– ?Compensarte? -estallo-. ?Sabes que estas comerciando con la memoria de tu hermano, un infortunado que solo merece justicia?

Eladio Altube se vuelve hasta darme la espalda, recoge la cesta del suelo y en dos pasos llega a una estanteria con varias cajas de carton de mediano tamano; alza la cesta hasta depositarla en la encimera y con mano segura, y a pares, empieza a trasladar huevos de la cesta al serrin de una de las cajas. Media docena de ellas ya estaban llenas. El silencio de su espalda me transmite algo asi como un mensaje de que no debo interrumpirle. Acaba y regresa a mi lado con la cesta vacia. Se ha tomado un descanso, puedo comprenderlo… pero cuando levanta la mirada me parece ver sus ojos humedecidos.

– Vendran de un momento a otro -le oigo en un tono muy menor-. Es la recogida de la manana.

– ?Quienes vendran?

Mi pregunta es tonta, se trata del movimiento de su granja, asi que incluso estoy dispuesto a interrumpir mis preguntas mientras el resuelve sus cosas. Supongo que tambien me ha conmovido su repentina emocion.

Pero es el quien de pronto se mete otra vez en harina, y no retomando los temas ya manoseados, sino el nuevo de su mercadeo, y ahora, al parecer, gratis:

– Antes de la guerra de nuevo vino a por mi. En la playa, de noche. A solo unos metros de la pena de Felix Apraiz. Una estaca vino sobre mi cabeza. Pude desviarla. Corrio como un demonio en la oscuridad. Estoy seguro de que buscaba atarme por segunda vez al hierro.

– ?Y por que no lo sabiamos? -murmuro. Le miro fijamente y, si, parece cierto-. Es que habia dejado el trabajo a medio hacer. ?Cuantos meses habian transcurrido?

– Cuarenta y tres dias.

– Cuarenta y tres dias sobre ascuas. Me refiero a el.

– Un cabron.

– Un perfeccionista.

– Es la primera vez que lo cuento.

– ?Por que? Pudo constituir un dato importante para la investigacion de entonces.

– Nadie se tomo en serio la muerte de mi hermano, ni polis ni jueces. Las lenguas del pueblo no descansaron durante meses, y no se cuando se habrian cansado. Pero vino la guerra… ?Contarles los dos nuevos ataques del cabron?, ?para que? No quise volver a ser el payaso de la feria. Mi hermano no se merecia que…

– ?Has dicho dos ataques?

Eladio centra toda su atencion en una furgoneta que acaba de frenar ruidosamente en la carretera. Leo el letrero que lleva en su carroceria: Servicio de Falange Espanola. Bajan tres hombres y se acercan muy resueltos por el camino.

– Les conozco, no te preocupes -me tranquiliza Eladio.

Desde 1937 nadie quiere tenerlos cerca y menos que se dirijan directamente hacia uno. El que precede a los otros dos cruza el umbral de la caseta y entonces oigo a Eladio un «?Arriba Espana!» bastante desfallecido. El recien llegado hace un amplio gesto con el brazo como borrando algo en el aire.

– ?Hay muchos hoy? -pregunta con voz cantarina.

– Una caja mas que de costumbre -dice Eladio.

– ?Arreando! -Empuja el hombre a los dos que entran.

Lo unico que les distingue es la camisa azul con las cinco flechas bordadas en el bolsillo del corazon. Bueno, y la seguridad de perdonavidas con que se mueven. Mientras sus dos companeros empiezan a sacar cajas, el de la voz cantarina no deja de mirarme parado frente a Eladio Altube.

– Es el de la libreria de la Avenida del Ejercito -le informa Eladio, adelantandose seguramente a su pregunta.

– No sabia de que me sonaba tu cara -dice el tipo-. He entrado mas de una vez. -Es alto y flaco, de rostro afilado, gafas de cristales negros sobre una nariz ganchuda y, claro, el bigotito lineal de cabron-. ?Vas de boda?

Hay ironia en su tono. Se refiere a mi traje, mi corbata y mi sombrero.

– Es que hoy me he vestido ante el espejo.

Me suena bien la frase.

– No te conviene hacer negocios con este mangante -dice el tipo riendo-. Metete en tu libreria y no salgas.

– No hay negocios entre nosotros -dice Eladio Altube.

Pienso que ahora el tipo preguntara: «Entonces, ?que hace aqui?» o algo parecido, pero se va siguiendo a sus dos companeros con las ultimas cajas.

– Yo si que tengo negocios con el. Buenos negocios -dice Eladio Altube-. Los mejores. ?Que pena que no pueda verlos mi hermano! -Se cruzan nuestras miradas-. Estraperlo, naturalmente. Somos socios. El precio de nuestros huevos es mas alto que el Serantes.

– Parece que no le importo mi presencia…

– ?Importarle?

– Yo podria denunciaros a las autoridades…

– Aqui la autoridad es Luciano; Si abres la boca, el que iria a la carcel o a otro sitio serias tu.

Eladio Altube sonrie y no dudo de que han llegado los mejores anos tambien para el, y hasta yo lamento que no pueda disfrutarlos Leonardo Altube.

– El pueblo pasa hambre -digo.

– Yo no he traido esta guerra ni soy ninguna autoridad -comenta casi dulcemente.

– Es un estraperlo manchado de sangre.

– No me metas en eso.

– Esa gente…

– Luciano Aguirre es del pueblo, ?no lo sabias? De Las Arenas de toda la vida.

Me cuesta creer, como siempre, en estos cambios de chaqueta. Dijo que entraba en mi libreria, y sera verdad; lo hablare con Koldobike, memoriza los rostros mejor que yo.

La visita de Luciano Aguirre ha sido breve, pero demoledora. Temo que no va a ser facil regresar a la investigacion, que ya habia conseguido algo inesperado: el segundo intento de acabar con el gemelo superviviente, intento recien revelado por el mismo, y por primera vez, segun sus palabras. La irrupcion de Luciano Aguirre me ha privado de conocer el tercer intento, por no mencionar la version personal de su odisea encadenado a la argolla, en principio mi unico objetivo al venir aqui.

En tanto busco la idea o la frase mas inocente para recuperar el hilo perdido, Eladio Altube me anuncia nerviosamente:

– Ahora tengo trabajo. Media hora. Pero luego he de subir a Algorta y, si quieres, me acompanas.

Su trabajo consiste en armar mucho ruido en el interior de su hangar, principalmente voces mas que furiosas contra su empleado. Me imagino a este trajinando afanosamente sin levantar cabeza y a su dueno y senor gastando todas sus fuerzas en gritos, sin mover un dedo. Al cabo de media hora, emerge de la puerta sacudiendose con ambas manos su camisa de cuadros de lechero y su pantalon de sarga. Voy a su encuentro.

– Si uno no esta encima de ellos sin perderles de vista, te arruinan -grune.

– ?Cuantas gallinas?

– Dos mil.

– Nuestros aldeanos nunca vieron en sus cuadras arriba de dos o tres docenas, una carga inapreciable -digo-. Pero dos mil aves dentro de un solo recinto han de dar mucho trabajo a un solo hombre.

Eladio Altube se me encara a medias.

– Mira, Sancho: el empleado que tengo es un gandul. Una madre se cansa lo mismo con un hijo que con diez… porque con diez debe emplear otro sistema. Con dos mil bichos tambien se emplea otro sistema: el industrial. Lo mismo hace la madre con diez hijos. ?Quien trajo a Getxo la cria industrial de aves? Los gemelos. ?Quien trajo el primer tractor? Los gemelos. Y traeremos mas inventos. Hay muchos aqui que siguen viviendo como los burros. ?Nos lo agradecen? ?Quia! Los gemelos seguiremos siendo unos faranduleros.

– ?Los gemelos?

Eladio Altube endurece su expresion.

– Para mi, siempre seremos los gemelos. Siento a mi hermano tan cerca como antes. -Coge un pantalon de

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