?Que debo deducir de la actitud de Elixane?, ?debo deducir algo? El miedo se ha convertido en habito entre nosotros. No seria preciso que Felix Apraiz fuera el criminal y ella lo supiera, o lo sea y tema que los demas le senalen. En cualquier caso, esa carita que me vigila esperando que me vaya tiene mucho miedo.

La idea que conservo de su marido es la de un hombre de estatura media, fibroso y de pocas palabras… Creo que es ese que aparece en la distancia: coinciden la estatura y la ausencia de grasa, e informa mucho de una persona su ritmo suave al caminar, su bamboleo o su ausencia; el de Felix Apraiz es leve. Porta un pequeno saco con la captura del dia, un cestillo con aparejos enrollados, un par de hierros de eskarras y pulpos de dos longitudes, jersey grueso y viejo sobre una camisa de cuadros, igualmente vieja, pantalones de mahon con parches y gastadas alpargatas para no resbalar sobre las penas, y en su rostro, al verme, una tranquila curiosidad manifiesta en su mirada fija sobre mi ya desde lejos. Me emociona la irreductible boina formando cuerpo con aquel craneo de un vencido.

– Buenos dias -digo.

– Que hay -dice.

– Soy Sancho Bordaberri. Ya he hablado con tu mujer.

No me facilita las cosas; me refiero a que me ha obligado a pronunciar el nombre que debo enfundar, en lo posible, en tanto vivo mi nueva realidad.

– Asi que ya has hablado -repite.

– Si, acerca de lo que ocurrio hace diez anos en tu pena…, en la pena de la playa que llaman tuya. Leonardo Altube.

Todo parece haber sido ensayado: su inmediato y lento movimiento con mi ultima palabra hasta llegar a una piedra, depositar sus trastos en el suelo y sentarse en ella.

– Yo no estaba alli -aclara.

Lo asombroso es que, pareciendo su frase un paraguas para capear el tema resbaladizo, su expresion indica que se halla dispuesto a continuar…, previa advertencia de que el no es la mejor fuente.

– Lo se, pero quiero recoger informes de unos y de otros, estuvieran o no alli… He hablado con Lucio Etxe, que dio el aviso; con Eladio Altube y su mujer, Bidane. Sus testimonios, y los de otros, me seran muy validos para localizar al que mato… ?No seria bueno para Getxo? -Su mirada parece decir que si-. Comprendo que te resulte bastante incomodo: eres uno de los que mas motivos pudo tener…

– Si, eran unos demonios -me corta.

– No senalo a nadie. Mi funcion es la de mosca cojonera.

– Esta bien.

– ?Esta bien?

– Si, ya era hora. -Felix Apraiz tiene una agradable sonrisa-. Ni siquiera la mujer me hablaba. Silencio. Lo mismo que todo el pueblo: cerrar la boca cuando me acercaba. ?Y como no iban a hablar de aquello tan terrible? Hablaban a mi espalda. En diez anos tu eres el primero.

Me lo imagino soportando el silencio de un pueblo que sospechaba de el.

– Hubo de ser duro…

Arruga la frente y da un manotazo al aire.

– ?No! Solo bocas cerradas en el asunto del pobre chico. En lo demas, igual. Creo que hasta la mujer me hablaba mas que antes: de todo, menos de aquella noche. Como si alguien la hubiera borrado del calendario que teniamos en la cocina. Si yo la mentaba, ella corria a otro cuarto. Y si yo la mentaba en La Venta, todos bajaban la cabeza y empezaban a hablar de otra cosa. Por lo demas, igual: de futbol, de pescas, de cosechas, de politica. Yo con ellos y ellos conmigo. Pero nombrar a Leonardo ?y todos se quedaban sin lengua!

Coge un palito y se pone a escarbar el suelo.

– Y tu, tu ?que piensas?

– No cuelgo a nadie la culpa, solo busco pruebas. Si tuviera al criminal, pondria el punto final a la novela.

– ?Novela?

Me mira de otro modo, es el primer cuerpo extrano que irrumpe en nuestra conversacion. ?Por que pienso que es la unica persona que me puede entender o, al menos, aceptar mi nuevo papel?

– He dejado de llamarme Sancho Bordaberri, ahora soy Samuel Esparta…, al menos, por un tiempo. Un nuevo nombre para un nuevo trabajo. Escribo mis pasos y os escribo a vosotros, la novela soy yo y sois vosotros… Aunque no lo entiendas del todo, no hay mala intencion.

– Adelante. Me gusta oir hablar a alguien de aquella barbaridad…, sea novela o no novela.

– Es un libro que estoy escribiendo y algun dia la gente contara la historia en La Venta. Seria buena senal, porque si no descubro a ese mal nacido que anda por ahi, no hay final, no hay novela. Por eso hablo con todos vosotros.

Se rasca la cabeza metiendo la mano por debajo de la boina.

– Ninguno te dira «yo he sido». Eres un coitao.

– Ni lo espero. Samuel Esparta buscara pistas sin descanso, pistas que le lleven a…

– ?Que sacas tu de todo esto?

Estoy seguro de que Felix Apraiz ignora la profundidad de su pregunta, de modo que mi respuesta es de lo mas trivial y, sin duda, esperada por el:

– A Getxo le debemos algo, ?no crees? Un asesino respira nuestro mismo aire. Alguien, en el futuro, leera una larga lista de nombres de sospechosos, incluido el mio. Cuantos mas anos transcurran, mas dificil sera conocer la verdad, el nombre de quien mato utilizando la tortura.

En la expresion de Felix Apraiz alumbra cierta sorpresa, que pronto se diluye.

– Si, claro, aquellas cadenas en sus cuellos y la marea para arriba y ahogando al que estaba mas abajo y el otro sin poder hacer nada y a punto de entrar en el mismo saco… Te juro que no me importa que me traigas todo esto, contigo puedo verlo sin miedo. Pero no esperes que te diga «yo he sido». Nadie te lo dira. Y menos, el asesino. Asi que todos estamos iguales.

– Eres el primero que sacas el asunto de he sido o no he sido.

– Se me hace raro hablar de aquel tiempo en que uno moria de ciento en viento por mano de otro -dice sombriamente-. Enseguida vino la guerra con su monton de muertos y todos olvidamos al Altube. ?Es que era un solo muerto! Ahora vienes tu a remover todo aquello porque, si, habia que hacerlo algun dia. Nosotros no somos como ellos, a nosotros nos duelen los muertos. ?Si tu supieras lo que yo he visto en seis anos fuera de casa! La gente caia al suelo de hambre y los dejaban morir. Miles y miles. Alli no habia necesidad de fusilarlos como en las carceles… Bien, bien, Samuel Esparta, por traernos lo que debe ser, por poner en Getxo a ese unico muerto.

Me otorga, sin pedirselo, un permiso de intervencion, que agradezco sinceramente. Siento algo asi como si el mundo de Getxo hubiera acudido a mi oficina para encargarme el caso. ?Mi primer cliente!

Mientras observo con interes a Felix Apraiz, pienso que Hammett y Chandler fueron contratados por algun cliente que resulto ser el asesino.

– ?Recuerdas quien te trajo la noticia?

– La mujer, al regreso del reparto. Yo estaba sentado bajo la parra y ella viene y me dice: «Han matado en la playa a un gemelo Altube y puede que tambien al otro». Yo le dije que por que hablaba tan bajo y ella: «Porque los han matado en tu hierro de la pena». Serian las once de la manana y en ese momento no me faltaron ganas de darme de punadas en la frente por no haber arrancado aquel hierro que tantos disgustos me habia costado precisamente con aquellos zascandiles.

Queda suspenso. Solo instantes despues me mira como excusandose, y aprovecho para preguntarle:

– ?De quien sospechaste?, ?te vino algun nombre a la cabeza?

– ?Sospechar? De todos y de ninguno. Eran muy jodidos, habia muchos que se la tenian guardada.

– Si, pero en estos casos hay un nombre que suena mas.

Mueve la cabeza.

– No, eran muy jodidos para todos. A cualquiera se le pudieron hinchar los cojones.

Lo que, de pronto, empieza como un destello, en decimas de segundo adquiere un gran fulgor.

– Creo que aquella noche saliste de casa porque no podias conciliar el sueno, ?recuerdas?

Reacciona en dos tiempos: primero, carraspea, y luego rie en silencio.

– ?Como te voy a decir que no si es verdad?

?Que significa que acepte sin reservas este hecho tan comprometedor?, ?que no tema ser senalado como el criminal porque, sencillamente, no lo es?, ?o quiera ofrecer una falsa imagen de inocencia que desvie toda

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