acciona el picaporte. Eladio Altube se precipita a regresar.

Diez minutos despues lo tengo otra vez a mi lado.

– Queria un tirafondo de los pequenos -se justifica.

Luego, el y una mujer hablan a la puerta de la casa de ella, en el barrio de Abasota. «No te puedo dar hoy, ven en una semana», dice la mujer. «Con todos los plazos me haces esto», grune Eladio Altube, «se acabaron para ti los prestamos. Hablare con tu marido.» «?No, no, por favor! En cinco dias te doy el dinero.»

– No se por que piden un prestamo si luego no pueden pagar -protesta Eladio Altube al retirarnos.

– Precisamente por eso.

Me mira y calla. Tambien, prestamista. Eran finos los gemelos. Llamamos a tres puertas mas y le abonan en dos. Luego echa un vistazo a una pequena granja de cerdos en los altos de la playa, y finalmente bajamos. Me invita a sentarme en la arena en un tono que parece fuera suya. Y quiza sea asi, que tenga mas derecho que quienes no hemos perdido a un hermano en ella.

– Antes, con Leonardo, era un juego. -Se expresa con cansancio y como si hubiera adivinado mi pensamiento-. Y no solo eramos mas jovenes. En todos los trabajos se suda, pero con el era distinto, porque contaba chistes.

– ?Chistes? -me asombro-. Siempre os tuvimos por serios y concienzudos. Y, si os gustaba reir, ?por que jamas se os vio en fiestas y tabernas?

Eladio Altube se me encara:

– La gente nunca comprendio a los gemelos. ?Crees que ibamos a cambiar porque no nos comprendieran?… Escucha, investigador: lo unico que verdaderamente nos divertia era negociar, andar listos para meter la cabeza en cualquier asunto que prometiera. Entre risas, Leonardo y yo inventabamos empresas nunca vistas en Getxo. Nos divertiamos mucho. Hoy no tengo sus chistes y todo es distinto.

– Quiza no te diviertas, pero sigues.

Hunde su mirada en la arena.

– Leonardo aun esta conmigo. Lo siento cerca. El hijo de puta que lo mato no se salio del todo con la suya.

– Pero aun lo sientes al acecho, ?no? ?Como fue el segundo intento?

Su mirada salta como un rayo de la arena a mis ojos.

– Algas -pronuncia con expresion chispeante.

– ?Algas?

– Hace anos, Leonardo y yo nos dedicamos durante un tiempo a recoger esos yerbajos que los temporales de invierno arrojan a la playa. Contratabamos a hombres para que las cargaran en carros de bueyes. No solo eran regaladas sino que el Ayuntamiento tenia que habernos pagado por limpiar la ribera. Una fabrica sacaba de ellas porquerias para laboratorios… Una noche de invierno y de algas baje a la playa a recordar aquel tiempo, y un golpe en la cabeza me dejo sin ser. Al abrir los ojos estaba enterrado en una oscuridad gelatinosa que me envolvia con mil tentaculos. Tenia sujetos munecas y tobillos con esos tentaculos y, sobre mi cabeza, un gran peso chorreante me aplastaba. Me ahogaba. Entonces recorde las algas y comprendi que estaba enterrado en ellas, que alguien me habia enterrado. No podia respirar y las algas entraban en mi boca si la abria para gritar. Si culebreaba para apartar algas, alguien desde fuera amontonaba nuevas… ?y el muy cabron daba saltos encima para aplastarlas mas y mas! Hasta que pude sacar la cabeza. Tres hombres se acercaban por la playa, los que habian espantado al hijo puta. Pasaron de largo sin que yo les llamara: ya no me hacian falta. Ocurrio en 1941.

La pena de Felix Apraiz queda en la otra punta de la playa. Siempre la playa.

– No te veo preocupado por un tercer ataque. ?Piensas que, despues de cuatro anos, te dejara en paz?

– La procesion va por dentro.

– Yo, en tu lugar, no volveria a pisar la playa de noche. -Se encoge de hombros-. ?Sospechas de alguien? - Otro encogimiento de hombros-. Claro, teneis negocios con tantos… Bueno, ahora tienes solo tu. Aunque todo empezo con tu hermano vivo. ?No te atreves a dar un nombre? ?Felix Apraiz?

– La gente es demasiado quisquillosa.

– ?Felix Apraiz? -repito-. El u otro, es alguien que parece tener querencia a la playa.

– A la ribera bajan muchos pescadores.

– Pero a el le hinchasteis mucho las narices.

– La gente de Getxo es muy quisquillosa.

– Tienes otro nombre en la cabeza, ?verdad?

– Y tu tienes metido a Felix Apraiz. Ya me contaras que te dice cuando le veas.

– ?Por que piensas que le vere?

Saltan dos chispas de burla en sus ojillos.

– ?No eres tu el investigador?

6

Inventando frases

A esta puerta le falta algo, su mitad superior esta desnuda. Ellos, en el cristal de la puerta de sus oficinas, hacen pintar un nombre, el suyo. Yo tambien pondre el mio: «Samuel Esparta. Investigador Privado». Es posible que alguien despistado que me necesite para resolver un misterio, quede desconcertado al descubrir en el frontis «Libreria Beltza» y pase de largo; un establecimiento de doble actividad debe asumir estos riesgos. Nuestros clientes habituales, mas bien escasos, entrarian sin apenas advertir el nuevo letrero, que figuraria en letras discretas. Otros, entenderian que el librero es un extrano investigador de libros, y, no sabiendo que es eso, dudarian si entrar o no, y los mas valientes se decidirian. Solo los que buscan resueltamente al verdadero Samuel Esparta sabran que han llamado a la puerta debida y escucharan de mi el «Cuenteme».

Hum, y todavia no he encargado tarjetas de presentacion. -Que hay -saludo a Koldobike.

No le estoy reclamando como ha ido la cuenta del dia, es nuestro saludo familiar en Getxo. Sus palabras me llegan al descubrir el desorden reinante:

– Una visita de ellos.

– ?Ellos?

Tras una fraccion de segundo tontamente ilusionado -«ellos»-, estanterias vacias y muchos libros por el suelo me hablan de otros ellos, los que nos vigilan desde la entrada de las tropas franquistas.

– Llegaron como un nubarron y, mientras uno me interrogaba, los otros dos lo ponian todo patas arriba. ?Que creian que teniamos detras de los libros? Solo buscaban hacer dano. Tu mesa tambien esta buena. Me dijeron: «Dile que no juegue a los policias, que para eso ya estamos nosotros. Que es el primer aviso». Estoy ordenando

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