– Si.

– ?Cuando lo escribias? Nunca te vi los papeles.

– Esta vez, todo era diferente. Realidad y escritura eran la misma cosa. ?Claro que la escribia!

Lucha por no hacerme otra pregunta, pero al fin vence su sangre caliente y me pregunta:

– ?Quemaras los papeles ya escritos? Yo no lo haria, a lo mejor te vuelves atras. Seguro.

La breve realidad vivida se halla escrita a fuego en mi cerebro. No lo entenderia.

Ya son las siete y media y la tarde ha concluido para Koldobike. Cada uno ha ocupado su territorio, ella rematando lo ya ordenado -la he visto cambiar de sitio bastantes titulos- y atendiendo a los clientes -de la docena que ha entrado, la mitad salio de vacio-, y yo, sentado a mi mesita desarrollando programas sobre el papel; tengo una pequena familia a mi cargo, incluida la renta del piso. Una mujer tan practica como Koldobike ha de entenderlo:… De pronto, me llega su grito mezclado con el sonido de la campanilla. Me levanto y veo a tres hombres, uno sacandola a la calle a empujones y los otros dos viniendo hacia mi.

– ?Lo ha dejado ya, no le toqueis! ?Os juro que lo ha dejado!

Estoy caido en el suelo un instante despues de ver el puno avanzando contra mi rostro.

– Te lo advertimos, imbecil. No diras que no te lo advertimos.

Llueven patadas sobre mi cuerpo. Dos botas con gran destreza, botas no de una persona sino de dos, botas de pie derecho hundiendose en mi carne.

– Eres un cabezota, nos obligas a hacer esto. ?No sabes que ahora la justicia la administramos nosotros?

Es la voz de Luciano Aguirre. No oigo a Koldobike. ?Que le han hecho? Bajo las negras sombras que se mueven a mi alrededor buscando en mi cuerpo lugares aun sin tocar, recuerdo el portazo que habra dejado a Koldobike en la calle; sabe esta gente que los tiempos que corren frenan el impulso de acudir en ayuda de alguien.

Cuatro manos me ponen en pie y la embestida de una rodilla perfora mi estomago. Han de seguir sosteniendome para que no me derrumbe.

– ?Se te va metiendo en la mollera lo que no debes hacer, vasco de los cojones? -Ahora tengo el canon de una pistola en mi nariz, que siento humeda-. ?O quieres probar esto?

?Me han trastornado los golpes o creo haber vivido o leido alguna vez una escena semejante?

– ?Has tenido bastante? -Es la voz del otro.

– Contesta a mi companero. Ni a el ni a mi nos gusta hacer estas cosas, pero a veces no hay otra forma de implantar un orden… ?Que contestas?

Cuando el aturdimiento deja paso a una incipiente consciencia, me asombra la falta de dolor. Esperan mi respuesta con los brazos caidos.

– Asunto acabado, ?no? -insiste Luciano Aguirre.

?Que disparate que le bautizaran con uno de nuestros entranables apellidos!

– Lo estoy pensando.

Reconozco mi voz, yo he pronunciado las tres palabras… en ausencia de Koldobike, que no las habria apoyado. Se acabaron los golpes, supongo que los brazos se cansan. Pero el dedo que aprieta el gatillo se alimenta con las espinacas de Popeye.

El frio del hierro penetra a fuego en mi sien. La voz de Luciano Aguirre tambien es metalica, y no parece de el sino de una pagina de Hammett.

– Solo una palabra: «abandono», y salvas el pellejo. ?Habla, librero!

– Nuestra paciencia se acaba.

– ?Sabes que tienes mas suerte que un jorobado? En situaciones asi, lo que pueda decir un rojo nos lo pasamos por los huevos: disparo y a la cuneta. Pero tenemos un buen dia. -Estan jugando conmigo, creen saber lo que contestare-. Caeras como un saco y ni siquiera seras un heroe sino un conejo mas. Saldremos a la calle y nadie se nos pondra delante, aunque hayan escuchado el tiro. Ahora todas las ejecuciones han de llevar la firma de Franco, pero hay agujeros: danos ese gustazo.

– Dejamelo a mi, estoy perdiendo la forma ultimamente.

– Yo nunca me he cargado a un librero y me gustaria -asegura el que impide en la puerta que entre Koldobike.

?Que desenlace darian Hammett o Chandler a esta situacion? Quiza se sacarian de la manga la eliminacion sin mas de este investigador privado por higiene narrativa.

El de la puerta echa el pestillo y se nos acerca trayendo en los ojos la ilusion de acabar de una vez con el conejo.

Luciano -ya no mas Aguirre- le pasa la pistola y su canon vuelve a apoyarse en mi frente.

– No, nunca me habia cargado a un librero -dice, como constatando un fracaso.

Luciano acerca su rostro a un palmo del mio.

– Los vascos sabeis rezar. Reza.

– Creo que ellos lo escribirian asi -musito-: «Me seria mas facil vivir muerto que olvidar el nervudo relato que voy a seguir escribiendo». Luciano se toma un silencio antes de exclamar:

– ?Escribiendo?, ?quien escribe?, ?tu?

– Una novela negra. Ahora, con vosotros, mas autentica.

Luciano desvia la pistola de un manotazo en el momento en que el otro empuja el gatillo y solo queda en el aire el estruendo de la explosion y una frase iracunda: «?El muy cabron nos ha llamado negros!».

– Repitelo -me ordena Luciano, observandome con desconcertado interes-. Una novela. Y negra, ?no? Se lo que es una novela negra. No es un genero fundamental para la literatura de Espana como la poesia. No abundan los poetas novelistas. Algunos se arriesgan, pero mas valiera que no lo hicieran. En Falange contamos con buenos poetas que cantan las glorias de Espana. Yo soy uno de ellos. ?Por que los poseedores de un genero excelso parecen cojos al abordar una simple narracion convencional e inferior?… Estoy seguro de que tu no eres poeta, nunca has sentido el mundo como poeta.

– No -confieso.

– Cerrado a Espana y abierto a los judios anglosajones.

No me fio de este inesperado viraje. Pero cuando Luciano arrebata la pistola a su companero y la devuelve a la cartuchera de este, empiezo a creer que la posguerra ha perdido un difunto. Luciano entra en el bano para coger la toalla y ponerla en mis manos.

– Limpiate la cara.

Asi lo hago y, al descubrir la sangre que recoge, la aplico en adelante como simple esponja y la retiro empapada. Intento ir al bano, pero mis piernas son dos postes. Luciano me hace el trabajo de arrojar esa toalla al suelo del bano y recoger la segunda de la barra, que me entrega. Toda mi cara debe de ser un mapa enrojecido.

– Asi que escritor. Novelista. Un poeta, como yo, entiende mejor la cosa narrativa que un novelista la poesia. Que quede esto bien claro entre nosotros. -Me conduce como a un rigido maniqui hasta la silla de mi mesa y consigue doblar mi cuerpo hasta sentarme-. Entre los falangistas abundan los poetas…, la doctrina de Falange es pura poesia…, mas que en otro estamento militar. Somos la pluma y la espada. Alegaras que en el marxismo tambien hay poetas, pero nuestra lucha es la del espiritu en pos de la justicia social. Dicen nuestros enemigos que buscamos cambiar algo para que no cambie nada. Asi nos atacan los muy negados para la poesia, pues todo esto te lo predica un falangista-poeta a quien se deben las letras de mas de una de nuestras canciones patrioticas e imperiales, tan imprescindibles como los canones; un falangista que ha ganado la guerra y quiere ganar la paz. Pero, te confieso…, ?a quien las novelas se le atascan! Y tu, un simple librero que ha perdido la guerra y nada sabe de Espana y de su unidad de destino en lo universal…, ?estas escribiendo una novela contra toda logica! ?Acaso en la literatura existen dos mundos y tu perteneces a uno y yo al otro? ?En que nos diferenciamos tu y yo? ?Interviene aqui la politica, los malos sois narradores y poetas los buenos?

Se inclina para examinar mi rostro apartando la toalla. Creo que tengo a sus dos companeros a uno y otro lado.

– Que entre la enfermera -dice Luciano.

– Pero…

– ?Traedla, cono! Necesito que este rojoseparatista me confiese como lo hace.

– Que no venga, que no me vea asi -pido.

– No te me puedes morir ahora -dice Luciano.

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