– Dejales, ellos sabran.

– ?Son los novios eternos! Me sacan de mis casillas. Aunque cuando los veo juntos…, siempre en la calle, naturalmente, a la vista de todos, para ellos no existe la playa nocturna de las parejas…, cuando los veo juntos, tan formalitos, hablandose con tanto respeto, casi me dan envidia.

– Veinte anos y aun no se tiran los platos a la cabeza. Sera porque no comen juntos en casa de ella o de el.

La voz de Koldobike se quiebra al pronunciar sordamente:

– Y tu llevas el mismo camino.

No se que quiere decirme. Debe de ser culpa de la falda y el pelo tenido.

– No me gustan los compromisos.

Emite un flojo suspiro que no encaja en la escena, y es que a la chica le falta un hervor para dar la talla en su nuevo papel.

– No pasa nada, todo ira bien -la consuelo.

– ?Bien? Te han amenazado, y esa gente nunca amenaza antes de cargarse a alguien. Quieren hacer contigo algo especial.

– A lo mejor tienen algo que ocultar y les asusta que yo siga investigando. Uno de esos azules es de Getxo de toda la vida, de Las Arenas. Se llama Luciano Aguirre, me lo dijo Eladio Altube. Es el unico descubrimiento que ha venido a mi, los otros he tenido que ir a buscarlos. Quizas a mi novela negra le faltaba algo de violencia. -Suena la campanilla de la entrada y Koldobike desaparece con un «Te recuerdo que Samuel Esparta es ahora de carne y hueso y no de papel»-. Cierra la puerta.

Todas las oficinas de investigadores privados tienen puerta y la mia debe tenerla tambien. Oigo a Koldobike dialogar con un hombre, luego silencio, y enseguida el convencional cruce de palabras de despedida y otra vez la campanilla. Si no puedo concentrarme en los siguientes pasos a dar es porque me asaltan dudas sobre los ya dados.

– Queria un libro de caracoles -de nuevo tengo a Koldobike en mi puerta-, uno muy concreto, lo traia apuntado: El caracol y su explotacion, de Federico Doreste, publicado por Espasa-Calpe. Habra que pedirlo. Si Franco nos condena a comer caracoles, ?asco de babas!, yo me morire de hambre.

Ahi la tengo, en el vano que deberia ocupar la puerta de la oficina que este ridiculo biombo es incapaz de crear. ?Todo es falso!

Estoy en uno de mis baches.

– ?Que te pasa? -oigo a Koldobike.

– ?Ha sido un error tratar de cambiar la naturaleza de las cosas! ?Quien cono me ha mandado resucitar el caso de los gemelos Altube? Ese tiempo ya paso. Pero a un escritorzuelo se le ocurre utilizar el realismo que encierra para tapar su impotencia. Sin contar con las nobles leyes de la novela negra, que aqui no se dan. He querido tocar la realidad y me muevo en un mundo irreal.

– A lo mejor estas inventando otra clase de novela y te sobran los camisas azules -dice Koldobike con los ojos muy abiertos, como asombrada de su perspicacia.

– Sospecho que nada de lo que estoy viviendo se parece a lo que escribieron Hammett o Chandler. Mas bien soy un producto de Agatha Christie o de S.S. Van Dine, y de sus heroes, Hercule Poirot y Philo Vance, que son investigadores por aficion a la caza de sospechosos para interrogarlos en una atmosfera muy limpia, muy civilizada, convencional, inofensiva, casi tonta. Y, sobre todo, gastando sus celulas grises en un asesinato cometido la vispera… ?Soy un intruso en un pasado muerto!

Me levanto, echo un vistazo a mi alrededor y descubro la expresion incredula de Koldobike.

– Te ha dado fuerte, ?eh? -suspira-. Si continuas asi, te quedaras sin novela.

Se aparta para dejarme sitio y voy hacia la entrada a pasos que no controlo.

– ?Y que me dices de los que ya confian en ti para que Getxo recupere su buen nombre? -oigo a mi espalda-. Pienso, entre otros muchos, en los padres de Leonardo, Roque Altube y Madia o Magda, que perderan la esperanza de saber quien les robo a su hijo… Por cierto, son nombres a los que no puedes dejar de visitar.

Ahi esta el error: inventarme sospechosos entre vecinos que solo se ocupan de sus pacificos quehaceres y desearian no ver la cara de ningun investigador privado.

– Hoy si comere en casa -envio asperamente a Koldobike ganando la calle bajo el tintineo de la campanilla.

9

Un falangista poeta

Al despojarme del traje y el sombrero de los ultimos dias y embutirme el pantalon de pana, la camisa gruesa y el jersey habituales, me siento tan liberado de la pesadilla que mi humor cambia y durante la comida se me suelta la lengua. Con la ultima cucharada de alubias rojas, y a pesar de su pobreza en «sacramentos», comento con ardor que estaban estupendas, y me llega el bisbiseo de la madre: «Era la vestimenta».

En vez de encerrarme en el cuarto a despotricar de mi reciente locura, contemplo, enternecido, su parsimonioso fregado del pequeno puchero, los dos platos y las dos cucharas, y luego, sentados a un lado y otro de la mesa -hoy, mi hermana come en el trabajo-, me esfuerzo por escucharle los ultimos chismes del pueblo, hasta que se adormila con los brazos sobre el halda en la siesta que nunca reconoce que lo es. No puedo dejar de mirar su figurita con la sensacion de que le debo algo, pero las tenues palabras que salen de mis labios no solo van para ella: «Ama, no me ha caido en el traje ninguna mancha, no lo volvere a sacar del armario por capricho».

Tardo en aceptar que en nada habria desmerecido esta escena en la realidad de la narracion clausurada.

Hacia tiempo que el negocio no se abria a las cuatro y media en punto. Me felicito por no haberme precipitado en manchar el cristal de la puerta con esa ridiculez de «Investigador privado». El campanilleo sobre mi cabeza me vuelve a resultar amigable. Tampoco me molestan especialmente los libros de texto apilados en el suelo. Koldobike devolvio el orden, tanto reintegrando ejemplares a las estanterias como respetando la distribucion anterior… Bueno, en general; porque aqui veo a Zane Grey en el apartado de geografia; por que no ha de estar aqui un hombre enamorado de los grandes espacios libres del Oeste norteamericano que describio minuciosamente; ?acaso existen textos de geografos que oxigenen tanto? Advierto algun descuido mas, ?atribuible a la estrangulacion de su falda? Ni un fallo en la satrapia de la novela negra. De momento, solo considero que he de meditar profundamente sobre la peligrosa relacion entre este mundo y yo, no poner mas tropiezos a una libreria que sobrevive malamente.

Pliego el biombo, lo abandono en un rincon y recupero mi oficina, la comercial, donde volvere a proyectos relegados: incorporar un apartado de papeleria -viejo sueno de la muy realista Koldobike-, regalo de boletos por compra para la rifa mensual de un libro grueso con pastas de carton, seccion de tebeos, elaboracion de carteles anunciando novedades… Recuperare el noble espiritu comercial con el que, hace cinco anos, se abrio la libreria.

A las cuatro cuarenta y dos llega Koldobike, y el destierro del biombo y mi atuendo le anuncian los nuevos tiempos.

– Se acabo todo, ?verdad?

– Descubri el fraude a tiempo.

– Te ilusionaba lo que ya tenias escrito.

– Pero no era la novela que persigo.

– ?Y que importa, maldita sea? Seguro que iba siendo una buena novela, flotabas en una nube… Por cierto, ?tenias realmente algo escrito?

– Por desgracia, era bueno.

– Pero ?lo tenias escrito?

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