Intento explicarle la razon de tenerlas conmigo, pero creo que no lo consigo.
– Recuerda que la hija de Felix Apraiz, Alodi, murio hace un ano cerca de la playa aplastada por la carreta de Lecumberri. Que tu pluma se acuerde de ella antes de meterte en harina.
7
Lo primero que oigo al salir del cuarto es la voz de mi hermana:
– Dejale, ama.
Aqui esta ama, si, mirandome y reprimiendo las ganas de decirme cuatro cosas. Aun no ha digerido que mi mejor traje salga del armario en dias laborables. La comprendo bien, le asiste una doble razon: herede de mi padre un traje que el solo llevo dos veces, mi hermana lo ajusto a mis medidas inferiores y no puede evitar el ver dentro de el, simultaneamente, al marido y al hijo, y al primero tanto vivo como muerto, pues ella siempre lamento no haberle enterrado con el.
– Hoy vendre a comer -digo, sentandome a la mesa de la cocina. Quiza no tenga sentido ponerse a desayunar faltando el cafe. ?Como empezar el dia sin el teurgico cafe con leche? De los ultimos gramos adquiridos a precio de oro en el estraperlo ama guarda un dedal para hipoteticas visitas. Desayunamos un tazon hasta arriba de leche con sopas de pan negro.
– Ama -oigo a mi hermana para frenar la nueva carga de ama.
Si, recuerdo a la hija de Felix Apraiz. ?Como no la voy a recordar con lo bonita que era? Tendria un par de anos mas que yo. Su novio, Ismael Jauregui, murio en la guerra y ella lo siguio esperando como si viviera. Vestida de negro, para el pueblo fue una verdadera viuda. Asi, hasta octubre del pasado ano, en que una rueda del carro cargado de arena del carretero Lecumberri le paso por encima. Ocurrio a cien metros de la playa, en el camino que Alodi recorria a diario con su burro cargado con las cantimploras del reparto de la leche. El viaje de puerta en puerta no le obligaba a pasar por alli, pero pasaba. ?En recuerdo del primer beso en aquella playa o por contemplar el caserio de los Jauregui, a un paso del lugar del accidente? Supongo que mas de uno sospechara lo que yo: que una lenta carreta solo puede arrollar a quien sorprende en un momento de extasis.
Pienso en todo ello caminando ya por San Baskardo. Aserena se llama el caserio de los Apraiz, de los mas viejos de Getxo, uno de los cuarenta y ocho primitivos y fundacionales, segun la leyenda. Y pienso en mi atrevimiento al pedir a unos padres que se sobrepongan a su dolor para responder a preguntas sobre un viejo crimen en el que el marido fue altamente sospechoso y que, por no haberse resuelto, aun lo sigue siendo.
Recorro en sentido contrario el sendero entre huertas que Felix Apraiz debe tomar para dirigirse a la playa y atar el palangre a su argolla, suponiendo que lo siga haciendo. ?Por que no? Se le tiene por uno de los mejores pescadores de nuestra ribera, si no el mejor -es el unico que ha visto al Negro, el congrio gigante, en toda su longitud-; y tanto la caza como la pesca son venenos poderosos.
Invado terrenos de Aserena a traves de un hueco sin puerta en el muro de arbustos. El nuevo sendero cruza elevados maizales en su ultima fase seca y amarillenta. Y, de pronto, Aserena, silencioso, con una parra bien cargada ensombreciendo el portalon. Se abre, con ruido de madera vieja, la puerta doble de la cuadra y salen un burro y una vaca y, tras ellos, una aldeana esgrimiendo un palo, pero los animales conocen su camino y sobra la intervencion de Elixane, pues no hay duda de que es ella. La vaca y el burro pisan territorio propio y me aparto para que pasen, con la mujer detras.
– Buenos dias, Elixane.
Si se ha asombrado, no lo demuestra: farfulla un sonido gutural y sus ojos pasan de refilon sobre mi rostro. Espero a que deje a los animales en un prado verde y regrese, un breve viaje que se me antoja inutil, si bien lo necesita para localizarme en su censo particular.
– Eres Bordaberri -dice al llegar frente a mi-. Hijo de Vicente. Vicente estuvo con Felix en los montes. -Se refiere a la guerra-. Pero unos vuelven y otros no… La madre, ?bien?
– Si, gracias.
Koldobike me suele poner al dia de nuestra gente de Getxo. Felix Apraiz estuvo en un «batallon de trabajadores» hasta hace un par de anos: del 37 al 43 se hizo todas las carreteras de Espana, sin soldada, pagando sus deudas a Franco. Regreso a tiempo de ver morir de mala manera a su hija.
– Acabo de regresar del reparto. Antes teniamos tres vacas -dice Elixane, volviendo a medias la cabeza hacia el prado-. ?Vienes de la iglesia?
Me toco la corbata.
– Daba un paseo… ?Esta Felix? Me gustaria hablar con el.
– ?Pasa algo?
– No, tranquila, solo unas preguntas.
– Anda fuera. De pesca.
Claro. ?Y por que no interrogar a la propia Elixane?
– ?Con palangre?
Mira a un lado y a otro antes de susurrar:
– Ha dejado de tenerle miedo. Despues de aquello, no quiso ni ver el palangre, ni se acercaba a esa pena. Y lo mismo cuando le soltaron del «batallon de trabajadores». Pescaba, si, pero nada de palangre; ganchos y cana. Pero ha vuelto. Hace solo unos meses. Hoy ya ha salido otra vez de madrugada con el palangre. Buena senal.
– ?Buena senal?
– Si, alguna vez se le tenia que pasar el mal trago. Lo paso muy mal. Comia poco, perdio carne. ?Aquellos pobres chicos alli atados! Serian unos trastos, pero no dejaban de ser criaturas de Dios. «?Si yo no hubiera puesto esa argolla!», no se cansaba de decirme Felix a todas horas.
No he tenido que sacarle el tema.
– Pero antes de que muriera uno de los dos gemelos…
– Coitaos.
– … antes, ?no le ponia furioso que los gemelos usaran su argolla sin su permiso?
– Si, echaba chispas. «?Cuando los coja…!», decia. Pero nunca los cogio. Eso si: cuando bajaba a la ribera y se encontraba con el palangre de la pareja, lo soltaba del hierro para que se lo llevara la mar. Los gemelos pronto se hacian otro. Decia Felix que si la ribera fuera un bosque, les pondria un cepo de osos.
– ?Cuando os enterasteis de la tragedia?
– Estabamos repartiendo las leches. En el pueblo no se hablaba de otra cosa. A la vuelta se lo cuento al marido, que aquella noche, como no cogia el sueno, habia salido a tomar el fresco… Son historias viejas.
– Pero que me interesan.
– ?Te interesan? ?Por que? -Elixane cambia de expresion, deja de ser una cansina contadora de recuerdos para convertirse en un organismo en alerta-. Pero el no fue -musita con el mismo terror que hubo de experimentar en la guerra.
Me apresuro a tranquilizarla:
– Nadie le acusa, ni entonces ni ahora. Aquello ocurrio por igual para todo el pueblo.
No las tiene todas consigo.
– Entonces, tu…
– Es simple curiosidad. Pregunto y pregunto para no dejar nada pendiente. Solo una persona debe inquietarse de que alguien husmee en nuestro pasado. Y tu, Elixane, estas segura de que esa persona no es Felix.
– ?Claro que no es Felix! Asi que para esto te has puesto tan elegante…
Con un «los trabajos no se hacen solos», da la vuelta y se dirige al portalon, y cuando le pregunto: «?Puedo esperar aqui a Felix?», la espalda me contesta: «El te dira cuando venga».
Es media manana, el tibio sol de septiembre me envia uno de sus ultimos favores de este ano y regreso al hueco entre arbustos para sentarme en una piedra. He dejado de ser bienvenido por Elixane, sorprendo en ocasiones su pequeno y blanco rostro atisbandome tras los cristales de un ventanuco.
Intercambio saludos con las ocasionales personas que pasan por el camino. Espero reconocer a Felix Apraiz cuando aparezca, los ausentes por la guerra y la posguerra regresan irreconocibles.